El joven, de no más de veinte años, se acerca a Patricia. La observa con desconfianza, intentando descifrar, a través de sus ojos verdes, si en verdad no era una ladrona.
—¿Y en qué estás buscando trabajo?
—En lo que sea, señor. Tengo dos hermanitos pequeños que mantener.
—¿Cuántos años tienes?
—Dieciséis… casi diecisiete, señor.
—Me imagino que debes tener hambre. ¿O ya comiste?
—No… bueno, sí, señor. Tengo mucha hambre. Solo tomé un café esta mañana.
—¿Y cómo regresas a tu casa?
—Caminando. Así lo hago todos los días.
El joven suspira. La lluvia sigue cayendo con fuerza.
—Bueno, parece que eres una buena persona, y no puedo ser inhumano. Ya es tarde y no parece que vaya a parar de llover. Te propongo algo: quédate esta noche aquí, y mañana temprano te vas a casa. No es seguro que una niña de tu edad esté sola en la calle a esta hora.
—Se lo agradezco, señor, pero no puedo aceptar. Mis hermanos me esperan, y la vecina que los cuida se enojará si no llego.
Patricia intenta salir, pero un trueno estremecedor la hace temblar.
—¿Estás segura de querer irte?
—Sí. La lluvia no es problema. Estoy acostumbrada.
🗨️ En ese momento, un nuevo relámpago ilumina el cielo y la energía falla en toda la ciudad. Las calles quedan sumidas en la oscuridad. Sin más remedio, Patricia acepta quedarse. Suben las escaleras y entran a una elegante casa.
—Busca en la nevera. Debe haber algo de comer. No te vayas a la cama con el estómago vacío —dice el joven, dejando su maletín en el sillón y subiendo al segundo nivel.
🗨️ Los ojos de Patricia no pueden creer lo que ven. La casa es lujosa, como las que su abuela solía barrer en los barrios ricos.
Obediente, se acerca a la nevera. Al abrirla, sus ojos se agrandan: hay de todo. En agradecimiento, decide preparar algo para ambos.
Con habilidad, corta verduras y carne. Después de varios intentos, logra encender una boquilla de la estufa. El aroma de la comida bien preparada pronto llena la casa.
Miguel baja las escaleras con ropa en las manos.
—¿Qué preparas? ¡Huele delicioso!
—Una receta que me enseñó mi abuela.
—Mira, encontré algo de ropa de mi hermana. Si gustas, puedes darte un baño. Tranquila, yo vigilo la comida. Sube las escaleras, segunda puerta a la derecha. Esa será tu habitación esta noche.
🗨️ Con algo de desconfianza, pero muy agradecida, Patricia sube. Cierra la puerta con seguro y corre una mesita de noche contra ella, por si acaso.
Se quita la ropa mojada y entra al baño. El agua tibia la envuelve. Es su primer baño caliente, y le encanta. Hay jabón, champú y productos para el cabello. El aroma le recuerda los frascos vacíos que recogía con su abuela.
Cuando sale, sus dedos están arrugados. Se pone la ropa prestada y baja nuevamente.
—Qué pena contigo, pero me atreví a servir. Demoraste mucho y ese olor me estaba volviendo loco. Ven, siéntate. Vamos a disfrutar de esta delicia. Por cierto, ¿cómo te llamas?
—Patricia Marin, señor.
—Mucho gusto, Patricia Marin. Yo soy Miguel Ochoa.
🗨️ Miguel no puede evitar notar los rasgos delicados de su invitada: el cabello aún mojado, la piel pálida por la lluvia, el aroma del champú, y esos ojos verdes en los que se pierde cada vez que lo miran.
Llevan la ropa mojada a la zona de lavado y la ponen en la máquina.
—Si deseas, puedes llamar a la señora que cuida a tus hermanos, para que no se preocupe —dice Miguel, notando su angustia.
—¿No le molestaría? Me preocupa que se enoje. Si eso pasa, no tendría con quién dejar a mis hermanitos.
🗨️ Los ojos de Patricia vuelven a brillar. Miguel siente un calor recorrerle el cuerpo.
Después de hablar con Beatriz, Patricia se tranquiliza. La vecina también estaba preocupada por ella, sola en la calle a esa hora.
Por fin se sientan a comer. Miguel disfruta cada bocado. Hace tiempo que come solo, y eso le pesa. A veces prefiere no comer.
Tras la cena, Patricia le cuenta su historia. Miguel escucha con atención.
—Qué triste todo lo que me has contado. Te entiendo. Yo tampoco tengo mamá ni papá. Ella falleció hace un par de años en un accidente, y mi padre murió, hace casi un año, de un infarto.
Mi única familia es mi hermana, pero vive en otro país. También tengo varios tíos, pero solo me llevo bien con uno. Está de viaje con su esposa y mis primos. Quizá algún día te los presente.
Cuando terminan de comer, Patricia se ofrece a lavar los platos. Miguel la ayuda, aunque torpe: no es algo que haga seguido. Luego tienden la ropa y dejan todo en orden.
—Y la chica que está junto a usted en la foto, al lado del teléfono… ¿Es su novia?
—Sí. Mejor dicho, es mi prometida. Debo casarme con ella, aunque aún no sé cuándo.
—Ah, ok. Pensé que uno se casaba porque quería, no porque debía. Pero bueno, como decía mi abuela: ustedes los ricos son muy raros.
🗨️ Ya es tarde. Patricia, acostumbrada a dormir temprano, siente el sueño en los ojos.
—Puedes ir a tu habitación. Se te nota el cansancio. Ve y acuéstate. Yo tengo algo de trabajo por hacer.
🗨️ Patricia se duerme pronto. El baño caliente y la comida la han dejado relajada. Miguel, conmovido por su historia, saca algo de dinero y lo deja sobre el mesón de la cocina. No quiere olvidarse de entregárselo antes de llevarla a casa.
Al día siguiente, como ya es costumbre, Patricia se levanta temprano. Le cuesta recordar dónde está. Sale de su cuarto, baja las escaleras, toma una escoba y comienza a barrer. Luego ordena y limpia sin hacer ruido.
Cuando termina, el sol comienza a salir. Se da un baño, se pone su ropa, y recordando lo hecho por Miguel la noche anterior, pone la ropa a lavar. Se acerca a la foto de la novia del joven y siente un escalofrío recorrerle el cuerpo.
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Comments
Alba Hurtado
estos ya sintieron chispas quimica,,que bueno que encontro un buen hombre papasote bello de buen corazon solitario,que los va a ayudar,DIOS siempre nos manda un angel que nos ayuda
eres una best sellers gran escritora llevas muy bien desarrollado el don que DIOS te dio de escribir 💯💯💯♥️🌹🇨🇴🌹🇨🇴🌹♥️
2025-05-17
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Graciela Peralta
que bueno que la ayude con todo esto que les pasa
2023-09-05
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