A pesar de las súplicas de la joven adolescente, la abuela se mantiene firme.
—No insistas, mi niña. Hace mucho frío. Quédate tranquila. Por estos días, la gente no sale de sus casas y hay poco por limpiar en las calles. No es necesario que vayas conmigo.
🗨️Después de darle un beso en la frente a su nieta, sale empujando su carro, donde lleva la escoba, el recogedor y un rastrillo. Se cubre con su viejo traje de plástico, remendado en varios lugares, y camina bajo la lluvia. Su corazón está contento: ya le faltan pocas cuotas para terminar de pagar la casa. La emociona saber que, cuando ella falte, sus niños tendrán un techo propio.
Este año, el invierno se ha alargado. Cada vez que parece terminar, la lluvia vuelve y se instala.
Mientras tanto, Patricia se queda en casa. Para no aburrirse, limpia, desordena todo y luego vuelve a ponerlo en orden. Siempre está pendiente de guardar la cena caliente y un buen vaso de café para su abuela.
Pero una tarde, la abuela llega sin ganas de comer. La lluvia, que no ha cesado desde la noche anterior, la ha empapado por completo. Se cambia de ropa, toma un café y se mete a la cama sin decir palabra.
Sobre la pequeña mesa de madera ha dejado un sobre. Patricia, curiosa, lo revisa. Es el paz y salvo que acredita a su abuela como dueña de la casa. Las escrituras ya están radicadas. La joven siente una felicidad inmensa: su abuela ya no tendrá que esforzarse tanto. El miedo de perder su hogar ha terminado.
Emocionada, corre a la habitación y la abraza. Pero el calor que siente la hace retroceder de inmediato. Su abuela está ardiendo en fiebre.
Sin importarle la lluvia, Patricia corre a casa de Beatriz, la vecina. Beatriz regresa con ella, llevando algunos medicamentos que tenía para sus niños. Pero la fiebre no cede. El cuerpo de la anciana tiembla, sus manos están frías, y ni siquiera las medias de lana logran calentar sus pies.
Beatriz corre de nuevo a su casa. Es la única que tiene teléfono. Llama al servicio médico, y una hora después llega la ambulancia.
Los paramédicos notan de inmediato que algo está mal. Se la llevan al hospital. Beatriz va con ella, dejando a Patricia sola, sumida en la confusión y la angustia.
La joven se arrodilla ante el improvisado altar de su abuela. No sabe qué decir. Solo implora por su salud. Tiene miedo. No está preparada para enfrentar la vida sola.
Para evitar que su abuela se preocupe, Patricia se encarga de su trabajo. Recorre las calles desde antes del amanecer, recoge los tesoros que aguardan en la basura. Lleva un mes en esta labor, y los vecinos la apoyan al ver su esfuerzo.
Era viernes. El invierno se ha demorado en marcharse. Mojada y cansada, desde lo lejos ve gente entrar y salir de su casa. Cree que doña Nubia ha regresado del hospital. Deja el cansancio a un lado, aligera el paso y sube el último tramo con energía.
En el antejardín hay gente sentada en sillas prestadas. Beatriz y otras vecinas reparten bebidas en bandejas.
Al llegar a la puerta, con la ilusión de ver a su abuela salir a su encuentro, se detiene. Cuatro velas, un cajón, y un crucifijo enorme arrimado en el rincón. Sus ojos se llenan de lágrimas. Sus piernas tiemblan. Su cuerpo pierde la fuerza. Beatriz la sujeta fuerte y le acerca una silla.
—Tranquila, aquí estoy. Tu abuela me pidió como último favor que los cuidara, y así lo haré —le susurra al oído, mientras la abraza y acaricia su cabello.
Las lágrimas corren por el rostro de Patricia. Hace un esfuerzo por hablar.
—¿Y mis hermanos? ¿Dónde están?
—En mi casa —responde Beatriz—. No te preocupes. Después del almuerzo les dimos un baño y se quedaron dormidos los dos.
🗨️La joven se abraza nuevamente a su vecina. En ese momento no quiere pensar en nada. No se atreve a acercarse al cajón. No puede comprobar que su abuela ya no está.
Al día siguiente del sepelio, la empresa de limpieza envía a un supervisor a recoger los implementos de aseo. Patricia le suplica que la deje continuar con el trabajo de su abuela. Pero el hombre se limita a entregarle un cheque con el equivalente a dos meses de sueldo y otro con la liquidación por los años trabajados. Luego se marcha.
Beatriz la ayuda a distribuir el dinero. Compran mercado, leche, pañales, y dejan algo para pagar los servicios. Eso le dará tiempo para buscar empleo. Pero no imaginó que sería tan difícil. Para ella, que aún es menor de edad, conseguir trabajo es casi imposible.
Han pasado dos años desde la muerte de la barrendera. Patricia aún no consigue empleo. Le faltan dos años para cumplir la mayoría de edad, pero eso no le garantiza nada.
Un día de lluvia intensa, después de caminar durante horas, llega a una elegante casa. La entrada del garaje está abierta, así que decide abrigarse allí. La lluvia arrecia, y termina por quedarse dormida.
No sabe cuánto tiempo ha pasado. Despierta con la luz de un carro casi encima de ella y el sonido ensordecedor de una bocina.
—¡Sal de ahí, mugrosa del demonio! ¡Lárgate antes de que llame a la policía!
Su pequeño cuerpo de uno cincuenta, con apenas cuarenta kilos, se levanta de un brinco. Sus ojos verdes, heredados de su madre, brillan bajo las luces altas del carro. Intenta correr, pero una mano fuerte la agarra.
—¿Te robaste algo?
—No, señor. Solo entré para no seguir debajo de la lluvia —contesta la niña, aun con la ropa mojada.
—¿Y no tienes dónde vivir?
—Sí, señor. Pero mi casa queda al otro lado de la ciudad, en las colinas. Estuve buscando trabajo, y cuando comenzó la lluvia, no pude continuar. Pero le juro que no me robé nada.
El joven duda. La observa con desconfianza. Le hace un par de preguntas más.
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Comments
Alba Hurtado
este sera el principe azul que no salga el negro corazon a joderla🧐😟👀👁️🥸🤨🫣🫢🤫🙄🌹🇨🇴🌹🇨🇴🌹
2025-05-17
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gledys hernandez
comenzó nostálgico la historia pero me parece interesante.
2023-09-07
2
Graciela Peralta
que pasara ahora con ella
2023-09-05
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