Capítulo 7

Octavio.

¿Por qué tenía que transportarse en una aerolínea comercial?

El Gobernador de Querétaro, el señor Octavio Cruz, estaba muy enfadado de que tuvieran que rebajarlo a ese nivel. Tenía que asistir a una importantísima cita con líderes de todo el mundo en Washington D.C. Nunca imaginó que una organización tan poderosa como la AIGS, creyera que era más conveniente viajar de México a los Estados Unidos en una de las aerolíneas más baratas y cutres del mercado.

El señor Octavio entendía; dada la naturaleza de la organización, que no podía desplazarse en jet privado, mucho menos en un avión del gobierno federal; sin embargo, le causaba mucha desconfianza que no se hubieran tomado la molestia de hacer de su viaje una experiencia más cómoda.

A decir verdad, el señor Cruz no conocía mucho a los integrantes de la AIGS; de hecho, sólo había asistido personalmente a una de sus reuniones durante la época de la gran pandemia. Eso fue mucho después de que el Gobernador se enterara de la existencia de la AIGS.

Sucedió cuatro días después de que comenzara su mandato. Esa semana había llovido mucho, y el Gobernador tenía que trabajar hasta tarde para resolver el problema de las inundaciones. Un mal que Santiago de Querétaro había sufrido desde su nacimiento.

La ciudad siempre se inundaba; y parecía, pese a todos los intentos realizados en anteriores administraciones, que no existía una solución a corto plazo que fuera realmente efectiva para combatir la inmensa capacidad destructiva de las tormentas.

Esa tarde había tenido una reunión con los mejores consultores del país. Todos alegaban que el problema de las inundaciones no se podía resolver a corto plazo y que tomaría muchos años contar con la infraestructura necesaria para hacerlo.

Cansado y con los ojos llorosos de tanto estar en la computadora, el señor Gobernador se dispuso a apagar el portátil y las luces para abandonar su oficina. Estaba muy cansado y ya estaba oscuro. Le rugían las tripas y sólo podía pensar en lo que le esperaría para cenar cuando llegara a casa.

Estaba casi por introducir la llave en el picaporte de la puerta; cuando de repente, y sin previo aviso, escuchó un ruido que le congeló la sangre.

—¿Tiene mucho trabajo, señor Gobernador?

Era la voz grave y profunda de un hombre que procedía del escritorio en el que hacía tan sólo unos minutos había estado trabajando. Octavio intentó encender las luces, pero no funcionaron. Podía distinguir la figura de una persona que estaba sentada en la silla de su oficina.

—¿Eh?, ¿quién está ahí?, le advierto que mis guaruras están afuera de la puerta esperando mis instrucciones.

El hombre se levantó de la silla. Fue entonces cuando el Gobernador pudo distinguir de quién se trataba. Era un individuo muy alto y muy fuerte, tenía la piel oscura y un bigote muy estilizado. Su vestimenta era completamente extraña. Llevaba una túnica color ocre y un trabush color vino sobre la cabeza. A sus pies, una criatura peluda y esponjosa se retorcía.

—¿Un gato? —preguntó el Gobernador.

El hombre soltó una carcajada y comenzó a hablar con un acento claramente extranjero.

—Un hombre se aparece de la nada en su oficina, ¿y lo primero que pregunta es por el gato?

El hombre no paraba de reírse. Francamente, el Gobernador no entendía la gracia. Cuando el hombre recuperó la compostura, su rostro volvió a adquirir una expresión seria.

—Me dijeron que usted tenía nervios de acero, pero nunca pensé que se tomaría mi visita con tanta tranquilidad —dijo con voz calmada.

El Gobernador se encogió de hombros.

—Bueno, estamos en México, ya nada puede sorprenderme. Y bien, ¿quién es usted y cómo carajos se ha colado en mi oficina?

El sujeto se pasó los dedos por el bigote. Por un momento, el señor Cruz pensó que no diría nada, pero luego de unos segundos habló.

—Mi nombre es Ahmet Yilmaz y él es mi gato, Emre. Soy un protector de la tierra enviado por los doce para preservar la paz en el mundo.

El Gobernador miró incrédulo a su interlocutor.

—Y yo soy Batman, ¡mucho gusto!

Ahmet volvió a soltar una risotada.

—¡Vaya, señor Gobernador! Es usted muy divertido, ¡muy divertido en verdad! —dijo el hombre mientras se secaba las lágrimas de los ojos—. Pero hablando en serio, señor Gobernador, estoy aquí para presentarme y hablarle sobre la AIGS.

El señor Cruz se quedó mirando a Ahmet con perplejidad.

Este tipo está definitivamente loco, ¿cómo diablos entró en mi oficina? Creo que lo mejor será que le siga el juego.

—¿Ah, sí? —preguntó el Gobernador con fingida curiosidad—. ¿Y qué es la AIGS exactamente?

—La Administración Internacional del Gobierno Secreto, yo soy el presidente.

El Gobernador lo miró sospechosamente.

—¿Del gobierno secreto, dice?, ¿y usted es el líder?

Ahmet lo miró sonriendo.

—Sí, todos pensarían que sería el presidente de los Estados Unidos, ¿verdad?, los estadounidenses son muy buenos colaboradores, pero no son tan importantes en nuestra organización. De hecho; nosotros solemos elegir a los gobernantes de cada país, de acuerdo con nuestros intereses y los de la humanidad. Nuestra organización no está conformada por grandes políticos, somos un grupo muy diverso que opera de manera ultra secreta alrededor del mundo. Podría considerarse, señor Gobernador, que nosotros somos los gobernantes reales de este planeta. Lo controlamos todo; y sí, señor Gobernador, tenemos un representante para cada país. Por eso estoy aquí.

¿El gobierno secreto?

—¿Ah, sí?, ¿y por qué está usted aquí exactamente?

Ahmet suspiró.

—Usted ha sido elegido para ser el nuevo representante de su país —dijo pacíficamente.

Suficiente. Ya tuve suficiente. Este tipo está loco.

—Pues lo siento mucho, pero creo que se ha equivocado de hombre. No estoy interesado en formar parte de los Illuminati ni de los reptilianos. Ahora le pediré amablemente que salga de mi oficina, o si no, llamaré a mis guaruras.

Ahmet volvió a reír.

—¡Hilarante! ¡Francamente hilarante! Los reptilianos no existen, todo el mundo lo sabe, pero es verdad que existen otras criaturas, como magos, titanes, nahuales y dragones, por supuesto. Debo admitir que eso de los reptilianos siempre me ha parecido una genialidad.

¿Nahuales?

—Escúcheme bien, señor. No sé cómo entró a mi oficina ni qué es lo que quiere, pero ya me cansé. Si esto es una broma, pues ha sido muy interesante. Ahora le pido; tanto a usted como a su gato, que se vayan de mi oficina o llamaré a seguridad.

El sujeto miró al Gobernador con ojos inescrutables.

—¿Quiere una prueba? —preguntó.

¿Una prueba?, ¿acaso tiene a un nahual en el bolsillo?

—¿Las tiene? —preguntó el Gobernador con curiosidad.

—¡Por supuesto!, sujéteme —respondió el sujeto mientras le extendía una mano.

Octavio Cruz miró la mano del sujeto con recelo, como si se tratara de un objeto peligroso. Vaciló unos segundos y finalmente, sin saber por qué lo hacía, le estrechó la mano a Ahmet.

Fue difícil explicar lo que sucedió después, pues todo pasó tan rápido que el Gobernador ni siquiera tuvo tiempo de asimilarlo.

Por un momento toda la habitación dio vueltas. Octavio sintió una extraña presión en el pecho y un cosquilleo en la cabeza. Sentía que su cuerpo flotaba y súbitamente una enorme calma se apoderó de él. Rápidamente, cientos de imágenes pasaron ante sus ojos, y por primera vez, el señor Cruz lo comprendió todo.

Comprendió que no existía un Dios, sino Doce. Doce gatos con coronas y pecheras de plata que habían creado el universo en un abrir y cerrar de ojos. Vio como los gatos creaban las partículas elementales, la materia, la energía oscura y las estrellas. Entendió la relación entre el vacío cuántico y la relatividad, los gravitones y los demás campos físicos. Por un momento todo tuvo sentido, la vida, la evolución, la muerte, el espacio y el tiempo. Todas las respuestas pasaron ante sus ojos y nunca antes había sentido tanta paz como en aquel momento.

No sabía cuánto tiempo había transcurrido, pero cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que probablemente todo había sucedido en unos cuantos segundos. El señor Cruz veía a su alrededor como si fuera la primera vez que abría los ojos. Ahmet lo analizaba furtivamente y sonreía de oreja a oreja.

Hubo un largo silencio. Finalmente, Ahmet habló.

—¿Y bien? —preguntó alegremente.

El Gobernador entrecerró los ojos y se tocó la frente.

—Sí, acepto.

Eso había sido hace dos años. Desde entonces, el Gobernador sólo había vuelto a reunirse con la AIGS en una ocasión. Fue durante el primer año de la gran pandemia, en la época en la que la gente tenía mucho miedo, los negocios cerraban, los hospitales estaban saturados y la vacuna causaba más dudas que alivio.

En esa ocasión el Gobernador supo de la existencia de los inmortales. También se enteró de que los gatos, en realidad, son seres mágicos que protegen las almas de los humanos y de los seres divinos. Por lo que había entendido, un ser divino podía visitar la tierra en ciertas ocasiones; y al parecer, existían diversas criaturas alrededor del mundo que habían sido exiliadas del paraíso.

El Gobierno Secreto se dedicaba a preservar y a cuidar a la humanidad de todas las amenazas existentes del universo. Además, dentro de sus funciones, también se encargaban de evitar que los humanos se enteraran de la existencia de los Doce y los inmortales. La AIGS estaba conformada por pequeños líderes de todo el mundo, aunque ninguno de ellos ocupaba grandes posiciones en la política humana. En su mayoría eran alcaldes, gobernadores, embajadores, empresarios, intelectuales y también; como era de esperarse, inmortales que habitaban en la tierra, (el Tero, como la llamaban ellos).

Sin embargo, el Gobernador no tuvo más tiempo para pensar en ello. La bocina del avión lo devolvió de golpe a la realidad. Habían aterrizado.

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Comments

Julia Villanueva

Julia Villanueva

escribes muy bonito

2023-06-23

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