Destino incierto

El emperador de Yushan, Wú Tianyuán, después del destierro de Wú Yújade se encargó de castigar a todos  aquellos que eran leales al príncipe tanto soldados y comandantes al igual que a sus amigos más cercanos que lo acompañaron en la guerra que se desato con el reino vecino, sin embargo había una persona muy poderosa que el emperador había pasado por alto al no tener ninguna evidencia  de sus actos y este era el regente imperial.

El regente imperial Liang Xie tenía un aspecto corpulento con un bigote largo y una expresión seria, era el encargado de la administración del territorio imperial, la defensa del reino y la coordinación de las fuerzas militares, así como la toma de decisiones en ausencia del emperador o del príncipe.

El Regente Imperial,  Liang Xie, era un hombre astuto y maquiavélico que sabía cómo manipular las situaciones a su favor. Durante la guerra en la que participó el príncipe Wú Yújade, Liang Xie se aseguró de que sus tropas llevaran insignias y estandartes distintos a los del ejército regular del reino, de manera que no pudieran ser identificados fácilmente como soldados imperiales.

Además, Liang Xie mantuvo una estrecha comunicación con el príncipe Wú Yújade, pero siempre a través de intermediarios y de manera discreta, para que el emperador no se enterara de su participación en la guerra. Una vez que la guerra había terminado y el príncipe Wú Yújade había sido desterrado, Liang Xie se aseguró de que no hubiera rastro alguno que pudiera vincularlo con la guerra o con el príncipe desterrado.

En las afuera no muy lejos del palacio imperial se encontraba la mansión del regente un espacio amplio, custodiado por soldados, lleno de sirvientes y subordinados así  como diferentes patio donde vivían sus concubinas. Liang Xie se encontraba en su mansión, en un cuarto oscuro y suntuoso, con una mirada fría y calculadora en sus ojos, ordenó a un grupo de soldados que estaban alineados frente a él.

El regente parecía inquieto, caminaba de un lado a otro mientras hablaba con sus soldados: —Es imperativo que capturemos a Wú Yújade, si el rey se entera de nuestros planes, no habrá forma de que nos perdone. Debemos encontrarlo antes de que tenga la oportunidad de reunirse con el rey.

—Quiero que encuentren al príncipe Wú Yújade y lo capturen— ordenó el regente con voz firme.

—No importa lo que cueste, no puede ser permitido que viva para exponerme ante el rey por haberlo incitado a la guerra.

Los soldados asintieron con determinación y se apresuraron a salir de la habitación para cumplir la orden del regente. Este se quedó solo en el cuarto, inquieto y pensativo, pensando en cómo asegurarse de que su secreto permaneciera a salvo.

—Debo hacer algo para evitar que Wú Yújade hable, si el rey se entera de lo que he hecho, mi cabeza rodará, — murmuró el regente mientras se acercaba a una ventana y observaba el horizonte.

La tensión era palpable en el aire, y el regente sabía que no podía permitirse ningún error. Debía encontrar a Wú Yújade y deshacerse de él antes de que fuera demasiado tarde.

El príncipe Wú Yújade camina por las polvorientas calles de un pequeño pueblo en la frontera del reino, tratando de pasar desapercibido entre la multitud. Viste ropa simple y gastada, una camisa blanca y unos pantalones oscuros.

Un sombrero de paja cubre su cabello oscuro y ojos brillantes que, de otra manera, lo habría delatado. La gente lo miraba con desprecio y desconfianza, como si fuera un mendigo más.

 Wú Yújade caminaba por las calles empedradas del pueblo, con la cabeza gacha y una mano extendida, sosteniendo un pequeño cuenco de madera en busca de limosna Wú Yújade avanzaba lentamente, deteniéndose de vez en cuando para pedir dinero a los transeúntes.

Wú Yújade se acercó a un grupo de comerciantes que vendían frutas y verduras en una esquina de la plaza, con voz humilde, les pidió una moneda para poder comprar un poco de comida. Los comerciantes se burlaron de él y lo echaron de allí con insultos y golpes.

Él no se desanimó, sabía que debía hacer lo que fuera necesario para sobrevivir,  así que continuó caminando por las calles del pueblo, buscando cualquier trabajo o caridad que pudiera encontrar. Finalmente, un hombre joven con aspecto amable se detuvo frente a él y le dejó una pequeña moneda en su cuenco. Wú Yújade levantó la mirada para agradecerle, el hombre solo le ofreció una sonrisa sin decir nada y siguió su camino.

Finalmente, ve un pequeño establecimiento donde venden comida y bebida, y decide entrar.

Al entrar en la pequeña taberna, se encuentra con un ambiente ruidoso y acogedor, gente de todas las edades se sienta en mesas y bancos, charlando y riendo mientras beben y comen. Wú Yújade se sienta en una mesa en un rincón oscuro, tratando de no llamar la atención, pide un tazón de sopa y una jarra de vino de arroz, esperando pasar desapercibido.

Sin embargo, su suerte no parece estar de su lado en una mesa cercana, un grupo de hombres borrachos empiezan a mirarle con curiosidad, y uno de ellos se acerca a su mesa.

— ¿Qué hace un hombre con ese aspecto vestido con esas ropas sucias? — dice el hombre, riendo.

—Estoy de paso por aquí, — responde el Wú Yújade, tratando de parecer calmado.

—Bueno, aquí en el campo no estamos acostumbrados a ver a gente como tú, — responde el hombre, acercándose aún más.

Wú Yújade se siente incómodo, pero trata de mantener la compostura. Sabe que no puede revelar su verdadera identidad, pero tampoco puede permitir que estos hombres lo descubran.

—Solo estoy aquí para descansar un poco, —responde, tratando de ser amable.

— ¿Y qué tal si nos cuentas de dónde vienes y a dónde te diriges?, —pregunta otro de los hombres.

Wú Yújade se siente atrapado y piensa rápidamente en una respuesta que no revele su verdadera identidad. Finalmente, dice:

—Vengo de una pequeña aldea cercana y voy en dirección al sur, buscando trabajo.

Los hombres lo miran con desconfianza, pero finalmente vuelven a su mesa, dejando  a Wú Yújade  solo en su rincón oscuro. Wú Yújade suspira aliviado, agradecido de que nadie haya descubierto su secreto, termina su sopa y su vino de arroz, pagando con monedas de bajo valor, antes de salir a la calle y continuar su camino hacia el sur.

Mientras caminaba por las calles del pueblo, se topó con un grupo de soldados del regente imperial que patrullaban la zona.

Asustado de ser descubierto, Wú Yújade se escondió detrás de unas cajas de madera en un callejón cercano y comenzó a escuchar la conversación de los soldados, con el corazón latiendo con fuerza, Wú Yújade agudizó sus sentidos para no perder detalle de lo que los soldados decían.

— El Regente ha ordenado que capturemos al príncipe Wú Yújade, vivo o muerto, hay una recompensa por su cabeza y no podemos dejar que se escape, — dijo uno de los soldados.

El príncipe apretó los dientes con fuerza y trató de mantener la calma mientras seguía escuchando la conversación de los soldados. Sabía que estaba en peligro, pero también sabía que no podía dejarse capturar.

Wú Yújade escuchaba atentamente, y por dentro, sentía una mezcla de miedo, tristeza y rabia. Sabía que su vida estaba en peligro y que no podía confiar en nadie.

Después de unos minutos, los soldados se alejaron y Wú Yújade salió de su escondite, con una mirada determinada en sus ojos, decidió seguir adelante con su plan de redimirse  y así se dirigió en sentido contrario de los soldados hacia el sur, sin saber lo que le depararía el destino.

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Nota (significados)

Liang Xie: Malvado de Liang

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