Ana caminaba por el pasillo sosteniendo a su bebé con delicadeza, como si el mundo se hubiera reducido a esos pequeños brazos y esa respiración apacible. La confusión del encuentro anterior aún rondaba en su mente, especialmente la mirada intensa del joven que sostuvo a su hija. Había algo en él… algo familiar que no lograba ubicar, como un eco de un sueño olvidado.
Detrás de ella, Alan caminaba en silencio, inusualmente callado. Estaba procesando lo que había visto: su "princesa" en brazos de otro hombre, un desconocido que tenía un parecido absurdo con la niña. Aunque su dramatismo habitual siempre se salía con algún comentario cómico, esta vez algo le molestaba… un presentimiento.
—Ana —dijo finalmente, cuando entraron en la habitación—. Ese hombre… ¿lo conoces?
Ana se giró, sorprendida por el tono serio de su voz.
—No. Al menos… no que yo recuerde.
Alan frunció el ceño.
—¿No que recuerdas? Ana, ¿y si…?
—No empieces, Alan. —Ana dejó a la bebé con cuidado en la cuna de la habitación—. Apenas estoy empezando a entender este mundo. Todo es confuso. Ya es suficiente tener que aceptar que estoy aquí, que soy otra persona, que esta pequeña depende de mí…
Alan la miró, con una mezcla de compasión y frustración. Él era el único que sabía la verdad de su transmigración. El único al que Ana le había confiado lo que sentía al despertar en ese hospital, en ese cuerpo ajeno, con un pasado que no era suyo.
—Solo digo que hay muchas piezas sueltas, Ana. Y esa bebé se parece demasiado a él. No estoy insinuando nada, pero…
—¡Pero lo estás! —Ana alzó la voz sin querer, luego suspiró y la bajó—. Mira, no lo conozco. Pero… sí sentí algo raro. Su cara, su presencia… algo en mí reaccionó.
Alan la observó en silencio. No necesitaba preguntar más.
Mientras tanto, en el pasillo frente a la sala de espera, el joven seguía sentado, en completo silencio. Su madre a su lado revisaba el celular, enviando fotos de bebés al grupo familiar, emocionada como si ya tuviera nietos reales.
—¿Sabes qué nombre le pondrías si tuvieras una hija? —preguntó de pronto, rompiendo el silencio.
El joven tardó unos segundos en responder.
—...Nina. Siempre me gustó cómo suena. Es suave. Como la brisa antes de un sueño.
Su madre lo miró de reojo. Sonrió. Esa no era una respuesta común en su hijo.
—Ya ves… —murmuró—. Estás más tocado de lo que crees.
Pero él no dijo nada. Seguía viendo el pasillo donde Ana desapareció minutos antes. Sentía un hueco extraño, como si algo dentro de él se hubiera activado al sostener a esa bebé. Sus ojos oscuros aún recordaban el calor del pequeño cuerpo, la quietud en su llanto, la manera en que lo miraba como si lo conociera de antes.
—Mamá… —susurró, apenas audible—. ¿Crees que el destino se puede cruzar con nosotros dos veces?
Su madre lo miró sorprendida, pero antes de decir algo, el celular del joven sonó. Era su prometida. Otra vez.
Él apretó los labios y rechazó la llamada.
Esa noche, Ana no pudo dormir. Acariciaba la manito de su hija con ternura, mientras su mente giraba como una rueda sin freno. La cara del joven seguía flotando en sus pensamientos, como si su subconsciente intentara descifrar un misterio antiguo.
—¿Quién eres? —susurró mirando al techo—. ¿Por qué siento que ya te vi… antes de despertar en este mundo?
La bebé movió los labios como si respondiera. Ana sonrió cansada y cerró los ojos.
Lejos de allí, el joven miraba una antigua fotografía escondida en una caja de madera que siempre llevaba consigo. Era una imagen borrosa de cuando era niño, sostenido por una mujer que no conocía, y al fondo, una fuente antigua…
Sus ojos se abrieron al instante.
—La fuente… —susurró—. ¿Por qué ahora me viene a la mente esa mujer?
Y entonces recordó.
La figura de una mujer corriendo hacia él, su voz llamándolo, sus lágrimas cayendo en el agua.
—¿Fue un sueño? —preguntó a la nada.
Pero en lo más profundo de su alma, supo que esa mujer… tenía los mismos ojos que Ana.
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