Ana caminaba por los pasillos del hospital, dejando a tras a la madre de la protagonista, sujetando con suavidad a su bebé en brazos. El sonido de sus pasos resonaba en la quietud del lugar, mientras su mente seguía procesando la absurda realidad en la que se encontraba. Había despertado en el cuerpo de otra mujer, dentro de una historia que no entendía completamente, con una hija que, por alguna razón, ya parecía haber existido antes en los recuerdos de la novela que había leído. La vida de la joven Ana había tomado un giro insospechado, pero no podía quedarse paralizada. Debía encontrar respuestas.
Primero se dirigio a sala de neonatología para un breve chequeo y luego se fue sin rumbo ,no sabía exactamente hacia dónde se dirigía, pero sentía que su camino la llevaría a un lugar donde pudiera entender más sobre su nueva vida. Sin embargo, antes de llegar a su destino, una puerta abierta atrajo su atención. Era la habitación 105.
Desde dentro, se escuchaba una voz femenina regañando con tono severo a un joven que, aunque intentaba defenderse, no parecía tener mucho que decir ante las palabras de la mujer.
—Hijo, ¿eres ciego o qué? ¿Cómo puedes aceptar casarte con una mujer como ella? ¡Solo le interesa la herencia que te dejará tu padre! Y por favor, no me hagas creer que la amas, porque no puedo ver ni una pizca de amor en tu rostro. Solo te lo digo por tu bien, hijo mío. ¡Quiero que seas feliz!
Ana se detuvo un instante, dudando si debía continuar su camino o escuchar un poco más. Fue en ese momento cuando el joven en la habitación atendió una llamada. Su voz sonó tensada al contestar, pero la que le respondía tenía un tono chillón y claramente molesto.
—¡Querido! ¿Cómo puedes olvidarte de mi cumpleaños? ¡Esto es imperdonable!
La mujer en la habitación, al escuchar el reclamo de la otra parte de la conversación, soltó una risa burlona.
—Hijo, cuelga de una vez. Su voz me está dando jaqueca.
El joven, al parecer sin ganas de discutir, se despidió rápidamente con una promesa.
—Te daré un hermoso regalo, mamá. Ya verás.
La mujer rió con suficiencia.
—¡Ay, hijo, tendrás que comprarte un par de orejeras! Si no, pronto estaras más sorda que yo.
Ambos compartieron una risa, y finalmente, la mujer salió de la habitación con su hijo detrás de ella.
—Debes apresurarte , no quiero llegar tarde a ver a los angelitos —dijo la madre, caminando rápidamente.
Ana no podía evitar escuchar la conversación entre madre e hijo. Algo en la atmósfera la hizo detenerse por completo, sintiendo una extraña mezcla de compasión y curiosidad. Aun así, decidió volver a neonatología porque ya debio terminar su chequeo.
. .............
La mujer de la habitación 105 no paraba de hablar sobre lo maravilloso que sería ser abuela, deseando que alguno de esos bebés fuera su nieto o nieta. Mientras tanto, su hijo la miraba con una mezcla de alegría por ver a su madre feliz, pero también con tristeza al recordar que ella estaba enferma. Los doctores aún no podían descubrir la causa de su malestar, lo que hacía que él se preocupara cada vez más.
Ambos llegaron a la sala de neonatología, donde la mujer no pudo evitar mostrar una fascinación absoluta por los bebés que allí se encontraban. Pero hubo uno en particular que la hizo detenerse en seco.
—¡Mira! —exclamó, señalando a un bebé que la enfermera levantaba de su incubadora—. Este es especial, seguro que es mi nieto.
El joven miró a su madre, quien estaba perdida en su admiración por los pequeños. Pero su atención fue desviada cuando la enfermera se acercó, sosteniendo al bebé en brazos y dirigiéndose hacia él.
—Señor, por favor, tome a su bebé —dijo la enfermera con una sonrisa—. Estaba a punto de llevárselo a su madre, pero como ha llegado, puede llevarlo usted.
El joven la miró confundido, sin saber cómo reaccionar. Finalmente, sin poder negar lo que estaba pasando, extendió los brazos y tomó al bebé. A pesar de que las palabras no salían, lo sostuvo entre sus brazos, sintiendo la calidez de la pequeña. La madre no pudo evitar reírse un poco, al ver la confusión que había causado la enfermera.
—Hijo, ¿no me digas que ahora eres padre? —comentó la madre con una sonrisa burlona—. El bebé no llora.
_Eso es raro. Y te ves tan serio, como si nunca hubieras tenido un bebé en tus brazos.
El joven estaba sorprendido, pero se sentía extrañamente tranquilo. En sus brazos, la bebé no lloraba, algo que le parecía inusual. Recordó, vagamente, que los bebés y los niños siempre lloraban cuando él estaba cerca.
En ese momento, Ana apareció en la sala, buscando su hija. Al verla, la confusión aumentó en su mente. La bebé estaba en los brazos de ese hombre extraño, pero algo en él le resultaba familiar, como si su rostro le hubiera parecido ya conocido en algún lugar.
La enfermera se acercó a Ana con una sonrisa.
—Señora, su esposo y padre de la bebé están por llevarla a su habitación.
Ana frunció el ceño, sorprendida. No sabía qué responder ante lo que acababa de escuchar, hasta que un joven detrás de ella se adelantó y, con tono dramático, exclamó:
—¿Por qué no me dijiste que ya habías conseguido un nuevo papá para la princesa? Eres cruel, me has roto el corazón —dijo en un tono exagerado, pero con un leve toque de broma.
La enfermera, visiblemente confundida, se disculpó de inmediato, creyendo que había cometido un error.
—¡Oh! Disculpe, señor. Pensé que usted era el esposo de la señora, ya que el parecido entre ustedes dos es impresionante. Pero veo que me equivoqué.
Ana no sabía si reír o si quedar perpleja ante la situación. Finalmente, la señora que estaba con el joven intervino, explicando el malentendido.
—Mis disculpas, fue un error de mi hijo no aclarar la situación —dijo con una sonrisa afable—. Pero este bebé es tan hermosa, y se parece tanto a mi hijo en su infancia que pensé que era mi nieta.
El joven, aún en silencio, observaba fijamente a Ana, notando por primera vez lo hermosa que era. Durante un breve segundo, sintió una extraña decepción, al darse cuenta de que esta mujer tan cautivadora ya estaba casada.
—¿Así que es una mujer casada? —pensó, sintiendo un golpe de tristeza en su pecho.
Ana, saliendo de sus pensamientos, recogió a su hija y se acercó a la mujer.
—Gracias por su ayuda, pero me retiro ahora. Debo llevar a mi hija a su habitación.
Con una última mirada al joven, Ana se despidió y comenzó a caminar hacia la salida, dejando atrás la sala de neonatología.
La madre del joven, observando cómo Ana se alejaba, no pudo evitar comentar:
—Hijo, parece que ya te han flechado el corazón. Qué lástima que la conociste tarde.
El joven no respondió, su mirada aún fija en el lugar donde la mujer había desaparecido. Cuando su madre lo observó, se dio cuenta de que algo en su hijo había cambiado. Con una sonrisa traviesa, comentó:
—¿Te gusta, hijo mío? ¡Ya lo veo!
Pero el joven simplemente reaccionó con una expresión seria, como si intentara alejar esos pensamientos de su mente.
—No digas tonterías, mamá. Solo estaba pensando en lo hermosa que es la bebé.
La mujer rió y, viendo que no obtendría más respuestas, se giró y caminó junto a él.
—Vamos, hijo, necesito descansar. Ya no puedo más.
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Comments
Pollito 🐤
Hola autor@, espero que estés bien y por favor no la abandones esta historia es muy buena y me quede con ganas de que va a pasar y que sucedera, bueno nos vemos en tu proximas historias.
2024-11-12
1
Mariel Cordova
plis autoraaaa es un muy buen inicio . lo actualizarlas? saluditos desde bolivia
2023-12-01
2
actualizar
2023-11-07
2