Uriel entro en la habitación cerrando la puerta tras de sí, no podía lograr entender nada de lo que estaba sucediendo, se tiro sobre la cama intentando recordar algo pero su mente estaba completamente en blanco, se quedó mirando el techo buscando respuestas, ni así consiguió conseguir alguna.
Se levantó después de un largo rato de tormento, se dirigió al baño para ver su imagen en el espejo a ver si así lograba recordar algo.
Ya frente aquel espejo estuvo parado mirándose sin conseguir nada, pero la intuición le decía que ese era su lugar y que algo lo había llevado hasta ahí.
Ya por lo menos sabía que se llamaba Uriel y que sus padres eran esos ancianos también que tenía un hermano que se llamaba Luis.
Se quedó mirando su imagen en ese espejo y algo en su mente se ilumino trayéndole unos vagos recuerdos de un lugar azul he iluminado, recordó una voz fuerte que le hablaba pero no sabía lo que le decía, era como millones de relámpagos, entonces sintió un fuerte dolor de cabeza que lo estremeció y lo hizo caer inconsciente en el piso.
Unos minutos más tarde se despertó, al escuchar la puerta sonar y la voz de aquella anciana que decía ser su madre, se levantó dirigiéndose a la puerta, ahí estaba nuevamente la señora delante de él, sus ojos azules le inspiraban ternura, la escucho hablar
-Uriel hijo te busca Alberto
-está bien madre, dile que ya subo al taller- cuando ella se disponía a marcharse él le dijo
-¡gracias madre!- la señora sonrió y con la mirada cristalizada le dio un beso en la mejilla para luego marcharse, Uriel se pasó la mano por aquella mejilla acariciándola, la sensación que sintió con ese beso fue tan hermosa que le hizo saltar el corazón emocionado.
Se volvió a sentar en la cama y comenzó a hablar solo
¿Y ahora qué debo hacer? siquiera se en que trabajo, para que me busca ese cliente ¿que se supone debo decirle?
Salió de la habitación con dirección a las escaleras a donde lo llevo su intuición, así descubrió aquel cuarto improvisado en la azotea de la casa de sus padres, desde ahí miro las montañas que se levantaban, se quedó frente a la puerta mirando hacia adentro, un sinfín de aparatos y mesas con televisores y repuestos que lo ayudaron a descubrir poco a poco a que era lo que se dedicaba, camino con pasos cuidadosos hasta que escucho la voz de un hombre que se le acerco saludándolo
-¡buenos días Uriel! Oye sé que te molesta que venga sin avisar, pero es que si no vengo a traerte ese televisor me mata mi mujer, desde ayer estoy escuchándola pelear por lo mismo, disculpa de verdad, veo que tienes bastante trabajo- Uriel trataba de pensar que decirle, de un momento a otro su mente comenzó a fabricar palabras que su lengua pronunciaba sin saber cómo, le coloco la mano en la espalda amablemente y le dijo
- tranquilo Alberto, así son las mujeres, hay que tenerles paciencia porque a pesar de todo las amamos- Alberto se lo quedo mirando asombrado ya que lo conocía, eran vecinos desde hace muchos años y conocía el temperamento obstinado de Uriel, y este jamás se referiría a una mujer de esa manera ya que su fama de que era un déspota alejaba a cualquier mujer que se le acercaba, todos los que conocían a este hombre sabían que prácticamente odiaba todo lo que lo rodeaba.
Alberto le sonrió y hasta se atrevió a bromearle
-¡oye! ¿Estas enfermo?- Uriel mantenía la mirada fija en aquella lamina verde que descubría en el aparato y le contesto
-no, hoy me han preguntado lo mismo mis padres, imagínate hasta madre pensó que yo había consumido algo ¿Qué te parece?
-sí, es que es tan extraño que estés de buen humor y…- Uriel le contesto aun concentrado
-debe ser que cuando me pongo así es porque no me he tomado mi te de jengibre
-¿te de jengibre? – dijo aún más el confundido hombre, mientras veía a Uriel probar la electricidad de aquella tarjeta con algo que parecía un lápiz y en un monitor mostraba los voltajes, este le contesto
-¡sí! ¡Me encanta él te de jengibre! Claro con leche es divino- Alberto levanto los hombros y continuo explicándole lo relacionado al aparato que había llevado.
Al cabo de una media hora, se presentó su madre con galletas y café negro para que comieran, Alberto tomo la pequeña taza y una de las galletas, mientras que Uriel solo agarro la galleta y la comió con tanto placer que los que lo presenciaron no lo podían creer, su madre le dijo mientras sonreía
-hijo, no has tomado tu café- Uriel le contesto poniendo la cara de desagrado
-¡no tomo café! Madre eso es malo para la salud- nuevamente los presentes volvieron a quedar atónitos con aquella respuesta ¿Cómo era posible? Si este hombre solo pensaba en fumar y tomar café, entonces Alberto volvió a bromear con el mientras llevaba la pequeña taza a sus labios
-no me digas que ya tampoco fumas
-¿fumar? ¡Eso es peor que el café!- la madre volvió a preguntar
-hijo ¿estás seguro que te sientes bien? Es que apenas ayer agarraste una rabia porque no pudiste comprar tus cigarros y hasta discutiste con el señor de la tienda, porque no los tenía- Uriel cayo en cuenta que se estaba poniendo al descubierto así que aunque le costó tuvo que mentir
-sí, es que por eso mismo decidí dejar ese mal habito- la señora se excusó diciendo
-bueno, me alegro que así haya sido, me voy antes de que te molestes- Uriel hizo un gesto con su cara demostrando que no le afectaba la presencia de ella
-no te preocupes madre, no veo por qué me molestaría – nuevamente la señora y el amigo cruzaron las miradas extrañados, la madre contesto
-bueno es que normalmente te molesta que suba cuando estás trabajando
-ya te dije que no hay problema-
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