Lucía se levantó temprano esa mañana, todavía sintiendo el agotamiento y la tensión de la noche anterior. La experiencia en la estación de policía la había dejado con una sensación de vulnerabilidad, como si el mundo que había construido a su alrededor se estuviera desmoronando.
Se vistió rápidamente y salió de su apartamento con su mochila, tratando de no llamar la atención. Sabía que no podía quedarse allí por mucho tiempo. Después de todo lo que había pasado, no podía permitirse ser complaciente.
Tomó el primer autobús que pasó y se sentó en la parte trasera, mirando por la ventana mientras la ciudad se desvanecía detrás de ella. Se sentía sola y aterrorizada, pero también determinada. Sabía que tenía que encontrar un lugar seguro, y rápido.
El autobús la dejó en el borde de la ciudad, en una zona que no conocía. Caminó por las calles desiertas, manteniendo los ojos abiertos y la mochila apretada contra su cuerpo. No quería ser vista, no quería llamar la atención.
Finalmente encontró un pequeño hotel que parecía seguro. Alquiló una habitación por un par de días y se encerró adentro. Después de asegurarse de que todas las puertas y ventanas estuvieran cerradas y bloqueadas, se dejó caer en la cama y respiró profundamente.
Pero no podía quedarse allí para siempre. Sabía que necesitaba un plan, un lugar seguro donde pudiera reagruparse y comenzar de nuevo. Después de un poco de investigación en línea, encontró un refugio para mujeres que había sido recomendado por varias organizaciones de ayuda a las víctimas de la trata de personas.
Se vistió con su ropa más discreta y empacó la mochila. Miró a su alrededor una última vez antes de salir de la habitación y bajar al vestíbulo. La recepcionista la miró con curiosidad, pero Lucía le sonrió y le entregó la llave de la habitación.
Caminó por la ciudad, tratando de mantenerse oculta en las sombras. Finalmente llegó al refugio y tocó el timbre. Después de unos momentos, la puerta se abrió y una mujer amable la saludó y la invitó a entrar.
El refugio estaba lleno de mujeres de diferentes edades y orígenes. Algunas parecían estar en la misma situación que ella, mientras que otras estaban allí para buscar refugio de la violencia doméstica. Lucía se sintió un poco más segura rodeada de mujeres que entendían lo que estaba pasando.
Pasaron los días y las semanas. Lucía comenzó a asistir a las sesiones de terapia y a las clases de autoayuda en el refugio. Había pasado tanto tiempo luchando contra la trata de personas y la injusticia, que había olvidado cuidar de sí misma.
Poco a poco comenzó a sanar. Se sintió menos vulnerable y más fuerte. Comenzó a pensar en el futuro, en lo que quería hacer con su vida.
Un día, mientras hablaba con una de las consejeras del refugio, se dio cuenta de que quería ayudar a otras personas que habían pasado por situaciones similares a las que ella había vivido. Así que decidió trabajar en el refugio como voluntaria para brindar apoyo emocional y consejería a las mujeres que buscaban ayuda y refugio.
Un día, mientras realizaba su trabajo en el refugio, recibió una llamada de su antiguo jefe en el banco. Él le ofreció un trabajo en una nueva división del banco que se estaba enfocando en proyectos sociales y de ayuda comunitaria. Lucía estaba sorprendida, pero también emocionada por la oportunidad de utilizar sus habilidades y conocimientos para hacer un cambio positivo en la comunidad.
Sin embargo, la alegría y la emoción pronto se transformaron en miedo y angustia cuando recibió una llamada anónima advirtiéndole que su vida estaba en peligro. La persona del otro lado de la línea le dijo que se mantuviera alejada del banco y que renunciara al trabajo que le habían ofrecido si no quería tener problemas.
Lucía estaba aterrorizada. ¿Quién estaba detrás de estas amenazas? ¿Cómo podía protegerse a sí misma y a sus seres queridos? Decidió hablar con la policía y proporcionarles toda la información que tenía sobre su pasado y los peligros que había enfrentado en el pasado.
La policía le dijo que tomarían medidas para protegerla y que mantendrían una vigilancia constante en su hogar y en el refugio. Lucía se sintió un poco más tranquila sabiendo que estaba tomando medidas para protegerse a sí misma y a aquellos que la rodeaban.
Pero la amenaza no desapareció. Una noche, mientras estaba trabajando en el refugio, escuchó un ruido afuera. Miró por la ventana y vio a un hombre sospechoso acechando cerca del edificio. Lucía llamó a la policía de inmediato y se escondió junto con las mujeres que estaban en el refugio.
El hombre fue arrestado, pero Lucía sabía que debía ser cautelosa y estar siempre alerta. No podía permitir que el miedo la paralizara y la impidiera hacer lo que quería hacer.
Finalmente, después de varias semanas de tensión y temor constante, las amenazas cesaron y la vida de Lucía volvió a la normalidad. Continuó trabajando en el banco y en el refugio, y se sintió agradecida por la oportunidad de hacer una diferencia en la vida de las personas.
Lucía había aprendido que la vida podía ser peligrosa e impredecible, pero que no debía permitir que el miedo la detuviera. Había descubierto su fuerza interior y su capacidad para enfrentar los desafíos y superar las dificultades. Y a pesar de todo lo que había pasado, estaba lista para seguir adelante y enfrentar lo que el futuro le deparara.
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