“La Llegada de la Tempestad”

Lucía despertó temprano, sintiéndose cansada y agotada después de la noche anterior. Había pasado gran parte de la noche despierta, en alerta, esperando cualquier señal de peligro. Pero finalmente, el sueño había llegado, y ahora se sentía más descansada.

Sin embargo, esa sensación de tranquilidad no duraría mucho tiempo. Al asomarse por la ventana, se dio cuenta de que algo había cambiado. El cielo estaba oscuro y amenazante, y el viento soplaba con fuerza, agitando las ramas de los árboles.

Lucía sintió un escalofrío recorrer su espalda. La tormenta estaba llegando, y no era una tormenta común. Era una tormenta de proporciones épicas, capaz de destruir todo lo que encontrara a su paso.

Trató de mantener la calma y pensar con claridad. Si la tormenta era tan peligrosa como parecía, necesitaba prepararse para lo peor. Buscó su teléfono celular para llamar a las autoridades, pero descubrió con horror que no tenía señal.

Lucía se sintió aún más vulnerable e impotente. Estaba sola, en una casa aislada, sin forma de pedir ayuda. Se acercó a la ventana y observó cómo los árboles se doblaban bajo la fuerza del viento. Los truenos resonaban en el cielo, y los relámpagos iluminaban el paisaje con una luz siniestra.

De repente, un estruendo ensordecedor sacudió la casa. Lucía se tambaleó, tratando de mantener el equilibrio. Corrió hacia la puerta para comprobar qué había pasado, pero cuando intentó abrirla, se dio cuenta de que algo estaba bloqueando el paso.

Con el corazón latiendo con fuerza en el pecho, Lucía examinó la puerta con atención. Había algo atascado en la cerradura, algo que impedía que se abriera. Trató de moverlo con fuerza, pero no tuvo éxito.

En ese momento, un fuerte golpe sacudió la puerta. Lucía dio un respingo, asustada. ¿Había alguien intentando entrar en su casa? ¿Era el hombre de la barba tupida?

El golpe se repitió, y esta vez la puerta cedió un poco. Lucía se dio cuenta de que algo o alguien estaba empujando desde el otro lado. Desesperada, buscó algo que pudiera usar como arma, pero no encontró nada.

La puerta volvió a temblar, y esta vez cedió aún más. Lucía se acercó, tratando de ver lo que había detrás. Pero no podía ver nada. Solo había oscuridad y lluvia.

De repente, la puerta se abrió de golpe, y Lucía se vio empujada hacia atrás con fuerza. Cayó al suelo, golpeándose la cabeza contra la pared. La tormenta seguía rugiendo afuera, y ahora también había un sonido extraño en la casa, como si alguien o algo se moviera en la oscuridad.

Lucía se incorporó con dificultad, tratando de recuperar el aliento. Tenía miedo, pero también estaba enojada.

¿Cómo se atrevían a entrar en su casa sin su permiso? ¿Quiénes eran y qué querían? Estas preguntas y muchas más se agolpaban en su cabeza mientras se levantaba y se adentraba en la oscuridad de su hogar.

Se escuchaban sonidos extraños por toda la casa, como si alguien estuviera caminando por los pasillos, pero Lucía no podía ver a nadie. El miedo comenzaba a invadir su cuerpo y su mente, pero su instinto de supervivencia la mantenía alerta.

Decidió buscar una linterna y un arma, algo con lo que pudiera defenderse. Con paso lento y sigiloso, recorrió la casa, intentando no hacer ruido para no alertar a quien o quienes fueran los intrusos.

Finalmente, encontró la linterna en una de las habitaciones y una barra de hierro en el garaje. Armada con su improvisada arma, Lucía siguió recorriendo la casa, tratando de encontrar a los intrusos.

Mientras caminaba, pudo sentir el latido acelerado de su corazón en su pecho. Cada vez que escuchaba un ruido extraño, su instinto la hacía tensarse y prepararse para lo peor.

De repente, escuchó un fuerte ruido proveniente del segundo piso. Lucía subió las escaleras con cautela, con la barra de hierro en alto, lista para atacar si era necesario.

Cuando llegó al segundo piso, la puerta de una de las habitaciones estaba entreabierta. Lucía pudo ver un resplandor rojizo que salía de la habitación. Avanzó lentamente y empujó la puerta suavemente, intentando no hacer ruido.

Lo que vio la dejó sin aliento. En la habitación había un hombre, pero no era el hombre de la barba tupida. Era un hombre de aspecto elegante, vestido con un traje oscuro y una corbata roja. Estaba de pie frente a una mesa, en la que había un extraño artefacto.

Lucía no podía entender lo que estaba viendo. El hombre parecía estar concentrado en algo, completamente ajeno a su presencia. De repente, el hombre se giró y la miró directamente a los ojos. Lucía quedó paralizada por el miedo.

“Parece que te has metido en algo que no te concierne, señorita”, dijo el hombre con una sonrisa malévola en su rostro.

Lucía no sabía quién era este hombre, pero estaba segura de que no era alguien que pudiera confiar. Tomó una postura defensiva, sosteniendo la barra de hierro con fuerza.

“¿Quién eres tú y qué estás haciendo en mi casa?”, preguntó Lucía, intentando mantener la voz firme.

El hombre se encogió de hombros con indiferencia. “Solo estoy haciendo mi trabajo, señorita”, dijo. “No tienes nada que ver con esto. Pero si te quedas aquí, podrías poner en peligro todo lo que hemos trabajado tan duro para conseguir”.

Lucía no entendía nada de lo que estaba sucediendo, pero sabía que debía protegerse a sí misma y su hogar. Miró al hombre directamente a los ojos y trató de transmitir determinación y fuerza. “No sé quién eres, ni qué estás haciendo aquí, pero esto es mi casa y no permitiré que nadie la invada y cause daño”, dijo Lucía, mientras apretaba la barra de hierro con más fuerza.

El hombre sonrió con suficiencia. “Muy bien, señorita valiente. Pero te advierto que no somos gente a la que se deba desafiar”, dijo mientras se acercaba a Lucía con paso decidido.

Lucía dio un paso atrás y levantó la barra de hierro, dispuesta a defenderse. El hombre se detuvo a unos pocos pasos de distancia, observándola con una mezcla de curiosidad y diversión. “No tienes idea de lo que te estás metiendo”, dijo antes de darse la vuelta y salir de la habitación.

Lucía lo observó alejarse, sin entender nada de lo que acababa de suceder. Sabía que estaba en peligro, pero no sabía quién eran esos hombres ni qué querían de ella.

Decidió que necesitaba ayuda, y rápidamente. Tomó su teléfono y llamó al único amigo que sabía que podía ayudarla en una situación como esta: su exnovio, Carlos.

Después de explicarle lo que había sucedido, Carlos llegó a su casa en pocos minutos. Lucía estaba agradecida por su presencia, aunque no sabía si podía confiar en él por completo.

Carlos examinó la casa, buscando cualquier rastro de los intrusos, pero no encontró nada. Lucía le contó lo que había visto en la habitación del segundo piso, y Carlos decidió que necesitaban investigar más a fondo.

Juntos, revisaron la habitación y encontraron un diario oculto en un cajón del escritorio. Lucía lo abrió y comenzó a leer. Lo que descubrió la dejó sin aliento.

El diario pertenecía a su difunto padre, quien había sido un reconocido científico. Las últimas páginas del diario hablaban de un descubrimiento que había hecho antes de su muerte, algo relacionado con el clima y la energía del planeta. Pero lo más inquietante era que había mencionado una organización secreta que estaba interesada en su descubrimiento y que había intentado arrebatárselo.

Lucía y Carlos se dieron cuenta de que estaban involucrados en algo mucho más grande de lo que habían imaginado. Ahora, no solo estaban luchando por su supervivencia, sino por proteger un secreto peligroso que podría cambiar el mundo tal como lo conocemos.

La tormenta se acercaba, y Lucía y Carlos estaban en el ojo del huracán.

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