CAPÍTULO 3| Conflictos.

Angela Jones.

—ochenta y cinco, ochenta y seis, ochenta y siete...

—¿Qué estas contando?—pregunto mientras uso la caminata en cinta.

—Los segundos que faltan para mi....

Un timbre sonó fuerte y sin importar dejar sin tímpano a todas las personas del edificio. Dejé de trotar y me bajé de la máquina con la toallita alrededor de mi cuello. Le lancé una mirada áspera a Bárbara. Ella no tardó en apagar el gallo que tenía como alarma.

—Les hice unos cupcakes con mucha fibra, o mucho chocolate, ya lo olvidé. —sonríe inocentemente dejando la charola en la mesa.— Me levanté temprano porque ganaste el juicio.

—Ya pasaron semanas desde el juicio, barb.

—Lo sé, en esas semanas me estabas cargando de trabajo ¿o no?

Touch.

Los quejidos de una castaña hace que ambas volteemos a verla. Su melena está disparada para todos los lados posibles, se frota un ojo mientras bosteza. Su pijama de gatitos llama mi atención.

¿No es mía? Mientras me quedo mirando la pijama ella avanza hacia nosotras.

—¿Esa es...

—Si, lo tomé prestado ayer.

Asiento con la cabeza.

—¿Ya están los cupcakes? —balbucea.

—Si, pero están calientes. No les recomiendo comer uno ahora.

Muy tarde. Ana agarra uno, ni siquiera se queja al tomar algo caliente en sus manos, lo huele y despierta de inmediato. Se sienta a comer el cupcake y solo se concentra en eso.

—Vaya...

Me río por tener a una resaqueada y a una cocinera peleando por tener la razón.

—¡Eso no se come así!—grita Bárbara.

—¿Y?

—Están muy calientes, necesitan reposar un rato.

—¿Esto es de chocolate? —pregunta la castaña señalando su cupcake ya a la mitad.

—Déjame ver. —empieza a buscar algo en la charola—¡Eso no es tuyo!

Se lo arrebata. Ahora parecen un par de niñas.

—Tu debes comer proteína no chocolate.

—Es domingo, puedo comer lo que me da la gana.

—Pero eso es mío, aún no reparto nada.

La morena empieza a repartir los cupcakes, y efectivamente tenía de 2 tipos, cuatro para cada una. Pero, ahora ella tendrá que comer fibra y no creo que esté contenta con eso.

—Sabe a mierda.—comenta asqueada al probar justamente el que no quería.

—A si es comer sano, Barb.—se lamentó Ana.

Decidí abandonar la conversación de lamentos para seguir con mi rutina. Subí a mi habitación, me coloque los audífonos y subí un par de números en el volumen. Me doy un baño y aprovecho el día para tardar más de lo normal, el agua caliente relaja mis músculos.

Estos días han sido un tormento, desde el fin de las vacaciones, el juicio y las amenazas contra Estados Unidos solo crean tensión en mi.

Mientras me relajo en la ducha, el teléfono pausa la canción que estaba escuchando para poner mi tono de llamada. Algo tan común cómo el tono programado ya. Suelto un suspiro y salgo de la ducha. Un número desconocido aparece, atiendo la llamada. Pocos consiguen mi número.

—Habla Angela Jones.

Nadie contesta. Cuelgo y vuelven a llamar.

—Habla Angela Jones.

—Lo sé, coronel. —la voz con un tono oscuro de mi padre me tensa de inmediato.

—¿Ministro?—salgo del baño sin toalla, simplemente voy y me siento en mi cama.

—Que inteligente, Angela.—se burla.

—¿Que quieres, Dominick?

Lo conozco bien para saber que solo me llama cuando necesita algo.

—Hoy a las siete pasará Harry por ti, tenemos que hablar.

—No tengo agendado nada para hoy.

—Angela, no estoy jugando. Vienes hoy o te despides de tu carrera. —cuelga.

Chantajes, siempre lo mismo.

El día pasa rápido y lento a la vez, el cielo se torna de un color más oscuro desde temprano y las nubes grises advierten que lloverá pronto.

Aunque el frío de afuera este por bajo de 0° opto por un vestido negro corto y un abrigo largo, las sandalias con tacón de Saint Laurent y por último perfume.

Las cenas o reuniones con mi padre no es lo común y si no estoy a la altura me criticaran por el resto del año, no estoy dispuesta a pasar por más conflictos de los que ya tengo.

Salgo de la habitación, encontrando a mis dos amigas viendo friends. Ambas con pijama pero ahora parecen limpias. Una vez notan mi presencia me reparan con la mirada.

—¿Coronel? —se burla una.

—¿Tienes una reunión hoy? —pregunta Bárbara con las cejas fruncidas.

—Si se puede llamar así, si.

Bajo los escalones para ir al comedor y dejar mi carrera mini ahí. Me siento en la silla, totalmente desanimada.

Hoy debía descansar física y mentalmente, pero el destino parece tener muchos planes conflictivos. El timbre suena, miro la hora en el reloj. Son apenas las seis y cincuenta, no creo que sean tan puntuales.

Ana hace el amago de pararse pero la detengo.

—Voy yo, debe ser Harry.—anuncio.

Ella asiente pero no deja de mirar hacia la puerta. La abro y detrás de esta aparece un hombre que definitivamente no es Harry. Este se ve más joven, sin canas y con un estilo de Trapero de los dos mil. Le sonrío genuinamente.

—¿Por qué nadie me avisó que habías llegado?—pregunta él.

—¡Dean!

Me lanzo a sus brazos y el rodea mi cuerpo sin apretarme, sus brazos siguen a distancia de mi cuerpo.

—¿Dean?

La cabeza de Bárbara se asoma, y Ana ya está a unos cuantos pasos de mi.

—Pensamos que no ibas a llegar nunca—reprocha la morena.—El chocolate ya está frío.

—Lo lamento, la lluvia está muy fuerte ahora. Hay demasiado tráfico. —lo veo, no está mojado para nada.

—Debe ser—responde Ana y luego salta a sus brazos. El si la abraza de verdad, parece que ninguno de los dos puede respirar con ese abrazo. Repite la misma acción con Bárbara.

—¡Pijama de calzones!—grita Bárbara con una sonrisa. Dean frunce el ceño.—Y calzoncillos también.

Me río.

—Iré por la pijama.

Él va hacia la habitación de visitas que se ha convertido en la de él.  El timbre vuelve a sonar, esta vez solo una vez. Abro la puerta y y veo a un hombre alto, mayor y con un tinte negro nuevo. Sonrío al verlo, lo conozco desde hace muchos años.

Nos hemos visto mucho en las vacaciones, mi padre a estado en Italia al igual que yo. Y Harry a sido el mensajero entre ambos. Ninguno piensa saber nada del otro.

Tomó mi bolsa y salgo con Harry, entrelazo nuestros brazos.

—Harry que bueno verte.

—Señorita Angela, ¿a crecido o me parece?

Me río.

—¿Y usted porque se ve tan guapo?

—Veré a mi esposa esta noche.

Harry está casado con el ama de llaves de mi padre, y todos los años salen a comer en esta fecha, es su aniversario. No se ven mucho, Dominick lo tiene con más trabajo del necesario.

—Les deseo un feliz aniversario.—el me agradece. —¿Cómo esta la señora Ale?

—Bien y encantada con el nuevo trabajo que le dió el señor Dominick.

—¿Ya no trabaja con él?

—No, ahora trabaja un par de horas en un apartamento de...

Llegamos a nuestro piso.

—Es bueno saber que está con menos trabajo, necesita descansar un poco.

—Si, hoy es su día de descanso justamente.

—¿Y usted por qué no va a arreglarse?—pregunto, lleva puesto un uniforme negro con hombreras doradas.

—Tengo que cumplir con mi trabajo.

—Puedo irme sola, y usted debe ir con su esposa.

El se niega pero al final hace lo que le digo, se va en la camioneta y yo voy hacia mi lamborghini veneno, subo y enciendo la radio.

Dark Room de Michele Morrone suena, arranco y salgo hacia mi destino. La lluvia golpea la venta, el capo y el techo del auto. Le subo volumen a la radio.

¿Qué pasa si llego unos minutos tarde? No creo que pase algo malo. Disfruto el viaje, hago una pausa para comprar un café. Y vuelvo a mi camino.

Aparco un poco más abajo de la entrada, allí me espera un hombre con un paraguas y otro que espera tomar las llaves de mi auto. Bajo, el paraguas evita que me moje un solo cabello, extiendo mi mano y entregó las llaves.

—Cuídalo como oro.—avanzo seguida del hombre que no deja que me moje, sin embargo, el está empapado.

—¡Si, señora!

Me detengo.

—Señorita.—corrijo.

Veo a otro empleado con paraguas en la puerta, lo mando a llamar. Al otro lo envío a otro lado. Se va a enfermar si sigue así. Voy a quejarme después. ¿Que clase de empleo es ese?.

Maldigo para mis adentros cuando unas gotas de lluvia caen por mi cabello y mojan mi abrigo y zapatos. Rápidamente viene otro hombre seco a ayudarme, sacudo mis zapatos y entrego mi abrigo al mozo.

La mayoría de los millonarios de los Ángeles cenan aquí, más que un restaurante es un lugar donde muchos solo vienen a fingir y a hablar mal. No envidio este tipo de lugares y prefiero estar lejos de estos.

—Buenas noches. —saludo.

—Buenas noches señorita, ¿Tiene reserva?

—Si, a nombre de Dominick Jones.

El asiente con la cabeza y llama a otro trabajador.

Este me lleva hacia mi mesa, siento miradas sobre mi cuando entro. No sé si es por salir en muchas revistas o por llevar un vestido tan corto y para verano en pleno invierno y frío infernal. Agradezco al aire acondicionado, mis zapatos suenan cuando todos dejan de comer para prestar su atención en mi.

Visualizo a lo lejos a un Dominick molesto, tiene la cara de querer matarme ahí mismo. Sonrío. Obtuve lo que quería.

Él tiene que saber que yo jamás haré lo que el me pida sin rechistar.

Me observa directo a los ojos, sus ojos mieles se ven un poco más oscuros que los míos. Sigo caminando hacia su Mesa con la seguridad que me caracteriza. Adopto otra actitud cuando veo más personas en la mesa.

Dejo de competir con mi padre para intentar arrepentirme por lo que hice.

—Disculpen, el tráfico me está terrible a esta ahora y más por la lluvia.

—No te preocupes, coronel.

Le sonrío a David, el mejor amigo de padre.  El no se cree nada de lo que acabo de decir, eso es obvio.

—Gracias. Y lo lamento una vez más.

Saludo a los demás invitados, siento una fuerte mirada en mi y mis ojos van directo hacia allí. Me quedo de piedra.

Enderezo la espalda en tanto mis sentidos se ponen alerta cuando mi nariz percibe un exquisito olor amaderado. Alzo la vista una vez más. Siento que algo me quema cuando lo observo, quedo perpleja e hipnotizada con lo que veo, mi crush desde hace quince años está aquí y ya no es un adolescente.

¿De donde sacó esa belleza tan varonil?

Por educación debería seguir saludando, pero mi cuerpo parece no querer moverse ni captar ni una de las peticiones de mi cerebro.

Se levanta y en ese preciso momento tengo miedo de que mis rodillas fallen. Su altura me intimida durante unos segundos que parecen horas.

Su belleza es tan hipnotizante que me pierdo en ella una vez más. Está vestido con un traje negro, el primer botón de su camisa está abierto y sin corbata formando un estilo formal-casual.

Está como para comérselo, parece un gran pastel de chocolate.

—Hades no sé si recordarás a mi hija, Angela Jones.—se levanta mi padre, por su voz puedo intuir que a ganado algo.—Coronel de la la central de Estados Unidos.

—De hecho, si la recuerdo ministro.—dice él, mi corazón da un vuelco de alegría en mi pecho.

—Un gusto Hades. —extiendo mi mano.

—El gusto es mío, coronel.

El toque de su mano con la mia crea una electricidad que va hacia mi espalda creando un escalofrío encantador.

Su mano áspera deja la mia y tomo asiento por fin.

—Ahora quiero anunciar el propósito de esta reunión.

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