A mis veintiseis años había logrado muchas cosas que a mis quince años solo lo tenía como un sueño lejano. Ser la coronel de la central más importante del mundo, con muchas medallas de oro, era una gran ambición para una mujer según los hombres.
Trabajé día y noche, desde un soldado normal hasta ser lo que soy. Y mi padre tenía mucho que ver en esto, hizo que cada mañana sea una escalera hacia el éxito, me crió para ser como el.
Una persona tan fría y calculadora. Estaba subiendo rápido y a pasos firmes.
Pero no todo es color de rosas, los problemas con las mafias habían empeorado con los años y nadie se atrevía a enfrentarse con ellas. Había crecido en fuerza y población ya que muchas personas se habían quedado en la calle por las injustas normas otorgadas por el coronel de Japón y parte de Italia.
La mafia italiana había dado un golpe y yo era quien los retenía, por lo que mandaron a asesinar muchos soldados razos. Intenté controlar mi poder y explote ordenando a matar a todo aquel italiano o japonés que intente cruzar la frontera.
Las cosas se arreglaban de la misma manera: muerte por muerte.
El juicio que tanto me atormentada había llegado.
La CIA había sido tolerable con mi manera de manejar las cosas y ya había alcanzado el límite.
Pero... ¿Si nos dejamos de tonterias y vamos al punto porque resulta tan malo?
Ellos eran los que dejaban que todos los mafiosos vivan como Reyes y a nosotros nos daban tan poca información hasta casi mandarnos a callar y enredar nuestro camino con tal de que sigan recibiendo premios del estado.
Nadie en su sano juicio se atrevía a ir contra la CIA.
Lamentablemente yo ya había alcanzado la línea de la locura.
Estados Unidos es el sueño de cualquier extranjero. Para algunos solo un país más y para mí era mi hogar.
El cielo estaba lleno de nubes grises dando una advertencia de que iba a llover, la brisa fría recorriendo la piel.
—Erick.—mi guardaespaldas viene hacia mi, la sombrilla sigue esperando por mi afuera de la camioneta. —Manda a Karen con los fiscales de la CIA. Quiero que sea uno de ellos.
—Si coronel.
Tomar decisiones a última hora no es algo común en un coronel. Lo primero que se hace es estudiar al enemigo y luego clavarle un puñal en la espalda.
Y eso es tan común que no resulta conmigo. Primero se apuñala por la espalda y luego estudias a tu enemigo.
Tres malditos años me había tomado saber todo de la CIA, los traicione en secreto y en su momento más frágil fueron los primeros en darme todo lo que necesitaba. Jugamos al gato y al ratón y a última hora ellos fueron los que me traicionaron queriendo exportarme de mi cargo y del país.
—Coronel.—Alfonso me mira por el espejo retrovisor.
Me observo en el pequeño espejo. Ignorando al hombre.
Mi maquillaje está impecable, de todos oscuros para un look dramático y un rojo intenso que cautiva la mirada de todos.
—Es hora. —decimos al mismo tiempo, el asiente y baja de la camioneta blindada.
Rodea el auto y abre la puerta con sumo cuidado, los flashes se hacen presentes, la sombrilla sigue ahí para cuando salga. Alfonso toma mi mano ayudándome a salir, mi bota negra con tacón toca el suelo. Salgo del auto con la frente en alto sin mirar a nadie.
—¡Coronel! ¿Es cierto que el ministro Jones estará presente en la audiencia?
—¿Será exportada por corrupta?
Ignoro a todo aquel que haga preguntas estúpidas y gracias a Dios todos dicen algo tan incorrecto que solo sonrío para mi misma, mi cabello negro recién pintado se mueve con la brisa del viento.
El trueno se hace presente y pocas gotas de lluvia también. Puedo ver a algunas personas bajar apresuradas de sus autos para tapar las cámaras.
Entró al edificio antiguo y grande, las escaleras son tantas que mi Secretaría jadea al llegar a la puerta.
—¿La CIA esta aquí?
—Si, Luisa Hernández dará la cara junto a su acompañante Oliver Spears. Ex general de la central británica.
—Correcto.
Espero a ser llamada, no hay algo más interesante que el suspenso. Loren entra y sale diez minutos después un tanto nerviosa. Su vestimenta consiste en una falda tubo negra con una blusa blanca y unos tacones negros, su peinado está tan apretado que me da la idea de que le dará una migraña.
Parece un típica secretaría de una empresa aburrida.
—Quita esa coleta. Me estresa. —dejo de mirarla y me concentro en ser anunciada.
El silencio es tan incómodo cuando Luisa se aparece justo a mi lado, con su cabello Rubió recogido en un moño suelto pero elefante. Su vestimenta se parece a la de mi Secretaría por lo que la mira con desprecio.
Atrás de ella viene un hombre con traje negro, desde sus zapatos a su cabeza todo está impecable. Su cabello rubio esta bien peinado, sus cejas pobladas varoniles están fruncidas, sus ojos oscuros me reparan sin ningún pudor. Su rostro se relaja y una sonrisa aparece en sus finos labios marcando más su mandíbula con barba de hace tres días.
Es atractivo, alto y sexy.
Le alzo una sonrisa idéntica a la suya, es obvio que es coqueteo.
Un hombre no sería mi distracción ahora por más que esté bueno.
—Buena suerte, coronel Jones.
La señora me mira tan altanera y triunfadora.
—No puedo desearle lo mismo, Luisa.
Entra a la sala, su acompañante me echa una última mirada antes de seguirla. Su perfume se queda por segundos en el aire, huele a tabaco y fresco, como a madera y un leve toque a vainilla.
¿Que diablos?
Dejo de olfatear antes de que alguien me vea. La idea de ser la denunciada por delitos ilícitos que no cometí me mantienen tan alterada que estoy haciendo tonterias.
—Se declara abierta la sesión. —anuncia el juez, puedo escuchar claramente su voz autoritaria. —Señor Secretario, lea los escritos de acusación y defensa.
Por minutos no logro escuchar nada. ¿No debería ya estar adentro?
—Señorita coronel, ya tenemos que entrar.
Loren me avisa con una voz débil que es opacada.
—¡Que pase la acusada!
Las puertas grandes de madera se abren al igual que las de la entrada, muchos periodistas entran con su traje de lluvia mojando parte del edificio. Los flashes se hacen presentes otra vez, dejándome ciega al instante.
Sigo con mi camino, el pantalón de traje negro tapa una parte de mis tacones que muestran solo un poco de piel, mi saco tiene un escote en V que se muy bien como usar.
No soy capaz de mirar a la audiencia, sé que ahí ya están mis amigas y familia. Solo veo con una sonrisa algo egocéntrica a mi contrincante. Luisa Hernández.
Todos están de pie, yo saludo al juez y tomo asiento como todos aquí. Mi abogado está a mi lado, saca las pruebas y todo lo necesario para la primera ronda.
El jurado adopta aquel papel y empieza los momentos de tensión para ambas partes.
Empieza el interrogatorio. La CIA se encarga de dejarme en el suelo con cada mínimo detalle. Sus abogados parecen querer aferrarse al pasado más que al presente.
Es una guerra entre ambas, es una guerra llena de enfrentamientos hipócritas, disputas y peleas. Luchamos por lo mismo en ambas partes; poder.
—En el pasado año, el día cinco de junio del dos mil dieciocho, la demandada Angela París Jones cometió el delito de mandar a asesinar a todos los emigrantes que cruzan las fronteras por una mejor vida.
Me quedo tranquila en mi asiento, el juez solo se queda en shock. Ningún coronel se atrevió a tomar esa decision antes.
—Es absurdo darle una pena de solo un mes. —dicta el abogado de Luisa. —Lo mínimo que merece la corrupta y criminal es una pena de diez años, exportación y ser expulsada de su cargo como coronel.
—Fueron exactamente seis mil muertos y cuatrocientos heridos. Ninguno fue rescatado y tampoco les brindaron ayuda.—argumenta la defensa.
—Abintestato.—mi abogado se mantiene sereno ganándose una mirada de reproche desde el otro lado. —No hay pruebas contundentes de ese caso.
—Si las hay. —el abogado entrega un archivo al secretario y un documento al juez.
Imágenes se muestran en la Sala. Me tenso, Luisa se mantiene con su habitual aire triunfador. Las imágenes de mujeres y hombres en estado deplorable. Personas con sangre, destruidas y muertas con hijos. Algunas son tan horrendas que el jurado cierra los ojos y me mira como si fuera de lo peor.
Las pruebas de muestran una por una, están los soldados junto de día y noche cuidando las afueras con armas.
—¿De donde sacaron eso?
Él mira sus documentos y luce tan nervioso que me arrepiento de contratarlo.
—Hay un traidor aquí, coronel.
—Hablaremos del caso—anuncia el abogado.
—Son acusaciones falsas mi señoria—alega mi abogado, y ya quiero arrestarlo a él por ser tan estúpido.
—Pruébalo—desafía el otro bando.
—Permítanme hablar. —pido, me levanto dando la cara. El juez lo permite asintiendo. —Debido a mi lugar, no puedo hablar mucho. El asesinato de hombres y mujeres, más no de niños, a sido mi decisión.
Mi abogado me mira perplejo, el juez asiente y Luisa se queda de piedra.
—Dado al hecho de que las mafias han ido creciendo de población en Italia y Japón, han ordenado de miles de personas invadir también terreno ajeno. Cada uno se sigo registrado y estudiado por la EMAF, ningun hombre, mujer y niños han sido heridos a propósito y tengo pruebas de ello. Cómo también pruebas y acusaciones contra la CIA.
—Acérquese.
Entregó el documento y el USB. Vuelvo a mi asiento y miro mal a mi abogado, el otro abogado trata de sonreír con 0 credibilidad.
La proyección de fotografías de cada una de las personas asesinadas sin ningún pudor y también de las que dejamos pasar se muestran.
—Señoria, aún si son buenos o malos la muerte no es una de las opciones que un coronel debe decidir. La única condena para estos criminales mafiosos es de cadena perpetúa.
Mierda.
—Señor juez, también tenemos pruebas de que la CIA dejó que nuestros soldados sean asesinados por la mafia BRAVA.
Más y más pruebas, más discusión y peleas, nadie dará su brazo a torcer.
El primer turno había acabado, y habían más puntos a mi favor. A pesar de que matara a muchas personas sin sentirme culpable sabia que estaba en lo correcto. Luisa me siguió durante todo el descanso.
—Quiero un trato.—anunció en voz baja.
—¿De que hablas? —servi el café y la miré con una sonrisa.
—Tu ganas.—se puede escuchar la impotencia en su voz. —Con una condición.
—¿Cual? —ya estaba cansada de pelear contra ellos, era demasiado fácil y un juicio no vendría bien en mi currículum.
—Oliver Spears será tu nuevo general, no tomaras ninguna decisión sin que el antes la autorice.
—No.
—Entonces serás expulsada del puesto, no olvides que la CIA puede decidir quién puede ir en cada puesto.
—Te equivocas Luisa, ningún bando puede interferir en el otro. Y si hiciste este alboroto para que Oliver este en mi central estas muy equivocada.
—Oliver solo está cumpliendo con su trabajo de plan B, él tiene que ser quien vigile cada uno de tus planes para que a la próxima no tenga que morir tantas personas.
—Y dime. ¿En que prisión alcanza seis mil personas mafiosas?
El juicio comienza otra vez.
—Lo sabía. —digo sonriente. —He ganado.
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