Capitulo 4: el escape.

La noche estaba oscura y tranquila, con apenas el susurro del viento como compañía. El reloj marcaba las cuatro de la madrugada, y en ese momento, Lowen tomó una decisión que cambiaría su destino. Sigilosamente, abrió la puerta de su celda utilizando las llaves que había logrado arrebatarle a un despistado oficial. Cada movimiento era calculado, cada paso era crucial para su escape.

Pero no pasó mucho tiempo antes de que alguien notara su partida. Desde la sombra, Gabriela lo observó, llena de sorpresa y preocupación. Sin poder contenerse, se acercó a él en silencio, tratando de entender lo que estaba ocurriendo.

—¿Lowen? ¿A dónde vas? —susurró Gabriela, su voz cargada de incredulidad y urgencia.

Lowen giró la cabeza hacia ella, sus ojos reflejando determinación y ansiedad.

—Te diré, pero no digas nada —respondió en un susurro—. Voy a escapar, necesito ver a Liza.

Gabriela quedó atónita por la revelación. La idea de un escape repentino y peligroso la dejó sin aliento.

—¡¿Qué?! ¡No puedes escapar! ¿Cómo vas a hacerlo? ¿Y cómo conseguiste esas llaves? —preguntó, tratando de entender la magnitud de la situación.

Lowen exhaló profundamente, tratando de explicar lo inexplicable.

—Es una larga historia, Gabriela. Sé que me meteré en problemas, pero necesito ver a mi hija, asegurarme de que esté bien.

Los ojos de Gabriela mostraban una mezcla de preocupación y resolución. No podía quedarse al margen, no cuando alguien necesitaba su apoyo.

—Yo te ayudaré, te acompañaré en lo que sea necesario.

Lowen le dedicó una mirada agradecida. A pesar de todo, Gabriela estaba dispuesta a estar a su lado una vez más.

—Gracias por estar aquí de nuevo —dijo Lowen, con gratitud en su voz—. Eres una buena persona.

Un momento de complicidad se formó entre ellos mientras Lowen la abrazaba. Gabriela sintió su corazón latir más rápido ante la cercanía, su mente en conflicto con sus emociones.

—Em… em… Lo-Lowen, ya… hay que irnos.

La voz apresurada de Gabriela rompió el instante, y ambos volvieron a la realidad de la situación. Era hora de actuar. Con decisión, Lowen asintió y ambos se pusieron en movimiento, avanzando en el silencio de la noche.

Lowen sabía que tenía que actuar rápido. Bajo su colchón, ocultó las llaves de las celdas, asegurándose de que Gwen las encontraría y tendría una oportunidad de libertad. Pero ahora, las llaves para escapar del recinto carcelario aún faltaban. El riesgo era alto, pero la posibilidad de ver a su hija valía cada peligro que enfrentaría en su camino hacia la libertad.

Después de un cambio rápido de ropa, abandonaron sus uniformes de prisionero y se vistieron con ropas normales. Con cautela, abrieron la puerta de salida de la prisión y se aventuraron fuera de los muros que los habían mantenido encerrados durante tanto tiempo.

Sin embargo, la preocupación no tardó en apoderarse de Gabriela cuando divisó a los guardias cerca.

—Oh no, Lowen, hay guardias allí —susurró, su voz cargada de temor.

Lowen, con su mente ágil, ideó una solución al instante.

—Mmm, déjame pensar. Ya sé… —respondió, su mirada enfocada en la situación.

Con sigilo y astucia, lograron esquivar a los guardias y salir por la reja sin ser detectados. Una vez en el exterior, Lowen tomó el poco dinero que había logrado sustraer y solicitó un taxi, indicándole al conductor una dirección: la casa de su madre.

El viaje en taxi fue lleno de adrenalina y nerviosismo. Gabriela miraba por la ventana, expectante ante cada giro, mientras Lowen mantenía la calma con la esperanza de que todo saldría bien.

—No puedo creer que escapamos, van a enloquecer —dijo Gabriela, sus palabras mezcladas con asombro y ansiedad.

—Sí, lo sé. Gracias por siempre estar a mi lado, por apoyarme en todo, en serio —respondió Lowen, su tono de voz lleno de gratitud sincera.

Gabriela sonrió, sintiendo que sus esfuerzos habían valido la pena.

—No hay de qué, me gusta ser buena con las personas que lo merecen.

Finalmente, el taxi se detuvo frente a la casa de la madre de Lowen. Ana, la madre de Lowen y Gwen, los recibió con sorpresa y alegría en su rostro.

—¡¡Lowen, hijo!! ¡Gabriela! ¿Qué hacen aquí? —exclamó Ana, emocionada.

—Mamá, nos escapamos —dijo Lowen, con una mezcla de emoción y cansancio.

—¡¿Qué?! Oh, por dios, entren rápido —dijo Ana, invitándolos a entrar con urgencia.

Sin perder tiempo, Liza, la hija de Lowen, corrió hacia él y lo abrazó con fuerza.

—¡¡Papa!! —exclamó Liza, emocionada.

—¡¡Mi amor!! —respondió Lowen, abrazando tiernamente a su hija— Te extrañé mucho, necesitaba verte.

Liza lo miró con ojos llenos de alegría y emoción. Era un momento que ambos habían anhelado durante tanto tiempo.

—¿Cómo viniste hasta aquí, papá? —preguntó Liza, curiosa.

—Me escapé, hija —dijo Lowen, con una sonrisa en los labios—. Hice lo que tenía que hacer para poder verte, para estar contigo de nuevo.

La emoción llenó la habitación mientras los tres se abrazaban en un encuentro lleno de amor y reencuentro. El riesgo que habían tomado había valido la pena por este momento de unión y felicidad.

Más tarde, después de un rato de conversación, Gabriela decidió tomar un baño para relajarse y refrescarse después de los acontecimientos del día.

—Ana, ¿puedo usar tu baño? —preguntó Gabriela, buscando un lugar para bañarse.

—Sí, claro, utilízalo —respondió Ana.

Mientras Gabriela se preparaba para darse un baño, Lowen estaba en su cuarto, ajeno a lo que ella estaba por hacer. Sin embargo, sin darse cuenta de que Gabriela estaba en el baño, Lowen entró y se encontró con una sorpresa que lo dejó desconcertado.

—¿Qué? Oh… —exclamó Lowen, viendo a Gabriela en estado de desnudez.

Gabriela, avergonzada y sorprendida, reaccionó rápidamente, arrojándole un zapato mientras se cubría con una toalla.

—¡¡Ahhh!! ¡¡Lowen!! ¡Vete de aquí! —gritó Gabriela, con rostro enrojecido.

—No, no, perdón, perdón, no sabía que estabas aquí —se disculpó Lowen apresuradamente.

Salió del baño, cerrando la puerta detrás de él. Mientras Gabriela continuaba con su baño, Lowen se dirigió a su habitación para descansar y darle tiempo a Gabriela de terminar.

Minutos después, cuando Gabriela había terminado de bañarse y vestirse, se encontraba secando su cabello con una secadora cuando Lowen entró a la habitación para disculparse.

—Oye, perdón por entrar sin querer al baño, no sabía que estabas allí —dijo Lowen, visiblemente apenado.

—Está bien, pero la próxima vez toca la puerta antes de entrar —respondió Gabriela, aceptando la disculpa con calma.

Más tarde, los oficiales de la prisión comenzaron a darse cuenta de la ausencia de dos prisioneros.

—Chicos, salgan de sus celdas, es hora de comer —anunció el oficial Aiden Kelly.

Sin embargo, al revisar las celdas, se dieron cuenta de que tanto Lowen como Gabriela habían desaparecido.

—Oh, ¿qué? No, no, ¿dónde está Lowen? ¿Y Gabriela? —exclamó el oficial Murphy, sorprendido y preocupado.

La alarma de la prisión comenzó a sonar en respuesta al descubrimiento de la fuga.

—¿Qué pasó? ¿Por qué suena la alarma? —preguntó el oficial Murphy, confundido.

—Sí, ¿qué sucede? —añadió Rose Byrne.

—¡¡Gabriela y Lowen no están!! ¡Escaparon y no tengo mis llaves! —explicó el oficial Murphy, con creciente preocupación.

La noticia provocó una reacción inmediata, y se enviaron patrullas de búsqueda para localizar a los fugitivos.

Mientras tanto, en la prisión, los compañeros de celda de Lowen y Gabriela comenzaron a darse cuenta de su ausencia.

—¿Cómo que mi hermano no está? —exclamó Gwen, preocupada.

—Mi hermana tampoco está aquí —dijo Melanie, desconcertada.

—Oh no, van a estar en graves problemas cuando vuelvan aquí, te lo aseguro… —comentó Jackson, anticipando las consecuencias de su fuga.

Gabriela miró por la ventana y vio luces intermitentes de autos de policía iluminando la zona.

—¡Lowen! Ven, corre, mira esto —llamó Gabriela, alarmada.

Lowen se acercó rápidamente y observó la situación afuera.

—¿Qué pasó? Oh no, nos están buscando —dijo Lowen, preocupado.

—Papá, ¿nos están buscando? —preguntó Liza, sintiéndose ansiosa.

—Sí, hija, pero no te preocupes. Vuelve a tu cuarto, no quiero que te vean —dijo Lowen, tratando de tranquilizar a su hija.

—Tengo miedo de lo que nos puedan hacer cuando nos encuentren —confesó Gabriela, con temor en sus ojos.

—No temas, Gabriela. Tranquila, no pienses en eso, ¿sí? Voy a pensar en algo para evitar que nos encuentren —respondió Lowen, tratando de ser reconfortante.

—¿Qué pasa? —preguntó Ana, uniéndose a la conversación.

—Mamá, nos están buscando. Vi las luces y las sirenas de la policía por la ventana —explicó Gabriela, aún preocupada.

—Van a meterse en problemas, no deberían haber escapado —dijo Ana, evaluando la situación.

—Tengo miedo, no puedo estar tranquila. ¿Y si nos encuentran? No sé qué podrían hacernos —confesó Gabriela, temblando ante la idea.

—Tranquilízate, Gabriela. No va a pasar nada, te prometo que encontraré una manera de evitar que nos encuentren —dijo Lowen, tratando de infundirle confianza.

—¿En serio? —preguntó Gabriela, buscando seguridad en sus palabras.

—Te lo aseguro —respondió Lowen con determinación.

A lo largo de la noche, la búsqueda de los fugitivos continuó. En un momento dado, alguien tocó la puerta de la casa y Ana se apresuró a atender.

Mientras tanto, Lowen y Gabriela se escondieron, con el corazón latiendo rápidamente debido al miedo. Gabriela estaba temblando y nerviosa mientras observaba la situación.

Ana mintió hábilmente, improvisando una historia para despistar a los oficiales de policía y lograr que se alejaran de la casa.

—Gracias madre, nos salvaste —agradeció Lowen, aliviado por el giro de los acontecimientos.

—Sí, ya sé lo que haremos —dijo Ana con determinación—. Nos vamos de viaje, a un lugar lejano donde no nos puedan encontrar.

—¿Qué? Eso es demasiado arriesgado —respondió Gabriela, sorprendida por la propuesta.

—Pero es la única opción si queremos escapar y evitar volver a la prisión —argumentó Ana, convencida de la necesidad de esa decisión.

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