capítulo 13

Aunque es cierto que Alma tenía un poco más de $1000 para la renta, sabía que tendría que comprar sábanas para dormir bien y tener algo cómodo. Por lo menos, quería acomodar el cuarto un poco para poder vivir lo más cómodo posible, pero trabajaría todas las noches si era posible. Así que le pidió a Vanessa que la acompañara a un centro comercial cercano para comprar algunas cosas y le comentó que prácticamente todo el dinero que tenía sería para acomodar el cuarto.

Alma: Vanessa, ¿tú crees que podré juntar suficiente dinero para poder viajar y traer a mi hijo a vivir conmigo?

Vanessa: Todo es posible mientras luches y trabajes, pero recuerda que ese trabajo es muy desgastante. Tu hijo sufriría mucho al no tenerte, ya que si te das cuenta, casi es hora de irnos a trabajar y nos acabamos de despertar prácticamente.

Alma: Sí, lo sé, pero no sé qué pensar en este momento. La verdad es que a lo mejor mi hijo puede tener una vida más estable lejos de mí, pero aun así me duele porque es mi hijo.

Vanessa: Oye, tú me dijiste que tu marido murió. ¿Estás segura de que murió? ¿Miraste el cuerpo o fuiste a su funeral?

Alma: No, la verdad es que no. Su mamá me corrió en cuanto dijeron que había muerto, así que no sé si está vivo o muerto. También fui a su casa y no había nada de funeral.

Pasaron unos días y Alma seguía trabajando, aunque no le gustaba. Cada vez que llegaba a su departamento, se tallaba el cuerpo con gran coraje, pero sabía que no tenía otra opción, pues era menor de edad y no tenía dónde más ir. Esos días eran un martirio para ella, cada día sentía más. Un día, miró a un chico que entró a un bar, uno de los cuales parecía visitar frecuentemente Alma para sacar clientes de ahí.

Alma: Hola, ¿verdad que tú te llamas Santiago?

Santiago volteó en dirección a la voz que le hablaba.

Santiago: Sí, pero ¿de dónde te conozco? ¿Cómo sabes cómo me llamo?

Alma: Te conozco de Veracruz. Eras vecino de las que eran mis suegras.

Santiago: Ah, sí. Tú eres la chiquilla que se vino con su amante.

Alma: Me corrieron de la casa y me quitaron a mi hijo. La señora me dijo: "Después de la muerte de su hijo, el niño se quedaría con ella, ya que era lo único que le quedaba para recordar a Miguel".

Santiago: "A recordar a Miguel, pero si Miguel está ahí con su familia, feliz de la vida. De hecho, cuando ya me vine a vivir aquí, él estaba por celebrar su boda. Se iba a casar con una chica de ahí del pueblo, la cual es su novia desde hace mucho tiempo".

Alma, al escuchar esto, sintió que su vida se caía en mil pedazos, pues no solo había perdido el amor de Miguel, sino también a su hijo. "¡Qué mentira tan más grande si se decía!", ella pensó mientras las lágrimas no se hacían esperar.

Santiago: "O sea que te corrieron para que él se casara con esta muchacha. Ay no. El niño está bien, no te preocupes. Ella lo quiere mucho. Hasta donde subimos, ellos habían terminado porque ella no podía darle un hijo. Así que nada le va a faltar. Y pues, por lo visto, tú no podrías darle una vida normal, pues te dedicas a esta vida".

Alma: "Estás equivocado. Yo amo a mi hijo. Aunque Miguel me tratara de la fregada, para mí él era mi todo. Y ahora lo he perdido. ¿Qué voy a hacer? A mi hijo jamás le van a decir de mi existencia". Salió Alma corriendo del bar.

Alma, al sentirse mal y no poder sentirse un poquito mejor con ella misma, ya que también había abandonado a su hijo. Ya tu día pude haber luchado por él. Se cuestionaba muchas veces de que ella pudo haber secuestrado o robado a su propio hijo para que estuviera con ella, pero no lo hizo por ingenua, por inmadura, por lo que ella quisiera pensar. Pero le dolía. Alma no tomaba hasta ese día que se puso su primera tía. Tomó una botella que le había regalado un ex amigo de ella. Le regaló una botella de tequila y se la tomó toda. Después de esa botella, salió a la calle a buscar trabajo. Se sentía destrozada. Pero sabía que la vida continuaba y que mañana le iba a doler más y necesitaba algo para calmar.

Al salir en ese estado de ebriedad en el que ya se encontraba, no se percató de que unos tipos la estaban siguiendo. Pero para ella, las miradas de los hombres eran muy comunes, pues ya no se vestía con ropa demasiado reveladora que no dejaba nada a la imaginación. Sin embargo, esto era más por su trabajo que por gusto propio. A lo largo del día, las miradas de los hombres no le faltaban, así como las críticas a su espalda. Un hombre le pidió que lo acompañara y ella aceptó, cosa que nunca hacía, pero se subió a la camioneta y tomaron rumbo desconocido. Vanessa sí notó que estaba triste, pero no se dio cuenta de que estaba ebria y no era consciente de lo que hacía. Mientras subía a la camioneta, Alma pensaba que era mejor que la mataran a que le pasara cualquier cosa, ya que no quería vivir. Incluso pensaba en cómo terminar con su vida.

El tipo se detuvo en un expendio y compró cerveza, pero cuando se subió a la camioneta, se quedó algo en medio de los dos: el copiloto y el chofer. El copiloto intentaba meter mano debajo de la falda de Alma, lo cual la hacía sentir incómoda. Intentaba bajar y decía: "Me pueden bajar, por favor. Ya no quiero seguir esto. No era el trato. Se supone que nomás serás tú, no él". De repente, sintió que algo le cubría la cara y era una bolsa negra que le tapaba la cara. Alma sintió miedo y pánico, empezó a querer gritar, cuando le dieron un golpe en la cabeza y quedó inconsciente sobre las piernas del copiloto. Pasaron unos minutos cuando Alma empezó a reaccionar y se encontraba dentro de una casa. En esa casa, ya no solo había dos hombres, sino que había más de cuatro hombres. Cada uno de ellos fue entrando y abusando de Alma como si fuera un objeto. Pasaron tres días con Alma ahí encerrada. Entraban y salían hombres, usándola como si fuera un objeto. Uno de ellos la lastimó tanto que estaba sangrando. Ya llevaba un día sangrando y le dijo a su amigo que la llevaría al doctor. Pero el que la había recogido dijo que no, que a lo mejor era mejor que muriera, ya que si la llevaban al hospital, sería mucho peor para ellos y su familia. Se notaba que la casa no era una casa cualquiera, era una casa elegante. La habitación donde estaba era grande, pero no tenía cómo salir. Alma sufría y lloraba en una esquina del cuarto. En cuanto salían los hombres, ella se metía al baño que estaba en la misma habitación, se lavaba el cuerpo y se ponía en un rincón a llorar. Decía que todo eso se lo había ganado por haber querido estar del lado de un hombre que no la amaba, que desde el principio nunca la amó. Pero también se cuestionaba qué iba a ser de ella, pues ahora ya no sabía cómo salir. Si la matarían o la dejarían vivir.

Alma: Por favor, déjame ir. Te juro que no voy a decir nada. Te juro que no voy a buscar policía ni nada. Solo quiero vivir, quiero llegar a tener la posibilidad de volver a ver a mi hija.

Tipo X: Mira, te dejaré vivir, pero con una condición: harás lo que yo te diga para salir de aquí. Nada de ver, nada de decir, y si me miras, ni me conoces, ¿te parece?

Alma: Sí, no se preocupe, yo no diré nada. Y si te miro, ni te conozco, pero por favor, quiero irme. No sé cuánto más, me siento muy mal.

"Solo dime dónde quieres que te deje", le dijo el hombre.

Alma: Donde me recogiste, no hay problema, ya sea de día o de noche. Me he quedado muy cerca de donde vivo, solamente quiero llegar a mi casa.

Se hizo de noche y el tipo la subió a la camioneta de la misma forma que llegó. Amarrada y con la cara tapada, la llevó hasta donde la recogió y la dejó tirada. Yo, Alma, cuando estaba tirada, sentía que alguien intentaba sacarla y nada, era nada más y nada menos que Vanessa, la cual al ver que era ella, la abrazaba y le decía: "Mi niña, ¿qué te pasó? ¿Qué te hicieron?" Alma lloró y le dijo que estaba desgarrada, que estaba sangrando, ya que no era sangrado normal como si fuera su periodo, que quería ir al doctor, que sentía muy mal.

Vanessa: Claro que sí, mi niña, vamos, ven, apóyate en mí. Te voy a llevar, pero dime qué te pasó, ¿cómo estuvo que llegaste a esa situación? No entiendo, yo te he dicho que no te subas a la camioneta, que aquí está el hotel.

Alma: La verdad, no estaba en mis cinco sentidos. Me enteré de algo que me lastimó mucho. Sabes, Miguel no está muerto, está vivo.

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