La montaña que lloró plata

SUMACK ORCKO

ALTO PERÚ, 1545.

...Silencio total del cielo…...

...Vacío de viento, el espacio y el tiempo se transportan, pasa en fusión singular de luz y color partiendo de una hoguera. ...

Dos continentes, dos tierras, casi iguales en siluetas cordilleranas, convergen desde una montaña de libros, en Tordesillas, retratada en mapas y escritos que cuentan del fuego de la inquisición, y me sale en la pantalla virtual, una escena en que se fusiona otra idéntica que es una montaña andina en el altiplano del Virreinato del Perú. En la que, el personaje, Diego Huallpa, al amanecer de un día para la historia, mientras buscaba una oveja extraviada, quedaría sorprendido al descubrir el cerro que hubo de llorar plata en la madrugada de la revolución industrial.

La fogata encendida luego de haber apreciado el eclipse de sol y luna, apartó nubes y vientos, iluminó, increíble el lugar sagrado de los Incas, calentó la superficie de la montaña cónica derramó hilos del precioso metal plateado, dejando contento al joven andino, que corrió feliz, por la planicie ondulada en que se construirá la Villa Imperial y exaltado fue a contarle a su patrón, en Porco, un paupérrimo poblado andino.

El patrón, un encomendado español, descuidó su instinto individualista y participó de inmediato la noticia a España.

El hallazgo universal del encuentro de ese cerro repleto de plata, resultó en el más increíble de la historia moderna, y se inicia la epopeya de la plata, levantando la villa, de Potocsi, que significa:

El que lloró plata.

En mi pantalla, fue fantástico el efecto de retroceso: se produjeron imágenes fundiendo la historia cual una película que termina exactamente como en el guión diseñado; o como lo vayáis pensando. Mientras el texto, se amplíe, el armado visual, será mejor, pues tiene dominio propio al crear sobre las bases reales supuestas, bajo mecanismos virtuales, pero se debe dirigir bajo precaución y exactitud, cualquier esquematización de inserts, (injertos en la edición) que puedan interactuar junto a personajes ya existentes en la inmersión sobre el argumento creado previamente por uno o un grupo de guionistas de la historia que queráis crear virtualmente.

Este es el primer capítulo, ahora debo organizar trechos sueltos de escritos anteriores o posteriores que se acoplarán según el orden que decida, al mismo tiempo que me sitúo físicamente en lugares posibles del relato, y ya inmerso en la realidad virtual creada, los datos captados por la relación de informes o fuentes obtenidas, bien descritas y que se puedan estructurar, se verán en la pantalla como un film.

Después de tomar mate de coca para mantenerme bien a la altura de 4.067 metros sobre el nivel del mar, pasé a ver unas casonas antiguas de la antigua Villa y he aquí lo que armé y vi en la pantalla:

POTOCSI

1555

Cinco años después de aquel momento de Diego Huallpa, la llanura al pie del Sumac Orko, en la Villa Imperial de Carlos V, ha cambiado. Son dos mundos. El antiguo y el nuevo, pero la reproducción arquitectónica tomó características de cualquier ciudad de España, conviniendo en que, cualquier viajero se siente transportado en la realidad y tiempo.

El nuevo mundo, recién comienza a poblarse. Es el tiempo de la plata. Como en Potosí que va creciendo jalado por cuerdas ásperas a la manera de los barcos, levantando en vez de mástiles y velas, torres, casas y templos españoles, cuyas barandas de bronce en rejas y balcones, puertas de finas maderas, portones armados y clavado vistosamente por enormes tachones y clavos de cabezas talladas en bronce y plata, que forman botones de rosas y lirios, parecen más bellas que en la península ibérica; las tijeras y vigas se cruzan en andamios cual plataformas, donde los albañiles traídos de España y Portugal, cierran techos, sostienen escaleras, se detienen casi pisando en el aire; martillean el espacio; el cerro Sumac Orko (el que llora plata) al fondo, parece observar, en silencio. Ha corrido la voz al mundo. El cerro es imán. Hombres llegan del otro lado del orbe, indígenas claman. Una levantada produce muertes. Potosí, crece. Las minas extirpan metal convertido en lingotes, bordearán el inmenso salar de Uyuni, perdiéndose por montañas andinas, al litoral, en que embarcan en naos de retorno, veleros que zarpan de Chile y bordean la costa del Virreinato del Alto Perú; salen de América del sur, en corrientes propicias de la ruta del Pacífico, cruzan Panamá, al Caribe, atraviesan el Atlántico, hacia la Iberia; van y vienen las naos, los puertos europeos, especialmente en España y Portugal, se ha dividido el mundo mediante el Tratado de Tordesillas.

Es común, venta de pasajes, subir a marineros en esos puertos; presos, engrillados aún, cadavéricos, perdidos mentalmente, transportados desde oscuras celdas a espacios de sol, mar, montaña y nieve, desiertos, indios, oro y plata.

Pero en esas carabelas y enormes naos de la marina, no solamente van aquellos, arriba de los sótanos, en camarotes se acomodan pasajeros independientes, abajo esclavos, pobres, abandonados, claman subir y pagar, limpian vómitos en babor y estribor; en la borda, casi siempre repleto, en las naos mayores, se albergan grupos de damas y nobles de corte, en calidad de encomendados para fundar pueblos en los virreinatos.

El movimiento marítimo que mueve el traslado al nuevo mundo, acarrea también vacas, caballos, especias y mercados completos.

Es una sensación increíble lo que siento más allá de mi imaginación al escribir estos primeros capítulos. Otro texto escrito también años atrás, me proporciona las siguientes imágenes:

EL CASTILLO

DE TORDESILLAS

ESPAÑA 1555

La reina Juana la Loca, agoniza…

Las imágenes me enternecen, son dolorosas, allí está la famosa reina de la cual leí bastante, pero cada vez me fascinaban más los filmes sobre ella, y ahora me aparece y casi puedo ya hablar con ella en persona, pero es imagen virtual aún. Debo atender y respetar la secuencia:

Una mujer llega. Habla al carcelero de la reina. Ingresa en la celda. «Debéis llevarla inmediatamente a su aposento», dice Doña Virginia Lerán.

— Señora, yo soy el encomendado para velar por la reina, ella está loca, no podemos permitir que...

— Es demasiado para una mujer y más para una reina… inaudito que ella padezca de esta manera. ¿No veis que va a morir? Déjeme hablarle: ¡Señora, mi señora, mi señora! – Se aproxima a su oído suavemente. Le acaricia las manos. Doña Juana parpadea. Reconoce la voz. Su espíritu crece, saliendo a flote de las profundas aguas de su inconsciencia, le mira y sonríe levemente – Estoy aquí, junto a usted, he venido para acompañarla unos días, quiero que se sienta tranquila – Mira al hombre y le grita: – ¡Usted está peor que don Luís Ferrer! Ya es bastante, déjenla vivir como merece. Es madre de don Carlos Quinto. Él puede saberlo y...

— Ja, ja, ja. Don Carlos Quinto está recluido como ella en otro castillo.

— Entonces el hijo de don Carlos y nieto de mi señora, don Felipe, tendrá que saber que tratáis a su abuela de esta manera.

— El Rey Felipe, recién será coronado, por ahora no tiene poder y cuando lo tenga, no querrá saber de una abuela que desvaría y habla a los muertos, especialmente a quien fue su esposo y sus mismos padres, los reyes católicos.

— Sois un despiadado.

— Señora, no os permito, dejé que pasaras a verla, pues sé que fuisteis una de sus principales azafatas.

— Era muy joven cuando vine aquí la primera vez, a este castillo maldito – se persigna –. ¡Por Dios! Que la reina tenga una muerte más digna. Vengo desde el río Tajo, quiero ayudarla, limpiarla, bañarla, cambiarle ropas; ella me ha reconocido, vengo cada año, no penséis que saldrá algo malo de todo esto. Me mantendré en la línea de las reglas del castillo.

— Está bien señora doña Virginia. Pondré a vuestra disposición dos ayudantes para hacerlo. Pero os advierto: cuidado de intentar hablarle lo que ella cree que es verdad y es mentira.

— No os preocupéis.

Virginia Lerán, ayudada por unas damas jóvenes de Tordesillas, la sumergen en la tina, mientras ella abre los ojos dentro del agua y mira ese estado líquido y su mente la transporta al mar en escasos segundos, pero levantan su cabeza y le dan baño aromático preparado de claveles y rosas. La secan cubriéndola de toallas tibias y peinan desenredándole las canas, le hacen un moño; la sientan en un sillón de almohadas finas. Luego la acuestan. El cuerpo de la infeliz reina se lo pide y descansa en la tibieza de las frazadas.

El custodio de la reina le mira, pasando discretamente la puerta, por la cual entra el frío de las montañas.

— ¿Me permitís leerle un cuento? ella siempre se ha tranquilizado escuchando cuentos – el hombre hace un ademán, pide mirar el libro. - Son apenas cuentos de niños, se quedará tranquila, dormirá. Luego veremos cómo reacciona a estos últimos momentos, vos, señor, quedaréis tranquilo ¿o preferís escucharla llorar y gemir y guardaros eso en vuestra mente toda la vida?

— Está bien.

El libro es abierto. Virginia Lerán de Hungría, se sienta próximo a la reina. Y comienza:

«Era una vez una princesa, que en sus manos tuvo un libro azul, y su niña amiga sopló el fuego y quiso quemar las hermosas páginas, que han volado cual tres mariposas, hacia la mar, y las tierras nuevas serán sus próximos jardines».

— ¿Qué historia es esa? – Pregunta el custodio de la reina.

— Son palabras de sentido oculto para personas como ella.

— Señora...

— No son claves... ¿Qué entendería una reina loca, si no el encanto luminoso de la primavera, expresado simplemente así?

— Cualquier palabra demás, será un problema para vos, señora.

Virginia sonríe y prosigue.

“Han de navegar las bellas damas, llevando en sus manos las hojas para ese jardín azul...

Entonces, como en un corte cinematográfico directo, entra la siguiente escena, tras un sutil movimiento de lugares:

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