Mi primer error.

A lo largo de esta historia, probablemente relataré numerosos errores que cometí hasta llegar a un punto sin retorno. Sin embargo, si me preguntaran cuál fue el mayor de todos, diría que fue comprar aquel cuadro en un evento de caridad.

Me excusé diciendo que lo había adquirido para contribuir a la donación y alentar a otros a hacer lo mismo, pero en el fondo sabía que eran solo pretextos. Lo compré porque me recordaba a aquella mujer enigmática.

Los días siguientes no mejoraron mucho. En un intento por acallar la insistencia de mi subconsciente, decidí regresar al veterinario, utilizando como pretexto al perro de mi hermana. Pensaba que, si volvía a verla aunque fuese una vez más, podría retomar mi vida y dejar esto como una mera anécdota.

Así que ahí estaba, frente a la clínica veterinaria donde la vi por primera vez. No estaba seguro de si la encontraría, pero tampoco perdía nada con intentarlo.

Sin más preámbulos, abrí la puerta y entré. Y por suerte o desgracia de la vida, allÍ estaba ella.

Vestía un uniforme distinto y llevaba el cabello recogido en un moño alto. Sentí el impulso de extender mi mano y soltar su cabello.

Me acerqué al mostrador y, cuando nuestras miradas se cruzaron, se puso visiblemente nerviosa.

—Ho-hola, quiero decir, bienvenido.

Una vez más me pregunté a qué se debía aquella reacción.

¿Será que recordó lo sucedido días atrás?

¿Quizás también ha estado pensando en mí como yo en ella?

No debemos precipitarnos. Se supone que vine aquí para dejar atrás esta molesta situación.

—Hola de nuevo, no esperaba verte aquí. ¿También trabajas aquí?

Me hice el sorprendido y hablé con voz serena y tranquila, muy diferente a cómo me sentía en realidad.

—No trabajo aquí, la tienda es de mi madre y la ayudo de vez en cuando —explicó.

—Entiendo.

Se formó un silencio incómodo, que Catherine rompió.

—¿Le ocurre algo al perro?

La miré, confundido, sin comprender a qué se refería, hasta que señaló a Máximo, que estaba sentado obedientemente a mi lado.

Maldita sea, me había olvidado por completo de él.

—Últimamente ha perdido el apetito —improvisé.

Catherine salió del mostrador y se acercó a nosotros, agachándose hacia el perro de mi hermana, al que comenzó a acariciar.

—¿Cuál es su nombre?

—Máximo.

—Hola Máximo, ¿Por qué no estás comiendo? Veamos qué tienes.

Su nerviosismo y timidez desaparecieron por completo, y ahora era toda sonrisas y amabilidad con el perro.

—Iré a revisarlo, por favor espere aquí —pidió amablemente.

Hice lo que me pidió y me senté, suspirando, cerrando los ojos y preguntándome qué demonios hacía allí. Tenía algunas reuniones importantes ese día, y las había cancelado solo para estar aquí, ¿Deseando o esperando qué exactamente?

—Ya está.

La voz de Catherine me devolvió a la realidad. Me levanté y me acerqué a ella y a Máximo.

—Todo está bien, no hay ninguna anomalía —anunció.

—En realidad, Máximo es el perro de mi hermana. Ella no pudo venir, así que me pidió el favor —mentí a medias, y ella me regaló una sonrisa comprensiva, haciendo que me enamorara aún más de esa sonrisa.

—Entiendo. Tal vez solo sea un poco de estrés o algún cambio en su entorno. A veces los perros son muy sensibles a esas cosas —dijo, acariciando nuevamente a Máximo.

—Sí, tiene sentido. Gracias por revisarlo.

Ella asintió y volvió a colocarse detrás del mostrador. Hubo un momento de silencio antes de que me atreviera a hablar de nuevo.

—Catherine, ¿Te gustaría tomar un café algún día? —pregunté, sorprendiéndome a mí mismo por mi audacia.

Sus ojos se abrieron un poco por la sorpresa.

—Una forma de compensar el accidente que sucedió—añadí.

Tomé el bloc de notas que estaba sobre el mostrador y, sin decir una palabra, anoté mi número de teléfono.

—Estaré esperando tu llamada —dije y, sin esperar una respuesta, salí de la clínica veterinaria con una sonrisa en el rostro, sintiendo que tal vez esto no había sido un error después de todo.

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