Mercedes observó cómo Saúl se alejaba sin mirar atrás. Por un momento pensó que tal vez su actitud se debía al conflicto con su padre. Suspiró, se recompuso y regresó a la mesa donde Eduardo la esperaba.
Él le sonrió al verla, pero su atención estaba dividida. Aunque tenía un interés genuino por Mercedes, la relación a distancia comenzaba a resultarle tediosa. Ella le había propuesto mudarse al país del Este, donde estudiaba y trabajaba junto a su padre, Luis Arturo Alcalá, pero Eduardo no estaba dispuesto a enfrentarse al temido empresario… y mucho menos al infame Ricardo Alcalá, conocido por espantar a los novios de su sobrina con una eficacia legendaria.
Esa noche, mientras Mercedes se ausentaba para ir al tocador, Eduardo aprovechó para hacer una llamada. Había estado intercambiando mensajes subidos de tono con una colega, y aunque era discreto, sabía que estaba jugando con fuego.
—No puedo ir contigo esta noche, cariño —susurró al teléfono, en tono seductor—. Ya te dije que mi novia vino a visitarme.
No se dio cuenta de que Mercedes se acercaba por detrás.
Hasta que sintió su mirada.
Se giró lentamente y la vio. Su expresión era clara: lo había escuchado todo.
—Mercedes, no es lo que parece… —balbuceó, intentando justificarse.
Pero no tuvo tiempo y la bofetada resonó con fuerza.
Varias personas se giraron. Entre ellas, Saúl, que observó la escena desde la pista de baile. Dudó por un segundo, pero al ver cómo Eduardo sujetaba a Mercedes por la muñeca, no pudo quedarse quieto.
—Mercedes, solo es un malentendido —insistía Eduardo, apretando su brazo.
—¡Suéltame, Eduardo! —exclamó ella, furiosa.
—No hasta que me escuches.
Entonces, Saúl llegó. Le sujetó la mano con firmeza, apartándolo con una fuerza que no dejaba lugar a dudas.
—Ella dijo que la soltaras. ¿O acaso eres sordo? —le dijo, con la voz baja pero cargada de furia.
Eduardo lo miró con desprecio. Nunca le había agradado el amigo de su novia. Pero al ver que Saúl no estaba solo, y que varios de sus compañeros lo rodeaban, entendió que no era el momento para provocar una pelea.
—Cuando se te quite la malcriadez, hablamos —espetó, antes de marcharse.
El ambiente se había arruinado. Saúl tomó la mano de Mercedes con delicadeza y la condujo fuera del club. Ella no dijo nada. Caminaba con la mirada baja, dolida, traicionada. No solo por lo que Eduardo había hecho, sino porque se lo habían advertido… y aun así, eligió creerle.
En el auto, Saúl abrió la puerta del copiloto para ayudarla a subir, pero ella se detuvo.
—No quiero ir a mi apartamento —dijo, con voz quebrada—. Quiero ir a tu casa.
Saúl la miró, sorprendido.
—Mercedes… yo vivo solo. Si alguien se entera, podrían empezar a hablar. Ya sabes cómo es la gente.
Ella lo miró a los ojos, firme.
—No me importa, esta noche… solo quiero estar contigo.
Saúl siempre cedía ante las absurdas peticiones de Mercedes. Desde niños había sido así. Ella pedía, él accedía. No por debilidad, sino porque, en el fondo, siempre quiso verla bien.
Entraron al apartamento mientras él encendía las luces. El lugar era sencillo, con una decoración sobria y varonil. Paredes en tonos neutros, muebles funcionales, una guitarra apoyada en una esquina. Había una sola habitación.
—Usa la cama —le dijo Saúl, mientras dejaba las llaves sobre la mesa—. Yo dormiré en el sofá.
Mercedes asintió, aunque no se movió de la sala. No entendía qué le ocurría esa noche. A pesar de la rabia que aún sentía por lo de Eduardo, su atención estaba completamente enfocada en Saúl. Lo miraba distinto. Como si, de pronto, algo se hubiera corrido dentro de ella y ahora viera lo que siempre estuvo ahí.
Él se duchó y salió con ropa cómoda, el cabello aún húmedo. Se acomodó en el sofá, resignado. Por dentro, se sentía como un tonto. Había dejado pasar la oportunidad de estar con la chica que conoció en el club, todo por intervenir en la pelea de Mercedes. Pero no se arrepentía. Aunque solo fueran amigos, nunca permitiría que alguien la lastimara.
—¿Saúl, estás dormido? —preguntó ella desde la habitación.
—Aún no, Mercedes —respondió, sin abrir los ojos.
Ella salió en silencio y se sentó en el borde del sofá, tan cerca que sus piernas rozaban las de él. Comenzó a acariciarle el cabello con suavidad.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó él, abriendo los ojos—. Ve a dormir, ya es tarde.
—¿Me puedes dar un abrazo?
Saúl se incorporó y la abrazó. Fue un gesto cálido, protector. Pero cuando Mercedes apoyó la cabeza en su pecho, notó el tatuaje que le cubría el torso y subía hasta el hombro. Nunca lo había visto así. Tan hombre. Tan real. Tan cerca.
Se quedó en silencio, observándolo. Él estaba en excelente forma, y por primera vez, no lo veía como el niño que la acompañaba al colegio, sino como alguien que podía hacerla temblar.
—Entiendo que te sientes mal por lo ocurrido esta noche —dijo Saúl, con voz baja—. Pero ya es tiempo de descansar. Mañana será otro día.
Mientras la abrazaba, le dio un beso en la cabeza. Mercedes se estremeció. No quería soltarlo. Y aunque él intentó separarse con delicadeza, ella se aferró un poco más.
—Mercedes… me estoy sintiendo incómodo. ¿Podrías ir a dormir, por favor?
—¿Por qué te sientes incómodo?
—Porque estás vulnerable. Y no sé cuánto bebiste esta noche.
Ella lo miró a los ojos, con expresión seria.
—Estoy sobria, Saúl.
Él tragó saliva. La tensión entre ellos era palpable.
Mercedes le dio un beso en su cuello y Saúl ya no se pudo controlar más, Mercedes era la primera chica que le había gustado, la besó y Mercedes estaba sorprendida por lo apasionado que era, le pareció que el sofá no era el lugar más adecuado y la llevó hasta la cama donde hicieron el amor en dos oportunidades, Saúl estaba cansado y se durmió, mientras Mercedes seguía sorprendida por lo bueno que era su amigo en la cama y no podía conciliar el sueño.
A la mañana siguiente, Saúl se despertó con una inusual sensación de calma. El sol entraba suavemente por las cortinas, y por un instante, todo parecía en paz. No tenía expectativas sobre lo ocurrido la noche anterior. Mercedes probablemente solo había buscado consuelo tras la traición de Eduardo. Nada más.
La observó dormir unos segundos. Su respiración era tranquila, su expresión serena. Le dio un beso suave en la frente y se levantó en silencio. Fue a la cocina y comenzó a preparar el desayuno para ambos. No sabía qué significaba lo que había pasado, pero sí sabía que, pasara lo que pasara, no quería perderla.
Mientras tanto, Mercedes despertó con una sensación completamente distinta. Se sentía ligera, viva. Había sido la mejor experiencia de su vida… y lo más sorprendente era que había sido con su mejor amigo. Entró al baño, se aseó y, sin ropa de cambio, volvió a ponerse el vestido de la noche anterior.
Su teléfono sonó. Era Eduardo.
Aunque seguía molesta, decidió contestar. Quería cerrar ese capítulo.
—¡Finalmente, atendiste tu teléfono! —dijo él, con tono acusador.
—¿Qué quieres, Eduardo?
—Necesitamos hablar, Mercedes. Yo no tengo nada con esa chica. Solo fue un coqueteo.
Mercedes escuchó sus excusas sin interrumpirlo. No pensaba perdonarlo. La noche anterior le había dejado claro que no estaba enamorada. Si lo hubiera estado, no habría buscado refugio en Saúl. Y mucho menos habría sentido lo que sintió.
En la cocina, Saúl preparaba café cuando notó que Mercedes ya estaba despierta. Fue hacia la habitación para avisarle que el desayuno estaba listo, pero al acercarse, escuchó parte de la conversación. No le gustó lo que oyó. Tocó la puerta con firmeza.
—Mercedes, el desayuno está listo —dijo, sin ocultar su tono seco.
—Ya voy, Saúl —respondió ella, algo desconcertada.
Cuando salió, lo encontró sentado a la mesa, comiendo en silencio. Su expresión era seria, distante.
—¿Todo bien? —preguntó ella, intentando romper el hielo.
—Sí —respondió él, sin mirarla.
—Saúl… quería conversar contigo —comenzó Mercedes, con cautela.
Pero él la interrumpió antes de que pudiera continuar.
—Mercedes, lo de anoche fue producto del momento. Estabas vulnerable. Somos amigos, lo hemos sido siempre, y eso no va a cambiar. Nunca.
Las palabras cayeron como un balde de agua fría. Mercedes sintió un nudo en el pecho. No le dijo que había decidido terminar con Eduardo. No le dijo que había sentido algo real. Porque en ese instante, ya no estaba segura de lo que sentía.
—No te preocupes —dijo, con una sonrisa forzada—. Ya me quedó muy claro.
Saúl no respondió. Tomó su teléfono y comenzó a revisar sus redes sociales. Fue entonces cuando vio una fotografía que lo hizo detenerse, era su padre, Leo, saliendo discretamente del teatro la noche anterior.
—Después de todo… sí fue a la presentación —dijo, sonriendo con una mezcla de alivio y nostalgia.
Mercedes lo miró, pero no dijo nada. Algo entre ellos se había roto. O tal vez, simplemente, había cambiado.
Desde ese momento, la amistad entre Saúl y Mercedes ya no fue la misma. Seguían siendo cercanos, sí. Seguían confiando el uno en el otro. Pero una barrera invisible se había instalado entre ellos. Una mezcla de orgullo, miedo y palabras no dichas.
Y aunque nadie lo decía en voz alta, ambos sabían que la posibilidad de algo más había quedado atrapada en la zona gris de la amistad.
En la friendzone.
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Comments
LectoraPR
Que difícil es ocupar silla en el “friend zone”, y de repente se nos ocurre observar y desear lo que se ve, jajaja.
2024-12-12
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Gabriela Coy
❤❤❤❤me encantan saul y mercedes juntos. heredo todo del papa hasta lo terco para expresar su amor😑😁
2022-08-25
1