Encontrando Mi Propio Camino – La Nueva Generación (Romance Y Crisis Libro 6)
Teatro de la Casa de la Cultura, Ciudad Capital.
Han pasado veinte años desde la caída de Carmelo Carmona, y el país, poco a poco, ha ido recuperando su belleza. Los espacios culturales, que durante ese oscuro período fueron abandonados o convertidos en ruinas, comenzaron a renacer. Entre ellos, la Casa de la Cultura, símbolo de una época más luminosa, tuvo quizás el camino más difícil hacia la reconstrucción.
Durante años, fue ignorada. Considerada obsoleta frente al nuevo teatro vanguardista que el gobierno promovía con entusiasmo, su estructura antigua y deteriorada no parecía merecer atención. En un país que luchaba por recuperar su esplendor en tiempo récord, rescatar un edificio como ese representaba una inversión que el Estado no podía —o no quería— asumir.
Fue entonces cuando la familia Alcalá propuso la creación de un fondo privado para su restauración. Gracias a su iniciativa y al apoyo de otros mecenas culturales, el proyecto finalmente se puso en marcha.
La restauración tomó dos años. El resultado fue una obra que emocionó a todos los patrocinantes: la nueva Casa de la Cultura conservaba la esencia arquitectónica de los años 90, cuando Laura de Martínez —la directora más querida de su historia— la convirtió en un faro artístico. Pero ahora, ese espíritu clásico convivía con tecnología de punta, creando un espacio donde el pasado y el presente dialogaban con armonía.
La reinauguración atrajo la atención de medios nacionales e internacionales. La primera presentación sería un evento de alto perfil, y por ello, el proceso de selección fue riguroso. Cientos de artistas audicionaron, pero solo unos pocos fueron elegidos tras meses de deliberación.
Entre ellos, Saúl Palacios Martínez, bisnieto de Laura de Martínez.
A pesar de su linaje, Saúl se sometió al mismo proceso que todos los demás. No pidió favores, ni usó su apellido como llave, pero cuando fue elegido para el papel principal, las críticas no tardaron en llegar.
—“Lo eligieron por su sangre, no por su talento”— murmuraban algunos con envidia.
Cada comentario dolía, porque desde niño, Saúl había luchado por no ser eclipsado por la fama de sus padres —los reconocidos artistas Leo y Cristina —. Y su sueño siempre fue trazar su propio camino, con su voz, su esfuerzo, su arte.
Esa noche, mientras esperaba entre bastidores, respiró hondo, el telón estaba a punto de abrirse.
Miró a su alrededor buscando fuerza porque esta no era la primera vez que pisaba un escenario, sin embargo, esta vez era distinto, porque no solo interpretaría un papel, sino que se presentaría ante el mundo como él mismo.
Vestía un traje de tres piezas, negro, hecho a la medida, caminó con elegancia hasta el centro del escenario, el murmullo del público se desvaneció y la orquesta comenzó a tocar los primeros acordes.
Y entonces, Saúl tomó el micrófono y en ese instante, toda la tensión desapareció porque ya no era el hijo de Leo y Cristina, ni el bisnieto de Laura, era simplemente Saúl.
Y estaba listo para demostrar que su lugar en ese escenario no era un legado sino una conquista.
... “ Con te partirò
Paesi che non ho mai
Veduto e vissuto con te
Adesso si li vivrò”...
El público se puso de pie en una ovación unánime. No hubo dudas, ni susurros, ni miradas escépticas. Solo aplausos. Largos, sinceros, emocionados. En un solo acto, Saúl Palacios Martínez había silenciado todos los rumores que lo rodeaban. Aquellos que decían que había sido elegido por su apellido, por su linaje, por la sombra de su familia. Esa noche, quedó claro que su lugar en el escenario no era un privilegio heredado.
Era mérito puro.
A medida que cantaba, su cuerpo se fue relajando. La tensión inicial se desvanecía con cada nota. Estar sobre el escenario no era solo una vocación: era su elemento natural. Allí, bajo las luces, frente a cientos de ojos expectantes, Saúl era libre. Compartía la misma pasión que sus padres, sí, pero en un lenguaje distinto. Donde ellos vibraban con guitarras eléctricas y baterías estruendosas, él se elevaba con cuerdas, vientos y armonías clásicas.
Desde su asiento, Cristina lo observaba con los ojos brillantes, al borde de las lágrimas. El corazón le latía con fuerza, no solo por el orgullo, sino por la emoción de ver a su hijo convertirse en lo que siempre soñó ser. Pensó en lo irónico que era: que fuera precisamente él quien heredara el amor por la música clásica, como su abuela Laura de Martínez, la mujer que había convertido la Casa de la Cultura en un templo del arte.
—Es como si ella estuviera aquí —susurró Cristina, sin poder contener la emoción.
A sus 22 años, Saúl Palacios Martínez, hijo de Leo y Cristina, era mucho más que una promesa. Formado en el prestigioso conservatorio del país del Este, desde niño había demostrado un talento excepcional. Poseía un rango vocal de tenor lírico, y aunque sus padres eran íconos del rock y el heavy metal, él había encontrado su voz en la música clásica. Y como su madre, era también un virtuoso pianista.
Pero no era solo su talento lo que lo hacía destacar.
En el escenario, Saúl desbordaba presencia. Su físico imponente —1,91 metros de estatura, piel trigueña, cabello oscuro y ojos azules intensos como los de Cristina— capturaba la atención de todos. Tenía el aire rebelde de su padre, pero con una elegancia innata que lo hacía magnético. Y cuando su voz llenaba el teatro, no había quien pudiera apartar la mirada.
Esa noche, no solo brilló como artista, sino como símbolo de una nueva generación, una que no heredaba el arte como una carga, sino como una llama viva que se reinventa.
Las luces del escenario eran intensas, casi cegadoras. Saúl apenas podía distinguir los rostros entre la penumbra del público. Finalizó su presentación con una reverencia elegante, y los aplausos estallaron como una ola que lo envolvía por completo y el teatro entero se puso de pie.
Con el corazón aún acelerado, miró hacia la zona de asientos reservados para su familia, allí estaban su madre, Cristina, con los ojos brillantes de emoción, y su mejor amiga, Mercedes, que aplaudía con entusiasmo; sin embargo, el asiento de su padre, Leo, estaba vacío.
Una punzada de molestia le atravesó el pecho, aunque él mismo le había dicho que no quería que asistiera, una parte de él —la más vulnerable— había esperado verlo allí, pero no estaba, o al menos, eso creía.
Lo que Saúl no sabía era que Leo sí había ido.
No se sentó en la primera fila, ni ocupó el asiento reservado con su nombre, en cambio, eligió un lugar entre el público, lejos de las miradas, oculto entre sombras, porque su orgullo no le permitía mostrarse abiertamente, no después de un año lleno de discusiones, silencios tensos y palabras que ninguno de los dos supo retirar a tiempo.
Pero por más que fingiera indiferencia, no podía perderse ese momento y cuando escuchó la voz de su hijo llenar el teatro, cuando vio cómo se adueñaba del escenario con una presencia que no se podía enseñar, Leo sintió un nudo en la garganta, estaba conmovido, y orgulloso, y también, profundamente arrepentido de que no pudieran arreglar los malentendidos que existían entre ambos.
—Lo logró —pensó, con una mezcla de admiración y tristeza.
Cuando la ovación comenzó a apagarse, Leo se levantó discretamente y salió del teatro por una puerta lateral, porque no quería que Saúl lo viera y que pensara que había ido solo para satisfacer su ego, se dirigió al auto y se sentó al volante, esperando a Cristina en silencio.
Pero por más discreto que intentara ser, los paparazzi lo captaron y una fotografía lo mostraba saliendo del teatro, con el rostro serio, casi melancólico, y al día siguiente, esa imagen circularía por redes sociales y titulares de espectáculos: “Leo asistió en secreto al debut de su hijo Saúl”.
El camerino aún olía a maquillaje, flores frescas y nervios disipados. Cristina y Mercedes entraron con sonrisas radiantes. Saúl, aún con el traje de escena, las abrazó con fuerza. Primero a su madre, luego a su amiga. Pero su mirada, casi sin querer, se desvió hacia la puerta.
—¿Esperabas a alguien más? —preguntó Mercedes, cruzándose de brazos.
Saúl no respondió de inmediato.
—Le dijiste que no viniera, Saúl —insistió ella, con un tono más suave, pero firme.
—El problema con papá es que es demasiado orgulloso, Mercedes. Siempre tiene que tener la última palabra.
Cristina lo miró con una mezcla de ternura y cansancio.
—Y tú también lo eres, hijo.
—¡Mamá, siempre lo defiendes! —exclamó Saúl, dando un paso atrás.
—No lo defiendo —respondió Cristina con calma—. Solo te recuerdo que es tu padre, no tu enemigo. Y esta vez, no tienes razón para estar molesto con él.
Saúl bajó la mirada, pero no dijo nada. Cristina se acercó y lo abrazó con fuerza, como si quisiera protegerlo de sí mismo.
—Estuviste increíble esta noche —le susurró al oído—. No dejes que el orgullo te robe lo que has logrado.
Luego se despidió y salió del camerino. Afuera, Leo la esperaba en el auto, estacionado discretamente en una calle lateral. Esa misma noche debían viajar a Ciudad de México: Cristina estaba en plena producción de un musical, y Leo componía para una joven artista cuyo primer disco estaban grabando.
Cuando Cristina subió al auto, Leo la miró con ansiedad contenida.
—¿Se dio cuenta de que vine? —preguntó, sin rodeos.
—No. Y honestamente, me parece una tontería de tu parte, Leo.
Leo suspiró, apoyando la cabeza contra el respaldo.
—Aunque sea mi hijo, Criss, no voy a aceptar que dude de mí. Saúl necesita madurar. Lo hemos sobreprotegido demasiado. Es tiempo de que descubra su propio camino… incluso si eso significa tropezar.
Cristina lo miró de reojo, con una mezcla de comprensión y frustración.
—¿Y tú? ¿Cuándo vas a dejar de tropezar con tu orgullo?
Leo no respondió. Solo encendió el motor y puso música suave en la radio. Mientras el auto se alejaba, ambos sabían que el silencio entre padre e hijo no duraría para siempre.
****Tomado de la canción “Con te partirò” de Andrea
Bocelli
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Comments
ojo de la critica
Saul cumplio el sueño de su bisabuela, estudiar en el conservatorio y cantar musica clasica
2022-09-05
5
Gabriela Coy
Amiga que emocion 😁🙏🏼🎉
2022-08-25
1