El camerino se había vaciado. Solo quedaban Saúl y Mercedes, sentados entre flores, vestuario y el eco aún tibio de los aplausos. Habían sido amigos desde niños, como sus padres antes que ellos. Entre ambos existía una confianza sólida, tejida con años de confidencias, risas y silencios compartidos.
—¿Te gustó la presentación, Mercedes? —preguntó Saúl, con una mezcla de orgullo y vulnerabilidad.
—Fue grandioso, Saúl —respondió ella, con los ojos brillantes de emoción—. Estuviste increíble. No solo cantaste… te adueñaste del escenario.
Saúl sonrió, pero su mirada volvió a desviarse hacia la puerta, como si aún esperara ver entrar a alguien.
Mercedes lo notó.
—¿Cuánto tiempo vas a seguir enojado con tu papá? —preguntó con suavidad.
—Mercedes… él tampoco pone de su parte. Hoy no vino a la presentación.
—¿Estás cien por ciento seguro de que no vino? —replicó ella, arqueando una ceja—. Además, tú le dijiste que no querías verlo.
—¡Pero luego le envié una entrada! —exclamó Saúl, frustrado.
Mercedes lo miró con una mezcla de ternura y reprobación.
—¿Y esperabas que apareciera como si nada, después de que lo echaste?
Saúl bajó la mirada. Se sintió como un tonto. El orgullo, ese viejo enemigo, volvía a interponerse entre él y su padre.
El motivo de su distanciamiento era más profundo que una simple discusión. Todo había comenzado meses atrás, cuando en redes sociales comenzaron a circular rumores sobre una supuesta aventura entre Leo y la joven cantante a la que estaba promocionando. Leo lo negó con firmeza, pero Saúl no le creyó.
—No puedo confiar en alguien que siempre está en el centro de un escándalo —murmuró.
Mercedes lo observó en silencio por un momento. Luego, con voz serena, dijo:
—Las redes sociales mienten, Saúl. Según ellas, mi papá es el hombre más infiel del mundo… y, sin embargo, nunca he visto a alguien amar tanto a su esposa como él ama a mi mamá.
Saúl la miró, sorprendido.
—¿También dicen eso de tu papá?
—Todo el tiempo —asintió ella—. Pero aprendí a no dejar que los rumores definan lo que sé de él. ¿Tú puedes decir lo mismo?
Saúl no respondió de inmediato porque, desde niño, había leído titulares y comentarios venenosos sobre su padre que siempre lo habían molestado, no solo por lo que decían, sino por lo que insinuaban: que su madre era una víctima silenciosa, y que su familia era una fachada.
Y ahora, con Mercedes frente a él, tan segura, tan clara, no podía evitar sentirse un poco avergonzado.
—Supongo que… nunca lo había pensado así —admitió.
Saúl no se sentía cómodo con la conversación y decidió cambiar el tema.
—¿Vamos a celebrar esta noche, Mercedes? —preguntó Saúl, aun con la adrenalina del escenario corriendo por sus venas.
—Lo siento, me están esperando —respondió ella, con una sonrisa evasiva.
—¿Todavía estás saliendo con ese perdedor?
—Saúl, siempre te caen mal mis novios.
—Porque tienes mal gusto, Mercedes.
Ella soltó una risa suave. Estaba acostumbrada a sus comentarios sarcásticos. Desde que eran adolescentes, Saúl había desaprobado a cada uno de sus novios, al igual que su tío Ricardo Alcalá, quien siempre encontraba defectos en todos los pretendientes de su sobrina.
Mercedes se acercó, lo abrazó con fuerza y le dio un beso en la mejilla.
—Estuviste increíble esta noche. Estoy orgullosa de ti —le susurró antes de marcharse.
Saúl la vio alejarse con una mezcla de afecto y algo más difícil de nombrar. Celos, quizás. Porque esta vez, su relación con Eduardo García parecía ir en serio. Llevaban un año juntos, y aunque vivían en países distintos, se las arreglaban para verse con frecuencia. Eduardo era un alto ejecutivo de Industrias Alcalá, y se habían conocido durante una visita de inspección que Mercedes hizo junto a su padre. La química fue inmediata.
Pero Saúl no podía evitar sentir que algo se le escapaba.
Se cambió de ropa, optando por un look más casual. Camisa negra entallada, jeans oscuros, chaqueta de cuero. El parecido con Leo era innegable: la misma estampa de chico malo, el mismo magnetismo natural. Salió del camerino justo cuando sus compañeros de grupo lo esperaban para celebrar el éxito de la noche.
Todos habían tenido un inicio difícil. Al principio, muchos lo miraban con recelo, pensando que estaba allí solo por su apellido. Pero con el tiempo, Saúl se ganó el respeto de todos por su profesionalismo, su talento y su disposición para trabajar en equipo.
La ciudad capital había recuperado su vida nocturna. Atrás quedaban los años de inseguridad y miedo. Ahora, los clubes vibraban con música, luces y energía. Saúl y su grupo llegaron a uno de los locales más exclusivos. Usó su influencia para entrar sin problemas. Le encantaba bailar, y lo hacía con una soltura que no pasaba desapercibida.
Entre las chicas que los acompañaban, una en particular —una bailarina profesional— captó su atención. El ritmo los unió de inmediato. Bailaban con una química evidente, los cuerpos sincronizados, el lenguaje del deseo flotando entre ellos. El baile era sensual, magnético. Todos los presentes lo notaron.
Y entre ellos, también Mercedes.
Había llegado al mismo club con Eduardo. Al verlo en la pista, su primera reacción fue de sorpresa. Siempre había pensado que Saúl era atractivo, sí, pero algo aburrido. Un artista sensible, reservado. Pero el hombre que tenía frente a ella era otra cosa. Seguro, seductor, encantador. El tipo de hombre que atraía miradas sin esfuerzo.
Y cuando lo vio acariciar la cintura de la bailarina con esa naturalidad, sintió un nudo en el estómago.
—¿Qué me pasa? —pensó, desconcertada.
Eran amigos desde la infancia. Nunca se había sentido atraída por él. Nunca lo había considerado una posibilidad. Pero ahora, algo se removía dentro de ella. Algo incómodo. Algo que no quería admitir.
Miró a Eduardo, que venía a su lado, ajeno a todo. Se obligó a sonreír.
—Es una tontería —se dijo—. Es soltero. Puede hacer lo que quiera.
Y, sin embargo, no podía dejar de mirar.
Mercedes y Eduardo se reunieron con un grupo de amigos de él que los esperaban en una mesa reservada. La conversación fluía con naturalidad, el ambiente era distendido, y aunque había una diferencia de cinco años entre ellos, eso no parecía interferir en la dinámica de la pareja. Eduardo era atento, encantador, y sus amigos la trataban con respeto. Todo estaba bien… en teoría.
Después de un par de bebidas, Mercedes sintió la necesidad de ir al tocador. Se levantó con elegancia, cruzó el salón entre luces tenues y música envolvente, y se dirigió al baño.
Al salir, se detuvo en seco.
Saúl acababa de salir del baño de hombres. Iba distraído, con el cabello ligeramente despeinado, la camisa desabotonada en el cuello y una sonrisa relajada en los labios. Mercedes volvió a sorprenderse por cómo lucía esa noche. Había algo en su actitud, en su forma de moverse, que la descolocaba. Casual. Seguro. Auténtico. Y, aunque no quería admitirlo, irresistible.
—¿Saúl? —dijo, sin pensar.
Él giró la cabeza al escuchar su nombre. Al verla, la saludó con un gesto breve, sin detenerse, sin mostrar mayor interés. Sabía que ella estaba allí con su novio. Y él no estaba de humor para fingir cortesías. Esa noche solo quería divertirse, bailar, y olvidarse de todo lo que lo incomodaba. Incluida la relación de Mercedes con Eduardo.
Mercedes frunció el ceño, sorprendida por su frialdad. Caminó decidida hacia él y lo tomó suavemente del brazo.
—¿Por qué me ignoras?
Saúl se detuvo, la miró con una mezcla de desconcierto y cautela.
—Mercedes, estoy con mis amigos. Hablamos luego, ¿sí?
Se soltó de su agarre con suavidad, pero con firmeza. No entendía qué le pasaba a Mercedes. ¿Por qué ese tono? ¿Por qué esa mirada?
Ella, herida por su indiferencia, reaccionó con sarcasmo.
—Ah, claro… te espera tu conquista, ¿no?
Saúl la miró con los ojos entrecerrados. No estaba acostumbrado a verla así. Celosa. O molesta. O ambas.
—No es tu asunto, Mercedes. Es mi vida privada.
El silencio entre ellos fue breve, pero denso. Como si algo invisible se hubiera roto o revelado y Mercedes bajó la mirada por un segundo, y luego se recompuso.
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