Narrador
A una velocidad de seis nudos por hora, cuando en mar abierto, según los cálculos del capitán, no iban a alcanzar más de cuatro nudos, partieron los cuatro con gran entusiasmo dejándose llevar, avanzando sonrientes por la corriente del río Paraná, tratando de llevar la nave por el medio del mismísimo e imponente dorado caudal. Ante la proximidad de la caída del sol se detenían y disfrutaban del paisaje, a veces con grandes acantilados que llegaban a medir hasta 100 metros de altura, o con orillas cercadas de palmeras, pero siempre con una vegetación frondosa repleta de vida silvestre.
Agata
Cuando empieza a atardecer, nos ponemos a cocinar sobre la cubierta, cenar, charlar, pero primero agradecemos a Dios por todo lo que nos da, rezando en voz alta el Padre Nuestro, el Ave María y otras oraciones de nuestros abuelos. Después nos quedamos por un rato en silencio con todo lo que nos rodea.
Gracias a un menjunje que preparaba mamá, los insectos no nos molestaban.
Si bien durante el transcurso del día la naturaleza los probaba con algunos chaparrones, bancos de tierra que interrumpían momentáneamente su andar y algunos tornados que de pasar sobre ellos, podrían haber destrozado el velamen o los mástiles, todo avanzaba bien y sentían que eran pequeñas pruebas que Dios les ponía en el camino para prepararlos cuando se adentraran en los indómitos océanos.
Dago
Cuando llega la hora de tirar el ancla, algo cada día más mágico sucede: primero quietud, armonía y luego se van sumando:
-un arco iris a lo lejos,
-lloviznas que viajan sobre el río y que cuando pasan sobre nosotros no nos mojan,
-guacamayos,
-garzas,
-palomas,
-cardenales,
-tucanes,
-varios bellísimos pájaros se detienen sobre el arca,
-venados,
-tapires,
-cerdos salvajes
-monos que se acercan a la costa para observarnos silenciosamente como hipnotizados por un halo de paz absoluta.
Con el tiempo entendimos que todo era producto de los bailes que Agata realiza alrededor del arca apenas tiramos las anclas, lo que atrae más y más a la naturaleza. Por momentos no sabemos si son los árboles en sí o nosotros que imaginamos que se doblan queriendo como cubrirnos con sus ramas.
Nunca imaginamos lo que sentirían nuestras almas. Parece que el día espera ese instante de plena gracia divina. Incluso muchas veces los peces saltan alrededor del arca y los dorados se ponen de costado reflejando su brillo que sale del Paraná. Ese halo que emana Agata, lentamente absorbe más horas en el día, haciendo de cada momento, un éxtasis de paz y felicidad.*
Agata
Muchos pájaros y pescados nos acompañan hasta que vemos las luces de Buenos Aires.
Narrador
Rápidamente corría la noticia de esta exótica nave y sus tripulantes y por cada ciudad importante que pasaban, multitud de personas aguardaban su llegada con festejos y buenas venturanzas para ellos; gran cantidad de botes, lanchas y veleros aguardaban su aparición y algunos se amarraban al arca para entregarles regalos como: comida hechas por sus propias manos, granos, frutas, verduras de sus huertos y otros, hasta cerdos y ovejas para consumir durante el viaje. Todos ellos y también aquellos que iban con las manos vacías, ya que nunca habían pensado que algo así les iba a suceder, eran muy bien recibidos por la familia de Dago y siempre les ofrecían algún alimento y bebida para compartir con esos desconocidos huéspedes, a los que se les entregaba un pequeño presente como recuerdo de su paso por el arca y a cambio solo le pedían dejen asentados sus nombres, direcciones y comentarios en un gran libro gordo que Canela había confeccionado años atrás sin saber cuál iba a ser su finalidad de uso.
En ocasiones, se quedaban hasta altas horas de la noche conversando, tocando la guitarra, cantando e inventando cualquier instrumento para acompañar esa guitarra y su voz; que no paraba de imponer su presencia, cosa que Camila muy bien sabía hacer, mientras que en un abrir y cerrar de ojos, todos forjaban en esos pequeños trozos de la vida, lazos de amistad que nunca se perderían.
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