Al bajar la escalera, uno se encuentra con un amplio lugar de recreación que de día se llena de luz solar por los cuatro y grandes ojos de buey en cada lateral del casco. Allí hay una gran biblioteca, muchos juegos de mesa: un ajedrez, un damero, un monopolio; entre otros; no falta la mesa de pingpong, los dardos, el sapo y gran cantidad de instrumentos musicales que Camila, hija de Dago, ha ido adquiriendo desde temprana edad. El abuelo Don Sixto les había regalado un gramófono marca Columbia, modelo 119 del año 1924, y muchos discos, junto a una cámara de fotos Leika de 35 mm que hacía furor en esa época.
De algunas paredes, hamacas paraguayas colgaban graciosas a la espera de un huésped, trenzadas con finos hilos que cuando alguien se acostaba en ellas parece envolverlo en una rosa china que al día siguiente despertaba desprendiéndose de su tallo y renovándose al alba como nueva flor a la espera de un alma humana. Ellas estaban ahí, siempre aguardando como ángeles del sueño; esperando.
Yendo hacia la popa; había una puerta central que daba a un pasillo ancho pero un poco oscuro. Luego de dar cinco pasos, se enfrentaban dos puertas: a la izquierda, el cuarto de Agata; la hija menor de nuestro protagonista, y a la derecha el de Camila. Finalizando el pasillo, había otra otra puerta con la habitación principal. Lo único oscuro era el pasillo era oscuro, los camarotes con sus grandes ojos de buey siempre tenían mucha luz.
Yendo para la proa, había una gran cocina que hacía a la vez de comedor, una despensa de alimentos y bebidas. La cocina funcionaba a leña o kerosene. En el caso de quedarnos sin combustible, la leña estaba en la plataforma inferior y podía subirse de a una tonelada por vez, mediante un montacargas de balancín que estaba debajo de la mesada.
Mirando a la proa, en la borda de babor, había unos ganchos donde el capitán colgaba los animales para despostarlos, pero antes los sacrificaba en la cubierta para conservarlos en frío con un sistema de hielo seco que mantenía los alimentos a dos grados de temperatura o bien se servía de una heladera que podía contener hasta seis barras grandes de hielo. Todo parecía estar pensado para que nada les faltara durante los periplos.
La plataforma inferior era un lugar inmenso casi sin divisiones donde se guardaba la leña, las bolsas con granos, harina, azúcar, sal y otros alimentos no perecederos. En la popa estaban los tanques de agua que se podían cargar en algún puerto o bien se obtenía de ríos de agua dulce o agua de lluvia, y cuando era así, la hervíamos para beber o cocinar. Estos tanques tenían cañerías que abastecían los baños y la cocina mediante unas bombas manuales que se llenaban para bañarse o cocinar. Depositados a los costados, muchos tirantes de madera estaban prolijamente apilados para darle un uso que se desconocía. Cabos y piolas de repuesto bien ordenadas esperaban en silencio su momento para ser utilizadas cuando las que estaban en uso, terminara el proceso de su vida útil.
Fardos de alfalfa, avena y trigo estaban ocultos en un sector donde llegaba la luz solar que provenía de unos tubos que sobrepasaban la cubierta y que contenían unas lupas, que amplificaban los rayos solares prodigando mucha luz y ventilación a su vez en el recinto.
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Comments
Melina Miers
Tengo poca idea de las partes de un barco, pero fue tan precisa la descripción que lo pude imaginar, tanto por dentro, como por fuera. Excelente narrativa
2022-08-11
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