Había una vez un hombre llamado Dago, un hombre transgresor, en eterna búsqueda de nuevos horizontes, dedicado a su familia, protector, intolerante, a veces confiado, entregado a Dios, justiciero, cazador, artista, cocinero, controlador, celoso por momentos, buen anfitrión , fuerte y decidido. Dago tomó junto a su familia, la decisión de cambiar el rumbo de sus vidas realizando un viaje sin destino cierto con el cual siempre soñó, dejando que la luz divina los lleve para donde ella desee, en un arca que él mismo había construido utilizando todas las virtudes que Dios le había dado desde hacía mucho tiempo atrás.
Esta nave, mezcla de arca de Noé y corbeta de Cristóbal Colón, tenía dos mástiles, el primero, el palo mayor, de 11 metros de altura con un carajo, colocado a unos metros de la proa y otro, el palo mesana, en la popa, su velamen contaba con una trinqueta, una trinquetilla, foque, petit foque, yankee, cubre mayor y todas tenían velas de repuesto.
Su eslora de 56 mts. y su manga de 14 mts. daban a ésta embarcación, un carácter muy pintoresco y alegre. Todas las maderas utilizadas para su construcción se obtuvieron de las chacras familiares ubicadas muy cerca del pueblo Leandro N. Alem. Las del casco se hicieron con curupay de 3 pulgadas, como así también su esqueleto; y la cubierta en cambio era de petiribí.
En la cubierta, cerca de la popa, estaba la timonera y una gran brújula de bronce que él había conseguido hace muchos años de un barco inglés utilizado en la guerra de la triple alianza contra Paraguay, como así también otros instrumentales y elementos para el arca, pero Yo, tenía una fascinación especial por esa brújula que contaba con un montón de información de los astros y otras cosas que aún no comprendía, pero sabía que algún día iba a entender. Del otro lado se encontraba un gran espejo redondo que podía girarse en cualquier dirección y junto a él un faro reflector; todos estos elementos bien cubiertos por unas lonas especialmente diseñadas para tal fin. Frente al timón, estaba el asiento del capitán, un viejo sillón amplio, restaurado a nuevo y muy cómodo; por detrás del timón, había una especie de parabrisas con tres vidrios planos que se unían entre sí con unos perfiles de bronce y desde ahí hasta la popa, una toldilla de lona rebatible que a su vez tenía otras lonas a sus costados, para colocar los días de lluvia, tormenta, mucho viento o mucho sol.
Por delante del comando, se disponía de gran lugar, libre de cosas salvo la entrada a bajo cubierta, hasta llegar al palo de mesana y tras el , un sector con sillones y mesas trincadas a la cubierta, para deleitarse con los paisajes mientras navegáramos, también contaba, ya sea en la popa como en la proa, con una salida de emergencia. La popa se erguía con un mascarón de proa un poco diferente a los que se utilizaban en esa época, que generalmente eran tallas en madera de sirenas; éste en cambio, era una paloma blanca con sus alas abiertas que simbolizaba La Paz y la entrega a Dios y en sus costados, tenía dos jaguaretés corriendo, como protectores de ella, flanqueados por dos rostros de caciques Guaraníes.
En las bordas y en el centro estaban colgando dos botes chicos y livianos para trasladarlos a la costa cuando fuera necesario y, casi imperceptibles pero existentes, dos grandes cañas de tacuara que se abrirían como alas para largar los espineles al agua.
Dago tuvo la ingeniosa idea, además de cargar unas cuantas armas y municiones, de solicitarle al Gobernador de la Prov. De Misiones, siete cañones y sus proyectiles, provenientes de las ruinas jesuíticas. Colocó dos en cada borda, dos en la popa y uno en la proa.
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