Ya ha pasado un mes, Pilar no ha tenido aún suerte para conseguir trabajo, está frustrada y fatigada. Recuerda las palabras de la Madre superiora tratando de tener un poco de paz. Sus pies están cansados e hinchados, decide entrar a un café bar y pedir un capuchino ya que ha recordado que no ha llevado nada a su boca en todo el día. Se sienta en una pequeña mesa, lejos de la entrada principal del lugar. Su calzado alto la obliga a quitarlos por un instante mientras reposa sus dedos de tan largas caminatas. Mientras toma su capuchino un par de hombres llegan al lugar, uno de ellos con un aura predominante, tes blanca, alto, de espalda ancha y exquisito vestir, tal parecía no tocar el suelo, llevaba lentes oscuros los cuales no se inmuta en quitárselos al entrar al lugar. Detrás de él venía otro hombre igual de apariencia, alto, de tez canela , grandes ojos grises y una sonrisa hermosa. Saludó a la mesera con mucho aprecio.
-Lo mismo de siempre Mary. Dijo aquel hombre.
-Con gusto señor Alfredo. Se escuchó a lo lejos su nombre.
Pilar veía a aquellos dos hombres con cierto sigilo. Era la primera vez que veía hombres de tal magnitud en belleza. Tomó un sorbo más de su capuchino hasta sentir que uno de ellos se percató de su presencia, al notarlo sus mejillas sonrojaron y sus ojos bajaron a la mesa. Era Alfredo que la vió a lo lejos y quedó fascinado en su belleza.
-Parece que estás de casanova nuevamente.
-No digas eso. Sabes muy bien que no soy de esos César.
-Por favor, si te gusta simplemente engatusala y llevala a la cama más cercana. Refutó César.
-No es delicado de tu parte referirte así de las mujeres. Alfredo se ve notoriamente fastidiado con los comentarios de César. Justo la mesera llega con el pedido solicitado dejando las bebidas allí, sonriendo a Alfredo.
-Parece que la tal Mary, le gustas. Dice César luego de que ella se retirara de allí.
-Solo es cortesía. Alfredo toma un poco de su bebida.
-Oh por favor, solo quiere coger contigo y sacarte dinero. ¿Acaso no lo ves?
Alfredo cierra sus ojos respirando hondo, -El que una mujer te haya pagado mal no significa que todas son igual a ella. Alfredo ha abierto sus ojos mirando fijamente a César quien aún no se ha quitado sus lentes oscuros.
-No me hables de eso. Además no te cité aquí para hablar de eso.
-Tú empezaste. Alfredo deja su bebida sobre la mesa. A lo lejos ve nuevamente a la chica de hace unos momentos. Su tersa piel blanca y grandes ojos ámbar cautivan su corazón.
-Al fin decídete, la mesera o la mocosa. Aunque si me preguntaras, escogería a la mocosa. Dijo fríamente César.
Alfredo no soportó su antipatía y grosería , explotando contra César dándole un fuerte golpe en una de las mejillas haciendo que sus lentes oscuros cayeran al suelo. -¡ Qué putas te pasa!, ¿Cual es tu problema?. Por Dios, te parió una mujer. No soy cómo tú. Alfredo se levantó de su silla airado.
Del otro lado de la mesa, César gira su rostro hacia su amigo, su boca tiene una ligera mancha de sangre, producto del golpe recibido.
-Pegas duro cabrón y no me digas que no eres como yo, tú no eres ningún puritano. Dijo César.
-No mereces más. Te has vuelto un ser hostil, odioso y arrogante. Esa mujer te jodió la vida. Alfredo alzó sus cejas, sabía muy bien de qué hablaba César con respecto a ser puritano.
-Te dije que no la menciones. Dió un grito César. Sus ojos azul zafiro brillaban fuertemente. Al notar las miradas de los clientes del lugar, Cesar se arregla su saco sacando unos billetes apoyándolos en la mesa.
-Algún día me darás la razón . César salió del lugar hecho una fiera. Al salir del lugar tropezó con aquella mujer, aquella que por su causa su mejor amigo se atrevió a golpearlo.
-Lo siento. Dijo aquella frágil voz. Su denso cabello cayó delante de ella mientras trataba de recoger del suelo las pocas hojas que llevaba en sus manos hace un momento. Por el contrario, César reposó sus ojos en los de ella destilando una ira incontrolable que solo en respuesta le dió la espalda entrando a su auto con su chofer y guardaespalda.
Detrás de él, Alfredo salía del café viendo cómo desaparecía de su vista su amigo, al girar su cuerpo se encontró con Pilar aún recogiendo las cuantas hojas que aún estaban en el suelo, ahora unas pisoteadas por los peatones.
-Señorita, permítame le ayudo.
-¡No!. Exclamó con fuerza. Ahora en el rostro de Pilar deslizaban unas lágrimas de desconsuelo. Alzó su mano evitando que éste se acercara a ella. - Yo puedo sola.
-Por favor, no es una molestia para mí. Le pido por favor disculpas por el comportamiento de mi amigo.
-No se las estoy pidiendo. Pilar ha terminado de recoger las hojas desordenadas mientras pasa una de sus manos por las mejillas y limpia sus lágrimas.
-Déjeme ayudarla. Alfredo se sentía extremadamente apenado por aquella mujer.
-Su problema no soy yo, el problema es su amigo. Pilar se apresuró a salir de allí sin mirar atrás. Hace un momento admiraba tales bellezas y ahora las detestaba. Cada día que pasaba en esa ciudad le hacía confirmar cada vez más que la humanidad no era más que seres insensibles que aunque debe tener misericordia de ellos, no soportaba su naturaleza. Prefería mil veces elevar plegarias por ellos que tratar con ellos. Era como lidiar con el mismo diablo. Cansada de aquel día llegó a su único lugar que consideraba propio soltando su cuerpo sobre esa pequeña cama y quedándose rendida ante el sueño.
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