La huída

Alexandra no toleró más. Con mucho cuidado salió del baño, entró en su habitación e hizo girar la llave. Miró el cuarto y lo único que notó fue el vestido de novia que yacía sobre la cama, esperando que lo guardaran, un recuerdo de lo que debía ser el día más feliz de su vida. Sus sentidos estaban tan aturdidos que no podía llorar, se sentía demasiado herida para pensar con claridad. Sin saber dónde, caminó hasta el espejo y se miró, no se veía diferente ahora que era tan desdichada. Era otra persona, una muchacha cambiada, la joven feliz que había entrado en esa misma habitación media hora antes. De pronto miró la bolsa de piel que acababa de comprar para que hiciera juego con su nuevo traje, estaba sobre el tocador. La tomó y empezó a jugar con el cierre, su mente confusa trataba de pensar con claridad, estaba desesperada y no sabía cómo actuar. Lo que sí podía asegurarse, era que no quería volver a ver a Iván por el resto de su vida.

Él había convertido una relación amante, de mutua confianza, en algo sucio que la degradaba y había supuesto que era tan vil como él, que lo único que deseaba era su posición social y su dinero como él sólo deseaba poseerla sexualmente. Con lentitud, su tristeza comenzó a transformarse en amargura. El había sido muy explícito en lo que le esperaba de ella y Alexandra no quería molestarse en explicarle toda la verdad, ni deseaba esperar a que él se vengara como pretendía. Las palabras de él le habían mostrado que no la amaba. Todo entre ellos lo había convertido en algo sucio y ruin, cuando todo el tiempo ella había estado... Pero ya no tenía por qué pensar en eso, no era el momento de entristecerse, todavía no. En este instante tenía que pensar en cómo salir de este problema lo más pronto posible. Tiró del cierre de la bolsa para abrirla, dentro estaba su pasaporte, lo había guardado con cuidado para dárselo a Iván cuando llegaran al aeropuerto. Con todos los preparativos se le había olvidado cambiarlo a su nuevo nombre. Miró alrededor de la habitación donde yacían sus maletas con toda la ropa nueva que había comprado, ropa muy costosa porque no quería que él se avergonzara de ella y había gastado todo su dinero, porque no permitió que él comprara nada.

Durante un segundo sonrió con amargura, pero con gran determinación se concentró en el presente. Lentamente recorrió con la mirada sus pertenencias; estaban aquí, no había nada que la detuviera para marcharse y salir para siempre de la vida de Iván. Sin pensar en la gravedad del asunto o del escándalo que causaría, ni de lo que dirían los invitados, Alexandra levantó el auricular del teléfono, pidió un taxi y un mozo para que bajara el equipaje. La llave de la maleta de los cosméticos la traía en el bolso, con rapidez lo abrió y miró el contenido. Sacó tres joyeros, uno tenía un collar de perlas que le había regalado él cuando se comprometieron, otro una pulsera y unos pendientes de diamantes, obsequios del día de la boda, se los había dado unos días antes y el tercero, un pendiente pequeño y muy bello en forma de mariposa que ella admiró en una joyería y de inmediato lo compró. De ahí en adelante ella tenía mucho cuidado en no expresar sus gustos, temerosa de que él se lo quisiera regalar y pensara que era una buscadora de fortunas.

Colocó las cajas sobre el vestido de novia después se quitó el anillo de zafiros y diamantes y la enorme argolla de oro. No deseaba conservar nada de lo que él le había dado, sino alejarse y librarse para siempre de él. Cuando el botones llamó a la puerta ella abrió, lo saludó tranquila y lo siguió a lo largo del pasillo, sin mirar ni una sola vez hacia atrás. Los siguientes instantes estuvieron llenos de tensión, en especial mientras esperaban el ascensor. La entrada lateral del hotel estaba abajo de los salones donde se celebraba la fiesta y logró cruzar el vestíbulo sin ver a nadie conocido.

El hombre colocó las maletas en la cajuela del taxi y Alexandra le dio una propina generosa, entró en el auto y cerró la puerta.

- ¿Adónde vamos señorita?

Se volvió el conductor a verla. Ella no podía pensar en nada y lo miró ansiosa; no sabía adónde ir y lo único que le importaba era alejarse de ese lugar.

- ¿Podría... podría conducir por la ciudad durante algún tiempo?

El hombre la miró sorprendido, después levantó los hombros, le dio vuelta al medidor y puso en marcha el coche. Agradecida, Alexandra se reclinó contra el asiento y miró cómo desaparecía la fachada del hotel. Nadie la había visto, pudo escapar sin que nadie se diera cuenta. El auto se dirigió a Hyde Park y con lentitud pasó entre la avenidas flanqueada por árboles. Le hubiera gustado recostarse, dejar que su mente se quedara en blanco y que el hombre condujera para siempre, pero tenía que pensar en lo que iba a hacer. No podía regresar a su apartamento, sería el primer lugar donde Iván la iría a buscar en cuanto se enterara que se había marchado, la buscaría, convencido de que era necesario vengarse. ¿Adónde podía ir? No tenía ningún pariente, sólo Leonardo. Supuso que si no le quedaba más remedio se iría con él a Buenos Aires, pero no tenía suficiente dinero para llegar a ese país y sin duda se tardaría unos días en llegarle el dinero que él le mandara, tal vez necesitaría una visa especial para ir a Argentina. Con tristeza miró a la gente que paseaba por el parque y pensó qué iba a hacer. Tenía muchos amigos que podrían albergarla unos días, pero todos estaban en la recepción; además, Iván los conocía y podía averiguar si estaba hospedada con ellos.nPreocupada pensó que si lo mejor no sería ir a ver a un abogado, averiguar lo que tenía que hacer para mantener alejado a Iván. Debía existir una ley... De pronto se le ocurrió una idea. ¡Claro que sí!

¡Maggie! ¿Por qué no había pensado en ella antes? Maggie Roberts, una de sus mejores y más antiguas amigas habían empezado a modelar al mismo tiempo. Maggie llevaba más de tres años de casada y ahora vivía en North London. Alexandra, claro está, los había invitado a la boda, pero los hijos gemelos de Maggie, sus ahijados, estaban enfermos y no les fue posible asistir. Estaba segura de que iván no los conocía. Se inclinó hacia adelante, tocó el vidrio que la separaba del conductor y le dio la dirección de Maggie. Allí estaría segura, él jamás la encontraría en ese lugar.

Depués que llamó a la puerta, hubo un silencio absoluto y Alexandra sintió verdadero pánico. ¿Qué sucedería si Maggie no estaba en casa? En eso apareció, la veía agotada y casi sin aliento abrió la a boca, sorprendida al ver a su amiga.

- ¡Alexandra!

Se suponía que...movió la cabeza como si tratara de aclarar sus pensamientos.

- Lo siento creo que me equivoqué de día yo juraba que te casabas hoy.

- Yo... así fue. Por favor\, Maggie\, déjame entrar\, yo... yo lo he dejado.

Y de pronto empezó a reírse y a llorar, como histérica ante lo ridículo de sus palabras.

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Comments

Janeth Vazquez juarez

Janeth Vazquez juarez

maldito A ver como le ases con tu venganza

2022-11-21

1

Mabel Pines

Mabel Pines

tal vez lo hubiera enfrentado, pero el al estar enojado no le creería y tal vez hacerle algo peor... si fue su impulso huir, quemas da miedo e inseguridad ...

2022-09-11

1

Paola Martiz

Paola Martiz

no sé depronto pienso que no debió huir lo hubiera enfrentado y dado un par de cachetadas 😠

2022-08-30

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