Al otro día tuve que hacer un gran esfuerzo para poder abrir los ojos, eran las ocho y media de la mañana y en la casa solo estábamos mi mamá y yo.
—Luna, ya te eché a lavar esos pantalones que siempre usas, si te los quieres poner todos rotos está bien, pero al menos lávalos —me dijo mientras tiraba las sobras del desayuno que habían dejado mi papá, Alin y Pablo.
Esos pantalones de mezclilla y otros tres eran todo mi guardarropa. ¿Cómo no iban a ensuciarse si los tenía que usar tan seguido?
Desayuné mientras mi mamá iba de un lado a otro, quejándose de lo desordenados que éramos sus tres hijos.
—Mamá, ¿así imaginabas tu vida cuando tenías mi edad?
—Mmm... no sé, nunca he pensado en eso. ¿Por qué me lo preguntas?
—Por nada, solo estaba pensando en cómo será mi vida cuando tenga tu edad. Me pregunto dónde estaré y... con quién...
—Solo termina tu carrera y consigue un buen trabajo, lo demás te llegará solo.
Mi mamá tenía la seguridad de que una carrera universitaria y un trabajo estable significaban la felicidad, así había sido educada, jamás tuvo curiosidad por conocer el mundo, ni otras formas de pensar y de vivir. Pocas veces me reconocía en ella, éramos muy diferentes porque yo soñaba despierta y escapaba de mi realidad imaginando un mundo en el que toda la suerte del mundo estuviera a mi favor. Eso siempre nos había traído discusiones y disgustos, parecía que ella y mi papá disfrutaban haciéndome sentir como una tonta que no entendía cómo funcionaba la vida.
Salí de la casa y por alguna razón terminé mirando al cielo, había algo diferente en él y permanecí esperando la sensación que me sacudiría; ya me había pasado antes, ese sentimiento que no entendía me invadió una vez más. Era un recuerdo o una premonición de una historia que siempre terminaba por convertirse en nostalgia, nunca lograba ir al origen de esos sentimientos y solo me dejaban un vacío que se iba haciendo más difícil de llenar.
Llegué al aeropuerto apenas unos minutos antes de las once y caminé hasta la casa de cambio de divisas donde Ruth estaba sonriendo detrás del mostrador.
—Buenos días señorita, ¿a cómo el euro?
—A 18.90, mejor llévese libras esterlinas —me contestó bromeando porque estaba de buen humor.
Ruth trabajaba el turno completo en la casa de cambio y yo solo la mitad, en cinco años ella ya había aprendido una gran cantidad de palabras en varios idiomas y yo solo trataba de seguirle los pasos, era muy difícil entender a los extranjeros y siempre me ponía nerviosa cuando se acercaban a leer las divisas.
—Estás muy sonriente, seguro hay algo que tienes que contarme —le dije después de ver la amabilidad con la que le hablaba a todo el mundo.
—Ya te había contado, no me digas que ya se te olvidó.
—Ya sabes que todo se me olvida, ya a ver, cuéntame otra vez.
—¡Mañana llega Richie Evans! —gritó dando unos saltitos.
Me hizo reír por la forma en la que se llevó las manos al pecho y puso una mirada como si estuviera bajo los efectos de un estimulante.
—Es cierto, ya no me acordaba —reparé recordando que me lo había contado desde hacía un mes—. ¿Crees que se ponga muy pesado por aquí?
—Obvio que sí, no te pases, parece que no lo conoces.
—Es que yo escucho pura música viejita, pero, ¿a poco sí son muy buenas sus canciones?
—Solo te puedo decir que lo único que me hace soportable la existencia es Richie Evans y su música. ¡Es tan guapo!
Me dio emoción pensar en lo que pasaría al siguiente día, Ruth se desmayaría, habría muchas personas corriendo por todos lados, caos, gritos, aplausos, los de seguridad perdiendo el control y yo tal vez podría ver a un ídolo de lejos. Esa era una de las ventajas de trabajar en el aeropuerto, algunos artistas mexicanos y extranjeros habían cambiado su dinero en nuestro local, algunos guapos, otros interesantes, siempre había sorpresas.
Acabé mi turno y me fui a la universidad. Llegué antes de que comenzara la primera clase y me senté con Humberto a platicar sobre el partido del siguiente fin de semana.
—¿Vendrás a verme jugar? —me preguntó al mismo tiempo que el profesor de geografía económica empezaba a anotar en el pizarrón.
—Espero que ganes porque ya me cansé de gritar como loca y no hagas ni una anotación —contesté sacando la carpeta en la que tomaba los apuntes.
—Qué bueno que sí vienes porque te voy a presentar a alguien.
—¡Ay no! Tus amigos del fútbol son insoportables y ni siquiera están guapos.
—Qué fea... actitud tienes, ¿así cómo vas a encontrar el amor?
Algunas veces Humberto tenía razón, soñaba con enamorarme y que alguien se enamorara de mí, el problema era que le gustaba a los que no me gustaban, y me gustaban los que no sentían ninguna atracción por mí. ¿Hasta cuándo iba a terminar esa maldición?
En la última clase los dos hicimos equipo con Karla, la más guapa del salón. Teníamos que armar una exposición de climatología y parecía que a Humberto se le estaba cumpliendo un deseo, Karla le gustaba desde el primer semestre y aunque lo disimulaba muy bien sus ojos lo delataban.
—Entonces, ¿cuándo nos podemos ver para armar la presentación? —nos preguntó Humberto.
—Mañana yo no puedo, tengo algo muy importante qué hacer —le contestó Karla con sonrisa de oreja a oreja.
Humberto y yo nos miramos y luego Karla le dio un beso a la contraportada de su carpeta, dejándonos en suspenso.
—Richie... —suspiró.
—¿Richie Evans? —pregunté de una vez.
—¡Sí! —se emocionó—, ¿también irás a la bienvenida en el aeropuerto?
—¿Richie Evans? También soy su fan —interrumpió Humberto.
—¿En serio? —preguntó ella.
—¿En serio? —pregunté yo.
—Sí, me encanta su música, de hecho no alcancé boleto para su concierto.
—No pues se acabaron muy rápido, yo sí iré.
—Pues qué suerte la tuya —concluyó Humberto antes de que Karla se fuera.
—A ti ni te gusta Richie Evans, qué mentiroso eres.
—Sí me gustan algunas de sus canciones, creo que hasta le dediqué una a ya sabes quién.
—Ay osito, pues ya me dio curiosidad, llegando a mi casa me voy a poner a escuchar su música por si mañana me saluda cuando vaya a cambiar su dinero en el local.
—Le das un beso de mi parte y le pides unos boletos para que vayamos a su concierto.
—Sí claro, y que sean en asientos de adelante porque hasta atrás no le voy a aceptar nada.
Salimos de la universidad y Humberto me enseñó una canción de Richie Evans durante el camino de regreso.
Era una canción tan bella que me emocionó, sentí un cosquilleo en el estómago y quise llegar pronto a casa para saber más de ese hombre.
Esa noche escuché sus tres álbumes, después de entrar en el mundo de su música me fue imposible dormir y a partir de ese momento todo fue diferente.
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Comments
Griss Romero
Los años de universidad son inolvidsbles
2024-07-16
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