Samantha

Despierto a eso de las ocho de la tarde y me estiro satisfecha por dormir en una cama después de viajar en avión y en bus. Mi idea sobre hacer todo el viaje sin descansar en Santiago, después de llegar al país, no fue una de las mejores que he tenido. Pero ahora que ya descansé, estoy lista para ponerme en marcha.

¡Al fin!

–Primera orden del día –digo para mí misma, ya que tengo ese pequeño problema de hablar en voz alta–. Necesito algo para movilizarme. Algo rápido.

Luego de unas cuantas indicaciones por parte de mi vecina, consigo una moto usada, pero en buen estado, de un chico que vive a un par de pasajes de mi casa, por mucho más dinero de lo que vale, pero necesito moverme ahora que nadie sabe que volví y hacer la transferencia antes de poder utilizarla, sólo era pérdida de tiempo. Ya lo haremos otro día.

–Ahora, Samantha, a ver lo que queda de los edificios de la familia.

Tendré que ponerme a ordenar todas las cosas legales por la mañana, necesito aparecer como dueña de los inmuebles que pertenecieron a mi papá, de las cuentas, estoy segura de que mis hermanos no se preocuparon de nada de eso.

Me cuesta al principio recordar cómo conducir una moto, no lo hago desde que mi papá estaba vivo, y mi hermano mayor me enseñó cómo hacerlo, pero lo logro y me dirijo primero a la casa donde viví parte de mi infancia, la primera parte la viví en Concepción. Mi ansiedad por verla, me sorprende.

A pesar de lo poco tradicional de mi niñez, fui muy feliz. Ellos me enseñaban todo lo que les pregunté alguna vez, por diversión mayoritariamente, ya que ellos nunca pensaron que me encargaría algún día del negocio, mucho menos verme en la necesidad de defenderme, para eso tenía a mis hermanos quienes eran temidos por todos mis amigos. Bueno, todos excepto él.

Él nunca tuvo miedo de acerarse a mí, porque éramos iguales. Niños que nacieron en una familia donde el lado oscuro era lo normal.

Me detengo cuando llego frente a la casa y sin sacarme el casco, para no ser reconocida por alguien del sector, porque admitámoslo, mi pelo no pasa desapercibido.

Jadeo al ver lo que queda de ella.

El tiempo ha dejado su huella sin duda. La casa que en ese momento fue una de las más grandes del lugar, ahora parece el esqueleto de un gigante abandonado.

Nuestra casa nunca tuvo protecciones externas, porque todos sabían que meterse con mi familia era un gran error. Por lo mismo, una vez que quedó abandonada, fue fácil que llegara otro para reclamarla. Los muros rayados con mensajes de odio hacia mi familia son los más antiguos, nuevos grafitis los cubren parcialmente y la reja que antes siempre estaba abierta, es lo único que permanece de la misma manera. Lo demás, las ventanas y puertas están destruidas, el pasto crecido y la basura por doquier, eso es nuevo.

Camino hacia la casa, pasando el patio y empujo la puerta, que sólo se sostiene en una bisagra. El interior de la casa, es aún más impactante que el exterior. Es un espacio vacío, sólo con suciedad y rayados. En una esquina puedo ver cartones, junto con colchas desvencijadas, como si alguien durmiera en el lugar.

Me quito el casco y miro alrededor de las habitaciones del primer piso, sintiendo que mi corazón llora por todo lo

perdido, pero no derramo lágrimas, ya no.

Trato de recordar los momentos que pasé en esta casa, pero la mayoría se me escapan y temo olvidar a mis padres, a mi vida aquí antes de que ellos murieran. Quizá únicamente quiero revivir el negocio para no olvidarlos.

Escucho ruidos en el segundo piso, lo que me pone en alerta. Saco una de mis cuchillas desde mi ropa. No son ni de lejos tan buenas como las que tenía antes de dejar Chile o las que conseguí en Estados Unidos, pero fue lo único que pude conseguir en Santiago, antes de tomar el bus rumbo a Chillán.

Me pregunto si algún vagabundo está viviendo aquí, si eso es así tendré que desalojarlo. Camino silenciosamente hacia la escalera y empiezo a subirla, hago una mueca cuando más de un escalón rechina bajo mi peso. Será mucho trabajo arreglar este lugar.

Llego arriba y reviso una a una las habitaciones, encontrando más basura y destrozos. En la habitación principal

encuentro al intruso o quizá él es el dueño de casa ahora y yo soy la intrusa. Como sea, allí está.

El hombre mal aseado y acostado sobre un viejo colchón, con un pequeño bolso como almohada, se remueve tratando de encontrar una posición cómoda. Diría que tiene unos cincuenta años, pero no estoy segura. Podría haber alguien más joven bajo esa barba y pelo enmarañados.

Salgo y reviso el resto de las habitaciones, pero es el único habitante. Regreso a la que fue la habitación de mis padres y contemplo al indigente, decidiendo qué debo hacer. Es extraño que esté tratando de dormir a esta hora, pero puede que esté borracho o drogado.

Luego de un rato viéndolo, cuando ya empieza a roncar suavemente, decido que tendré que deshacerme de él tarde o temprano.

–¡Hey despierta! –le llamo en voz alta.

Veo como su cuerpo al instante se vuelve rígido, seguro es de sueño ligero y es una suerte que no haya reparado en mi presencia antes. Al instante abre sus ojos, unos ojos cafés completamente alertas y me mira, estudiándome.

–¿Qué quieres? –pregunta y se levanta con dificultad, casi como si le doliera algo.

–Esta es mi casa y quiero que te largues –respondo, pero mantengo las manos, que sostienen una cuchilla cada una, hacia abajo.

El ríe con amargura.

–Creo que te equivocas, niña. Esta es mi casa.

Me molesta un poco que me llame niña, pero lo dejo pasar. No puedo atacar a cada persona que me llame así, porque estaría peleando una vez cada semana o más.

–En realidad si es mi casa, mi familia era dueña de este lugar y ahora yo lo soy –digo.

Me mira sorprendido y un poco asustado,

–Pero, esta es mi casa –dice nuevamente, inseguro. Pienso sobre ello y creo que este es el único lugar que tiene donde quedarse.

–Amigo, mira, esta es mi casa y aunque tuve que irme, ahora estoy de vuelta y quiero repararla –explico.

Él se remueve, cada vez más incomodo.

–No me puedes obligar a salir –dice, parándose derecho y tratando de parecer duro. Lo miro divertida por su muestra de bravuconería, que deja mucho que desear.

Levanto mis cuchillas, sólo para llamar su atención sobre ellas y lo logro, inmediatamente baja su postura y mira mis manos y rostro, alternativamente, con desconfianza.

–Escuche rumores sobre la casa, ¿son ciertos? –pregunta.

–Sí, lo son –respondo, sólo pudiendo imaginar qué clase de rumores rondaron por aquí, una vez que me fui.

–No tengo donde ir –dice y se sienta sobre el colchón con un gemido, casi como si mantenerse en pie lo hubiera agotado.

Lo veo más detenidamente y observo como respira agitadamente y su frente está llena de sudor. Creo que este hombre está enfermo. Dudo sobre que decir a continuación, sobre si decidir sacarlo o no, pero siempre fui demasiado blanda con las personas sufriendo, así también con los animales heridos.

–Te diré lo que haremos. Mis planes de arreglar la casa no cambiarán, pero necesito a alguien que la cuide por ahora. Si lo haces puedes quedarte, al menos por un tiempo –explico–. Si no aceptas, tendré que sacarte.

Me mira, mientras sostiene su estómago con una mano. Muevo ágilmente una de mis cuchillas en advertencia, sólo en el caso de que sea tan tonto para no aceptar mi intento de amabilidad.

–Lo haré –dice encogiéndose de hombros, como si no le importara.

–Ok, serás mi cuidador por ahora. ¿Cuál es tu nombre? –pregunto y procedo a guardar mis armas. No es que no pueda volverlas a sacar si él intenta algo.

–Soy Juan –dice sin ánimo, casi como si hubiera perdido las ganas de vivir y sólo estuviera esperando la siguiente desgracia, antes del inevitable final.

–Juan, soy Samantha. Estaré viniendo mucho por aquí, como lo harán las personas que contrataré para arreglar la casa. Les diré que estarás aquí y me gustaría que no le contaras a nadie de mí, al menos por ahora –digo.

–Bien, ahora déjame descansar –dice y se recuesta sobre el colchón una vez más, dándome por despedida. Muevo la cabeza en negación, sorprendida por como salió esta visita.

Salgo de la habitación de mis padres y bajo la escalera con una sonrisa en la cara, reprendiéndome por lo blanda que fui. Si quiero hacerme con una reputación, debo dejar de ayudar a personas como Juan.

Me pongo el casco sobre la cabeza antes de dar un paso fuera de la casa y cuando llego a mi moto, miro una vez más hacia ella. Esta vez pensando en lo que será, no en lo que fue, ni en lo que es.

*******

La siguiente semana, es un torbellino de actividad. Entre empezar los trámites para pasar los inmuebles de la familia a mí nombre, intentar acceder a las cuentas de la familia, visitar los terrenos, que están igual de deteriorados y saqueados que la casa, tratar de descubrir que sucedió con las armas que tenían guardadas mis hermanos para vender y empezar a arreglar la casa, estoy agotada.

Llega el viernes y como cada día desde que lo conocí, compro el desayuno para Juan. Al principio no quería recibir la comida, pero cambió de parecer cuando seguí trayendo para ambos. Todavía no me cuenta de que está enfermo, pero veo que cada vez está un poco más fuerte.

Lo primero que hice, al día siguiente de ver el estado en que se encontraba mi casa, fue contactar a un maestro para que sustituyera los vidrios y la puerta frontal. Demoraron un par de días en venir, pero lo hicieron.

No es que cierre por lo general las puertas, pero la que tenía no se podía llamar puerta. Lo siguiente que hice ese día fue conseguir que restablecieran los servicios básicos y aunque tuve que pagar mucho por cuentas atrasadas, valió la pena. Ahora Juan y yo tenemos agua y electricidad.

Los siguientes días en cada momento que podía, limpié y saqué la basura de la casa. Juan sólo me daba una que otra mirada, cuando cruzábamos nuestros caminos. Una vez que terminé de limpiar, compré pintura.

Pintar una casa tan grande no es tarea fácil, pero para mi sorpresa, Juan decidió que no era lo suficiente buena y se dispuso a explicarme cómo hacerlo y ayudarme. Entre ambos, estuvimos pintando todas las tardes, después de que llagaba con la cena para ambos.

Él no habla demasiado y es agradable trabajar en silencio. Pensé en contratar a alguien para que pintara el resto de la casa, una vez que me di cuenta de todo el trabajo que significaba, pero lo descarté. Creo que nos da algo en que pasar el tiempo y estamos bien con eso.

–No sé por qué diablos insististe en cambiar la maldita puerta si nunca la cierras. La madera se inflará por la humedad y cuando la queramos cerrar, no lo hará –gruñe Juan a mi espalda.

Lo miro en silencio, sin saber que decir.

–Me gusta sentir el aire, eso es todo.

–Ja –ríe–. Aire y una mierda. Tiemblas como una patética rata en cuánto reparas en la puerta cerrada. Si tanto te molesta deberías ampliar la casa, dejar una gran sala, con esa puerta –dice apuntando hacia el final del pasillo–, abierta hacia el patio, de esa forma no entraría tanta humedad y podrías instalar ventanales y aprovecharías la luz.

Pienso un momento en lo que dice y veo a mi alrededor, estudiando los muros y puedo imaginar lo que dice Juan.

 –Me gusta tu idea de una gran sala que se oriente hacia el patio, pero estos muros sostienen la casa, si los sacamos se nos caerá todo esto encima.

Niega con la cabeza, ofuscado.

–Mujeres… Los pilares que sostienen el segundo piso son esos. –Apunta hacia las esquinas de la parte delantera de la casa–. Y los pilares de la escalera son bastantes anchos. Podrían sostener hasta un tercer piso.

–Y tú, ¿cómo sabes eso? –pregunto sorprendida.

–Cualquiera con algo de cabeza puede verlo, además he usado de mantel unos planos que encontré hace tiempo en unas cajas.

Me rio.

–Bueno, necesito esos planos.

–No, yo los necesito, ¿sobre qué comeré entonces?

–Te compraré un mantel y hasta una mesa y sillas.

Piensa un rato y luego asiente de mala gana.

Veo como sube las escaleras y al rato vuelve con los planos y me los entrega.

Los reviso y, sorprendentemente, están bastante limpios para haber sido usados como mantel.

Juan tiene razón sobre los pilares de la casa. Debo contratar un arquitecto y a un contratista para que me ayuden.

Cuando me siento embargada por la emoción, decido poner música, pese a escuchar refunfuñar a Juan. Aunque se queja, lo he visto mover el pie al ritmo del rock and roll e incluso con algunas canciones de Queen juraría que lo he escuchado tararear.

Mientras estudio los planos, sonrío. Estoy recuperando mi hogar y de alguna manera el saber que se verá distinto a cómo fue mi casa, me hace sentir mejor, ya que la siento más mía, no la casa de mis padres. Mi casa.

Por primera vez, desde que llegué a Chile, siento paz.

Más populares

Comments

Linilda Tibisay Aguilera Romero

Linilda Tibisay Aguilera Romero

quien será Juan cuál será su historia

2025-04-20

0

Marinochka

Marinochka

Jaja 😂

2024-05-02

1

Total

descargar

¿Te gustó esta historia? Descarga la APP para mantener tu historial de lectura
descargar

Beneficios

Nuevos usuarios que descargaron la APP, pueden leer hasta 10 capítulos gratis

Recibir
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play