Cruzó todo el palacio de vuelta a sus aposentos, con tanta prisa que la criada detrás de ella no podían seguirle el paso. Al llegar las puertas se le fueron abiertas y entró inmediatamente.
— ¡Mi señora! — la alcanzó Gulistan. — Mi señora, ¿qué ocurrió? — recuperó la postura.
— Nada, trae el trabajo que queda por hacer. — se sentó en el suelo frente a la mesa en la que trabajaba.
— Mi señora — habló Gulistan. —, no hay nada más que hacer, todo el trabajo está listo hasta el siguiente mes.
Una rara expresión de desilusión y preocupación se dibujó en el rostro de la consorte. Su respiración se calmó y pensó por un momento en su situación:
El sultán ya la conoció, y ahora está en la mira, no podrá ocultarse más. El trabajo que era lo único que le distraía ya lo había acabado todo, y aunque no fuese la primera vez que con su responsabilidad y diligencia terminaba el trabajo a tiempo en pocos días luego de trabajar seguidos, era diferente ésta vez. La ansiedad se apoderaba de ella.
Cayó la noche y Gulistan le llevó el té a su ama, como siempre, se sentó a cierta distancia y sirvió el té en la taza.
— ¿Vio al Sultán?
— Sí.
— ¿De verdad era él? — abrió un poco más los ojos con una sonrisa llena de ilusión.
Irem la miró. — Sí.
— ¿Y cómo era? — se acomodó en la alfombra.
— Gulistan...
— Debe ser muy guapo para volver a las mujeres unas gatas locas. — habló por encima de Irem.
— ¡Gulistan!
— ...
— Si te oyen hablando así te cortarán la cabeza.
— Lo lamento, mi señora... —
— No vuelvas a hacerlo. — la consorte sostuvo su cabeza cansada.
— ...
Irem suspiró. — Era alto. — pasó sus manos por su rostro. — Cabello castaño y ojos azules, voz gruesa. — miró a su criada. — Apuesto. — asintió.
Gulistan sonrió. — ¿Qué es lo que más le llamó la atención de él? — preguntó.
Irem pensó en silencio.
De las limpias esquinas de oro de la habitación hasta el mismo fuego de las velas que derretía la cera, el hombre parado en medio de la habitación desde hacía horas estaba paralizado. Sin pensar en nada ni llamar a nadie, lo único que hizo fue agachar la mirada mientras algún recuerdo surcaba su mente y detenía sus sentidos.
Sí la recuerda, esa noche en qué asaltaron el castillo francés. Mató al rey él mismo, su general encontró la cámara real, en dónde estaba la reina, dormida y pacífica y completamente inocente. Aslan tomó una de las almohadas de plumas y la sostuvo con más fuerza que ella, asfixiando a la reina franca; mientras el sultán observaba.
Debían matar al príncipe pero, no había uno, en su lugar había una muñeca acostada a lo largo de la cama. Entre la palidez de su rostro y la piel de un oso polar no hallaron diferencia, y se preguntaron si estaba muerta. Inerte su cuerpo en reposo, el sultán se acercó mientras su general, Aslan pasha, le ofrecía hacerlo él mismo, su sultán no lo escuchó. Observó el rostro de la niña pálida, tenía dieciséis años, no estaba muerta, encontró la subida de su pecho por sus pulmones expansivos y su respiración normal.
Luego de matar a su niñera, Aslan se la llevó, preguntándose porqué aún no despierta, nunca halló la respuesta y luego se llevarla al palacio y dársela a su majestad como regalo, supo que algún día despertó. Las guerras que el sultán lo envió a librar fueron suficiente distracción y trabajo para dejar de prestarles atención a una mujer que estaba seguro de que no volvería a ver.
Se acordó el sultán de cómo mientras ella dormía giró su cabeza y sus ojos se abrieron, cristalizados con el borde rojo, mirándolo. Y por una vez el gran sultán se sintió pequeño se sintió vulnerable, porque una niña lloraba ante él. Sincera, sin odio, decepcionada de la vida pero con ganas de vivirla, sus ojos tenían todos colores, desde el más brillante al más opaco y oscuro que oculta otro mundo, y volvieron a cerrarse. Por primera vez se sintió mal ver una iglesia en llamas, por primera vez las personas corriendo y los soldados de la oposición siendo sometidos se sintió incorrecto. Por primera vez se sintió desdichado, manteniendo su riqueza y poder, nada podría diferenciarlo de otro hombre.
— Señorita Meryem, éstas son las órdenes del sultán. — leyó una sirvienta. — El nombre de Anna Victoria de Francia no es más el de ella, su nombre es Irem, y se convertirá al islam. Sigue educándola. — recibió Meryem el mensaje
— Señorita Meryem, éstas son las órdenes del sultán. — leyó la sirvienta en una segunda visita. — Irem seguirá haciéndose cargo de ahora en adelante de la contabilidad del palacio, y cualquiera que se oponga será castigado, y no tienes que notificármelo. — recibió Meryem el mensaje.
— Señorita Meryem, éstas son las órdenes del sultán. — leyó la sirvienta por tercera vez. — Como recompensa por su arduo y excelente trabajo como contador, es ascendida de concubina a consorte del sultán. — recibió Meryem el mensaje y suspiró.
— Señorita Meryem.
— Señorita Meryem.
— Señorita Meryem.
Meryem recibió órdenes para preparar a Irem y que ella esté lista para el sultán, intelectual y culturalmente. Pero el sultán nunca la llamó, nunca fue a verla, ni le dió regalos. El comportamiento del sultán era completamente desconocido para la propia Meryem, quien fue nodriza del sultán Waleed.
La razón es simple: nunca estuvo listo para volver a ver esos ojos. Sentirse pequeño o maldito, un pequeño conejo con miedo del depredador. Y su depredador tenía el rostro pálido e inocente de un ángel.
Aunque no quería enfrentar su mirada, a veces creía que debía refugiarse en sus brazos; no sucedió nunca ninguna de las dos.
— Llama a la señorita Meryem. — ordenó y un sirviente fue en busca del jefe de eunucos, Lale, y a la señorita Meryem.
— Su majestad. — hicieron una reverencia ante él.
— Desde ahora, la consorte Irem tiene que asistir a todos los eventos que el resto de criadas del harén, y vendrá a recibirme con la consorte Bahar y las sultanas Esra y Esmeray. — ordenó.
El eunuco Lale y Meryem hicieron otra reverencia a pesar de su confusión.
— Retírense. — dijo el sultán.
Cruzaron el harén y fueron a la habitación de Irem.
— Consorte. — saludó el eunuco.
— ¿Qué ocurre, Lale? — preguntó sin despegar la mirada de sus libros.
— ¿Ha hecho algo en especial últimamente? — preguntó con una ceja alzada, observando insistentemente a Irem.
Ella alzó la mirada. — ¿De qué hablas? — preguntó. — Lale, ¿a qué te refieres?
— Parece que el sultán se ha fijado en usted. — sonrió orgulloso.
A Irem no le gustaron nada esas palabras, pero más allá de disgusto, estaba totalmente desorientada.
— El sultán mandó a decir que usted la recibiría junto a las sultanas Esra y Esmeray, y junto a la gran consorte, y no estaría ausente en ningún otro evento del harén. — se acercó muy contento.
— Lale...— alzó la cabeza. — Quiero morir.
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Comments
Mirta Liliana
me encanta esta historia antigua,de guerras y conquistas!!👏👏👏🇦🇷
2022-09-12
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