Luego de hacer seguimiento a un caso de malversación el cual no estaba todavía cerrado, la consorte decidió salir a tomar aire fresco, luego de haber levantado con los labios partidos y la piel pálida, acabando de salir de un mal sueño, no se sentía dispuesta a seguir su habitual rutina de rondas seguidas de estresantes pilas de trabajo proporcionada por incompetentes que solo saben cobrar sus sueldos, y contar hasta el último centavo de éste para no dejar uno solo fuera de sus bolsas.
— Mi señora, ¿por qué no vamos al harén? Quizás haya una oportunidad de que el Sultán la vea. — Sugirió inocentemente su criada.
— Gulistan, no tengo interés en el Sultán. — declaró.
— Pero mi señora... Usted es muy hermosa, y es la consorte del Sultán. — entristeció el tono de la criada.
— ¿Qué tiene eso, Gulistan? — preguntó sin regresar a verla.
Luego de un silencio, Gulistan le respondió. — Las otras mujeres se burlan, y la gran consorte inventa rumores para entretener las noches de esas mujeres sin estatus. Usted es más digna de cualquier lujo que alguna de ellas se atreve a desear. Si tan solo usted quisiera...
— Gulistan, yo no quiero nada más que vivir correctamente. El sultán es el padre del imperio Otomano, y así como él da la vida por éste, hay mil mujeres que dan la vida por ese hombre. No tiene nada que ver conmigo, y una más o una menos, no le interesa al sultán. — respondió.
— Mi señora... Puedo oír las risas del harén. — replicó Gulistan. — No han sido ni tres las veces que usted ha ido allá, al menos...— habló con sinceridad y asistencia.
— Siempre me lo pides, Gulistan. — espetó.
— No soy más terca que usted. — respondió Gulistan.
Su ama regresó a verla y con los ojos entrecerrados le dijo a su criada: — Serán cinco minutos, cuéntalos. — ordenó y bajó al harén.
Se paró en la entrada, ni siquiera estaba de frente en la puerta, se paró de lado a oír las desordenadas voces de las mujeres. Gulistan no estaba complacida en lo absoluto, pero no se atrevía a retar de nuevo a su señora.
Las criadas, confundidas, abrieron la puerta, para disgusto de la segunda consorte. Se hizo un silencio desagradable, que la mirada de la gran mujer tornaba frío.
— ¿Es hoy una ocasión especial? — preguntó burlesca ma gran consorte. — Una aparición tan inesperada como es la de nuestra ermitaña contador nos halaga ésta noche. — sonrió. A sus espaldas, su esclava y esbirros se rieron ligeramente.
— ¿Qué puedo responderle a la señorita Bahar? — respondió nuestra señora, llamando la furia de la gran consorte.
— Vivir monótona y tan patéticamente te ha hecho olvidar quien eres, pero ¿incluso se te olvida quién soy? — el tono animado se Bahar, la consorte, cambió por uno más raspado.
— Viéndote puedo adivinar que eres una mujer. — el tono indiferente de la segunda consorte se mantuvo igual.
— Soy la mujer del sultán. — respondió con arrogancia.
— Felicitaciones, mujer. — replicó com un rostro inexpresivo y una mirada impaciente por irse.
Atónita, a Bahar le tomó un tiempo recuperar sus cinco sentidos y tras un silencio en el que todas temían el resultado, se oyó una risa cínica viniendo de la poderosa mujer. — ¿Y tú qué eres si no también una mujer? — la miró con desprecio.
— Mientras haya una diferencia, no seré igual a ti. — respondió sin inmutarse.
En solo pobres minutos de conversación, Bahar comenzaba a perder la paciencia.
— ¿Cuál es esa diferencia? Quiero saber. — frunció su entrecejo, señal para todos de que un paso en falso desataría las cadenas de los demonios en el infierno.
— Que por encima de tus joyas o corderos que se esconden detrás de ti. Yo no ostento ninguno se los dos y soy alguien por mí misma, tú necesitas alardear de algo que no tienes, como es el favoritismo del sultán para ser tomada en cuenta para algo. — respondió sin cambiar su expresión.
El silencio incómodo por sus palabras, molestó a Bahar, quien abrió la boca para replicar.
— Aún no termino. — habló la segunda consorte antes de que la grande escupiera siquiera la primera de sus palabras. — No conozco al sultán, ni se me solicita ir a su habitación, y aún así tengo un buen puesto y el respeto de los que me rodean, ganado honradamente, no porque me senté alado de alguien magnífico que me regaló todo. — continuó, sin ver un apropiado final. — Yo trabajo por este palacio, por su economía, es decir, por el dinero del que tú disfrutas. Sin embargo, no hago alarde de mi posición, soy humilde, y antes de pretender ser digna de lo inalcanzable — la miró de pies a cabeza. —, soy una mujer con actitud y dignidad. — terminó.
Conmocionada, la consorte del sultán ladeó la cabeza y pestañeó varias veces, sin ocultar el característico movimiento oscilante de sus labios, aviso de su pronta explosión.
— ¿Te atreves a decir eso? — preguntó regulando un fluctuante tono.
— Es la diferencia por la que me preguntaste. — respondió muy calmada e indiferente.
— Qué te da...— apretó los puños.
— ¿Disculpe? — acercó irónica y centimétricamente la cabeza en dirección a la gran consorte.
Ésta alzó una mirada llena de odio e ira. — ¿Qué te da el derecho de hablarme así?
La comisura de los labios de la segunda dama se alejó de sus extremos sonriendo tan ligeramente que solo se notó la simple indiferencia por cualquier rabieta.
— Que, a diferencia de los que temen tu explosivo e infantil carácter, mi estatus no está por debajo del tuyo, somos iguales en ese único y singular aspecto. — respondió devolviendo la cabeza a su lugar. — No hay castigo que puedas darme, ni poder al que yo pueda temerte.
— Quién diría que le tienes más miedo a socializar que a la muerte. — amenazó.
— ¿Miedo? — preguntó con sarcasmo. — Miedo solo a ALLÁH (Dios en el Islam)
— ¿Le ofreces a ALLÁH tus palabras llenas de insolencia? Eres una vergüenza.
— Sinceramente, la única que vive bajo sus leyes en éste palacio lleno de mujeres, soy yo. Mientras que las que se matan, pelean y confabulan contra la otra están despreciando los valores que ALLÁH nos ordena adoptar. — respondió.
— Irem...— llamó la gran consorte.
— Bahar. — respondió con igual desinterés, el cual todos sentían como desprecio.
— No permitiré...— se acercó — ¡Que me desprecies! — se abalanzó sobre ella.
Irem agarró las manos de Bahar, las cuales ésta había dirigido al cabello impecablemente recogido de la segunda consorte. Las separaron, poniéndose todas del lado de Bahar.
— Tengo entendido que la consorte Bahar tiene un gato. — habló Irem. — Si la consorte Bahar se comporta así, ¿significa eso que su gata es la que se comporta como una dama? — preguntó sarcásticamente.
— ¡Irem, cállate! — se levantó Bahar.
— Consortes. — hizo una reverencia el segundo eunuco, interviniendo. Volteándose para mirar a Irem, dijo: — Sus palabras me impresionan, consorte Irem. — habló. — Qué frías pueden ser. — se puso del lado de Bahar.
— Ya veo, Kadir. — lo miró Irem. — Como contadora de éste palacio, soy yo quien decide y paga tu salario. — se volteó hacia él. — Lo único que tienes que hacer para complacerme es silencio. — lo miró de la misma forma.
— ¿No era yo la que alardeaba de mi posición? — sonrió Bahar.
— Mi posición es real. — respondió Irem sin mirarla, lo que cambió la cara de Bahar.
— Tú...
— Siempre me insultas, pero incluso para humillarme te falta porte, Bahar, te falta habilidad y elegancia para insultarme. — la miró. — Disfrute su noche, gran consorte. — dijo sarcásticamente e hizo una reverencia en tono de burla y sin intención de respeto.
Se retiró y sus criadas la siguieron de vuelta a sus aposentos.
Cayó en la tentación de responder, y sin importar ganar o perder, cada acción llama la atención, tiene consecuencias, y escribe las páginas de un nuevo capítulo.
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𝑭𝒓𝒂𝒏 𝒎𝒚 𝒐𝒏𝒍𝒚𝒍𝒐𝒗𝒆
yo
2022-01-16
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