DESTINADOS

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CAPÍTULO 1: UNA TERRIBLE AGONÍA

DAMEN

La amo y lo quiero gritar, pero no puedo hacerlo. Tengo que contenerme debido a su corta edad. Soy mayor que ella por mucho. Ciento tres años es una diferencia enorme. A pesar de que luzco como un hombre de veintiocho años, mi mente, mis pensamientos y mi manera de ver la vida es totalmente distinta a la de ella.

Literalmente estoy muerto en vida, y no lo digo por el hecho de ser un inmortal, sino por el hecho de haber perdido a la única razón que tengo para seguir existiendo.

Una mañana, desperté temprano como de costumbre para acompañarla en secreto hasta el colegio. Siempre salía de su casa con una enorme sonrisa, iba brincando, tomada de la mano de su madre. Pero esa mañana fue distina, esperé y esperé afuera de mi casa para ir tras ella, cuidando sus espaldas. Ni ella ni su madre salieron de casa. Me preocupé mucho pensando que algo malo le pudo haber ocurrido, por ejemplo: otro ataque de asma. Me pregunté si estaría enferma, o si no tenía clases. Cualquier cosa que fuera, no lo iba a saber, ya que solamente era el vecino extraño de enfrente.

La curiosidad me consumió durante todo el día, me senté en el balcón de la habitación que daba a la calle para observar cualquier movimiento que hubiese. Todo se mantuvo en calma durante el transcurso del día. Nadie entró ni salió de la casa, lo cuál me llevó a preocuparme todavía más.

No me moví del balcón, estuve ahí toda la noche, esperando. La luz del sol me despertó al amanecer. Miré mi reloj de muñeca, ya eran las siete de la mañana con quince minutos. La hora exacta en la que ambas salían para apresurarse al colegio. Miré hacía todos lados, buscando ojos curiosos que pudieran observar mi siguiente movimiento. No había nadie, todo estaba tranquilo. El único sonido que se podía escuchar era el canto de las aves. No quise perder tiempo bajando como la gente normal, así que llegué al suelo de un salto.

Nuevamente, nadie salió de la pequeña casa con fachada colonial, puerta de madera y ventanas con incrustaciones de piedrecitas de colores.

Esperé afuera durante una hora entera.

—Oiga, usted —le dije a una señora que pasaba con una cesta repleta de pan casero.

—¿Qué desea, señor? Traigo cuernitos, conchas, pay de queso… —la señora destapó su cesta para ofrecerme pan.

No acostumbro a ingerir alimentos, puedo vivir del elixir que me provee una bruja que vive de leer las cartas del Tarot en el centro de la ciudad. Ella es más vieja que yo, y debería poseer una enorme fortuna. Sin embargo, lo perdió todo en un ridículo acto de vanidad. Se enamoró de un jovencito que la estafó hasta dejarla prácticamente en la calle.

—Deme uno de cada uno —dije tratando de ganarme a la señora del pan que proveía todas las mañanas a la familia de Ariana.

La señora sacó una bolsa e introdujo dentro una pieza de cada pan que traía.

—¿Le puedo hacer una pregunta?

—Sí, señor.

—¿Sabe algo acerca de la familia Morgan? —pregunté señalando hacia la casa de Ariana.

La señora se detuvo y posó las pinzas de metal sobre la cesta para luego mirarme con cierto desdén.

—Vive aquí enfrente, ¿cómo es posible que no sepa nada?

—No acostumbro meterme en la vida de mis vecinos, pero me produce cierta inquietud notar que nadie ha entrado y salido desde ayer.

—Y eso que no se mete en la vida de sus vecinos, pero bueno. La señora Morgan falleció ayer en la madrugada, incluso hasta vino la ambulancia. ¿No escuchó nada?

—No. Desgraciadamente, tengo el sueño muy pesado.

—Así fue, una enorme tragedia. Sobre todo para la pequeña.

—¿Qué fue de la pequeña? —pregunté con un gesto de horror.

La señora entornó los ojos y arrugó la nariz en señal de sospecha, como si yo fuera el culpable de la muerte de mi suegra.

—No lo sé, las malas lenguas cuentan que se quedó con su tía. La pobre mujer difunta era madre soltera, y solo tenía a su hermana mayor.

—¿No sabe dónde vive la hermana de la señora Morgan?

—¿Para qué quiere saber? ¿Es usted el padre de la niña?

—¿Y si lo fuera me diría dónde?

—Son treinta con cincuenta, por favor —dijo estirando su brazo con la bolsa de pan.

—Sí, quédese con el cambio.

La señora me mal miró nuevamente antes de continuar con su camino.

Sostuve la bolsa de pan mientras miraba fijamente hacia la casa de Ariana.

"No hay otra opción, tengo que encontrar a la hermana de la señora Morgan a toda costa."

Pensé que encontrar a esa mujer iba a ser cosa sencilla. Antes de recorrer toda la ciudad, decidí comenzar por acudir al colegio donde Ariana estudiaba en el quinto grado de primaria. Sí, quinto grado de primaria. No soy un pervertido ni nada por el estilo. Yo tampoco me vi uniendo mi lamentable y solitaria vida a una pequeña de once años.

Todo sucedió una tarde, lluviosa para acabar de joder las cosas. Iba caminando hacia mi casa después de acudir con la bruja por una dotación de elixir. Acorté mi camino cruzando por un parque. El cual estaba vacío por la intensa lluvia. Una mujer lloraba desconsoladamente mientras cubría con su chaqueta a su hija y suplicaba auxilio. Sus gritos se mezclaban con el estruendo de los rayos y el fuerte golpeteo de las gotas de lluvia que rompían en el plástico de los juegos.

La pequeña Ariana sufría de un ataque de asma, su inhalador se había quedado sin carga, y la pobre mujer no sabía qué hacer.

La vida de los mortales me importaba poco, miré con el rabillo de los ojos y continúe con mi camino sin inmutarme por la escena.

La mujer me sorprendió por la espalda, se aferró con fuerza de mi abrigo y me suplicó por ayuda. Sacudí bruscamente la espalda para zafarme de las manos de la mujer.

"Por favor, se lo suplico. Ayude a mi hija, va a morir si no hacemos algo."

Gritó con desesperación.

<> pensé mientras el viento fuerte arrasaba con la sombrilla de bolsillo que me cubría poco de la intensa lluvia.

Puse los ojos en blanco, solté un fastidioso quejido y me dispuse a ayudar a la mujer. De todos modos, ya me había mojado. Mi sombrilla arruinada fue a quedar atorada entre los arbustos que estaban atrás de la resbaladilla.

Miré a la mujer tras extender mi brazo para darle el maletín de piel que contenía los frascos de elixir. Me puse de rodillas a un costado de la niña y fingí practicarle RCP. Puse mis labios sobre los suyos para darle un poco de mi aliento, lo suficiente para curar su crisis e, incluso, hasta su asma. Ese era mi don, y también fue mi maldición, ya que nosotros estamos destinados a unir nuestra vida con el alma gemela. Un lobo encuentra a su mate inhalando el aroma de su alma gemela, y nosotros, los inmortales, lo hacemos mediante un beso. Igual que en las películas de princesas encantadas. El más ligero roce de labios con el alma gemela es suficiente para atar a un inmortal por toda la eternidad. Podría sonar bello y romántico, pero es una terrible maldición. He visto a inmortales sufrir con amargura la espera de la reencarnación de su ser amado o el rechazo eterno de este.

Solo podemos amar a un ser humano, y cuando este muere, esperamos con dolor y buscamos con desesperación su alma reencarnada. Es difícil, ya que al volver a nacer cambia todo: color de piel, raza, complexión…

En ciento catorce años, jamás experimenté cosa similar, y me sentía afortunado por ello.

Al momento de tocar sus labios con los míos pude sentir la conexión tan fuerte que surgió entre nosotros. Un amor tan grande como la gravedad que sostiene mi cuerpo a la tierra surgió dentro de mi corazón, sentí que ya no podría vivir sin estar a su lado. Un fuerte electroshock que te recorre el cuerpo, haciéndote sentir débil, indefenso. Eso, además de ese estúpido resplandor que solo yo pude ver al momento de ¿besarla?

Caí de espaldas, asustado, aturdido.

La señora soltó el maletín, escuché con claridad como se rompieron los frascos que guardaba dentro. Corrió para ver a su hija, la cual se sentó como si nada hubiera ocurrido.

"Es un milagro", gritó mientras estrechaba entre sus brazos a la pequeña Ariana.

Me levanté, recogí el maletín y me perdí entre los juegos. Ambas buscaron por todo el parque al hombre misterioso que salvó la vida de la pequeña. Yo me dediqué a observar, siempre un paso atrás de ellas. Evitando ser descubierto.

Las seguí hasta su casa, y meses más tarde compré la casa de enfrente para poder estar cerca de mi alma gemela.

Ariana, la luz de mis ojos, mi reina, mi vida entera. Todo eso y más se volvió aquella chiquilla que corría con emoción tras el camión de los helados mientras yo observaba desde el balcón del segundo piso.

Ahora todo esta perdido para mí, por más que busqué y busqué no encontré rastro alguno de Ariana.

Un mes después de que le perdí el rastro, la pequeña casa se puso en venta. Por supuesto, llamé al número del anuncio fingiendo interés por comprar la casa, pero la vendedora no era la tía de Ariana, sino una agente inmobiliaria. La tía vendió a una agencia, y por más que supliqué, no me dijeron nada acerca del paradero de la tía.

"Es información confidencial", me decían al momento de pedir los datos de la antigua dueña.

Han pasado diez años desde que comencé a morir lentamente. Mi bello rostro de porcelana luce demacrado, mis ojos tienen ojeras pronunciadas que me hacen parecer emfermo. Vivo una terrible agonía que me mata y me consume por dentro.

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Comments

Li Jiam

Li Jiam

bueno un inmortal muy patético diría yo

2022-10-11

1

Elisa Betancourt

Elisa Betancourt

Ohhh que historia triste ...

2022-05-24

0

Cecilia Afanador

Cecilia Afanador

waaaooooo me parece que será una historia de amor muy linda...

2022-05-22

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