CAPÍTULO 2: LADRONZUELA

DAMEN

He vuelto a gastar una enorme suma de dinero con la bruja estafadora. Hace diez años me prometió encontrar a Ariana y, hasta la fecha, nada más me saca dinero. Sé muy bien que se aprovecha de mi condición, sabiendo que esa chica es mi alma gemela. Asumí tarde que, gracias a mí, la maldita recuperó su fortuna perdida. Hasta un bruto se daría cuenta, la mujer trae auto del año, y se mudó a un barrio más decente. Hasta amplió su sala del Tarot.

—Eso es lo último que te doy, la encuentras o te olvidas de los cheques mensuales —le grtito mientras ella mira con emoción el cheque con una jugosa suma de dinero escrita en él.

—No es fácil encontrar a esa chica, sobre todo cuando no tienes absolutamente nada de ella. Serviría bastante si tuvieras aunque sea un cabello, alguna prenda o algo que le pertenezca. De otra manera, me cuesta mucho trabajo ver donde está.

—Te di su nombre y apellido, ¿no es suficiente?

—¿Tines idea de cuántas personas se llaman Ariana Morgan? Esta no es una oficina de personas extraviadas, ten paciencia.

—Te lo advierto, Celin, si no encuentras algo durante este mes, olvídate del dinero.

—¿Para qué buscas con tanta insistencia a esa mocosa? Eres un hombre muy atractivo, si lo deseas, nos podemos divertir mucho. Te daré algo especial como una recompensa a mis intentos fallidos —asegura pasando su mano por mi pecho.

—Una horrible bestia como tú jamás me va a provocar el más mínimo deseo carnal.

—¿Horrible bestia? ¡¿Estás de broma?! Soy una mujer muy atractiva y sensual —asegura jugueteando con su horrible cabello teñido de anaranjado.

—Sí, todo gracias a mi dinero. Hace diez años lucias tal y como realmente eres: una vieja fea, arrugada y llena de asquerosos lunares pronunciados.

—No seas exagerado, querido. No todo en este mundo es dinero —dice mientras camina contoneando sus pronunciadas caderas hacia a su mesa de trabajo.

—Sin el dinero no te verías como ahora. ¿Cuánto te costó?

—Costarme, ¿qué?

—No finjas, he vivido lo suficiente como para saber la clase de artimañas que usa una bruja como tú para lucir joven y hermosa.

—Es costoso, sí. Pero ya no vivimos en el pasado, donde yo misma tenía que conseguir ese maravilloso elixir de la eterna juventud. El traficante que me entrega la sangre hace el trabajo sucio. ¡Qué buena idea me has dado! —sonríe con los ojos desorbitados.

—¿De qué hablas?

—El traficante puede ayudarnos a encontrar a tu preciosa Ariana, bueno, solo si… solo si no me he bebido ya su snagre.

—¡No digas estupideces! —grito enfurecido mientras camino hacia ella. La tomo de los tirantes del vestido color durazno y la zarandeo con fuerza—. Si algo malo le ha pasado por culpa tuya, ten por seguro que te mataré con mis propias manos, maldita bruja de mierda.

—¡Cálmate, cariño! Fue solo una broma, prometo que la encontraré para este mes.

—¡Más te vale que así sea! —suelto su vestido, me viro hacia la mesa y tomo el maletín con el elexir para salir enfurecido de su establecimiento.

¡¿Qué clase de broma es esa?! Si Ariana estuviera muerta, ya lo sabría entonces.

¿O no?

Mi falta de experiencia con eso del amor y las almas gemelas me pone de mal humor. Ya que no sé dónde esta ella, o si aun esta viva. No siento nada más que un profundo dolor en el pecho que me estremece y me produce ganas de llorar.

Me he mudado catorce veces probando suerte, a ver si por casualidad me encuentro con ella. Aunque no sé cómo se vea después de diez años, todavía no tengo claro lo que estoy buscando. Me animo pensando que el corazón me dirá quien es la mujer correcta.

Llego a casa y me siento en el sofá mullido para pensar un poco mientras bebo el elixir que la bruja me ha proporcionado. Sabe mejor cuando está frío, pero está recién hecho y lo necesito para seguir respirando.

Me relajo y me desvanezco sobre el sillón, disfruto de la mágica sensación que me produce ingerir el elixir, es como tener varios orgasmos a la vez. Quiero imaginar que un vampiro siente lo mismo al beber la sangre de sus víctimas, sobre todo si es sangre de un humano jóven.

Busco en el bolsillo derecho de mi abrigo la cajetilla de cigarrillos, enciendo el tocadiscos con música clásica, enciendo el cigarrillo y muevo las manos al compás del violín mientras hago llegar el humo del cigarrillo hasta mis pulmones.

Me siento extasiado, libre de esta maldición que me ha acompañado durante varios años. Es el único momento en el que me puedo sentir bien; lamentablemente, ese momento solo dura el tiempo suficiente para terminar mi cigarrillo. Posteriormente, regresan el dolor y el sufrimiento.

Inhalo y exhalo con fuerza al momento de sentir esa estaca invisible que me asfixia.

Me levanto desganado del sillón, busco las llaves y la cartera para salir al pequeño super de la esquina. Me apetece beber algo fuerte, quizás un poco de whisky.

Camino observando a las personas que pasan en dirección contraria. El destino es tan extraño que, con un poco de suerte, pueda verla caminando a un costado.

Ninguna se parece, ninguna me hace sentir nada al mirar sus rostros.

Entro al super y camino directo a la fila para pagar. El licor solamente lo venden en la caja.

La fila es algo larga, ya que es el único lugar de la zona mejor surtido en mercancía.

Busco dentro de mi cartera un billete para agilizar la transacción. Me detengo, mis sentidos se ponen alerta. Puedo escuchar y percibir las cosas desde una distancia considerable.

Me hago a un lado para evitar que la camioneta blanca me roce. Mi percepción desarrollada me obliga a mirar el accidente en cámara lenta. La camioneta atraviesa el muro de cristal arrollando todo a su paso. Todos gritan y se cubren el rostro con los brazos.

Detengo con los dedos un trozo de cristal que vuela hacia mi rostro.

La gente se ha puesto histérica, gritan por ayuda.

De la camioneta emergen dos hombres y una mujer con armas en mano. Los tres tienen pasamontañas y el temperamento agresivo típico de un delincuente.

Los que pueden, salen despavoridos del establecimiento. El hombre más alto apunta hacia las personas que continúan en el mini super, detona tres tiros al techo, provocando que una de las lámparas se venga abajo. El otro hombre le dispara a las cámaras de seguridad. La mujer le grita al cajero y le exige el dinero de la caja registradora mientras le hunde la punta de la pistola en la sien.

Me siento aturdido, y no hago ningún intento por agacharme o esconderme. Aunque así lo quisiera, no hay hacia donde correr. La camioneta ha bloqueado el paso. Pero eso no es lo que me mantiene paralizado, una extraña sensación me recorre el cuerpo, algo así como escalofríos potenciados al cuadrado.

Mi corazón late con fuerza, no puedo dejar de ver a la mujer que está cometiendo un delito. A pesar de que su rostro está cubierto, algo me atrae a ella.

<>, pienso sin poder mover ninguna parte de mi cuerpo.

—¿Qué estás mirando, imbécil? —me grita el hombre alto y después me apunta con su arma.

Lo escucho vagamente, no puedo apartar la vista de la ladronzuela.

Vuelvo a mí después de presenciar como una bala atraviesa el escuálido hombro de la supuesta mujer que amo. Ella cae al suelo, y pide ayuda a sus secuaces. El hombre alto baja oa pistola y le arrebata la mochila con el dinero. Ambos hombres trepan a la camioneta, la cuál sale de reversa a toda prisa.

Las sirenas de las patrullas se escuchan cerca.

Entre el caos y la desesperación, tomo entre mis brazos a la ladronzuela y salgo del lugar a toda velocidad. Hay muchos espectadores que miran con morbo desde afuera. Le retiro el pasamontañas y salgo lo más rápido que puedo de la escena del crimen con la mujer en brazos. Por supuesto, la gente de afuera grita: "está herida". Hago caso omiso y continuo con mi camino.

Voy directo a casa, adentrándome entre callejones para evitar llamar la atención.

Miro hacia todos lados antes de entrar, lo que menos deseo es atraer a la policía hasta mi casa. Si alguien me descubre, seré acusado de complicidad.

Cierro la puerta con el pie y corro hasta el sillón para poner a la mujer boca abajo. No tengo nada en el botiquín del baño, no lo necesito. Así que improviso un poco. Me aproximo a la cocina y busco un cuchillo para sacar la bala de su espalda. Vuelvo a la sala, la mujer está inconciente. Toco su herida para ver más allá de lo que el ojo humano puede percibir. Afortunadamente, la bala no ha perjudicado ningún órgano vital. Introduzco el cuchillo, puedo ver a través de su carne. Saco la bala. Mi rostro se salpica gracias a un chorro de sangre que brota atrás del cuchillo al momento de sacarlo.

Tengo que actuar con rapidez para evitar que se desangre sobre el sillón.

"¡Mierda!", grito con desesperación.

No tengo hilo, ni aguja y mucho menos alguna sustancia que cicatrice la herida. Miro hacia todos lados, sobre la mesita de centro aún está el maletín con el elixir. No me lo pienso dos veces, abro un frasco y lo vierto sobre la herida; ésta sana como arte de magia. La carne se vuele a unir desde adentro.

No tengo idea de lo que pueda ocurrir en ella después de vertir el elixir sobre su herida profunda.

Le doy la vuelta y hago lo mismo que cuando era niña, le regalo un poco de mi aliento para que sane cualquier cosa que haga falta.

Me retiro un poco para darle espacio. Después de unos segundos puedo escuchar que su respiración se ha normalizado.

Suspiro aliviado. Descanso la espalda sobre la mesita y me froto el rostro.

"¡Carajo!", exclamo al darme cuenta de que me embarro más la sangre.

Mis manos, mi ropa y todo mi rostro están empapados de sangre. El aroma salado que emana de ella me produce náuseas.

La miro nuevamente, ella duerme. Me levanto y me dirijo al baño para limpiarme lo más que pueda.

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Comments

Li Jiam

Li Jiam

esto es lo mismo que decir que ella le produce asco como es eso así?

2022-10-11

0

Cecilia Afanador

Cecilia Afanador

gracias esta buena esta novela se desarrolla sin tanto enrredo el trama

2022-05-22

1

Eva Morales

Eva Morales

buenas noches por lo poco que empece a leer esta muy interesante felicitaciones

2021-11-28

4

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