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CAPÍTULO 1: UNA TERRIBLE AGONÍA

DAMEN

La amo y lo quiero gritar, pero no puedo hacerlo. Tengo que contenerme debido a su corta edad. Soy mayor que ella por mucho. Ciento tres años es una diferencia enorme. A pesar de que luzco como un hombre de veintiocho años, mi mente, mis pensamientos y mi manera de ver la vida es totalmente distinta a la de ella.

Literalmente estoy muerto en vida, y no lo digo por el hecho de ser un inmortal, sino por el hecho de haber perdido a la única razón que tengo para seguir existiendo.

Una mañana, desperté temprano como de costumbre para acompañarla en secreto hasta el colegio. Siempre salía de su casa con una enorme sonrisa, iba brincando, tomada de la mano de su madre. Pero esa mañana fue distina, esperé y esperé afuera de mi casa para ir tras ella, cuidando sus espaldas. Ni ella ni su madre salieron de casa. Me preocupé mucho pensando que algo malo le pudo haber ocurrido, por ejemplo: otro ataque de asma. Me pregunté si estaría enferma, o si no tenía clases. Cualquier cosa que fuera, no lo iba a saber, ya que solamente era el vecino extraño de enfrente.

La curiosidad me consumió durante todo el día, me senté en el balcón de la habitación que daba a la calle para observar cualquier movimiento que hubiese. Todo se mantuvo en calma durante el transcurso del día. Nadie entró ni salió de la casa, lo cuál me llevó a preocuparme todavía más.

No me moví del balcón, estuve ahí toda la noche, esperando. La luz del sol me despertó al amanecer. Miré mi reloj de muñeca, ya eran las siete de la mañana con quince minutos. La hora exacta en la que ambas salían para apresurarse al colegio. Miré hacía todos lados, buscando ojos curiosos que pudieran observar mi siguiente movimiento. No había nadie, todo estaba tranquilo. El único sonido que se podía escuchar era el canto de las aves. No quise perder tiempo bajando como la gente normal, así que llegué al suelo de un salto.

Nuevamente, nadie salió de la pequeña casa con fachada colonial, puerta de madera y ventanas con incrustaciones de piedrecitas de colores.

Esperé afuera durante una hora entera.

—Oiga, usted —le dije a una señora que pasaba con una cesta repleta de pan casero.

—¿Qué desea, señor? Traigo cuernitos, conchas, pay de queso… —la señora destapó su cesta para ofrecerme pan.

No acostumbro a ingerir alimentos, puedo vivir del elixir que me provee una bruja que vive de leer las cartas del Tarot en el centro de la ciudad. Ella es más vieja que yo, y debería poseer una enorme fortuna. Sin embargo, lo perdió todo en un ridículo acto de vanidad. Se enamoró de un jovencito que la estafó hasta dejarla prácticamente en la calle.

—Deme uno de cada uno —dije tratando de ganarme a la señora del pan que proveía todas las mañanas a la familia de Ariana.

La señora sacó una bolsa e introdujo dentro una pieza de cada pan que traía.

—¿Le puedo hacer una pregunta?

—Sí, señor.

—¿Sabe algo acerca de la familia Morgan? —pregunté señalando hacia la casa de Ariana.

La señora se detuvo y posó las pinzas de metal sobre la cesta para luego mirarme con cierto desdén.

—Vive aquí enfrente, ¿cómo es posible que no sepa nada?

—No acostumbro meterme en la vida de mis vecinos, pero me produce cierta inquietud notar que nadie ha entrado y salido desde ayer.

—Y eso que no se mete en la vida de sus vecinos, pero bueno. La señora Morgan falleció ayer en la madrugada, incluso hasta vino la ambulancia. ¿No escuchó nada?

—No. Desgraciadamente, tengo el sueño muy pesado.

—Así fue, una enorme tragedia. Sobre todo para la pequeña.

—¿Qué fue de la pequeña? —pregunté con un gesto de horror.

La señora entornó los ojos y arrugó la nariz en señal de sospecha, como si yo fuera el culpable de la muerte de mi suegra.

—No lo sé, las malas lenguas cuentan que se quedó con su tía. La pobre mujer difunta era madre soltera, y solo tenía a su hermana mayor.

—¿No sabe dónde vive la hermana de la señora Morgan?

—¿Para qué quiere saber? ¿Es usted el padre de la niña?

—¿Y si lo fuera me diría dónde?

—Son treinta con cincuenta, por favor —dijo estirando su brazo con la bolsa de pan.

—Sí, quédese con el cambio.

La señora me mal miró nuevamente antes de continuar con su camino.

Sostuve la bolsa de pan mientras miraba fijamente hacia la casa de Ariana.

"No hay otra opción, tengo que encontrar a la hermana de la señora Morgan a toda costa."

Pensé que encontrar a esa mujer iba a ser cosa sencilla. Antes de recorrer toda la ciudad, decidí comenzar por acudir al colegio donde Ariana estudiaba en el quinto grado de primaria. Sí, quinto grado de primaria. No soy un pervertido ni nada por el estilo. Yo tampoco me vi uniendo mi lamentable y solitaria vida a una pequeña de once años.

Todo sucedió una tarde, lluviosa para acabar de joder las cosas. Iba caminando hacia mi casa después de acudir con la bruja por una dotación de elixir. Acorté mi camino cruzando por un parque. El cual estaba vacío por la intensa lluvia. Una mujer lloraba desconsoladamente mientras cubría con su chaqueta a su hija y suplicaba auxilio. Sus gritos se mezclaban con el estruendo de los rayos y el fuerte golpeteo de las gotas de lluvia que rompían en el plástico de los juegos.

La pequeña Ariana sufría de un ataque de asma, su inhalador se había quedado sin carga, y la pobre mujer no sabía qué hacer.

La vida de los mortales me importaba poco, miré con el rabillo de los ojos y continúe con mi camino sin inmutarme por la escena.

La mujer me sorprendió por la espalda, se aferró con fuerza de mi abrigo y me suplicó por ayuda. Sacudí bruscamente la espalda para zafarme de las manos de la mujer.

"Por favor, se lo suplico. Ayude a mi hija, va a morir si no hacemos algo."

Gritó con desesperación.

<> pensé mientras el viento fuerte arrasaba con la sombrilla de bolsillo que me cubría poco de la intensa lluvia.

Puse los ojos en blanco, solté un fastidioso quejido y me dispuse a ayudar a la mujer. De todos modos, ya me había mojado. Mi sombrilla arruinada fue a quedar atorada entre los arbustos que estaban atrás de la resbaladilla.

Miré a la mujer tras extender mi brazo para darle el maletín de piel que contenía los frascos de elixir. Me puse de rodillas a un costado de la niña y fingí practicarle RCP. Puse mis labios sobre los suyos para darle un poco de mi aliento, lo suficiente para curar su crisis e, incluso, hasta su asma. Ese era mi don, y también fue mi maldición, ya que nosotros estamos destinados a unir nuestra vida con el alma gemela. Un lobo encuentra a su mate inhalando el aroma de su alma gemela, y nosotros, los inmortales, lo hacemos mediante un beso. Igual que en las películas de princesas encantadas. El más ligero roce de labios con el alma gemela es suficiente para atar a un inmortal por toda la eternidad. Podría sonar bello y romántico, pero es una terrible maldición. He visto a inmortales sufrir con amargura la espera de la reencarnación de su ser amado o el rechazo eterno de este.

Solo podemos amar a un ser humano, y cuando este muere, esperamos con dolor y buscamos con desesperación su alma reencarnada. Es difícil, ya que al volver a nacer cambia todo: color de piel, raza, complexión…

En ciento catorce años, jamás experimenté cosa similar, y me sentía afortunado por ello.

Al momento de tocar sus labios con los míos pude sentir la conexión tan fuerte que surgió entre nosotros. Un amor tan grande como la gravedad que sostiene mi cuerpo a la tierra surgió dentro de mi corazón, sentí que ya no podría vivir sin estar a su lado. Un fuerte electroshock que te recorre el cuerpo, haciéndote sentir débil, indefenso. Eso, además de ese estúpido resplandor que solo yo pude ver al momento de ¿besarla?

Caí de espaldas, asustado, aturdido.

La señora soltó el maletín, escuché con claridad como se rompieron los frascos que guardaba dentro. Corrió para ver a su hija, la cual se sentó como si nada hubiera ocurrido.

"Es un milagro", gritó mientras estrechaba entre sus brazos a la pequeña Ariana.

Me levanté, recogí el maletín y me perdí entre los juegos. Ambas buscaron por todo el parque al hombre misterioso que salvó la vida de la pequeña. Yo me dediqué a observar, siempre un paso atrás de ellas. Evitando ser descubierto.

Las seguí hasta su casa, y meses más tarde compré la casa de enfrente para poder estar cerca de mi alma gemela.

Ariana, la luz de mis ojos, mi reina, mi vida entera. Todo eso y más se volvió aquella chiquilla que corría con emoción tras el camión de los helados mientras yo observaba desde el balcón del segundo piso.

Ahora todo esta perdido para mí, por más que busqué y busqué no encontré rastro alguno de Ariana.

Un mes después de que le perdí el rastro, la pequeña casa se puso en venta. Por supuesto, llamé al número del anuncio fingiendo interés por comprar la casa, pero la vendedora no era la tía de Ariana, sino una agente inmobiliaria. La tía vendió a una agencia, y por más que supliqué, no me dijeron nada acerca del paradero de la tía.

"Es información confidencial", me decían al momento de pedir los datos de la antigua dueña.

Han pasado diez años desde que comencé a morir lentamente. Mi bello rostro de porcelana luce demacrado, mis ojos tienen ojeras pronunciadas que me hacen parecer emfermo. Vivo una terrible agonía que me mata y me consume por dentro.

CAPÍTULO 2: LADRONZUELA

DAMEN

He vuelto a gastar una enorme suma de dinero con la bruja estafadora. Hace diez años me prometió encontrar a Ariana y, hasta la fecha, nada más me saca dinero. Sé muy bien que se aprovecha de mi condición, sabiendo que esa chica es mi alma gemela. Asumí tarde que, gracias a mí, la maldita recuperó su fortuna perdida. Hasta un bruto se daría cuenta, la mujer trae auto del año, y se mudó a un barrio más decente. Hasta amplió su sala del Tarot.

—Eso es lo último que te doy, la encuentras o te olvidas de los cheques mensuales —le grtito mientras ella mira con emoción el cheque con una jugosa suma de dinero escrita en él.

—No es fácil encontrar a esa chica, sobre todo cuando no tienes absolutamente nada de ella. Serviría bastante si tuvieras aunque sea un cabello, alguna prenda o algo que le pertenezca. De otra manera, me cuesta mucho trabajo ver donde está.

—Te di su nombre y apellido, ¿no es suficiente?

—¿Tines idea de cuántas personas se llaman Ariana Morgan? Esta no es una oficina de personas extraviadas, ten paciencia.

—Te lo advierto, Celin, si no encuentras algo durante este mes, olvídate del dinero.

—¿Para qué buscas con tanta insistencia a esa mocosa? Eres un hombre muy atractivo, si lo deseas, nos podemos divertir mucho. Te daré algo especial como una recompensa a mis intentos fallidos —asegura pasando su mano por mi pecho.

—Una horrible bestia como tú jamás me va a provocar el más mínimo deseo carnal.

—¿Horrible bestia? ¡¿Estás de broma?! Soy una mujer muy atractiva y sensual —asegura jugueteando con su horrible cabello teñido de anaranjado.

—Sí, todo gracias a mi dinero. Hace diez años lucias tal y como realmente eres: una vieja fea, arrugada y llena de asquerosos lunares pronunciados.

—No seas exagerado, querido. No todo en este mundo es dinero —dice mientras camina contoneando sus pronunciadas caderas hacia a su mesa de trabajo.

—Sin el dinero no te verías como ahora. ¿Cuánto te costó?

—Costarme, ¿qué?

—No finjas, he vivido lo suficiente como para saber la clase de artimañas que usa una bruja como tú para lucir joven y hermosa.

—Es costoso, sí. Pero ya no vivimos en el pasado, donde yo misma tenía que conseguir ese maravilloso elixir de la eterna juventud. El traficante que me entrega la sangre hace el trabajo sucio. ¡Qué buena idea me has dado! —sonríe con los ojos desorbitados.

—¿De qué hablas?

—El traficante puede ayudarnos a encontrar a tu preciosa Ariana, bueno, solo si… solo si no me he bebido ya su snagre.

—¡No digas estupideces! —grito enfurecido mientras camino hacia ella. La tomo de los tirantes del vestido color durazno y la zarandeo con fuerza—. Si algo malo le ha pasado por culpa tuya, ten por seguro que te mataré con mis propias manos, maldita bruja de mierda.

—¡Cálmate, cariño! Fue solo una broma, prometo que la encontraré para este mes.

—¡Más te vale que así sea! —suelto su vestido, me viro hacia la mesa y tomo el maletín con el elexir para salir enfurecido de su establecimiento.

¡¿Qué clase de broma es esa?! Si Ariana estuviera muerta, ya lo sabría entonces.

¿O no?

Mi falta de experiencia con eso del amor y las almas gemelas me pone de mal humor. Ya que no sé dónde esta ella, o si aun esta viva. No siento nada más que un profundo dolor en el pecho que me estremece y me produce ganas de llorar.

Me he mudado catorce veces probando suerte, a ver si por casualidad me encuentro con ella. Aunque no sé cómo se vea después de diez años, todavía no tengo claro lo que estoy buscando. Me animo pensando que el corazón me dirá quien es la mujer correcta.

Llego a casa y me siento en el sofá mullido para pensar un poco mientras bebo el elixir que la bruja me ha proporcionado. Sabe mejor cuando está frío, pero está recién hecho y lo necesito para seguir respirando.

Me relajo y me desvanezco sobre el sillón, disfruto de la mágica sensación que me produce ingerir el elixir, es como tener varios orgasmos a la vez. Quiero imaginar que un vampiro siente lo mismo al beber la sangre de sus víctimas, sobre todo si es sangre de un humano jóven.

Busco en el bolsillo derecho de mi abrigo la cajetilla de cigarrillos, enciendo el tocadiscos con música clásica, enciendo el cigarrillo y muevo las manos al compás del violín mientras hago llegar el humo del cigarrillo hasta mis pulmones.

Me siento extasiado, libre de esta maldición que me ha acompañado durante varios años. Es el único momento en el que me puedo sentir bien; lamentablemente, ese momento solo dura el tiempo suficiente para terminar mi cigarrillo. Posteriormente, regresan el dolor y el sufrimiento.

Inhalo y exhalo con fuerza al momento de sentir esa estaca invisible que me asfixia.

Me levanto desganado del sillón, busco las llaves y la cartera para salir al pequeño super de la esquina. Me apetece beber algo fuerte, quizás un poco de whisky.

Camino observando a las personas que pasan en dirección contraria. El destino es tan extraño que, con un poco de suerte, pueda verla caminando a un costado.

Ninguna se parece, ninguna me hace sentir nada al mirar sus rostros.

Entro al super y camino directo a la fila para pagar. El licor solamente lo venden en la caja.

La fila es algo larga, ya que es el único lugar de la zona mejor surtido en mercancía.

Busco dentro de mi cartera un billete para agilizar la transacción. Me detengo, mis sentidos se ponen alerta. Puedo escuchar y percibir las cosas desde una distancia considerable.

Me hago a un lado para evitar que la camioneta blanca me roce. Mi percepción desarrollada me obliga a mirar el accidente en cámara lenta. La camioneta atraviesa el muro de cristal arrollando todo a su paso. Todos gritan y se cubren el rostro con los brazos.

Detengo con los dedos un trozo de cristal que vuela hacia mi rostro.

La gente se ha puesto histérica, gritan por ayuda.

De la camioneta emergen dos hombres y una mujer con armas en mano. Los tres tienen pasamontañas y el temperamento agresivo típico de un delincuente.

Los que pueden, salen despavoridos del establecimiento. El hombre más alto apunta hacia las personas que continúan en el mini super, detona tres tiros al techo, provocando que una de las lámparas se venga abajo. El otro hombre le dispara a las cámaras de seguridad. La mujer le grita al cajero y le exige el dinero de la caja registradora mientras le hunde la punta de la pistola en la sien.

Me siento aturdido, y no hago ningún intento por agacharme o esconderme. Aunque así lo quisiera, no hay hacia donde correr. La camioneta ha bloqueado el paso. Pero eso no es lo que me mantiene paralizado, una extraña sensación me recorre el cuerpo, algo así como escalofríos potenciados al cuadrado.

Mi corazón late con fuerza, no puedo dejar de ver a la mujer que está cometiendo un delito. A pesar de que su rostro está cubierto, algo me atrae a ella.

<>, pienso sin poder mover ninguna parte de mi cuerpo.

—¿Qué estás mirando, imbécil? —me grita el hombre alto y después me apunta con su arma.

Lo escucho vagamente, no puedo apartar la vista de la ladronzuela.

Vuelvo a mí después de presenciar como una bala atraviesa el escuálido hombro de la supuesta mujer que amo. Ella cae al suelo, y pide ayuda a sus secuaces. El hombre alto baja oa pistola y le arrebata la mochila con el dinero. Ambos hombres trepan a la camioneta, la cuál sale de reversa a toda prisa.

Las sirenas de las patrullas se escuchan cerca.

Entre el caos y la desesperación, tomo entre mis brazos a la ladronzuela y salgo del lugar a toda velocidad. Hay muchos espectadores que miran con morbo desde afuera. Le retiro el pasamontañas y salgo lo más rápido que puedo de la escena del crimen con la mujer en brazos. Por supuesto, la gente de afuera grita: "está herida". Hago caso omiso y continuo con mi camino.

Voy directo a casa, adentrándome entre callejones para evitar llamar la atención.

Miro hacia todos lados antes de entrar, lo que menos deseo es atraer a la policía hasta mi casa. Si alguien me descubre, seré acusado de complicidad.

Cierro la puerta con el pie y corro hasta el sillón para poner a la mujer boca abajo. No tengo nada en el botiquín del baño, no lo necesito. Así que improviso un poco. Me aproximo a la cocina y busco un cuchillo para sacar la bala de su espalda. Vuelvo a la sala, la mujer está inconciente. Toco su herida para ver más allá de lo que el ojo humano puede percibir. Afortunadamente, la bala no ha perjudicado ningún órgano vital. Introduzco el cuchillo, puedo ver a través de su carne. Saco la bala. Mi rostro se salpica gracias a un chorro de sangre que brota atrás del cuchillo al momento de sacarlo.

Tengo que actuar con rapidez para evitar que se desangre sobre el sillón.

"¡Mierda!", grito con desesperación.

No tengo hilo, ni aguja y mucho menos alguna sustancia que cicatrice la herida. Miro hacia todos lados, sobre la mesita de centro aún está el maletín con el elixir. No me lo pienso dos veces, abro un frasco y lo vierto sobre la herida; ésta sana como arte de magia. La carne se vuele a unir desde adentro.

No tengo idea de lo que pueda ocurrir en ella después de vertir el elixir sobre su herida profunda.

Le doy la vuelta y hago lo mismo que cuando era niña, le regalo un poco de mi aliento para que sane cualquier cosa que haga falta.

Me retiro un poco para darle espacio. Después de unos segundos puedo escuchar que su respiración se ha normalizado.

Suspiro aliviado. Descanso la espalda sobre la mesita y me froto el rostro.

"¡Carajo!", exclamo al darme cuenta de que me embarro más la sangre.

Mis manos, mi ropa y todo mi rostro están empapados de sangre. El aroma salado que emana de ella me produce náuseas.

La miro nuevamente, ella duerme. Me levanto y me dirijo al baño para limpiarme lo más que pueda.

CAPÍTULO 3: LA FLACA

DAMEN

El agua fría me sienta de maravilla. Todavía puedo percibir el olor de la sangre en mi ropa impregnada de su aroma. Salgo del baño para cambiarme la ropa sucia.

—¡Qué diablos! —grito al salir del baño.

—¿Quién diablos eres? —pregunta la ladrona, sosteniendo una navaja en su mano derecha.

—Soy el hombre que te salvó la vida, así que muestra un poco de gratitud y baja tu arma.

—¿Por qué me salvaste? —pregunta sin bajar la navaja.

—¿Tú eres…? ¿Eres Ariana Morgan? —titubeo al preguntar.

Me mira desconcertada. Ladea su cabeza y me recorre con la vista como si se estuviera preguntando quién soy.

—Te equivocas, mi nombre es Mia.

—¿Mia?

—Sí. Ahora dime quién demonios eres tú.

—Yo soy…soy… —suspiro profundamente. Yo también estoy confundido.

—¿Quién? —levanta la navaja, dispuesta a atacar.

—Nadie, no soy nadie. Te confundí con alguien más. No me voy a disculpar, ya que salvé tu vida. Ahora te puedes ir. No te preocupes, no daré parte a la policía.

Me observa tratando de pensar en su siguiente movimiento.

—No lo sé, no puedo confiar en ti. Tampoco te voy a dar las gracias.

—Vete, por favor.

Ella es bastante ágil; y yo estoy bastante distraído. No me percato de sus intenciones, me clava la navaja en la pierna y sale corriendo.

Siento un enorme vacío al verla irse corriendo. Ella no se parece a la niña amable y dulce que caminaba tomada de la mano de su madre mientras sonreía y brincaba con alegría.

Esta mujer es fría, capaz de asesinar sin detenerse ante nada.

Saco la navaja de un solo tirón. Duele, pero la herida sana enseguida. Salgo corriendo para seguirla con discreción.

Ella camina a paso veloz, mirando hacia todos lados. A simple vista puedo notar que se encuentra nerviosa, a la defensiva. En su piel aún hay rastros de sangre que son visibles a causa de su blusa de tirantes.

Yo uso una playera de manga larga color negro y cuello de tortuga. Huelo a sangre, pero no se nota a simple vista.

Soy habilidoso en eso de seguir en silencio. Estoy alerta, me escondo atrás de otras personas, atrás de postes de luz, o cualquier cosa que tenga a la mano.

Caminamos alrededor de treinta minutos, más y más lejos de una civilización un tanto decente. Nos introducimos a un barrio que tiene fama de ser bastante peligroso, un barrio bajo dónde viven criminales y gente de mal gusto.

Ella entra a una vecindad maltrecha, a simple vista se puede ver lo vieja que es. La pintura se cae a pedazos. En la planta baja se pueden ver pedazos de ladrillos rojos, carcomidos por la humedad y los años. Las ventanas parecen del siglo pasado, y algunas están cubiertas de grafitis mal hechos.

Mira hacia todos lados antes de introducirse al interior, empuja la puerta de aluminio agujerada y entra.

Busco donde esconderme para vigilar su siguiente movimiento. Pienso muy bien qué voy a hacer si esa chica vive en este lugar tan espantoso, ni de loco pienso vivir aquí.

Me siento confundido, triste y abrumado. No puedo creer que esa chica malvada sea mi preciosa Ariana.

"¿Qué pudo haber ocurrido en su vida después de la muerte de su madre?"

Se supone que la tía se hiso cargo de ella, y me niego a creer que la tía viva en este lugar tan nefasto.

—¿Qué carajo estás mirando, imbécil? —pregunta una jovencita vulgar con fachas de prostituta que me sorprende por la espalda—. ¿Eres policía?

—No —respondo.

—¿Qué haces mirando hacia allá escondido detrás del contenedor de basura? —señala hacia la vecindad.

—¿Vives ahí?

—Qué te importa —mastica su chicle con la boca abierta mientras me barre con la mirada—. ¡Auxilio! —comienza a gritar.

Le tapo la boca y la pego contra la pared.

—¿Qué estás haciendo? Alguien te puede escuchar. No soy policía, estoy buscando a alguien. Si me ayudas te puedo compensar muy bien. A la cuenta de tres te voy a soltar, ¿prometes no gritar?

Asiente.

Cuento hasta tres y le retiro la mano lentamente. Me limpio la mano con un gesto de asco en el pantalón, su baba llena de chicle y labial barato se me embarran en la palma.

—A ver, caete con la lana —extiende su mano derecha exigiéndome la compensación que ofrecí.

Saco la cartera de mi pantalón y le doy todos los billetes que traigo. Ella los cuenta con descaro frente a mí, olfatea el aroma a dinero y lo guarda dentro en su sostén.

—¿A quién estás buscando? —pregunta después de sacar un cigarrillo de su bolsa barata con forma de la cabeza de Hello Kitty.

—Busco a Mia.

—¿Por qué buscas a la flaca?

—Ella es…ella me robó algo muy importante.

—¿A qué te refieres? —enciende su cigarrillo con una cerilla.

—¿Mia vive aquí?

—No te lo voy a decir.

—Te acabo de dar mucho dinero, puedo darte más si cooperas conmigo.

—¿De dónde la conoces? ¿Qué te robó y dónde te robó?

La miro a los ojos intentando leer sus pensamientos, ya que no tengo idea de qué responder. Estoy consiente de que tengo que decir algo acertado y creíble.

En su mente ronda la palabra "Paraíso Clandestino".

—En el "Paraíso Clandestino" —respondo sin vacilar.

Ella arquea la ceja, le da una fumada a su cigarrillo y responde todavía exhalando el humo:

—¿Qué te robó?

—Me robo una cartera, pero el dinero que contenía es lo de menos. Adentro traía la fotografía de mi difunta esposa. Eso es lo único que me quedó de ella, solamente quiero recuperar la fotografía. No quiero de vuelta ni el dinero ni la cartera.

—Te va a costar mucho trabajo recuperar lo que perdiste. Mia ya no trabaja en el "Paraíso Clandestino". Ahora es la mujer del Alacrán. Honestamente, dudo mucho que ella aun conserve la fotografía. Es más, dudo mucho que siquiera guarde la cartera que te robó. Lo más seguro es que sacó el dinero y la botó por ahí. Lo lamento, amigo, no puedo hacer nada por ti. Pero si quieres, yo estoy disponible, y te aseguro que soy mucho mejor que Mia en la cama. Te voy a dar un descuento y te voy a cobrar la mitad.

—No estoy aquí buscando mujer, deseo encontrar mi fotografía.

—Como desees, amigo —tira la colilla aún encendida al pasto, la pisa y se aleja directo a la vecindad.

—¡Espera! —le grito—. Ahora no estoy de humor, además de que ya no traigo dinero. Pero, ¿me puedes dar tu número?

—¡Claro, encanto! ¿Tienes dónde apuntar?

—No.

Saca de su bolsa la envoltura de su chicle, la abre y anota su número con la pluma que tiene introducida en su chongo.

—Aquí tienes, cariño. Cuando desees divertirte, claro, con dinero en mano, me llamas.

—Gracias.

Me doy la vuelta y camino de regreso a casa.

Entro a la ducha al llegar. El agua fluye por mi rostro al igual que las ideas por mi mente.

<<"El alacrán">>, pienso tratando de entender qué clase de apodo es ese. Suena como el apodo corriente de un raterillo cualquiera.

Me da un espasmo en el estómago de solo pensar que Mia era una prostituta vulgar, igual que la mujerzuela del chicle.

"¿Qué diablos pasó?", me pregunto una y otra vez sin parar.

"Ella no es Ariana", me aseguro frente al espejo que tengo dentro de la ducha, el cual ocupo a la hora de rasurarme la barba.

Limpio el espejo con la palma de la mano, el vapor del agua caliente lo ha empañado. Sigo notando la tristeza y la desesperación en mis ojos. Sigo luciendo enfermo, como un zombie.

Ella no puede ser la mujer que estoy obligado a amar, ella no puede ser mi alma gemela.

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