4: Todo en un día

Julia levantó la cabeza al segundo que puse un pie fuera de terapia intensiva. Sus ojos me detallaban con curiosidad y, para aligerar su incertidumbre, sombreé una sonrisa a medias. Lo que la llevó a suspirar aliviada y destensar los hombros.

Llegué a ella y, antes de que pregunte algo con respecto a mi visita o, digamos, reencuentro con su hija, le entregué los resultados de mis estudios enfundados en papel de estraza, portando el logo del hospital junto a las bosquejadas letras de mi nombre.

―Lo prometido es deuda―tenté su curiosidad, bailoteando el sobre frente a ella―. Te dije que cuando me entreguen la ecografía, descubrirías por ti misma por qué te quedarías corta con los escarpines que estás tejiendo―le recordé―. Míralo.

Julia tomó sin apuros las ecografías, las sacó del papel que las protegía y, con una ceja alzada, giró en otro ángulo la tira con las imágenes impresas.

―No... no puede ser―sus ojos se abrieron de par en par―. Tiene dos cabezas.

No pude evitar reír ante su observación, contagiándome de su expresión conmovedora. Vaya, honestamente no esperaba que su reacción fuera esa. Esperaba algo de decepción, pero gracias al cielo que eso no ocurrió y mi humor no cayera en picada.

Cuando lo supe casi me desmayo. La preocupación fue persistente en cada frondoso latido de mi corazón. Pero este tomó otro rumbo al verlos ahí, a través de la pantalla del ecógrafo. Juntos, dependiendo de mi para que su desarrollo sea próspero y puedan llegar saludables al mundo.

―Tendrás gemelos―soltó como si no pudiera creérselo.

Asentí con duda. De pronto su semblante cambió radicalmente desde lo conmovedor a un carácter inquieto y lejano.

―Son... mellizos, Julia―corregí con voz casi inaudible.

¿Qué le pasa ahora?

La castaña volvió la vista a la ecografía.

―Sí, pero... eso no quita que sean dos―buscó mi mirada y fue ahí que comprendí su inquietud―. ¿Cómo se lo diremos a Robert?

Mierda.

Dieciocho años, sin trabajo, con el secundario sin concluir y embarazada de mellizos, esto no suena para nada alentador si pienso decirle en algún momento al abuelo de mis hijos que su única hija―de sangre―será mamá más pronto de lo que pudo haber imaginado.

Si antes temía revelar sobre mi embarazo, exponer que serán dos me da pavor.

―Robert...―repetí, sintiéndome arrastrar por una avalancha de pensamientos negativos que atenazan mi mente.

Por el amor de Dios, voy a terminar en terapia intensiva.

Julia estuvo a punto de tocar mi hombro cuando alguien la nombró. Reconocí la voz de esa tercera persona y, efectivamente, se trataba de quien pensaba.

Joseph, quien pretendía platicar con mi madrastra, advirtió mi presencia. Su expresión fue de honesta extrañeza.

Me saludó con un fuerte y breve abrazo, removió mi flequillo como si me tratara de un cachorrito y preguntó tantas cosas que no supe por cuál iniciarían mis respuestas. Así que proseguí a saludar.

―Ciao, Joseph.

El doctor que me atendió durante mi internación a causa del accidente, hace un año, y quien me mantuvo al tanto de los avances―pocos avances―de Ivana, curvó una sonrisa afable.

―Ciao, signorina Bianchi. Es bueno volver a verte, Beatriz.

―Andy―corregí. Saber la razón de la elección de mi segundo nombre no me trajo gratos recuerdos―. Estamos en confianza, Joseph, por favor.

―Está bien, Andy. ¿Qué te trae nuevamente por aquí?

Me agrada que la conversación fluya en dirección al idioma con el que se me ha hecho costumbre comunicarme.

Con respecto a su pregunta...

―Yo, he venido porque, bueno, yo...

―Andy ha venido a visitar a Ivana―respondió Julia en mi lugar.

Le agradecí con la mirada y un conciso asentimiento de cabeza. No es que su inquisición me inquietara, sino que había muchas respuestas en incógnitas detrás de esa pregunta. Como por ejemplo: mi visita con la ginecóloga.

Joseph parpadeó con cierta confusión, pero sus comisuras no tardaron en alzarse hasta sus pómulos.

―Es bueno saberlo―comentó orgulloso.

Para ese momento, Julia ya había guardado discretamente las ecografías dentro de la bolsa de cartón, junto a los escarpines.

Joseph es doctor, pero también amigo de Robert. Es preferible no arriesgarse. Agradezco que mi madrastra conserve y respete mi decisión de ser yo quien dé la noticia a terceros.

―Bueno, ya que has venido a visitar a Ivana―prosiguió Joseph―. ¿Has notado algo distinto en ella? Lo que quiero expresar es que si has notado alguna reacción en ella cuando le hablaste. Como movimientos suaves y discretos en los dedos o parpados o si su respiración tuvo un propenso cambio intenso y agitado.

―¿Intenso y agitado? ¿Quieres decir que yo... la altere? ―cuestioné preocupada.

Honestamente esa nunca fue mi intención.

―No, no―se apuró en aclarar el médico amigo―, esa sería una buena señal, Andy. Porque demostraría que hay buenas respuestas de su sistema nervioso. ¿Comprendes? No has hecho nada malo, pequeña.

Respiré aliviada. Entonces recordé lo que sucedió allí dentro.

―Yo... tomé su mano y...―no podía decirle a Joseph que la respuesta nerviosa de Ivana fue un breve movimiento sobre mi vientre. Sin embargo debía contestar, sin mentir, por supuesto―... apretó la mía. Ella apretó mi mano.

Joseph asiente y Julia toma mi mano. Observo su gesto y luego a ella, sus ojos se han empañado y frunce la boca ocultando un pronto sollozo, seguramente. Estiré una de las comisuras de mis labios, no del todo complacida por mi mentira pero si satisfecha de brindarles esperanzas.

―Eso es excelente, Ivana debe estar contenta de que hayas venido a visitarla―comentó Joseph.

―Sin dudas―susurró mi madrastra, mirándome.

No supe que decir y agradezco que un muchacho llamando a Joseph, aparezca a nuestras espaldas. El susodicho miró sobre mi cabeza, entretanto mi madrastra y yo volteamos a ver, como dos curiosas, al dueño de esa voz masculina.

―Tío Joseph, hasta que lo encuentro. El hospital es demasiado grande y usted, por lo que he presenciado, sigue teniendo el alma nómada intacta. No te puedes quedar quieto en un solo lugar por un microsegundo―bufó el muchacho.

Creí que estaba enojado con Joseph, sin embargo pude apreciar una sonrisa animosa en su rostro.

―¡John! ―exclamó el médico más solicitado del hospital, dando grandes zancadas hasta llegar al chico y proporcionarle un breve abrazo paternal.

Un segundo, ¿escuché mal o el extraño llamó tío a Joseph?

Mientras ellos siguen saludándose aprovecho el momento para observar al insólito joven. Su altura, contextura fornida―en un término medio entre delgado y fornido―y marcadas facciones de su rostro hablan de él como un tipo de veinticinco años, sin embargo sus desprolijas hebras doradas, vestimenta suelta y gorra de skater boy, le otorgan un aspecto más fresco y juvenil.

Parece simpático, sus ojos achinados brindan esa confianza.

―Lamento aparecer en su trabajo, pero acabo de llegar a Italia y me he perdido. Lo bueno es que no hay muchos hospitales cerca del aeropuerto. Al menos recuerdo ese buen dato que me ha dado―dice el tal... John.

―No, discúlpame tú por haber olvidado ir por ti al aeropuerto, pero ya conoces a este viejo, apenas y se acuerda de que tiene una casa a parte del trabajo―replicó su tío.

Julia y yo reímos al escuchar a Joseph, este al escucharnos, recuerda nuestra presencia y le indica a su sobrino que se acerque.

John no es más que un chico más, es guapo, lo admito, pero no me pone para nada nerviosa el que se detenga frente a mí en este momento.

―Ahora discúlpenme ustedes por haberles dado la espalda,

―Descuide doctor, nosotras ya nos íbamos después de todo―informó Julia―además, será mejor que se centre en su sobrino y no lo se le pierda en el hospital―bromeó.

Ella y el doctor ríen, mientras que John y yo los observamos a un lado.

En ese mismo instante no pude evitar dirigir mi concentración en el chico de pequeños ojos, descubriéndonos en el mismo momento.

Sus mejillas apenas se tiñeron de rojo, entretanto yo aclaré mi garganta, ambos igual de incómodos.

Ahora que hago ¿presentarme?

Estiré mi mano como primera acción de presentación.

―Hola, soy Andrea Bianchi, una antigua paciente de tu tío.

―John Miller―se presenta, estrechando mi mano. Luego dirige su gesto hacia Julia y ambos se saludan.

―Es un gusto, Andrea y Julia. No quiero parecer entrometido pero, acaso ustedes son... ¿norteamericanas?

―Oh, no, no―respondió Julia―, hablamos el idioma porque en casa acostumbramos utilizar ambos. Nací en Italia, al igual que mi esposo y nuestras hijas. ¿Mi hai capito?

―Eh... Sí, Capito―respondió John, rasqueteando los pelitos de barba crecientes en su mentón―. Prefiero que me hablen en inglés, es que aún no me familiarizo con el idioma. Esta es la... cuarta vez que vengo a Italia y, me apena decirlo, pero soy algo duro con el aprendizaje―sonrió abochornado.

―Lo que pasa es que en casa tampoco ayudamos―intervino su tío por él―. Mi esposa es inglesa y prefiere que en nuestra casa se respeten sus raíces y lo comprendemos. Pobre de mi hija, tiene un remolino de confusiones culturales en la cabeza.

―Bien se dice que cada casa es un mundo y cada quien cumple con las individuales reglas del hogar―comenté―. Además, John, no te sientas insignificante porque no puedes hablar fluida y correctamente el italiano, con un poco más de experiencia y practica lo aprenderás más rápido que pagando un instituto privado, ya verás―sonreí con amabilidad.

No sé si será la luz o porque el sol le ha quemado la cara―eso que afuera la brisa está bastante fresca―, pero me parece que las mejillas de John se han sonrojado con más intensidad.

―Um, eso que has dicho, Andy, me ha dado una excelente idea―habló Joseph Miller―. Tú podrías ser su tipo instructora de viaje, al fin y al cabo yo te pedí que lo busques cuando estabas en Estados Unidos, para que él te hiciera dar un tour por el país, pero tal parece que ninguno de los dos ha coincidido allá. Ahora tú puedes acompañar a mi sobrino para que conozca Italia y de paso ser su profesora de idioma.

Me quedé estupefacta. ¿Él es el sobrino del que me habló hace un tiempo atrás? Voy a ser honesta con el tema, olvidé rotundamente dar con su paradero.

―Espera un segundo―profirió el rubio―, me dijiste que la muchacha se llamaba Beatriz.

―Bueno, John, resulta que ese es mi segundo nombre y con el que tu tío me ha estado llamando durante mi internación, hace un año, en el hospital. Después de que me dieron de alta me fui a pasar una temporada con mi abuela a San Francisco, para ese entonces Joseph me había hablado de ti. Bueno, solo que podría buscarte.

John asintió con la cabeza, no pareciendo entender del todo la situación.

―Sin embargo no han tenido la posibilidad de conocerse en aquellos lugares, pero cabe la casualidad que hoy estén ambos aquí. Ustedes fueron destinados por mí y ahora pueden hacerse amigos. Su pronta amistad se debe a mí―recalcó un orgulloso Joseph, como si hubiese compartido una gran hazaña. O bien puedes pagarle a Andy por sus clases y tiempo como guía. Yo y tu tía no contamos con el tiempo suficiente para hacerlo y lo sabes, John. Háblenlo tranquilos, es una buena oportunidad para ambos.

Su sobrino parecía meditar cada una de sus palabras, por más que algunas cosas fueron dichas indudablemente en broma. Entonces este fijó sus ojos en mí y ladeó la cabeza.

―Podría ser, siempre y cuando Andy acepte el trabajo. ¿Qué opinas?

Julia cubre su boca, entre no entender lo que sucede y riéndose por vaya a saber qué.

Parpadeé atónita, no saliendo de mi asombro.

Este muchacho provine de la misma Nación que Aidan y los demás. Del mismo país del que hui junto con un delicado y gran secreto, ahora debo pensar en John como un conocido más.

Joseph confía en mí, yo no sé si tenga la suficiente confianza como para permitirle a un extraño interactuar conmigo por varias horas.

Pero, si se trata de algo profesional como dar clases de idioma y hacer de guía, eso da otra expectativa. Una oportunidad económica.

Siendo así, tendré que considerar esta oferta.

...****************...

Julia se encargó de cerrar la puerta de casa una vez es la segunda en entrar. Tracé un corto camino hacia el sillón de la sala de estar y me dejé caer sobre el mullido mueble de cuero rojo. Restregué mi rostro con ambas manos, para después recostar mi cabeza sobre el respaldar.

Aún no termino de digerir todos los acontecimientos ocurridos durante el día.

―Vaya visita la de hoy en el hospital ¿no crees? ―Inquirió Julia, sentándose a mi lado.

Levanté la cabeza y asentí bufando.

Ni que lo diga.

―Julia, hay algo que no te he dicho ya que Joseph estaba presente―mi madrastra enfocó su mirada en la mía y aguardó a que prosiguiera―. Les mentí, Ivana no apretó mi mano, sino que...―bajé la vista hacia mí no tan robusto vientre y posé ambas manos en el lugar―, ella movilizó su dedo, como proporcionándoles una caricia a ellos.

―Oh vaya, mi hermosa hija―fue todo lo que dijo.

Volví a fijar los ojos en ella y no pude evitar sonreír, no sé qué estará pensando, pero si imagina el momento que acabo de confesarle, la tiene conmovida. El brillo en su mirada así lo manifiesta.

―Dios... eso es increíble, es decir, ella lo sabe, sabe que estás embarazada.

―Y de mellizos, otro descubrimiento que hemos obtenido el día de hoy, además de que ahora estoy obligada, por Joseph, a darle un paseo por Venecia a su sobrino.

Julia ríe con complicidad.

―No olvides que también tienes que enseñarle...

Y en ese preciso instante, Julia es interrumpirá por una tercera voz.

― ¿Embarazada? ¿Quién está embarazada?

Clave una mirada aterrada en la sombra que se asomaba desde la cocina, entretanto mi madrastra se ponía inmediatamente de pie.

― ¿Alguna puede contestarme? ―dio un paso adelante, saliendo de las sombras― ¿De qué embarazo hablan? ¡Respondan!

Apreté los parpados, aterrada. Los fuertes y vertiginosos latidos de mi angustiado corazón detonaron en mis glándulas lagrimales, provocando que un imparable torrente de lágrimas surja por mis ojos.

Me paro de un salto y Julia se ubica frente a mí, como si de un escudo humano se tratara.

―Robert, déjanos explicarte―balbuceó su esposa, esforzándose por sonar segura.

―Está bien, te escucho―se cruzó de brazos, aguardando pacientemente.

―Bueno, sucede que...

―No, Julia―intervine, poniéndome de pie a sus espaldas, con las rodillas temblándome y el corazón palpitándome en la garganta―. No tienes que intervenir por mí. No deseo meterte en problemas.

―Andrea―susurró ella, intentando agarrar mi mano, pero no le permití hacerlo.

Di unos cuantos pasos adelante, deteniéndome entre ella y mi papá. Levanté lentamente la cabeza y con los ojos llorosos, enfoqué a un desconcertado y preocupado Robert.

―¿Andrea? ¿Qué... que pasa? ―su voz sonó ahogada y eso me hizo sentir más miserable― ¿Acaso tú...?

No es como imaginé que sucedería, honestamente no pensaba en el momento porque por más que otra ocasión resultara adecuada, la noticia no sería bien ni mal tomada porque depende de cómo lo tome el receptor.

Y sé que Robert lo tomaría de la misma manera fuera que se enterara después de pasar varias horas conversando con Mick Jagger―su músico favorito― o estar en primera fila durante uno de los recitales de The Rollings Stone.

Este es momento que tanto temí. Resultó que fue más temprano que tarde.

―Robert, yo... vo-voy a... a―pasé saliva, cerré losojos al inhalar necesario oxígeno y los abrí al exhalar, limpiándome las lágrimasde las mejillas en el transcurso―. Voy a tener bebés. Papá, estoy embarazada.    

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Comments

Mercedes Carolina Rivas Rivas

Mercedes Carolina Rivas Rivas

Mínimo me dieron una paliza cuando decidi decirle a papá que estaba enamorada y del ahora entonces padres de mis hijos y a esa misma edad.

2023-01-19

0

Alba Hurtado

Alba Hurtado

OMG 🤯🤯🤯 que berraquera se lo soltó sin anestesia de una,

2022-08-15

0

Yolanda Termal

Yolanda Termal

👏👏👏

2021-08-29

2

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