3. Primera visita

ANDY

Le agradezco a la doctora por sus servicios y asiento con la cabeza, dando por entendida sus indicaciones. Lanzo el bollo de servilletas a la basura, bajo mi blusa y salgo del consultorio, para después ubicarme en una de las sillas de la sala de espera mientras aguardo a que me entreguen la primera ecografía de mi embarazo.

No pude evitar ensanchar una amplia sonrisa e intentar detener el surgimiento de pequeñas gotas cálidas descendiendo bajo mis ojos, también, producto de la emoción. Todavía quedan rastros de las lágrimas producidas por mi propia alegría. Estaba contenta, más bien sigo alborozada de solo recordar ese momento. La primera vez en la que tuve la oportunidad de apreciar la gestación de mi bebé y estar al corriente de su saludable y fortalecido desarrollo.

De hecho, la ginecóloga no solo ha dado la posible fecha de parto, iniciando desde el día en qué se originó la concepción y, si, definitivamente Aidan es el papá. En fin, además de los datos primordiales y consejos que debía adquirir como madre primeriza, ella me ha dado información adicional, como por ejemplo...

¿Sabían que algunos huesos de la cadera se abren en el momento de dar a luz para que el bebé pueda pasar con facilidad por mi estrecho orificio vaginal?

Trauma, esa es la experiencia que me voy a llevar de esta etapa de mi vida si sigo escuchando a los médicos que "tratan de prepararte para la ocasión" en vez de ayudar con su información, provocan que las mujeres pretendamos cortarle el preciado miembro viril de quienes nos han dejado en este estado. Claro que la concepción es un trabajo de dos, pero es más fácil culparlos a ellos porque no se someten a este cambio hormonal.

Bien, creo que si dejo de escuchar a los demás y trato de sobrellevar esto por mí misma puede que transcurra estos meses en un nivel ecuánime.

Por momento, tengo que pensar en cómo decírselo a mi padre sin que pierda la cabeza, literalmente hablando. Julia dice que cuento con su ayuda para controlar a la bestia si se pasa verbalmente hablando, dudo que Robert vaya a concurrir a la violencia física, pero es tan impulsivo que, conociéndolo, dirá cosas de las que en un futuro podría arrepentirse. Ese es mi temor.

Cielo santo, ¿desde cuándo tengo que pensar en decirle al hombre más celoso de Venecia que será abuelo? Dudo que Robert lo haya planificado tan pronto. Capaz haya tenido una proyección pensada de mi futuro siendo yo madre a los treinta... No, ni en ese tiempo, a los cuarenta suena más creíble.

Resoplé, apoyando mi cabeza en los azulejos fríos a mis espaldas y enfocando la vista en la pintura―en algunos sectores―destartalada del techo.

Debería tranquilizarme―al menos por ahora― y no pensar en la hora y el momento en que se lo diré. No hay orden ni siquiera para pensarlo porque últimamente Robert aflora un carácter huraño y de pésimo humor.

El peso de otra persona sentándose a mi lado, movilizó mi silla. Miré en esa dirección y me encontré con la sonrisa maternal de Julia entregándome una bolsita con bombones.

Le devolví el gesto con afabilidad y acepté su obsequio, enderezándome para evitar posibles dolores de contractura a futuro por conversar en una mala posición.

Desde que mi madrastra se enteró de mi embarazo, no ha dejado de ser tan atenta en cuanto a mi alimentación y preguntarme, cada tanto coincidimos en la casa, qué necesito o si me siento bien. Como ahora, por ejemplo, que ha iniciado un cuestionario con respecto al bambino o la bambina, como ha estado nombrando a los futuros miembros de la familia. Pero bueno, esto es algo de lo que ella desconoce y yo, antes de verlo con mis propios ojos en la primera ecografía, también.

―Solo te diré que, Julia―miré la colorida bolsa de cartón que cuelga de su muñeca, recordando los escarpines que viene tejiendo, a escondidas de Robert y Lourdes, desde ayer. Vuelvo la vista a sus ojos y añado con fingido lamento―, me parece que quedarás corta con un solo par de escarpines.

―¿Por qué? ―Cuestionó confusa, dándole una corta mirada al tejido en la bolsa―. Oh claro, nacerá en invierno, sus piecitos necesitarán estar bien cubiertos. No te preocupes por ello, podré tejerle más escarpines, de diferentes colores y decorados. Como si fuesen zapatillas―comentó ilusionada ante la idea.

Reí mansamente ante su ignorancia, ella alzó una ceja, sin comprender la razón de mi gracia.

―No es eso―esclarecí. Entonces pensé en una mejor forma de contárselo―. Mejor esperemos a que me entreguen la ecografía.

―Pero...

―No, no, sin peros.

―Está bien―bufó sin más.

Para cuando me entregaron la ecografía, Julia sugirió que fuéramos a una cafetería, mi estómago y yo aceptamos sin contradicciones.

― ¿Qué quieres? yo invito―inquirió la esposa de Robert, dándole una ojeada al menú entregado por la amable moza del agradable restaurante.

―Pues sí, tú invitas, yo estoy en la miseria absoluta― sonreí inocente, sonrojándome al escuchar su carcajada.

Después de decidirnos por unas humeantes tazas de té y un plato de galletas caseras, la especialidad del local, se lo dictamos a la moza y esta se alejó, dándonos privacidad.

Creí que era el momento ideal para enseñarle la ecografía a Julia, pero antes de que hiciera cualquier movimiento, ella llama mi atención con cierto desánimo. Lo cual me desconcertó.

―Andy, tengo una inquietud aquí en mi pecho―señaló la zona afectada―, pero no sé cómo lo tomarás si te lo digo.

―Julia, si hay algo que te inquieta y yo puedo darte la respuesta, porque claro está que tiene que ver conmigo, dilo. No te preocupes por mí.

―Pero...

―Está bien―aclaré con calma.

Julia suspiró y apartó su expresión reflexiva hacia las personas que transcurrían de un lado al otro, cruzando la valla que divide las mesas exteriores de la cafetería con la senda peatonal.

― ¿Por qué no has ido a ver a Ivana? ―cuestionó sin mirarme―. ¿Sigues enojada con ella?

Así que de eso se trata. Bien, aquí vamos.

Respiré hondo y me atreví de buscar su mano sobre la mesa, una vez lo consigo, sus ojos vidriosos se enfocan con tristeza en mí. Su repentino cambio de humor me rompe el corazón. Más aun cuando sé el origen de su descontento.

―No Julia, no estoy enojada con nadie―solo conmigo misma y mis pésimas decisiones―, pero no sé si sea prudente que justamente yo...

―Nadie te culpa de nada―intervino, como si supiera lo que iba a decir y, efectivamente, iba por ese rumbo―. Ivana y tú fueron mejores amigas por mucho tiempo, sé que ella se equivocó, pero necesita a su familia con ella. A toda, su familia―aclaró, como si me incluyera en ese argumento―. Ivana se equivocó al involucrarse con Frank, lo sé, pero por favor no condenes a mi hija toda tu vida.

Sacudí la cabeza, dándole un leve apretón a su mano.

―Frank fue pasado, mejor ya no nombrarlo. Te lo pido―ella asintió en acuerdo.

La moza nos interrumpe con la entrega de nuestros pedidos, por lo que tuve que enderezarme en mi lugar y soltar la mano de Julia. Sin soltar comentario alguno por su atrevimiento, la muchacha ubica las humeantes tazas de té frente a cada una y el plato con las galletas de chips de chocolate en el centro junto a un servilletero. Por último deja la azucarera, nos desea buen provecho y desaparece dentro del local.

―Adelante, sírvete―ofrece Julia, como si diera por terminada la conversación anterior.

Como si nada hubiese ocurrido, le colocó tres cucharaditas de azúcar a su té, revolvió y le dio un sorbo, desviando sus ojos de mi presencia.

―Podría intentarlo―dije, haciendo el mismo procedimiento que ella. Julia clavó sus castaños ojos en mí.

―¿Qué cosa?

―Posiblemente lo haga.

―No comprendo―algo me dice que sí lo hace, pero o se hace la incomprendida o no quiere ilusionarse con la idea.

―Hablo de Ivana. Posiblemente vaya a visitarla... hoy mismo.

La madre de la nombrada, dejó la taza sobre su plato y parpadeó con desconcierto.

―¿Hoy? ―cuestionó incrédula.

Asentí firmemente.

―Siempre y cuando tú me acompañes.

Julia sonrió afectuosa.

―Confía en mí.

Y contra todo pronóstico entredicho ante mi desconfianza, es que lo hago, confío en ella. En la madre de Ivana Frontezco.

...****************...

Apenas doy un paso dentro de la habitación, las partículas bienolientes de alcohol y desinfectante se cuelan por mis fosas nasales.

Mi vista se ciega ante tanta brillantez blanquecina, desde la luz natural que penetra los cristales de la ventana, las paredes, la impecable cerámica a mis pies, los lustrosos y escasos muebles hasta las impecables sábanas estiradas y sujetas en los costados bajo el colchón de la camilla.

Al apreciar esto último, me llene de valor tras un profundo respiro y así seguir con mis ojos el camino de la silueta de su cuerpo hasta encontrarme con sus pálidos parpados sellados bajo el peso de unas largas y oscuras pestañas.

Trazo pasos tímidos y lentos en dirección a la camilla. Sin poder apartar la vista de la serenidad graficada en su expresión.

Tomé asiento en la silla reposando a un lado de la mesita de luz.

Y solo me quedo ahí, mirándola. Comparando su antes y después.

Los hematomas del accidente han desaparecido, su piel facial sigue igual de suave e impecable a como la recuerdo. Pero, a juzgar por la indudable delgadez de sus mejillas y los muy palpables que están sus pómulos, ha adelgazado. Diría que demasiado.

Siempre me pareció absurda la idea de hablarle a alguien que no te escucha. Para Julia es lo contrario. Me resulta vergonzoso porque pareciera que una habla sola. No obstante, en este momento tengo tantas ganas de soltarle lo que llevo guardado durante varios meses.

―Ivana―murmuro. Aclaro la garganta y subo un poco el tono de voz―. Ivana... yo... te perdono y... espero que tú también lo hagas.

Ya está.

Al fin he podido decírselo.

¿Pero por qué sigo sintiendo la misma cargante sensación sobre mis hombros como si no hubiese hecho nada? La realidad es que mi sensatez entiende que no me he disculpado debidamente. No cuando la otra persona no es del todo consiente. Este no es un cien por ciento, entonces puede que haya una pequeña probabilidad de que ella esté escuchándome. Sin embargo necesito desahogarme de algún modo. Entonces lo hago, sigo hablándole como si ella me escuchara con los ojos cerrados.

―Quiero que sepas que he estado al pendiente de ti, llamaba al doctor Joseph para que me mantuviera al tanto de tus mejoras, aunque tu estado seguía siendo el mismo. Saber que aún no despertabas del coma era como enterarse que la rosa seguía marchitándose... Olvida que dije eso, soy mala con las metáforas. En fin, yo...

Miro mi alrededor, buscando que decirle, como si las paredes tuvieran la respuesta. Qué ilusa.

Vuelvo a enfocar los ojos en su rostro, pero estos se desvían hacia su largo cabello castaño cayendo como una cascada sobre su hombro derecho.

―Es extraño―ladeé la cabeza, descubriendo algo que me resulta anormal en ella―, tu madre no te ha peinado. Tú odias tener el cabello suelto, déjame que te ayude con eso.

Me paro y rodeo la camilla. Del otro lado, agarro con confianza sus hebras castañas, las divido en tres mechones y comienzo a entrecruzarlas, concentrada en mi labor.

Sonreí satisfecha al final de la trenza.

―Así está mejor―orgullosa, me sacudí las manos―. Antes nos gustaba peinarnos ¿recuerdas? Bueno, de niñas, porque yo no te dejaba tocarme la cabeza ni por dinero. A Aidan también le gustaba cepillarme el cabello, es decir ¿qué obsesión tienen con mi cabeza?

Rio amargamente. ¿Por qué lo nombre?

Aclaro la garganta y vuelvo a sentarme en la silla al otro lado. Me inclino hacia delante y apoyo los codos sobre el colchón, recostando mi mejilla sobre mis brazos y clavando los ojos en su tranquila expresión.

―A tu rostro le falta color. ¿Por qué no le brindas un poco de color? Anda, piensa en algo que le proporcione rubor a tus mejillas. Como por ejemplo... ¿recuerdas esa vez en la que hicimos una pijamada y el hermano de Casandra entró a la habitación a devolverle la mochila que se olvidó en el auto y tú en ese momento estabas bailando en ropa interior sobre mi cama? Usar tus bragas amarillas con la carita estúpida de Bob Esponja estampada en el frente fue una pésima elección.

»No sé qué fue más gracioso, tu cara de espanto o porque su hermano era el ayudante de Robert. Tú siempre te sobresaltabas cuando venía a casa y corrías a esconderte en tu habitación. Gracias a Dios él ya se casó y se fue a vivir a España. Seguramente este viendo Bob Esponja en este momento.

Comienzo a reír ante el pensamiento, recordando las expresiones que Ivana hacia cada vez que le recordaba sobre la primera y última pijada que hicimos a los catorce años.

Enmudezco al caer en la cuenta de que mi carcajada no será correspondida o ella no dirá nada para defenderse.

Me siento una estúpida. No obstante algo llama mucho mi atención: las mejillas de Ivana se han sonrojado.

―Esto es increíble―susurré para mi misma, sin salir de mi estupor―. ¡Te has ruborizado! Eso quiere decir que... tú... si me escuchas. Oh, Dios bendiga a esa esponja que vive en una piña debajo del mar.

Tomo su mano y una ráfaga de esperanza me abraza.

―Sigue así Ivana, lucha, abre los ojos por favor, esfuérzate en hacerlo. Por tu madre, tu hermana y... por tus futuros sobrinos. Si quieres saber de qué hablo, despierta y compruébalo por ti misma.

Me acerco más a la camilla y poso su mano, junto a la mía, sobre mi vientre. No puedo creerlo, Julia tiene razón, su hija si puede escucharnos.

Los ojos se me empañan momentáneamente, le doy un leve apretón a su mano.

―Despierta, tienes que conocerlos. 

Más populares

Comments

Eli Garcia💋

Eli Garcia💋

wow va a tener 2😯😳

2022-09-06

0

Jenny Aguilera

Jenny Aguilera

er

2022-08-11

0

Yolanda Termal

Yolanda Termal

Más capítulos porfavor 😟

2021-08-28

1

Total

descargar

¿Te gustó esta historia? Descarga la APP para mantener tu historial de lectura
descargar

Beneficios

Nuevos usuarios que descargaron la APP, pueden leer hasta 10 capítulos gratis

Recibir
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play