Italia
El viaje en auto fue silencioso e incómodo.
Robert no ha soltado un solo monosílabo desde que salimos del estacionamiento del aeropuerto.
No hay confidencia, el interés por saber del otro, lastimosamente parece haberse perdido. ¿Será así o él estará esperando que yo inicie el diálogo?
Me muerdo la lengua cada vez que pienso preguntarle por las demás. Ni siquiera he tenido oportunidad de hablar con Joseph, mi antiguo doctor aquí en Italia, para que me dé un indicio de cómo están las cosas.
Solo espero que la salud de Ivana esté estable y avance su recuperación. Volver al país en donde todo comenzó es como recuperar la angustia y la culpa de lo ocurrido.
Imágenes del recuerdo atormentan mi mente, cierro los ojos y suspiro. Busco en lo más profundo de mi memoria algo que me ayude a enfrentar mi pasado en Italia.
Entonces su presencia aparece impecable en mi pensamiento. Lo que pasó antes de tener ese trágico accidente en moto, el cual dejó a Ivana inconsciente en una cama de hospital y también, lo que pasó después de que desperté en dicha instalación, se desvanece desde el momento en que lo descubrí como compañero de habitación.
Es ahí cuando lo vi por primera vez. Él, quien sin saberlo me ha enseñado lo valioso de la vida. La importancia de vivirla, lo frágil y hermoso que es sentir y dar amor.
Con él aprendí muchas cosas, incluso decepción. Sin embargo, una parte optimista y risueña de mí tiene la esperanza de que él recapacitará y vendrá por nosotros.
Aidan no quiso esperanzarme, dejó todo en claro. Quiere distancia, entonces, ahora se la estoy dando.
Muerdo discretamente mi lengua para no permitirme llorar. Quería buscar una razón para sentirme en casa y termino encontrando más razones para hundirme en la miseria absoluta.
Me pareció haber escuchado a Robert llamarme, por lo que parpadeé para despabilarme de mi ensimismamiento.
―Disculpa ¿dijiste algo?
―Sí―se enderezó en el asiento sin desenfocar su vista de la calle―. No sé si tu abuela te ha comentado sobre nuestras charlas cada fin de semana.
Si lo hizo, siendo honesta, intentó comentarme sobre esas charlas. Sucede que al principio estaba tan enfadada por la decisión de Robert al enviarme a San Francisco, que me desinteresé por completo con respecto al tema.
Con cierta vergüenza, se lo hice saber a Robert. Este negó con decepción y no se atrevió a mirarme. Hice una mueca, si bien antes esa reacción suya no me habría afectado, ahora, con toda la culpa que cargo, no me atrevo a mirarlo.
―Bueno, te estás enterando por mi ahora, siempre he estado al pendiente de ti. En esas llamadas Soraya me informaba sobre tus avances en la escuela y con la institutriz. Oh y―dobló a la siguiente calle―, que has hecho varios amigos nuevos.
Pasé saliva al recordar a los demás. A pesar de estar a kilómetros de distancia, los siento tan persistentes. Hui con un secreto, uno del que tarde o temprano, todos se enterarán.
Todo se volvió silencio nuevamente en el vehículo.
Fijé la vista hacia las angostas calles de Venecia. Ya no lo siento como un hogar, sino, como un escondite.
...****************...
Colgaba las prendas que estaba desempacando cuando alguien le da unos toquecitos a la puerta.
Dejo la percha con el vestido que llevaba en mano, sobre el sofá individual a un lado de la ventana. Esta no se compara en nada con la que tenía en casa de mi abuela, la anterior era más amplia. Lo suficiente como para que un chico entre y salga con los brazos estirados, si así lo pretendiese.
Sacudí la cabeza, tratando de espantar aquellos revoltosos recuerdos que no me permiten concertarme en otra cosa.
«Ya déjalo atrás, Andy» no dejo de hacerme esa sugerencia. Cuesta horrores obedecerle a mi mente.
Algo nerviosa, porque desde que llegué no me he cruzado con las mujeres que viven aquí, me detuve frente a la puerta. Robert me ayudó a subir las maletas y se fue con la excusa de enviar unas fotos a una revista de moda por la que fue contratado. Yo creo que lo hizo para permitirme mi espacio y le agradezco que lo haya hecho, lo necesitaba.
Estoy segura, que al igual que yo, todos han cambiado desde el accidente.
Respiro hondo y apoyo la mano en el picaporte. Quito el seguro y abro.
No tengo oportunidad de reaccionar que ya tengo a alguien sacudiéndome los hombros y empujándome hasta lograr que caiga sentada al suelo. Como autodefensa, me abracé el estómago.
Descubrí a mi agresora respirando agitadamente a mis pies. Con los ojos llameantes y los puños marcados.
―¡Tú, maldita desgraciada! ―gritó una furiosa Lourdes.
Supuse sus intenciones y, apenas hizo el ademan de volver a lanzarse sobre mí, gire en el suelo y arrastre mi cuerpo debajo de la cama. Pero tengo las piernas largas y es evidente que ella ha estado acumulando mucho odio hacia mí todo este tiempo, por lo que me agarró los tobillos e intentó sacarme.
Pataleé para que me suelte, sin dejar de abrazar mi delgado vientre con uno de mis brazos. Suplico a los cielos que Lourdes no le haga daño a mi bebé. Sé que es impulsiva, pero no tiene mal corazón. Si ella supiera sobre mi estado estoy segura que, por más desprecio que me tenga, no sería capaz de arrancarme un solo cabello.
Esta no es la forma de que todos lo sepan. Sin embargo ella no accede, está dispuesta a descargar su resentimiento conmigo.
Entre tanto forcejeo y ya agitada por la desesperación que me está dando esta disputa, estoy a punto de gritarle mi verdad cuando Julia aparece bajo el umbral de la puerta, exigiéndole a su hija que me suelte.
―¡Lourdes, Andy, basta ya!
―¿Para qué has vuelto Andrea? ¿Para terminar con lo que empezaste? ¡Assassina! ―espetó una encolerizada Lourdes.
Ignoro sus insultos, ignoro su presencia, solo quiero que me deje en paz, no estoy en condiciones de pelear. Tampoco es que quiera hacerlo.
Por otro lado ya me hacía la idea de todo lo que me tocaría enfrentar al volver. Y estoy dispuesta a hacerlo siempre y cuando la personita que crece en mi interior no salga perjudicada.
―¡Ragazze! ¡Per favore, calmare!
Vi, por debajo de la cama, el calzado varonil de Robert atravesando el dormitorio a paso rápido y firme. Lo seguí con la mirada, expectante, entonces se detuvo detrás de Lourdes y...
―¿Qué haces? ¡No, bájame! ―chilló mi hermanastra, librándome al tiempo en que mi papá la alzaba en el aire.
Salí de mi escondite, sentándome a los pies de la cama. Lourdes me sostuvo la mirada, de manera amenazante y con la respiración agitada. Yo también tenía los pulmones trabajándome a mil por segundo, pero no iba a bajar la guardia. Por las dudas, estaba preparada a darle un puñetazo si intentaba atacarme nuevamente.
Abracé mis piernas, cubriéndome la barriga pero sin ejercer presión. Como si fuera un escudo protector.
Me siento un animalito perdido en un habitad al que no pertenece. No es admitida.
―Andy―no quise apartar la mirada de Lourdes, ni siquiera por el tono suave de la voz de Julia―. Andrea, mírame. Per favore.
―Ni se te ocurra acercarte a ella mamá, es una...
―Lourdes―la regaña su madre―, para por favor. Tranquilla, ¿bene?
Lourdes rodó los ojos y sacudió la cabeza con hastío.
―Va bene―bufó―. Robert, ya puedes soltarme, no le haré nada a la asesina de tu hija.
―Mide tus palabras Lourdes, aquí nadie murió―contrarrestó Robert.
La castaña llegó a estremecerse por la gravedad de la voz de mi padre. Tragó saliva y asintió con la cabeza. Robert retrocedió y la soltó al lado de la puerta. De inmediato se puso frente a ella. Como si fuera un mural cubriéndome.
―Escúchenme las dos, ―no se atrevió a girarse, pero sé que el mensaje viene para mí y la otra adolescente―, en mi casa no quiero peleas. Ni aquí, ni en ningún otro lugar. Son señoritas, por el amor de Dios. No quiero ver este tipo de comportamiento nunca más, por parte de ninguna. ¿Está claro, Lourdes?
La castaña permaneció un rato con la mirada clavada en el suelo. Hasta que, tras un bufido, asintió con la cabeza y se retiró, sin mirar a nadie.
―¿Está claro, Andrea?
Robert continuó de espaldas. Me tragué las flemas de un llanto controlado. Si ahora, que acaba de detener una inesperada pelea, está así de furioso y dándome la espalda, no quiero imaginar cuando se entere que su única hija, biológica ―a Lourdes e Ivana las considera como hijas―, dentro de unos meses más, dará a luz a su primer nieto.
Palidezco de solo especular sobre su futura reacción.
Tengo tiempo para convencerlo, para que, al menos, acepte a mi bebé.
―Está claro―respondí.
―Andy.
Con el cuerpo temblante, fui fijando los ojos en Julia. Me desconcertó encontrarla de cuclillas junto a mí.
Percibí la presencia de unas nuevas arruguitas bajo sus ojos, su melena castaña está más corta a como la recordaba antes y su rostro revela las pocas horas de sueño que lleva encima. En ella veo reflejada a una madre dolida, que oculta su pena tras una sonrisa afable, la misma que está curvando en este momento.
―Estás pálida―observó. No dije nada, sé por qué estoy así de descompuesta, pero no pienso decírselo.
Levanta la mano, llegando a las manos que se mantienen aferradas en mi vientre. Por instinto, me abrazo con más fuerza.
Julia enarca una ceja y se retracta ante la idea de tocarme. Luego mira a Robert, el cual nos observa en silencio. Aparentemente, perdido en sus cavilaciones.
―Querido ¿podrías dejarnos a solas? ―pide su esposa.
Sé que Julia no es como su hija, sé que ella no intentará hacerme daño. Pero la idea de quedarme con ella compartiendo el mismo espacio no me agrada. Después de lo que pasó hace minutos, solo quiero estar sola.
Robert mira de mí hacia su esposa, suelta el oxígeno acumulado en sus pulmones tras un soplo y asiente no muy decidido. Sin embargo termina cerrando la puerta tras él. Dejándonos solas.
―Julia, no me lo tomes a mal pero―empecé a decir, pero la mirada escrutadora de mi madrastra me dejó muda.
¿De qué querrá hablar? ¿Acaso, al igual que su hija, esperó este momento para descargar su odio conmigo? Al fin y al cabo la carrera, que terminó en tragedia, y dejó a Ivana en grave estado ocupando una camilla en terapia intensiva, empezó por iniciativa mía. Yo soy la culpable de que ella siga internada en ese hospital.
Pasé saliva e intenté continuar con mi excusa sobre por qué necesito soledad, bajando la vista a mis manos. No resisto mirarla a la cara, me siento tan culpable de su angustia.
―Pero yo...
―Andy―me interrumpió. No utilizando un tono brusco como esperaba, sino suave y apacible. Su mano viajó a mi mentón y, con delicadeza, me incentivó a devolverle la mirada―. ¿Cuándo pensabas decirlo?
Ladeé la cabeza, incomprendida. Me alejé un poco para pararme. Hice una mueca apenas percibí el estirón de mis rodillas después de haber permanecido rígidamente flexionadas, de algún modo, para protegerme.
―¿De qué hablas? ―Inquirí.
Con la ayuda de sus brazos, Julia se subió hasta mi cama y tomó asiento en la orilla. Juntó las manos sobre su regazo y no apartó sus acaramelados ojos de mí. Estos poseían un brillo indescriptible. No sabría describir si entre ansiosos y melancólicos. Me inquieta.
―Andy, he aprendido muchas cosas de mi difunta bisabuela―comentó―y una de ella es saber leer las inquietudes y reacciones de las mujeres cuando enfrentan ciertos cambios hormonales. Ella fue la primera en enterarse de mi primer embarazo, inclusive, antes de yo ser consciente de ello. Y eso que tenía ochenta años.
Tragué en seco. Momentáneamente sentí picor en la nuca y la sensación es tan molesta, que no pude evitar rascarme.
―Sí, ese es otro síntoma.
Ante esta observación de su parte, dejé de hacerlo.
―No sé de qué me estás hablando.
En realidad si lo hago. Y no buscó ver hasta dónde quiere llegar, simplemente quiero negarlo. ¿Por qué si en algún momento, como los demás, con el tiempo lo descubrirán o simplemente lo sabrán de mi parte? Porque sé que todavía no es ese momento.
Es imposible ocultar lo inevitable. Con los meses mi bebé necesitará espacio y por lo tanto la barriga me crecerá.
―Actuaste como una mamá osa protegiendo a su cría, dispuesta a recibir todo daño con tal de cuidarlo. No te defendiste con Lourdes y luego te alejaste, como quién se siente amenazado se protege así mismo y a los suyos.
―Julia yo...
―No temas Andy, ahora es cuando más fuerte debes ser. Quiero que sepas que no voy a juzgarte, mucho menos regañarte, pero si te pediré algo.
No se me ocurre que decir. Estoy preocupada y llena de nervios, ella lo descubrió. Aunque, por más extraño que parezca, hay una pequeña parte de mí que me dice que confíe.
Si le pido discreción, sé que no será capaz de entrometerse e irle con el chisme a mi padre. No, Julia no es así.
Con cierta duda, pero confiando un poco, aflojo mis barreras frente a ella.
― ¿Qué quieres? ―Me animo a preguntar.
Julia suelta aire por la nariz y se pone de pie, quedando frente a mí. Sus manos se posaron en mis hombros, entretanto sus ojos no se desviaban de los míos.
Me mantuve imparcial.
―Quiero que me dejes ayudarte. Que me permitas cuidarlos y que confíes en mí.
―¿En serio quieres ayudarme? ―cuestioné incrédula. Dando unos pasos hacia atrás y alejándome de sus manos―. Dudo que puedas ayudarme sin contarle a Robert. Porque sí, prefiero seguir manteniéndolo en secreto.
―Guardaré tu secreto―sabía que diría eso. Sin embargo no puedo permitir que se arriesgue por mí.
―Sería como mentirle a mi padre. Sabes que él no lo aceptará y prefiero ser yo a la que reciba todo su enojo o a la... la que termine despreciando. No pretendo que sufras por mi causa. Ya...―tomé coraje y terminé añadiendo: ―bastante te he perjudicado. A ti y a Ivana. No, esto es algo que solo yo debo confrontar.
Julia sonríe de lado e intenta tocar mi rostro, pero vuelvo a retroceder. Negando con la cabeza.
―Por favor Julia, solo olvídalo―pedí con la voz estrangulada.
―Es su nieto Andy, estas embarazada y yo te considero como una hija, la niña que se fue lejos por unos meses y dejo un gran vacío en el pecho de su padre y el mío. Nadie te culpa Andy y espero que algún día perdones a Lourdes, ella no deja de lamentarse por el estado de su hermana. Todos esperamos el momento en que Ivana vuelva a abrir los ojos. ¿Entiendes? Te lo dije una vez y te lo volveré a decir: tú no tienes la culpa. El destino es muy delicado e inoportuno, uno nunca sabe lo que puede pasar el día de mañana.
―Julia...―no sé qué pasa conmigo, pero por más que intento controlarlo, las lágrimas se me escurren sin consentimiento por los ojos.
Sin poder evitarlo, Julia avanza hacia a mí y me acorrala con sus brazos.
Ese acto, ese simple cariño de madre es el que siempre sentí ausente y que me desmorone en llanto sobre su hombro, así lo manifiesta. Ahora más que nunca es que necesito de una madre que me enseñe, aconseje y ofrezca un cálido abrazo.
Soraya no está aquí ahora, ella desconoce mi estado, de lo contrario no dudo que fuese capaz de viajar conmigo, otorgándome su apoyo a la hora de darle la noticia a Robert.
―No te preocupes por tu papá, cuando estés lista, yo estaré de tu lado. Sin importar las consecuencias. Se trata de un nuevo miembro de la familia―dice mientras acaricia mi cabeza―. No voy a ignorar las posibilidades de que Robert se lo tome para mal, pero tu papá no es un mal hombre. Él no va a negar a su nieto, ni te va a cerrar la puerta de su casa, los va a aceptar a ambos. Y lo amara, dalo por hecho.
―Julia―susurré, agobiada.
Levanté la cabeza, ella se apartó un poco pero no dejó de entretenerse con mi cabello. Como si me tratase de una pequeñita traviesa que vuelve de jugar con la lluvia, quitó los mechones pegoteados, con mis lágrimas, en mis mejillas y los ubicó tras mi oreja. Barrió con sus pulgares los rastros de llanto en mis pómulos y me entregó una sonrisa consoladora.
―Eres como mi hija, Andy y ese bebé―miró mi vientre por unos segundos―será mi nieto. No voy a desampararlos. Lo hecho, hecho está. Tú y tu... Espera―arrugó la frente―. ¿Quién es el papá de la criatura?
Aparté la mirada y me mordí el labio. Nuevamente, vuelve el sentimiento de culpa.
Aidan y yo compartimos muchas cosas, pero fui egoísta y me traje conmigo lo que nos pertenece a ambos. Si él no lo sabe, no se enterará por nadie más que por mí.
Por lo tanto, tengo que mantener el nombre de Aidan en secreto. Al menos por ahora.
Soy consciente que la respuesta que me viene a la mente no es la ideal y me dejaría como una maldita egoísta, además de irresponsable por no pensar en la consecuencia de mis actos antes de llevarlos a cabo, como tener sexo sin protección y con alguien que no se responsabilizaría. Pero a esta altura no me afecta para nada las críticas.
―Mi bebé es... solo mío―respondí, sin mirarla a la cara y indignándome conmigo misma.
PerdónameAidan.
...******...
Primer capítulo de esta nueva aventura. ¿Qué les pareció?
No sean tímidas, me encanta leer lo que piensan de la historia❤️
Saludos!
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 45 Episodes
Comments
Mercedes Carolina Rivas Rivas
Me parece muy interesante misteriosa con muchas inquietudes e interrogantes ¿cómo quiere ayudarla de verdad la madrastra o quiere quitarle el niño cuando nazca para vengarse?
2023-01-18
0
Liliana Chacaltana
me encantó vla primera ahora esta también felicitaciones autora
2022-09-16
1
Eli Garcia💋
me encanta😍👏👏👏
2022-09-06
1