Vida y muerte

Batería 5%

 

Me encontraba inmóvil y derrotada en la sala de espera de urgencias del hospital. En shock, tratando de analizar como las situaciones habían pasado una por una y como me encontraba ante la inmensidad de ese cuarto frio, con las manos y mi ropa llena de sangre.

Un día estaba platicando con mis amigos en la escuela y ahora me encuentro aquí.

¿Por que?

Pero a mi mente solo llegaban reproches, insultos, gritos de desesperación y finalmente llanto exasperado ¿qué acaso no hay misericordia para mí?, ¿no hay sangre que pueda lavar con mis arrepentimientos?, la verdad no se puede esconder de mis mentiras, yo misma me quería convencer de que todo mejoraría. ¿En qué me convertí? ¿A esto me reduje? ¿Por qué a mí? Así estaba yo regodeándome en mi miseria.

Mis lagrimas no dejaban de caer por mis ojos hinchados, pero tuve que recomponerme de mis ensimismamientos. Una enfermera de mal carácter quería que yo me hiciera responsable entre otras cosas de ropa, objetos personales y demás preguntas por demás molestas para mi mente tribulada.

¿Acaso esperaba que yo fuera autosuficiente de la situación? ¡Tan solo tengo 17 años, mujer! Y estoy a punto de ser huérfana.

Desde que mi padre dejó la casa había sentido el peso del universo caer encima de mí, pero mi orgullo nunca me hizo ni me movió un poco, para pedir de su apoyo. Sin embargo, en ese momento rogué por que se apareciera, que alguien, aunque fuera mi papá me ayudara. Estaba clamando por ayuda. Pero nadie vino ni nadie me ayudó...

 

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80%

Hice algo de memoria, ese día llegué a mi casa temprano, era un día extraño llegar con tanto tiempo de sobra a mi casa. Me veía a mí misma haciendo una bolsa de palomitas y tirándome en la sala dispuesta para malgastar mi tiempo viendo alguna serie o lectura que yo llamaba “recreativa”.

Sin embargo, desde que llegue sentí un ahogamiento en mi pecho. La puerta estaba mal cerrada. Y entré a mi casa extrañada de la situación. Mi mamá siempre llegaba antes que yo de trabajar y para cuando yo llegaba ella ya me esperaba con una sonrisa y un plato de comida en la mesa.

Al entrar todo estaba obscuro, parecía que no había nadie. Me resbalé con un líquido, pero no me caí, al mirar hacia el piso descubrí un camino de sangre esparcido por toda la casa.

Nunca, ni en mis pesadillas, ni en las películas. Había visto tanta sangre tirada en el piso.

Me temblaron las rodillas.

Algo peor que el miedo, es el miedo a lo desconocido y ahí estaba yo. Caminando por un pasillo lleno de sangre, sin saber que iba a pasar.

El miedo que muestran en las películas de terror se quedó corto ante tal situación.

Al llegar a la habitación de mi mamá encontré parado a mi hermano en shock. Inmóvil. Con la mirada perdida en el vació.

No le dije nada. Y entré a la habitación, mi mama yacía en el piso con la boca llena de sangre.

¡¡¡¿Por qué paso esto?!!!

Todo me daba vueltas, no sabía que hacer. Mi hermano tampoco supo que decir ni que hacer. Luego, mi mama se movió un poco y empezó a vomitar más sangre. Borbotones de coágulos rojos salían por su boca. Me quedé inmóvil. Los ojos muy abiertos pero inertes. Al ver que se estaba ahogando con su sangre me acerque de inmediato y la puse de lado para evitar que se asfixiara.

No sabía que era lo que estaba pasando ni por que había sucedido. Pero lo que si estaba segura es que la vida de mi mamá, mi único faro de esperanza, se estaba yendo a un lugar donde yo no podía ir.

De pronto algo dentro de mi cambió. Ante la inminente sensación de pérdida me negué a aceptarlo. Me había resuelto no llorar nunca más detrás de la puerta. Una energía inalterable me consumió. Volteé a ver a mi hermano y le grité: “¡trae toallas y ropa limpia!”.

Busque la cartera de mi mama, tome dinero y sus identificaciones. Limpie y cambie a mi mama, luego la subimos a un taxi. Yo seguía llorando, pero estaba resuelta a no dejarla morir.

 

 

Batería 30%

 

Llegando al hospital otra enfermera gritó el nombre de mi mamá en la sala de espera, me levanté rápidamente y me pidieron que inmediatamente buscara donadores de sangre O-RH Negativo, o cualquier otro tipo de sangre, pero urgentemente.

La familia de mi mamá era de un pueblo lejano de la ciudad, y no había forma de que ellos llegaran rápido a auxiliarnos, estábamos solos mi hermano y yo. Así que tuvimos que donar sangre solo nosotros dos. Mi hermano aún en shock y actuando de forma robótica instado por mis ordenes, llamó a alguno de sus amigos. Yo hice lo mismo con Elvira y Diego, pero Diego había tenido hepatitis y Elvira no tenía el peso mínimo para poder donar sangre. Aun así, Diego dijo que enviaría a alguien más para donar sangre.

No sentí cuando la aguja cuando pinchó mi brazo, tampoco me dolió el entumecimiento de mi brazo por la falta de sangre. No sentí el mareo por la falta de sangre. No sentía las piernas. No percibía mi estómago vacío, ni mi cara hinchada. No sentía el frio de la sala de espera en mi piel por la falta de suéter. No sentía sueño alguno, tampoco el cansancio. Mucho menos hambre o sed. Era como si estuviera soñando, sí, era como si fuera una pesadilla. ¿Es una pesadilla?

¡Por favor, si es una pesadilla! … ¡Ya quiero despertar!

Me quedé despierta toda la noche esperando tener noticias. Nadie llegó. Yo no me desperté de la pesadilla. Me sentía tan atípica.

Por la mañana, con ojeras y los lagrimales secos. Un doctor, me explicó:

“Tu mamá ya está estable pero grave. Estamos esperando a que reaccione a los tratamientos de contención. Aún tenemos que hacer biopsia por una punción en el hígado para determinar si es cirrosis ya en grado II provocada por una hepatitis viral crónica no diagnosticada. Las hemorragias son debido al debilitamiento de las paredes esofágicas y varices, para eso tenemos que hacerle un procedimiento sencillo, pero en su estado es complicado.”

No le entendí. Todo era muy técnico. A pesar de que el doctor fue muy amable en responder a mis “¿cómo?” y los “¿por qué?” aun así mi mente no se aclaraba por la serie de acontecimientos que habían ocurrido, seguía en un estado catatónico inalterable. El doctor me preguntó:

- ¿Tu mamá se quejaba de cansancio extremo o estar muy fatigada? ¿Comía muy poco o a veces nada? ¿Se sentía desganada con frecuencia? ¿Su cara se veía amarilla?

-Bueno, sí. Siempre. - ¿Pero no era eso normal?, pensé. ¿Cómo iba a saber que era una enfermedad crónica? Mi mamá siempre se había quejado excesivamente de que tenía que hacer todo y para todos, que estaba muy cansada. Honestamente había momentos en los que yo prefería no decir nada e ignorarla para no ganarme un regaño.

Sin embargo, puesto en perspectiva, y desde el ángulo en que mi madre había vivido su separación, entendí finalmente que tan grande había sido su pesar. No pude contener mi llanto. Lagrimas calientes e hirientes como púas caían por mi rostro.

Yo que había estado encima de mi propia autocompasión no me había dado cuenta de los sufrimientos y dolores ajenos. Había pasado por alto el dolor y cansancio de mi mamá. Sus esfuerzos por salir adelante a pesar de las circunstancias, enfocándose en mantener a flote nuestro barco, a pesar de sentirse en extremo cansada. “¿Por qué hiciste eso mama?” me pregunté.

¿Habría yo hecho caso si mi madre me hubiera dicho que estaba mal y que se sentía enferma?, quizá no. Ese sentimiento, era muy inquietante, doloroso, penoso. Me sentí muy egoísta, ¿soy acaso tan miserable? Mi comportamiento autodestructivo me llevo nuevamente a la autocompasión.

Una voz ajena a mis pensamientos me empezó a llamar:

“Frio…, Dolor…, Angustia…, Miedo. No tienes que atravesarlo sola. Todo puede silenciarse, es una pesadilla, un mal sueño. Liberarte, volar. Esta no es tu vida. Todo lo que quieres, lo que anhelas lo puedes tener. Liberarte, volar. Nadie se preocupa, a nadie le importa. Eres tu propio arquitecto. No lo mereces. No eres débil. Liberarte, volar. Liberarte, volar. Liberarte, volar. Liberarte, volar. Liberarte, volar. Liberarte, volar.”

La voz se agolpaba fuerte en mi cabeza, y no se apartaba de mí. Salí corriendo como una tormenta de la sala de espera, tomando mi cabeza entre las manos, llorando. Quería que se alejara de mí. Pero no se iba. Llegué un par de cuadras después del hospital y comencé a llorar más desconsoladamente. La voz tenía razón, a nadie le importaba. Las personas pasaban por un lado mío sin inmutarse de mi lastimera presencia.

Pero antes de que pudiera seguir pensando más y más en lo doloroso que era todo, una mano toco mi hombro. Era mi hermano, él también se veía abatido. Me abrazo sin decir nada. Después de un rato, regresamos al hospital.

¿Seguimos detrás de la puerta? ¿O esta vez pudimos abrirla?

Después de 72 hrs. frenéticas y después de los miles de estudios, procedimientos. Mi mamá ya había pasado a una sala de piso estable. Pasamos horas obscuras y ahora nuestra resistencia tendría que probarse una vez más.

Falté a la escuela dos semanas enteras, pero no al trabajo, esto para cuidar a mi mama en el hospital. Corría al trabajo de mi mamá para avisar, saque permisos, tramité medicamentos, recibí instrucciones, limpié cómodos, alerte a enfermeras, cambié sabanas, dormí en sillas y salas de espera, busque doctores, espere documentos, di de comer, ayude a levantar, animé a mi mama, ayude a mi hermano. Hice de comer, entretuve a mi mama. Sonreí. Hice todo eso y más.

A pesar de todo el cansancio estaba feliz, porque mi mamá se veía mejor. Porque estaba viva. Agradecí por ello, pero algo dentro de mí se sentía incómodo, cansado, abatido.

 

 

Batería 1%

 

 

 

 

“Mamá resuelve. Mamá acompaña. Mamá va y viene. Mamá cuida. Mamá abraza. Mamá reta. Mamá cocina. Mamá mima. Mamá comparte todo. Mamá espera. Mamá reorganiza su plan. Mamá corre. Mamá lleva. Mamá trae. Mamá escucha críticas. Mamá aguanta. Mamá perdona. Mamá comprende. Mamá se posterga. Mamá duerme poco. Mamá come frío. Mamá hace todo para que nada falte. Mamá ordena. Mamá regaña. Mamá educa. Mamá está. Mamá siempre está. Poema de Autor: Anónimo.”

 

 

 

 

 

 

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