Tenía 17 años cuando entre a la universidad, bastante chica para mi gusto la verdad. Terminé la preparatoria sin pena ni gloria en poco tiempo. No tenía ningún plan B en dado caso de que no pudiera ingresar al último grado de estudios. Mi mamá siempre me había instado a terminar una carrera y alcanzar mis objetivos estudiando duro para lograrlo. Y ese había sido mi principal objetivo, no estaba en mi plan fracasar. Sin embargo, el primer obstáculo en obtener lo que quería parecía provenir de mi propio hogar.
Mis padres siempre tuvieron un matrimonio tormentoso, mi papa solía ser siempre el macho controlador y golpeador típico. Mi mamá siempre se comportó de forma sumisa y temerosa, pocas veces le hizo frente. Para mi esa era mi realidad, y no me era indiferente. Lo que si me era atípico eran esas familias felices con padres amorosos y niños de caras sonrientes.
No me mal entiendan, no es que en mi infancia no hubiesen sonrisas, es solo que la única que las procuraba era mi mamá y cuando ella se agotaba no tenía otra fuente de luz. Así que mi infancia fue por demás carente de una figura paterna amorosa. Creo que vengo rota desde el principio. Yo era un juguete con descuento por tener fallas en el corazón.
Como un juguete que viene con la leyenda "Baterías No Incluidas".
Recuerdo muchas de mis tardes de temprana infancia llorar detrás de la puerta de mi cuarto, asustada abrazando a mi hermano dos años menor. Consolando y limpiando sus lágrimas:
“Todo va a estar bien, no llores” le decía. "No llores"
Eso se lo decía en todas esas ocasiones, yo tampoco lloraba, me hacia la fuerte a pesar de que escuchaba los gritos, los insultos, los golpes, las lágrimas, la ira, el temor, los platos romperse.
Así pase muchos días, detrás de la puerta. Hoy en dia, todavía me pongo detrás:
“si me quedo atrás no veo, si no veo me hago la fuerte, si no veo, no duele” me decía a mí misma.
Mi papa se fue de la casa definitivamente en el otoño del año cuando cumplí 17, desde los 15 años las peleas se habían intensificado y vivimos 2 años de auténtico infierno entre gritos y desesperación. Ya de por si es una edad complicada. Con esas situaciones me sentía más abrumada.
Sin embargo, para mi sorpresa y a diferencia de cuando era niña, dejé de estar detrás de la puerta y empecé a
levantar la voz. Nunca supe de donde vino ese ímpetu o que lo provoco. Lo que nunca hice de niña lo hice de adolescente. Pueden decir que a partir de entonces me sentí aliviada, logré enfrentarme por primera vez a algo en mi vida, pero totalmente fue lo contrario. Me invadió un sentimiento de ahogo, realmente no sabía que hacer con este nuevo poder que encontré en mí.
¿De donde salió todo eso?, me pregunté.
Finalmente, después del dolor de la partida de mi papá nos convertimos en una pequeña familia de 3: mi mamá, mi hermano y yo. Mi mamá no tenía una instrucción superior. Mi hermano estaba aún estudiando la preparatoria (afortunadamente mi papa no dejo de apoyar la educación de mi hermano).
Y a mí solo me pago la inscripción de la universidad. A partir de entonces tuve que aprender a la fuerza el valor del dinero, el esfuerzo y el trabajo duro para conseguir mis metas. Lo que para otros podría ser una instrucción universitaria sencilla para mi significaba la vida o la muerte. No podía darme el lujo de perder mi beca ni mi trabajo por seguir estudiando y paradójicamente estudiar requería que siguiera trabajando.
Me sentía en una trampa, acorralada.
Mi tiempo de universidad ha sido el más pesado de mi vida.
Estaba demasiado delgada, casi no comía, corría desde las 7 am a mi primera clase. El resto de mis compañeros podrían poner una o dos horas de descanso, pero yo no. Corría de un edificio a otro una clase tras otra. Después de eso tenía que teletransportarme (eso hubiese sido muy útil) a mi trabajo, en una modesta firma de contadores dando servicio a una constructora.
No tenía tiempo para comer, mientras caminaba para llegar podía tomar agua, o comer el sándwich que mi mama tan afanosamente me había hecho. Yo trabajaba para pagar mis gastos, mi mama para pagar los gastos de la casa.
Todo lo que quería estaba tan lejano a mí, muchas veces me cuestione mi vida y quería dejarlo todo. Podía optar por dejar la escuela y empezar a trabajar para ganar más dinero y así poder ayudar a mi mamá. Pero ella se negaba y me insto muchas veces a seguir adelante con la universidad. En ese tiempo mi mama era mi faro.
Un faro de luz cálido y constante.
Mi batería era del 20%.
Así podemos hacer un resumen: una adolescente sin vida social, fuertes problemas económicos, un origen familiar fracturado y nula vida amorosa. No tenía verdaderos amigos. Mi único compañero era un libro o una serie: Jane Austen, Paulo Cohelo, Gabriel García Marquez, la poesía de Gustavo Adolfo Bequer, la novela de Kioko Mizuki, Oscar Wilde, Alejandro Dumas, Juan Rulfo, Victor Hugo, Caballeros del zodiaco, Dragon, Ball, Sailor Moon, X-Men,
Animaniacs, Simpsons, Evangelion, Ranma ½, me acompañaban en esta aventura.
Si, esa era yo. Hechos y desechos. Recuerdo que mi apariencia tampoco era diferente a mi interior.
Tenía el cabello negro largo y rizado, realmente nunca supe cómo lidiar con él así que la mayor parte del tiempo lo llevé en una coleta. Mi tez es bronceada clara, pero en ese tiempo siempre lucia muy pálida. Mi regla había llegado a mis tardíos 16 así que mi cuerpo nunca se desarrolló bien. No tenía curvas marcadas y en general el resto de mi cuerpo era igual de demacrado. Realmente no me sentía muy bonita. Me miraba al espejo y veía mis ojos grandes enmarcados por ojeras que contrastaban con una nariz pequeña. Mi boca era grande y mis dientes
parecían de conejo. Ahora que lo pienso bien me había ganado a pulso los apodos
que me referían con roedores.
¿No es adorable?
Una chica rota por dentro, sin gracia alguna, sin dinero, sin amigos, solitaria. Un alma triste con un solo objetivo: estudiar duro.
Batería 15%.
Si esto es una pesadilla, por favor, ¡ya quiero despertar!
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