Infierno Desatado
Soy el hijo de un confín rodeado por el mar, de una tierra ensombrecida por las nubes que, si en mi mente represento la superficie del planeta, con sus vastos océanos y sus continentes vírgenes, aparece sólo como una mota desdeñable en la inmensidad del todo, y que sin embargo, cuando la deposito en las balanzas de la mente, supera con creces el peso de países de mayor extensión y población más numerosa, pues cierto es que la mente humana ha sido la creadora de todo lo bueno y lo grande para el hombre, y que la naturaleza ha actuado sólo como un primer ministro. Inglaterra, alzada en medio del turbulento océano, muy al norte, visita ahora mis sueños adoptando la forma de un buque inmenso, bien comandado, que dominaba los vientos y navegaba orgulloso sobre las olas. En mis días infantiles, ella era mi universo todo. Cuando, en pie sobre las colinas de mi país natal, contemplaba las llanuras y los montes que se perdían en la distancia, salpicados de las moradas de mis paisanos, que con su esfuerzo habían hecho fértiles, el centro mismo de la tierra se hallaba, para mí, anclado en aquel lugar, y el resto no era más que una fábula que no me habría costado trabajo alguno olvidar en mi imaginación ni en mi entendimiento.
Mi suerte ha sido, desde un buen principio, ejemplo del poder que la mutabilidad ejerce sobre el variado tenor de la vida de un hombre. En mi caso, ello me viene dado casi por herencia. Mi padre era uno de esos hombres sobre quienes la naturaleza derrama con gran prodigalidad los dones del ingenio y la imaginación para dejar luego que esos vientos empujen la barca de la vida, sin poner de timonel a la razón, ni al juicio de piloto de la travesía. La oscuridad envolvía sus orígenes. Las circunstancias lo arrastraron pronto a una vida pública, y no tardó en gastar el patrimonio paterno en el mundo de modas y lujos del que formaba parte. Durante los años irreflexivos de su juventud, los más distinguidos frívolos de su tiempo lo adoraban, lo mismo que el joven monarca, que escapaba de las intrigas de palacio y de los arduos deberes de su oficio real y hallaba constante diversión y esparcimiento del alma en su don de gentes. Los impulsos de mi padre, que jamás controlaba, lo metían siempre en unos aprietos de los que no era capaz de salir recurriendo sólo a su ingenio. Y así, la acumulación de deudas de honor y peculio, que hubieran supuesto el derrumbamiento de cualquiera, las sobrellevaba él con gran ligereza e implacable hilaridad; entretanto, su compañía había llegado a resultar tan imprescindible en las mesas y reuniones de los ricos que sus desmanes se consideraban veniales, y él mismo los recibía como embriagadores elogios.
Esa clase de popularidad, como cualquier otra, resulta evanescente, y las dificultades de toda condición con que debía contender aumentaban en
alarmante proporción comparadas con los escasos medios a su alcance para eludirlas. En aquellas ocasiones el rey, que profesaba gran entusiasmo por él, acudía a su rescate, y amablemente lo ponía bajo su protección. Mi padre prometía enmendarse, pero su disposición sociable, la avidez con que buscaba su ración diaria de admiración y, sobre todo, el vicio del juego, que lo poseía por completo, convertían en pasajeras sus buenas intenciones y en vanas sus promesas. Con la agudeza y la rapidez propias de su temperamento, percibió que su poder, en el círculo de los más brillantes, comenzaba a declinar. El rey se casó.
Y la altiva princesa de Austria, que como reina de Inglaterra pasó a convertirse en faro de las modas, veía con malos ojos sus defectos y con desagrado el aprecio que el rey le profesaba. Mi padre percibía que su caída se avecinaba, pero lejos de aprovechar esa calma final anterior a la tormenta para salvarse, se dedicaba a ignorar un mal anticipado realizando aún mayores sacrificios a la deidad del placer, árbitro engañoso y cruel de su destino.
El rey, que era hombre de excelentes aptitudes, pero fácilmente gobernable, pasó a convertirse en abnegado discípulo de su consorte y se vio inducido por ella a juzgar con extrema desaprobación primero, y con desagrado después, la imprudencia y las locuras de mi padre. Cierto es que su presencia disipaba los nubarrones. Su cálida franqueza, sus brillantes ocurrencias y sus complicidades lo hacían irresistible. Y sólo cuando, distante él, nuevos relatos de sus errores llegaban a oídos reales, volvía a perder su influencia. Los hábiles manejos de la reina sirvieron para dilatar aquellas ausencias y acumular acusaciones. Finalmente el rey llegó a ver en él una fuente de perpetua zozobra, pues sabía que habría de pagar con tediosas homilías el placer breve de su frecuentación, y que a él seguirían llegando los relatos dolorosos de unos excesos cuya veracidad no era capaz de refutar. Así, el soberano decidió concederle un último voto de confianza; si le fallaba, perdería su favor para siempre.
La escena hubo de resultar de gran interés e intensamente apasionada. Un monarca poderoso, conocido por una bondad que hasta entonces le había llevado a mostrarse voluble, y después muy serio en sus admoniciones, alternando la súplica con la reprimenda, rogaba a su amigo que se ocupara de sus verdaderos intereses, que evitara resueltamente esas fascinaciones que, en realidad, desertaban de él con rapidez, y dedicara sus inmensos dones a cultivar algún campo digno, en el que él, su soberano, sería su apoyo, su sostén, su seguidor. Toda aquella bondad alcanzó a mi padre, y durante un momento ante él desfilaron sueños de ambición: pensó que sería bueno cambiar sus planes presentes por deberes más nobles. De modo que, con sinceridad y fervor, prometió lo que se le requería. Como prenda de aquel favor renovado, recibió de su señor real una suma de dinero para cancelar sus
apremiantes deudas y comenzar su nueva vida bajo buenos auspicios. Aquella misma noche, todavía henchido de gratitud y buenos propósitos, perdió el doble de aquella suma en la mesa de juego. En su afán por recuperar las primeras pérdidas, realizó apuestas a doble o nada, con lo que incurrió en una deuda de honor que de ningún modo podía asumir. Demasiado avergonzado para recurrir de nuevo al rey, se alejó de Londres, de sus falsas delicias y sus miserias duraderas y, con la pobreza por única compañía, se enterró en la soledad de los montes y los lagos de Cumbria. Su ingenio, sus bon mots, el recuerdo de sus atractivos personales, perduraron largo tiempo en las memorias y se transmitían de boca en boca. Si se preguntaba dónde se hallaba aquel paladín de la moda, aquel compañero de los nobles, aquel haz de luz superior que brillaba con esplendor ultraterreno en las reuniones de los alegres cortesanos, la respuesta era que se encontraba bajo un nubarrón, que era un hombre extraviado. Nadie creía que le correspondiera prestarle un servicio a cambio del placer que él les había proporcionado, ni que su largo reinado de ingenio y brillantez mereciera una pensión tras su retiro. El rey lamentó su ausencia; le encantaba repetir sus frases, relatar las aventuras que habían vivido juntos, ensalzar sus talentos. Pero ahí concluía su tributo.
Entretanto, olvidado, mi padre no conseguía olvidar. Lamentaba la pérdida de lo que necesitaba más que el aire o el alimento: la emoción de los placeres, la admiración de los nobles, la vida de lujo y refinamiento de los grandes. La consecuencia de todo ello fueron unas fiebres nerviosas, que le curó la hija de un granjero pobre, bajo cuyo techo se cobijaba. La muchacha era encantadora, amable y, sobre todo, buena con él. No ha de sorprender que un ídolo caído de alcurnia y belleza pudiera, aun en aquel estado, resultar elevado y maravilloso a ojos de la campesina. Su unión dio lugar a un matrimonio condenado desde el principio, del que yo soy el vástago.
A pesar de la ternura y la bondad de mi madre, su esposo no podía dejar de deplorar su propio estado de degradación. Nada acostumbrado al trabajo, ignoraba de qué modo podría contribuir al mantenimiento de su creciente familia. A veces pensaba en recurrir al rey, pero el orgullo y la vergüenza se lo impedían. Y, antes de que sus necesidades se hicieran tan imperiosas como para forzarlo a trabajar, murió. Durante un breve intervalo, antes de la catástrofe, pensó en el futuro y contempló con angustia la desolada situación en que dejaría a su esposa y a sus hijos. Su último esfuerzo consistió en una carta escrita al rey, conmovedora y elocuente, salpicada de los ocasionales destellos de aquel espíritu brillante inseparable de él. En ella ponía a su viuda y sus huérfanos a merced de su regio señor y expresaba la satisfacción de saber que, de ese modo, su prosperidad quedaría más garantizada tras su muerte de lo que había estado en vida suya. Confió la carta a un noble que, no lo dudaba, le haría el último y nada costoso favor de entregarla al monarca en mano.
Así, mi padre murió endeudado, y sus acreedores embargaron inmediatamente su escasa hacienda. Mi madre, arruinada y con la carga de dos hijos, aguardó respuesta semana tras semana, mes tras mes, con creciente impaciencia, pero ésta no llegó jamás. Carecía de toda experiencia más allá de la granja de su padre, y la mansión del dueño de la finca en que ésta se encontraba era lo más parecido al lujo que era capaz de concebir. En vida de mi padre se había familiarizado con los nombres de la realeza y de la corte. Pero aquellas cosas, perniciosas según su experiencia personal, le parecían, tras la pérdida de su esposo -que era quien les otorgaba sustancia y realidad-vagas y fantásticas. Si, bajo cualquier circunstancia, tal vez se hubiera armado del suficiente valor como para dirigirse a los aristócratas que éste mencionaba, el poco éxito obtenido por él en su intento le llevaba a desterrar la idea de su mente. Así, no veía escapatoria a la penuria. Su dedicación perpetua, seguida del pesar por la pérdida del ser maravilloso por el que seguía profesando ardiente admiración, así como el trabajo duro y una salud delicada por naturaleza, terminaron por liberarla de la triste repetición de necesidades y miserias.
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Updated 65 Episodes
Comments
Cen Chable Aly
empezamos una nueva novela diferente historia....seguir leyendo para saber el contenido
2022-05-19
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Juana Mn
chevere , Por fin veo una novela que no trata de Ceo y matrimonio forzado ...Chevere una historia diferente
2021-11-24
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Marie Scaroni Denis
Veremos que tal es ésta historia!!!!
Comienzo a leer!!!
2021-11-24
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