^^^“La mente es como un iceberg, flota con un 70% de su volumen sobre el agua.„^^^
^^^Sigmund Freud.^^^
Bajé del auto despidiéndome de todos, apenas estuve fuera pude borrar mi sonrisa y estar como realmente me sentía: frustrado, enojado, abrumado... Entre otras más. Me encontré con Seb y lo saludé, vi hacia atrás y pude ver a Linda y el auto aun estacionado fuera del campus, ella y Cris seguro observándome, obviamente preocupados; sé lo que seguirá: no se irán hasta que entre a clases. Pues se irán a quedar un buen rato ahí porque mi primera hora es libre, por lo que Seb y yo nos dirigimos a la sombra de un árbol cercano, para ser de mañana hacía mucho calor, nos sentamos en el césped mientras otros se dirigían a sus primeras clases.
—¿Mal humor?— preguntó Seb mirándome de reojo.
No, para nada.
¿No me ves a la mar de contento?
Estoy que salto de la felicidad.
Asentí mirando a cualquier otro lado menos a la camioneta, ¿no se pensaban ir o qué? Sé que dije que se quedarían hasta que entrara a clases, pero ¿de verdad se quedarán ahí? Wow, si que se preocupan por mí, pero que alguien por favor les diga que no es necesario y se vayan a hacer su día. Gracias.
—Tranquilo, Nate, no es la primera vez que pasa esto.— dijo intentando tranquilizarme.
Hummmm... Qué consolador.
Me encogí de hombros bajando la mirada al celular, tenía un mensaje de Cris. Suspiré y rodé los ojos, leyéndolo:
Cris
¿No irás a clase?
^^^Nate^^^
^^^No. Tengo hora libre.^^^
Es cierto que no era la primera vez que me enojaba, pero en realidad, muy pocas veces sucedía. ¿Por qué? No me gustaba que supieran lo que de verdad sentía y prefería que me encontraran de buen humor o tranquilo, evitaba que me vieran de mal humor o iracundo, pero había días en que no lo soportaba y dejaba fluir mi ira. Y para ellos había una rutina cuando eso sucedía: esperar en el campus hasta que estuviera en mi aula de clases, que era cuando estaban seguros de que no cometería ninguna locura.
Lo sé. Vaya confianza.
Pero cuando me enojo no soy la mejor persona que quieras en tu día.
Lo juro.
Cris
Bien. Nos vemos más tarde.
^^^Nate^^^
^^^Bien.^^^
—¿Supiste que expulsaron a Melissa?— dijo de pronto y me volví hacia él. Mamá por fin de iba... Quise decir Linda. Linda de iba.
Dios.
—¿Por qué?— pregunté sin entender. Melissa era una buena chica, de primer año y estudiaba sociología, pero jamás la vi haciendo nada malo, era algo así como un pan de Dios; divertida, carismática y extrovertida, pero jamás una persona con malas intenciones de por medio.
¿Por qué la habrán expulsado?
—Al parecer, la atraparon en el baño de chicas, drogándose.— respondió encogiéndose de hombros. Fruncí mi ceño por su actitud tan vacía, a Seb le gustaba esa chica desde el primer día que la vio, varias veces fue a mi casa para debatir distintas maneras para invitarla a salir, queriendo encontrar la más adecuada, perfecta. Sí, mi mejor amigo arma drama donde no hay. Y que se comporte así, de esta forma tan indiferente hacia ella es extraño. Quiero decir, tanto esfuerzo por salir con ella, tantas noches trasnochándome con él aguantándome sus discusiones consigo mismo porque todo estuviera perfecto para ese momento y... ¿Así nomás la tratas cuando sabes que se droga?
—¿Y por eso cambiaste de opinión sobre ella?— inquirí inexpresivo. ¿Se iba a dejar llevar por la opinión pública y por lo que Mel hace? No, mi hermano, eso conmigo no va. Si quieres tener algo serio con ella debes aceptar sus virtudes e imperfecciones, no hacerla a un lado cuando sabes este aspecto de ella. Así de simple.
—Sabes que no me gustan esas cosas, Nate...
Y dale...
Rodé los ojos y con rapidez lo corté:— Sí, y también sabes que yo las usé y a pesar de eso seguiste siendo mi amigo y no me dejaste a un lado.— ¿qué diferencia había entre Melissa y yo como para hacer este cambio?
—No es lo mismo. Tú tenías tus razones para hacerlo. Ella no.
—¿Cómo estás tan seguro?— respiré profundamente intentando sonar tranquilo.
¿Saben esos momentos donde quieres abofetear a tu amigo por decir algo totalmente estúpido?
Pues tengo esa necesidad ahora.
—Porque...— dudó un segundo— Nathan, ella lo hace por puro vicio.— susurró dolido.
Oh...
Está asqueado. Lo sé. Todo este asunto de drogas le da asco y le disgusta en lo absoluto, no tengo idea de por qué pero estoy seguro de que todo lo que tenga que ver con eso lo pone de mal humor.
—Tal vez, pero no estás seguro.— lo miré a los ojos, viendo la tristeza en ellos, tristeza porque la chica que le gusta dependiera de algo como eso— Habla con ella, y si es así, ayúdala. No le des la espalda.
Me miró extrañado luego de un minuto en silencio.
—¿Por qué me ayudas?
Seb, querido amigo, te quiero y todo, pero mataste el momento.
No sé si pegarle o simplemente irme por semejante pregunta.
Sonreí de medio lado, ocultando mi indignación por tal cuestionamiento.
—Porque, además de que eres mi mejor amigo.— tomé una gran bocanada de aire, apartando la mirada. No era bueno con esto de expresar mis sentimientos, a veces incluso llegaba a ser muy patético. Por eso no me gusta hacerlo— Tú hiciste lo mismo por mí.
...∆∆ ALONE ∆∆...
Salimos de clases con muchos deberes, en serio, demasiados. Acompañé a Seb a casa de Melissa para que aclararan las cosas y a ver si por fin llegaban a algo más que la friendzone; me quedé afuera mientras él se encontraba en el interior de la casa, quería darle un poco de privacidad.
También me evité ser el chaperón de esos dos.
Y gracias a Dios que sí.
No es gratis esto de ser lamparita de nadie.
Cuando salió estaba contento. Sonreí porque lo había logrado y nos fuimos rumbo a casa, él hablaba animadamente sobre cómo habían arreglado las cosas y el cómo se confesaron, incluyendo que él la ayudaría a dejar las drogas. Seb no era de hablar mucho, como yo, y me sorprendía ver que no paraba de parlotear, como si por fin la lengua se le aflojara; reí internamente porque parecía un niño que comió mucha azúcar. Y cuando nos separamos me inundó el silencio, pensando en lo de anoche y la noticia. No estaba muy seguro de que lo liberaran, todavía existía la evidencia que lo condenó más las declaraciones hechas por los testigos de ese momento, pero nunca se sabe con esta sociedad, todo es posible, el cielo es el límite. Y ya tenía decidido que me disculparía con ellos, fue injusto de mi parte echarlos de esa forma de mi habitación, tal vez no dije groserías o no fui grosero verbalmente, pero mi tono tampoco ayudó, fui frío, insensible...
Ya en casa, no esperé ni un segundo para adentrarme en mi habitación y quedarme ahí un buen rato, por suerte no me había topado con Penny o sino sabrían que ya había llegado y por el momento quería que no fuera así, quería que siguieran pensando que aún no había llegado a casa. Sin darme cuenta me quedé dormido, y el sueño que tuve no fue nada agradable.
—Déjala, papá.— supliqué con lágrimas en mis ojos.
—¡Cállate!— gritó él, sujetando a mamá del cuello. Yo era apenas un chiquillo de seis años.
—T-Tranquilo, Thanie, todo está bien.— dijo mamá tratando de tranquilizarme y enviarme a mi cuarto, usando ese mote cariñoso con el que siempre me llamaba. Pero papá no la dejó.
Discutieron de la peor forma que imaginé, mamá siendo golpeada por mi padre y éste gritándole en la cara e insultándola. Ella era igual a mí, alta, delgada, ojos cafés y cabello castaño claro. No paraban de discutir y yo sólo quería que pararan, que todo esto se terminara...
No fue hasta que escuché el sonido de un desgarre, muy, muy cerca de mí, tanto así que los oídos me zumbaron por unos momentos, intentando asumirlo todo. Papá estaba de pie, respirando agitadamente como si hubiera corrido un maratón, y mamá... Ella estaba tirada en el piso, una profunda cortada en el pecho de notaba y un pegajoso líquido rojo fluía de ahí, me miraba con tristeza. Corrí hacia ella, manchándome con ese líquido rojo y sin entender del todo, pero aun así, corrí a abrazarla, arrullándola como ella lo hacía conmigo.
—T-Todo estará bien, Thanie...— repetía una y otra vez, lágrimas resbalaban de sus mejillas y terminaban en mi camiseta. Lloraba porque me dejaría solo, solo con este hombre cruel y malvado.
—No te preocupes, mami. Soy fuerte.— susurré con mi infantil voz, en un intento por calmarla. No lo capté del todo hasta que vi sus ojos tornándose de un tono más claro y sus labios palidecer, sus manos ya no abrazaban las mías y su calor disminuía constantemente hasta que quedó totalmente helada conforme pasó el tiempo. En ese momento no lo entendí, apenas años más tarde, pero mi madre ya no estaba, murió. Nina Longsbery se había ido de este mundo a manos de este hombre, Paul Longsbery, mi padre.
Desperté sobresaltado, mi respiración entrecortada y estaba sudando frío. Había soñado con ese día, luego de eso comenzaron las muertes de esas chicas, y yo… Por más que quise negarme, no pude, fui un cobarde que solo quiso salvar su vida a costa de las de ellas, intenté sobrevivir y no fue de la mejor manera, jamás fue mi intención hacerles daño, solo hacía lo que mi padre me decía.
Me senté en la cama, mi espalda contra la cabecera y no lo aguanté, me eché a llorar otra vez ¿Por qué mi mente me hacía recordar esas cosas? ¿No se supone que la mayoría de los niños al crecer no recuerdan mucho de su infancia? ¿Por qué yo la recordaba con exactitud, como si fuera ayer?
—Maldita sea. Maldita sea…— susurré intentando contener más lágrimas. Odiaba llorar, no me gustaba llorar, era patético porque ¿a quién le ayuda eso?
Alexander entró rápidamente en mi habitación, seguramente escuchó mis sollozos, qué vergonzoso, y no hizo más que abrazarme y consolarme. No me resistí, necesitaba a alguien en ese momento, y ese alguien no estaba, se había ido hace mucho tiempo atrás. Y ese alguien, era Nina.
—Tranquilo, campeón, todo se solucionará.— me arrullaba y luego de unos minutos se separó, mirándome fijo a los ojos— ¿Estabas recordando ese día, la muerte de tu madre?
Qué sutil.
Asentí limpiando mis lágrimas, mirando a otra parte, respingando a veces. Me sentía tan patético que solo quería que la tierra me tragara en ese momento. Para mi desgracia absoluta, colocó un dedo bajo mi barbilla y la alzó, obligándome a verlo, me sonreía con ternura y su mirada era dulce.
—No pienses que eres débil por llorar, Nathan.— dijo firmemente— Nadie es más fuerte que tú, otra persona se hubiera dado por vencido hace mucho tiempo y tú… Tú no, luchaste contra esa posibilidad y gracias a tu determinación es que estás aquí, con nosotros, conmigo. No eres como tu padre y jamás lo serás, lo cierto es que tu madre dio su vida por la tuya porque supo que tu vida apenas comenzaba, que aún te quedaba mucho que vivir, experimentar… No eres un cobarde por esas muertes, por ayudarlo, no fuiste cobarde; es lo que cualquier ser humano haría para seguir con vida y eso no muchos lo entienden a tu edad.— tomó una gran bocanada de aire, lo había dicho con tanta rapidez que tuve que hacer un esfuerzo por entenderlo— Eres inteligente, Nathan, desde niño lo eres y siempre lo serás; entendiste todo perfectamente como para darte cuenta de lo que debías hacer para sobrevivir, eso no lo entenderían muchos. Pero tú sí. Eres un chico fuerte y bastante maduro para tu edad, no creciste como cualquier niño de aquí, ni siquiera como Cris y es entendible que te sientas diferente pero… No nos alejes, la noticia de tu padre es abrumadora, sí, lo sé, y sé lo mucho que te enfurece pensar que ese hombre pueda estar suelto en las calles y que pueda venir por ti.
“—Pero no nos apartes de tu lado, somos tu familia y estamos ahí para apoyarte y ayudarte en lo que necesites. Te queremos, Nathan, y siempre lo haremos. Jamás dudes de eso.
Dos días pasaron después de eso, aun no tenía las agallas para dar la cara y disculparme, los evitaba y no hacían otra cosa más que intentar acercarse. Alex me entendía y me daba mi espacio mientras no me encontrara mal, pero Linda y Cris eran un dolor de cabeza, ella me llevaba a la universidad ahora, vergonzoso, y Cris me mandaba mensajes de texto entre clases para saber cómo iba. Eso ya era acosador y agobiante para mi gusto.
Y pues, estábamos viendo una película, era noche de película, día viernes en la noche, el único día que Alex tenía de descanso, según él. Ellos estaban sentados en el inmenso sofá, mientras que yo estaba en el sillón. Creo que era una película de acción, no lo sé, en ese momento no estaba atento a lo que pasaba en la pantalla, no hasta que…
—Últimas noticias.— comenzó la mujer del noticiero, ahí es cuando miré fijamente la pantalla, atento a lo que decían— El caso de Paul Longsbery ha sido abierto de nuevo, con posibilidad de que salga bajo palabra ante la falta de evidencia y los escasos testigos ante las muertes de esas quince mujeres…
Apagaron el televisor y eso de igual manera no importó porque cuando mencionaron el nombre de mi padre, dejé de escuchar mi entorno. Las miradas de todos, excepto de la niña, estaban puestas en mí, y con mayor razón, ni yo mismo sabía cómo iba a reaccionar a eso. Encajé con fuerza mi mandíbula y me largué de ahí, saliendo de la casa sin un destino, simplemente vagando por las calles; antes de salir pude oír cómo me llamaban, pero para mí eran voces lejanas, a cientos de kilómetros de distancia cuando estaban a pocos metros de mí. De igual modo las ignoré y seguí andando sin prestarle atención a nada, cuando alcé mi vista, me di cuenta de que mis pies me habían llevado directo a la casa de Sebastián, me sorprendí un poco pero en fin, era como mi otra casa.
Suspiré y toqué el timbre, esperé unos minutos antes de que la puerta fuera abierta por Seb, me miró sorprendido y extrañado por mi presencia, minutos después pareció entender y todas esas emociones desaparecieron de su rostro.
—¿Lo viste?— preguntó sin ningún matiz.
Asentí y me dejó pasar, cerrando la puerta detrás de mí. Saludé a Marianne, su madre, y a Charles, su padre; la primera era baja, rolliza y de unos gentiles ojos color caramelo y cabello castaño oscuro, mientras que su padre era idéntico a Seb, mediano, fornido, ojos turquesa y cabello castaño oscuro.
Me recibieron como si fuera mi casa y rápidamente subimos a la habitación de Seb, casi igual a la mía en proporción, casi teníamos los mismos gustos. Se sentó en su cama y yo en un puff cercano que había dejado por ahí en una de esas tardes en que Sean y yo veníamos para divertirnos con él.
—¿Cómo te sientes?— preguntó con suavidad.
Sonreí ladino, amargo, mis ojos reflejando una mezcla de tristeza e ira al mismo tiempo.
—Sorprendido, enojado, incrédulo…— suspiré pasando una mano por mi cara ¿no estaría soñando?— Soy un manojo de emociones, Seb, no puedo ser específico…
—Di la primera emoción que te venga a la mente cuando piensas en eso.— mi amigo era como mi psicólogo personal, ambos éramos aprendices pero cuando el otro se sentía mal hacíamos lo mismo entre nosotros.
—Rabia.— no debía pensarlo mucho.
—Y odio, debo suponer.— dijo y asentí— ¿Seguro que ya lo superaste, Nathan?
—Sí, Sebastián, muy seguro. Llevo años sin pensar en ese hombre, y casualmente, llega alguien igual de enfermo que él y quiere dejarlo libre…
—Pero no buscaste ayuda profesional.— me interrumpió.
—Lo sé, pero tampoco pensaron que la necesitara, jamás fui explosivo ni violento.
—Ni lo eres ahora.— añadió, dándome la razón.
—¿Cuál es tu punto?— inquirí cruzando mis brazos y mirándolo con el ceño fruncido.
Posó su mano en su mentón, pensativo, sopesando sus palabras hasta que por fin dijo:— Paul obviamente refleja esa oscuridad en ti, y cada vez que lo nombran te vuelves impotente, asocial, triste o deprimido; así como también huyes de tu familia cuando intentan ayudarte…—
—Sebastián.— ¿a qué quería llegar con eso?
Me miró fijo antes de suspirar y contestar:— Tienes un problema con ese hombre, Nathan. Un problema que necesitas aclarar, no solo por ti, sino también por tu familia; debes cerrar definitivamente ese capítulo de tu vida para poder vivir en paz y tranquilidad. No solo te haces daño a ti mismo rehuyendo a esto, sino también a ellos, Nate.—
Volví a casa a eso de las once, aproveché el corto trayecto para sopesar lo que me dijo Sebastián y analizarlo desde el punto de vista profesional y ver mi vida de ese modo. En efecto, Seb tenía razón, algo en mi vida no estaba bien y debía solucionarlo, debía aclararlo por el bien de todos y… Aunque no me gustara la solución, debía hablar con mi padre, no por medio de cartas o llamadas o textos. No. Sino cara a cara.
Entré lo más silenciosamente que pude, cerrando con cuidado y suspirando tranquilo cuando descubrí todo oscuro, ya estarían más que dormidos a esta hora…
—¿Dónde estabas?
Gruñí por lo bajo y cerré mis ojos por un instante, giré y lo vi sentado en el sillón. Me recordó a Los Increíbles cuando Elastigirl esperó a Mr. Increíble en la noche, sentada en el sillón. Estaba cruzado de brazos, su rostro serio e inescrutable, como si jamás hubiera sentido nada.
—En casa de Sebastián.— respondí, ¿de qué valía mentirle? Era policía después de todo.
Asintió en silencio, sin decir ni mu. Esto ya me parecía incómodo y no estaba a gusto, quería subir a mi habitación y dormir un poco, estaba agotado y sobre todo, tenía frío. Al no decir nada decidí subir así sin más, pero me detuve cuando recordé algo.
—¿Alex, puedo pedirte un favor?— esperaba hacer lo correcto.
Me miró de nuevo y respondió:— Claro, hijo.—
Sonreí ladino por segunda vez esta noche, con amargura. Después de tanto tiempo, aun no me acostumbraba a que me llamaran “hijo”, en vez de mi nombre de pila, y yo aún no me acostumbraba a llamarlos “papá” y “mamá”, sino a llamarles Linda y Alexander, o Alex.
Suspiré para lo que estaba a punto de decir, sopesando todo lo que había ocurrido en estos días, cómo había comenzado y cómo continuaba, mi actitud con ellos y viceversa, y mi conversación con Sebastián que me hizo entrar en razón, darme cuenta de que necesitaba esto, por más que me costara o me carcomiera por dentro decir esas palabras, era por mi bien, nuestro bien, para dar vuelta a la página y seguir con mi vida.
Todos esos años viviendo tan pacíficamente, a pesar de los obstáculos impuestos por la sociedad y sus críticas hacia mí por ser quien era y el descendiente de él, pero sin importar eso, lo hice bien. Pero nunca me di cuenta, o no de manera evidente, de que algo faltaba, que algo en mí no encajaba o no cerraba en sí; lo entendía por fin, no era yo el que estaba mal, era lo que había vivido y lo que había pasado por culpa de él, de Paul, y necesitaba hablar con él, desahogarme con él, decirle todo lo que me había guardado todo ese tiempo para poder cerrar esa fase, cerrar ese capítulo, dar vuelta a la página y volver con mi nueva familia. Porque hasta que no lo hiciera, hasta que no le diera la cara a ese hombre, no estaría bien, no sería feliz.
—Quiero ver a mi padre.
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