Ángel (Segunda parte)

*

Agentes de la Policía se encontraban tanto en el exterior como en el interior del inmueble. Los de afuera se encargaban de mantener el aislamiento de la escena del crimen, mientras que los de adentro registraban cualquier elemento útil. Arma usada, sangre, desplazamiento del cadáver, huellas dactilares.

Resultaba una obtención de evidencia más calmada de lo que se esperaría. 

Ángel Ventura ya había sido trasladado al hospital más cercano. Probablemente, luego de que la División de Investigación llegara a una conclusión, y esta fuera en su contra, sería denunciado ante la Fiscalía. El proceso continuaría después en una tediosa acusación. 

Pero aún faltaba mucho para eso. Por otro lado, aunque el hecho de ser el único sobreviviente lo convertía en un potencial culpable, él seguía siendo inocente.

Abelardo Jímenez  entró en escena con un vaso de avena en la mano. Él era el líder del grupo de policías encargados de este caso en particular.  Había llegado hace menos de tres horas, pero había desaparecido unos minutos para comprar su desayuno. 

—Jefe, ahora mismo están recogiendo las pruebas. Tal como mencionó, estamos dejando que hagan su trabajo sin presión. 

Quien lo había interceptado era Jonás López, un policía de menor rango con el que estaba habituado a trabajar.

—De acuerdo. ¿Algún incidente en particular? 

—No, no lo hubo. Pero debo reconocer que mis expectativas fueron superadas con creces. 

—Lo leeré en el informe más tarde... Aunque supongo que puedes ir adelantándolo, ¿no?

Jonás giró la cabeza hacia ambos lados, cerciorándose de que no hubiera alguien ajeno cerca. Luego de confirmar que había una distancia prudente con los vecinos detrás del cordón policial, continuó en voz baja, casi susurrando.

—En total, eran seis personas en la casa. Si dejamos de lado al sobreviviente, el hijo menor, nos quedamos con cinco muertos. Creo que lo usaré como referente de ahora en adelante. El padrastro fue decapitado, y su cabeza fue encontrada en la azotea. 

—¿Padrastro? ¿Han confirmado eso? 

—Sí, nos hemos comunicado con la Oficina de Registros. El apellido paterno de Ángel Ventura no coincide con el de Antonio Samaniego. 

—De acuerdo. Sigue.

—Está bien. La madre se encuentra desaparecida. No hay rastro de ella en la casa. Hemos separado una patrulla para que se encargue de buscarla por la zona. Pero...

—Las probabilidades de encontrarla son bastante bajas, y con vida, casi cero. Entiendo. 

—Sí, pero eso no era lo que quería decir. Cerca de la puerta del primer piso, se ha encontrado un charco de sangre. Teniendo en cuenta que ningún cadáver se encuentra sobre él y que no hay rastros de desplazamiento, probablemente le pertenezca a la señora Regina. 

—¿Estás seguro de que no hay huellas o alguna señal de movimiento? 

—Sí, lo estoy. Bajo la premisa de que la sangre le pertenece, es como si ella hubiera desaparecido... después de ser asesinada.

—¿Qué hay de los otros?

—Al parecer, la hermana, o medio hermana,  había llegado de vacaciones el día anterior al descubrimiento del crimen. Vino acompañada de sus tres hijos. 

—De acuerdo. Creo que prefiero saber eso con el informe.

—Solo permítame decirle algo, jefe. En lo particular, esto me parece de lo más enfermo. 

Jonás trató de ocultar el hecho de que necesitaba respirar hondo antes de hablar. Por supuesto, su acción fue evidente.

—Por alguna razón, el culpable desvistió el cuerpo de ella, de Kassandra, y también la decapitó. Sin embargo... después, no sé por qué diablos, decidió juntar cada cabeza con otro cuerpo. La primera junta se encuentra en un cuarto del tercer piso y la segunda junta se halla en la azotea. 

Abelardo contuvo el aliento. Se había preparado lo necesario para escuchar cualquier información horrible, y aunque la verdad resultaba menos escandalosa de lo que esperaba, no pudo evitar ser invadido por un penetrante escalofrío. 

—De acuerdo, de acuerdo. Suficiente. 

Ambos permanecieron en silencio. Abelardo sabía que el verdadero trabajo comenzaría en la búsqueda del culpable real o, en todo caso, demostrar la culpabilidad del único sobreviviente. Intentó recuperar serenidad por el momento, juntar valor para enfrentarse a lo que estuviera por venir. No era el primer crimen ni sería el último. 

Aunque la misma sensación horrible nunca cambiaría.

La paz de Abelardo y su grupo duró menos de lo esperado. Un grito estremecedor dirigió la atención de los presentes. Una mujer, quien era la responsable del alboroto, intentó ingresar a la fuerza burlando el cordón policial. Los agentes la detuvieron antes de que pudiera acercarse a la entrada del domicilio.

—¡Déjenme, déjenme! ¡Maldita sea! ¡Papá, mamá! ¡Papáaaaaaaaa! 

La extraña mujer, presuntamente adulta, cayó de rodillas al ver que todos sus intentos serían en vano. Dio varios golpes en la pista, como si su dolor disminuyera al ensangrentar sus nudillos. 

Repitió las mismas palabras, con la cara inundada en lágrimas, varias veces más. Hasta que, de pronto, cambió de receptor.

—¡Maldita basura! ¡Ángel! ¡¡Te voy a matar!! ¡¡¡Te voy a mataaaaaaaar!!! ¡¡Asesino!!

Tras un silencio fúnebre de miradas tímidas y sollozos, todo se desarrolló con normalidad.

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