Las horas se hicieron largas. Dio vueltas por todo el lugar más que impaciente, Oliver se aburría deseando haber tenido algún libro con el que entretenerse, o algo que aminorara los deseos de ir y correr por el bosque, perderse como aquella noche que ni siquiera supo cómo fue que regresó. Vio el bosque a lo lejos y luego giró la cabeza para ver el reloj de pared. Escuchó las manecillas sonar con el famoso
... Su cabeza pareció entrar en una etapa de trance como si quisiera salir de ahí, pero no puede porque tiene que quedarse, quedarse en el mundo que su madre construyó para él, quedarse inerte en aquella casa sintiendo pasar el mismo bucle una y otra vez.
—No puedo. No puedo...—pronunció cerrando las ventanas y echándose hacia atrás apoyando su espalda en la pared de madera.
—No puedo —susurró por última vez antes de correr tras el bosque que lo llamaba.
Corriendo como un reo que acaba de ser liberado se encontraba él, desesperado por entrar al bosque. Y ¿podría ser acaso que los bosques le hablaran? porque él sentía que lo llamaban, que una fuerza sobrenatural lo atraía y lo llenaba de vida.
Con la luz brillante todo era mucho mejor, los árboles se veían mucho más vivos, emanando pura tranquilidad al ambiente relajando por completo todo su ser. Los cuervos no se paraban en ninguna rama ni volando por los aires los veía. Entonces sucedió, absorto por la belleza de toda la naturaleza. Empezó a dar vueltas y vueltas mirando hacia el cielo con las manos en cruz y dando gritos de alegría, se había mareado hace ya mucho rato pero él seguía haciéndolo. Se mareó tanto que cayó en picada, rodó y rodó levantando el polvo a su paso, doblándose las muñecas y golpeándose la cabeza y los costados... perdió el conocimiento quizá media hora, quizá una. No lo supo.
Sus ojos se abrieron torpemente por culpa de los rayos del sol, se sobó los ojos con la mano, ensuciando los párpados y dejando en claro el error que había cometido, porque de inmediato le empezaron a escocer los ojos. Se puso de pie y observó una vez espabilado, las flores, las únicas flores que había visto en todo el bosque, pero no sólo eran flores si no que había una cascada, un río. Todo era alucinante, Oliver no cabía en su propia cuenta, estaba más que impresionado, quiso entonces saber si podía ser posible que más allá hubiera algo mucho mejor que toda esa naturaleza hermosa.
Cruzó el puente. Aquel puente colgante de madera que unía al bosque Malwood no mágico de lo mágico; pero claro, él no lo sabía.
...***...
—¿Deberíamos...? —Richard apuntó con la mirada hacia Oliver quien se encontraba cruzando el puente.
—Oh, no rulitos. Ni lo pienses —Alice meneó el dedo de un lado a otro y dando chasquidos con la lengua dijo—. Lo que sí deberíamos, es hacer lo nuestro.
—Ya, pero se supone que esta no era la hora acordada así que creo que no estaría mal hacerle caso a Richard —Tyler como siempre queriendo llevarle la contraria a Alice.
—Mucho hicimos ya con seguirlo hasta aquí ¿No creen?
—Alice, lo seguimos para ver si estaba bien y creo que deberíamos seguirlo para ver que no ande rodando por ahí y desmayándose en cualquier lugar. Le puede pasar algo.
—Y eso que ¡No es nuestro hijo! —Richard se ruborizó un poco al oír a Alice.
Mientras ellos seguían charlando y acordando que hacer, Oliver ya había llegado al otro lado del puente. No alcanzó a dar un paso cuando de pronto sintió que era llevado por toda la arena movediza, arrastrandolo hacia abajo. Se hundía y sentía todo su cuerpo muy pesado, atrapado, como estar encerrado en cuatro paredes muy estrechas. Se hundía cada vez más y él trataba a toda costa nadar hacia la otra orilla moviendo sus brazos pesados uno tras otro...
—Sujetate fuerte—alzó la vista y vio al chico de la última vez inclinándole una rama hacia él. Es él, se decía una y otra vez observando sus ojos azules.«¡Azules!» finalmente supo el color de sus ojos. Absorto. Se sentía estupefacto al verlo a la luz del sol y fue entonces cuando toda sensación de estarse ahogando desapareció al instante. Como si solo hubiese hecho falta la presencia del chico para sentirse a salvo —. ¡Vamos, hazlo ahora!
Lo hizo, un poco tarde y tarugo, pero lo logró. Logró espabilarse y tocar la rama. Sintió un gran alivio una vez fuera de toda esa arena pegajosa a su cuerpo.
—¡Gracias! —le dedicó una sonrisa— Digo, ya sabes... por lo de hoy y anoche —sus mejillas tomaron un color rojo que no logró ser visible por el barro en toda su cara—. Oliver. Oliver Hoffman.
Le tendió la mano y pasaron segundos para que se diera cuenta de lo que había hecho y la retirara enseguida muy avergonzado. Estaba lleno de lodo.
—Osman —se presentó el chico con un tono de voz fuerte y profunda que hizo que el corazón de Oliver latiera algo emocionado.
Osman siguió su camino sin reparar en la presencia de Oliver quien lo siguió desde atrás muy calmado y con intenciones de no despegarse de su lado.
—Regresa a tu casa —le dijo Osman cuando lo llegó a sentir. Aún de espaldas a él y parando su andar esperando que Oliver le hiciera caso. De lo contrario se vería obligado a sacarlo él mismo del bosque.
Oliver llegó realmente a entenderlo cuando se percató de su mirada dura y sus facciones tan serias que aunque esté de perfil mirándolo por el rabillo del ojo, él pudo notarlo. Entonces lo hizo, se fue dejándolo ahí. Solo. Otra vez.
Osman no le tomó mayor importancia, caminó su recorrido hasta llegar a su cabaña para dejar la leña que taló esa mañana. Soltó los palos de madera, de golpe, en un monte de paja. Entró a la cabaña y de nuevo esa soledad lo embargó haciéndole sentir verdaderamente muerto en alma. A pesar de haber pasado doscientos años encerrado en ese mundo, el mundo que lo agobiaba cada día y lo hacía sentir en un pozo oscuro donde no hay salida. No sintió deseos de destruirlo, porque muy en el fondo, muy a su pesar, sintió que había algo más en el pueblo Husdale, no mágico, que lo llamaba. No sabía qué, pero ese presentimiento de que algo más estaba ahí esperando por él era cada vez más fuerte y más intenso.
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