Años atrás

...A veces para entender el presente hay que viajar al pasado, porque el ayer es lo único que nunca muere. Crees que se ha ido; pero en cualquier momento puede volver a aparecer y convertirse en el ahora....

^^^Agosto del 2011^^^

Era una noche lluviosa, las calles estaban prácticamente solas y las pocas personas que aún las transitaban lo hacían con prisa. Un hombre se acercó desde la distancia, llevaba sombrero y un abrigo largo. Subió por la calle con paso rápido. De una zancada recorrió una distancia significativa, debía medir un metro ochenta y cinco o noventa, por lo menos, poseía unos brazos largos y musculosos; como los de una persona que hizo ejercicio a lo largo de su vida pero, no demasiado, no como un campeón de fisicoculturismo.

Él era fuerte y su postura, imponente.

Sus ojos eran grandes y azules o quizás verde grisáceo, en la oscuridad no se logró observar detalladamente. Su mirada era profunda, causaba escalofrío.

En su mano derecha llevaba un bate de béisbol escondido entre su cuerpo y el abrigo. Para quien se lo encontrara en la calle, era poco probable darse cuenta del objeto.

Al final del callejón oscuro, acurrucado con mantas, encontró a un borracho durmiendo. El hombre se acercó cada vez más rápido, pasó entre la poca gente sin detenerse y sin dudar un segundo comenzó a caminar hasta llegar a donde se encontró al tipo acostado, lo sacudió con varias patadas.

—¡Despierta, hijo de puta! —gritó mientras continuó pateándole. El mendigo se dio la vuelta e intentó incorporarse.

—¿Qué pasa?, ¿quién es? —preguntó. La tos se apoderó de sus palabras.

—¡SOY EL DIABLO! —respondió el abrigado hombre—. Ponte en pie, borracho —ordenó.

El mendigo a duras penas se levantó mientras se tocaba más abajo de la axila izquierda con las manos llenas de mugre.

—¿Te conozco? —preguntó desconcertado.

El hombre de negro vestir dentro de su abrigo aferró con fuerza el bate mientras dio otra patada al mendigo haciéndolo doblarse del dolor. En simultáneo, el bate de béisbol salió y se estrelló en la nuca del regordete drogadicto que de inmediato quedó tendido en el suelo. Dos, tres, cuatro, cinco...

Las patadas seguían llegando a su destino. El hombre respiró profundo, recuperó el aliento... Salió del callejón con rapidez y en minutos regreso con el auto.

Se bajó con prisa, corrió hacia el mendigo.

No lo podía creer, soñó durante tantos meses con ese momento y por fin había llegado. Pensó en cada detalle con anterioridad; no podía dejar ADN porque era la forma más segura de identificar a la persona que comete un delito. Debía asegurarse de no dejar ninguna huella, por eso llevaba los guantes puestos desde que salio de casa.

Los delincuentes eran estúpidos, pensó, siempre tratando de ocultar el crimen cuando lo único que debían hacer era ocultar las evidencias que los relacionaran.

Así, reconsideró no utilizar nada que perteneciera a marcas que solía usar, a menos que las marcas fuesen muy genéricas. Para él, lo mejor era ir de compras a una tienda lejos de casa o a un lugar grande donde fuese menos probable ser recordado. Pagó en efectivo; botó cada recibo, bolsa y empaque de las compras. Después del crimen, iba a deshacerse de todo lo que compró, tan rápido como fuese posible. Nunca estaría demás tener una buena coartada (incluso cuando estaba seguro de que no sería involucrado). Aunque es difícil tener una buena coartada cuando eres un pobre diablo... Porque si tienes dinero finges un viaje a un hotel sin cámaras, pagas a alguien que vaya y así hay un registro de visita.

¿Cómo cometiste el crimen si estabas en otra ciudad, eh?

Pero daba igual, él era un hombre casi de la calle al igual que el borracho. No tenía, de momento, para esos lujos.

Tuvo que darse prisa, no sé podía permitir andar en la calle mucho tiempo durante la fuerte tormenta. Afortunadamente para él, se le hizo más fácil de lo que pensó, o era más que eso, era el hecho de haber perdido la razón lo que lo llevo a jactarse de que jamás iba a ser culpado por el crimen.

Aunque todos digan que planear un asesinato minuciosamente suele acabar convirtiéndose en pistas que, tarde o temprano acaban por guiar hasta el auténtico culpable, él difería de esa hipótesis; eso era una farsa creada para infundir temor y hacer creer que el perfecto crimen era involuntario, y que no se necesitaba planificación, técnicas sofisticadas o habilidades especiales para convertirse en el perfecto asesino. Pero sí, sí se necesitaban y él lo probó con hechos.

Con más de diez hechos, para ese entonces.

...* * *...

Una semana atrás, bajó con prisa del mismo carro pero en un lugar diferente: En un parque del norte de la ciudad de Colintte, en plena noche.

Bajó con un pañuelo bañado con cloroformo y se abalanzó sobre un hombre de color que se encontraba sentado en una de las raíces de un árbol, le costó trabajo, el cloroformo no era tan rápido como creía la mayoría de las personas (las películas mienten descaradamente). Le fue difícil, lucho un par de minutos; forcejeó, abrazó, y se portó como una boa constrictor sujetando a su víctima. Hasta que por fin el maldito cloroformo hizo su efecto.

Después, lo tomó con fuerza (pasó sus brazos por debajo de las axilas del hombre), le arrastró hacia el auto, lo subió y se marchó de ahí a otro parque nacional.

Espero pacientemente que el hombre despertara. Cuando el sujeto lo hizo estaba aturdido, con la vista nublada. Al ver los ojos de aquel hombre loco, aparentemente entendió lo que sucedía. Comprendió que el secuestrador estaba ahí para cobrar la deuda.

El sujeto negro imploró piedad bañado en lágrimas, suplicó perdón mientras el caballero de la noche por fin proyecto su voz:

—¿Sabes por qué escogí esta noche? —preguntó suavemente y con calidez—. Llevo varios días observándote, pero esta noche me ha parecido perfecta —dijo, encendiendo un cigarro y sintiendo el olor a tierra húmeda—. Este lugar es perfecto, la noche pronto comenzará a colaborar —añadió mientras miraba el cielo y sentía como pequeñas gotas de agua impactaban su rostro —. Bajo la lluvia, es una forma poética para morir... —susurró apagando el cigarro, las gotas comenzaban a caer más seguido —. ¿La lluvia es tu cosa favorita, cierto? —preguntó a alguien que se encontraba mirando desde la distancia. La persona ratificó con la cabeza y los ojos verdes le chispearon de exaltación.

—Ten piedad de mí —balbuceó la víctima con la boca llena de sangre.

—¿Por qué debería tenerla? —contestó fríamente colocándose en cuclillas.

—Ayer... mi mujer... confesó que seré papá —pronunció el ensangrentado a duras penas.

—¡En hora buena! —exclamó él, colocándose de pie—. Lástima —dijo mientras sacó un gran cuchillo de su abrigo. La lluvia no se hizo esperar más, las gotas comenzaron a caer con fuerza y los truenos también dijeron presente—. ¡Llegó el momento! —gritó entre risas, eufórico y trastornado. Reía mirando a la persona que estaba de pie en la oscuridad observando con detalle todo lo que ocurría. La persona no decía nada pero, la pupila de sus ojos comenzaba a dilatarse.

—Por favor, ten piedad. Tendré un hijo, mi primer hijo, mi único hijo —dijo el hombre entre llanto—. Quiero conocerlo, quiero verle sonreír.

—No lo harás, no lo verás sonreír porque posiblemente él jamás lo haga —respondió finalizando con una carcajada que dejó perplejo al sujeto y a la persona misteriosa de pupilas dilatadas.

El hombre gritó, lloró, suplicó e insultó; nada de eso hizo la diferencia. Cuando observó hacia el cielo vio el resplandor que soltó el afilado cuchillo cuando se clavó por primera vez en su carne, se clavó en sus piernas una tras otra vez mientras él lloraba y gritaba de dolor, el hombre del abrigo reía a carcajadas como un lunático hasta que por fin terminó su tarea. Le propició once puñaladas en diferentes partes, y se aseguró de que hasta el último segundo lo mirara, que la última imagen que se llevara fuera la de su macabra sonrisa. Después, por fin rajó de oreja a oreja el cuello de aquel infeliz para darle punto final a su agonía.

Luego, venía su segunda parte favorita:

¡Desollar!

Y es que aquel psicópata era un experto realizando ese trabajo, de niño adoraba la cacería y aprendió al detalle el desollo y el curtido de los mamíferos.

De esta forma lo hizo con el hombre, como si fuera un animal; lo posicionó en la parte posterior de una pendiente. Se sentó sobre el abdomen ensangrentado de la víctima e hizo una incisión en línea recta desde la pelvis hasta el cuello, casi que hasta la barbilla, teniendo cuidado de no dañar mucho internamente el tejido muscular.

Cortó alrededor de los tobillos, piernas, manos y cabeza. Las separó, de esa forma fue seccionando todo hasta tener un puñado de órganos, piel y huesos.

Finalmente, clasificó y guardó en bolsas negras para luego, dar paso a moler, esparcir y quemar todas las partes.

...* * *...

Allí estaba de nuevo, el artista del crimen con la misma macabra sonrisa. No en el mismo lugar, si con similares ganas de ver como la esperanza se apagaba en los ojos de aquel tipo. Ahora con más conocimiento (jamás usaría cloroformo de nuevo).

Ya había pasado una semana de aquel asunto y no se comentó nada, nadie notó la ausencia del hombre negro ni de los otros diez sujetos que mató antes. Frente a él, la nueva víctima, la número doce, el pelirrojo borracho que sacó horas antes de un callejón en medio de la lluvia.

El idiota despertó, vio al macabro personaje de negro vestir sonriendo.

—¡Hola! —dijo el amante de la lluvia—. Demoraste en despertar, pensé que no lo harías —murmuró mientras se sentaba de piernas cruzadas en una silla blanca—. A estas alturas ya debes de saber quién soy —preguntó, él asintió con la cabeza—. Te he preparado un evento especial —sonrió colocándose de pie. Le quitó la mordaza y le dio un puñetazo en el abdomen—. Me gusta que grites pues, por más que lo hagas nadie te escuchara. Las calles están inundadas, todo el mundo está en casa tomando chocolate caliente y viendo las noticias —aseguró mientras le mostraba una jeringa.

— ¿Qué me darás? —preguntó el hombre asustado.

—Muchas cosas, pero lo último que te daré será... La muerte —respondió sonriendo—. No te preocupes, no será tan pronto. Primero nos divertiremos.

—¡MALDITO LOCO! —gritó. El hombre del sombrero rompió en risas—. ¡DÉJAME IR! —ordenó el mendigo.

—Te dejare ir, pero primero pagarás tus pecados con sangre.

—¿Quién te crees?, ¿Dios? —preguntó forcejeando.

—No, pero está noche seré él y le pondré FIN a tu vida.

...__________________________...

...La sangre es una evidencia importante en una escena del crimen. El tamaño de las gotas, ayuda a recrear los movimientos de la víctima y su victimario, e incluso determinará de qué altura cayó la sangre y la forma de la gota determinará el ángulo de impacto....

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