El Espejo Roto
El grito de Emily no era el suyo. Era un sonido gutural, húmedo, que resonaba con el mismo horror ciego que había visto en la columna de humo sobre el laboratorio.
Leopold estaba paralizado. La Emily que amaba, se había ido. En su lugar, un depredador emergía: su cabello castaño se había endurecido en púas, su piel se agrietaba revelando músculos tensos, y sus ojos, antes suaves, ahora ardían con una incandescencia rojiza.
—¿Emily? —Leopold retrocedió un paso. Las lágrimas de terror nublaban su vista—. ¿Qué te hizo? ¿Qué fue esa explosión?
La criatura gruñó, un sonido que vibraba en su pecho. Avanzó, sus manos, ahora garras rudimentarias, rasgando la tierra.
—¡Diego! ¡Fue el proyecto de mi padre! ¿Estás sintiendo dolor? ¡Tienes que luchar contra esto, sé que estás ahí!
Por un instante infinitesimal, la luz roja en los ojos de Emily pareció vacilar. Un gemido de agonía humana intentó forzar la salida de su garganta monstruosa. Fue una fracción de segundo de conciencia.
De repente, una figura irrumpió a través de los arbustos, blandiendo un palo grueso que había arrancado de un árbol caído. Era Marcus, el mejor amigo de Leopold, sin aliento y cubierto de hollín.
—¡Leo, corre! ¡Todo el mundo se está volviendo loco en el pueblo! ¡¿Qué demonios es eso?!
Al ver el rostro deforme y las garras de Emily, Marcus se detuvo en seco, el horror reemplazando la adrenalina. Intentó levantar el palo para defender a Leopold, pero ya era demasiado tarde.
La Caída de un Amigo
La criatura llamada Emily reaccionó no con rabia, sino con la eficiencia brutal de un cazador. Con una velocidad que desmentía su forma pesada, lanzó un rugido que hizo temblar las hojas y se abalanzó sobre Marcus.
Leopold solo pudo gritar el nombre de su amigo.
El ataque fue instantáneo. Las garras, ahora completamente osificadas y afiladas, se clavaron en el torso de Marcus. Un segundo después, con un sonido húmedo e insoportable, la criatura lo partió por la mitad con una fuerza inimaginable, dejando caer el palo inútil. Los restos de Marcus cayeron en el barro, la sangre caliente salpicando a Leopold.
Mientras Leopold vomitaba por el horror, el rugido de la explosión inicial se replicó por el resto del pueblo. El aire se cargó con el zumbido de una energía desconocida y tóxica.
A través de las copas de los árboles, Leopold pudo ver el pueblo de Woodhaven convertirse en un infierno. La gente, la gente normal que minutos antes estaba haciendo compras o yendo a trabajar, se contorsionaba. La infección de Babel no se manifestaba en todos de la misma manera que en Emily, pero el resultado era el mismo: sus párpados se volvían negros como el carbón, sus pupilas se encendían en un rojo carmesí, y el frenesí asesino tomaba el control.
Los gritos de ayuda se convirtieron rápidamente en gritos de dolor, y luego, en rugidos de hambre. Patrullas de la policía, que intentaban contener el caos, sucumbían en segundos, transformándose en monstruos oscuros y sin rostro que se masacraban entre sí. La civilización había terminado en el lapso de un minuto.
El Adiós de Emily
Leopold estaba empapado en la sangre de su amigo. Su mente se había roto, dejando solo un instinto primario de supervivencia. La criatura se giró de nuevo hacia él, el hedor a metal y muerte emanando de su cuerpo.
Justo antes de atacar, la criatura se detuvo. Los ojos rojos se entrecerraron. El monstruo parpadeó, y por un último y agónico segundo, la luz roja se apagó, dejando ver el alma torturada de Emily.
—Huye... —La palabra salió con un aliento raspado, casi un susurro, pero con la voz inconfundible de Emily—. Huye, Leo. Vete.
Una lágrima de sangre negra se deslizó por su mejilla. Su rostro se convulsionó mientras la transformación intentaba recuperar el control. Sabiendo que era una batalla perdida y que solo quedaba una forma de salvar a la persona que amaba, Emily hizo lo impensable. Usó sus propias garras para perforar su pecho, justo sobre el corazón.
El rugido que siguió fue de dolor puro y liberación. El cuerpo de Emily se desplomó sin vida, su último acto consciente había sido el de un sacrificio heroico.
Leopold se quedó solo, entre el cuerpo partido de su amigo y el cuerpo sacrificado de su novia, mientras el apocalipsis rugía a su alrededor. No había tiempo para el luto. Solo un mandato resonaba en su mente: corre.
La Herencia de Babel
Corrió. Corrió por el bosque ahora silencioso, ignorando el peso de su propia culpa, impulsado por el miedo y la sangre de Marcus.
Salió del bosque y la escena lo golpeó: Woodhaven era una zona de guerra. Los edificios humeaban, los coches ardían y se oían gemidos y rugidos inhumanos en la distancia. Esquivando sombras que se movían demasiado rápido para ser humanas y cuerpos caídos, Leopold llegó a la puerta de su casa. Estaba abierta.
El interior estaba inquietantemente tranquilo, un santuario de normalidad rodeado por la demencia. El mobiliario familiar ofrecía un contraste cruel con el infierno que acababa de presenciar.
En la mesa de la cocina, limpia y ordenada, había un sobre de papel cremoso con una caligrafía inconfundible: la de su padre.
Tomó la carta con manos temblorosas.
Hijo mío, Leopold,
Si estás leyendo esto, el detonante ha sido activado. No importa quién lo hizo, el resultado es el mismo: Babel ha comenzado.
Sé que la pena y el horror que sientes ahora son inmensurables, y no hay palabras para disculpar mi arrogancia. Pero escúchame, tienes que sobrevivir. Lo que está sucediendo ahora es solo la primera ola. Tienes que prepararte.
Tu destino y la única esperanza de entender lo que he desatado no están aquí. Dirígete a tu lugar seguro. El sótano.
Mi verdadero laboratorio, el lugar que nunca te mostré. La entrada está detrás del estante de vinos. Una vez dentro, busca la bóveda sellada. La clave es LÉO-1109. Dentro encontrarás un escritorio y mi caja fuerte personal.
Busca un USB etiquetado "Génesis". Contiene las respuestas a por qué Emily se convirtió en lo que se convirtió, cómo revertir los efectos, y lo más importante: cómo detener el Proyecto Babel.
Sobrevive, hijo. Demuéstrale al universo que mi fe en ti no fue un error.
—Papá.
Leopold apretó la carta, su último vínculo con la razón. El laboratorio de su padre, escondido bajo su propia casa. Las respuestas estaban allí. Tenía que ir al sótano. Tenía que saber. Tenía que vengar a Marcus y el sacrificio de Emily.
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