Sueños en Hanok

—¿Estás segura de que quieres seguir? —preguntó Jiwoo, cerrando la puerta del hanok tras ellos.

Sora se detuvo en medio de la sala, empapada por la lluvia, con el cabello castaño oscuro pegado a sus mejillas. Su blusa blanca estaba salpicada de gotas, y sus ojos almendrados brillaban con una mezcla de cansancio y determinación.

—No vine hasta aquí para rendirme —respondió, con voz firme.

La lluvia golpeaba el techo de tejas con un ritmo constante, como si la ciudad respirara en silencio. Dentro del refugio, el calor era suave, envolvente. Las luces tenues proyectaban sombras sobre los cojines bordados y las paredes de madera.

Jiwoo se quitó la chaqueta mojada y la dejó colgando junto a la entrada. Su camiseta gris se pegaba a su piel, revelando una musculatura definida por años de tensión y entrenamiento. Su cabello negro, aún húmedo, caía sobre su frente, y la cicatriz sobre su ceja izquierda parecía más marcada bajo la luz cálida.

—Este lugar parece fuera del mundo —dijo Sora, mirando a su alrededor.

—Es lo único que tengo que no está conectado a una red —respondió Jiwoo, encendiendo una tetera sobre una estufa portátil.

Sora se sentó en el futón, envolviéndose en una manta ligera. El silencio entre ellos era denso, cargado de preguntas que aún no se formulaban.

—¿Por qué confías en mí? —preguntó ella, sin apartar la mirada.

Jiwoo se sentó frente a ella, con las piernas cruzadas y la espalda recta.

—Porque cuando todos me perseguían, tú no dudaste en seguirme. Eso no se olvida.

Sora sostuvo la taza que él le ofreció. El vapor del té le acariciaba el rostro, pero no lograba calmar la inquietud que crecía en su pecho.

—No sabes todo lo que sé —dijo, bajando la voz.

—Lo sé. Pero tampoco sé todo lo que eres capaz de hacer. Y aun así, estoy aquí.

Jiwoo la observaba con atención. Su mirada era firme, pero no agresiva. Era como si intentara leer entre líneas, sin presionar.

—¿Te arrepientes de haberme seguido?

Sora negó con la cabeza.

—No. Pero sí me pregunto si estás preparado para lo que viene.

Jiwoo se inclinó hacia ella.

—¿Y tú?

Sora lo miró. Sus ojos se encontraron, y por un instante, el mundo pareció detenerse. La lluvia seguía cayendo, pero dentro del hanok, solo existían ellos.

—Estoy cansada de fingir —dijo ella.

Jiwoo se acercó, apoyando su frente en la de ella.

—Entonces no finjamos más.

El silencio se volvió íntimo. Jiwoo tomó su mano con delicadeza, y Sora no la retiró. El contacto era cálido, firme, como una promesa silenciosa.

—¿Qué vamos a hacer con lo que encontramos? —preguntó ella.

—Exponerlo. Pero no sin antes entenderlo por completo.

Sora se levantó y caminó hacia una estantería baja. Sacó un cuaderno de notas y lo abrió frente a Jiwoo.

—Esto es lo que Daesan no quiere que veas. Esquemas de simulación emocional, patrones de respuesta, algoritmos de inducción afectiva. Lo diseñaron para parecer terapéutico. Pero es manipulación.

Jiwoo revisó las páginas con atención. Su rostro se endureció.

—¿Cómo conseguiste esto?

—No preguntes. Solo úsalo.

Jiwoo cerró el cuaderno y lo guardó en su mochila.

—Mañana iremos a Gangnam. Hay un nodo de red que conecta con el servidor principal. Si logramos interceptarlo, podremos rastrear el núcleo.

Sora asintió. Luego se sentó junto a él, más cerca, esta vez.

—¿Tienes miedo?

Jiwoo pensó un momento.

—Sí. Pero no por mí. Por ti.

—No me subestimes —dijo ella, con una sonrisa leve.

—No lo hago. Me preocupa que te subestimen ellos.

La lluvia comenzó a disminuir. Jiwoo se levantó y apagó la estufa. Luego se sentó en el futón, junto a Sora, y le ofreció una manta más gruesa.

—Descansa. Mañana será largo.

Sora se recostó, pero no cerró los ojos. Jiwoo se acomodó a su lado, sin tocarla, pero lo suficientemente cerca para sentir su respiración.

—¿Crees que esto termine bien? —preguntó ella.

—No lo sé. Pero si termina contigo viva, entonces sí.

Sora giró ligeramente hacia él.

—Y si termina contigo vivo, también.

La lámpara de papel proyectaba sombras suaves sobre las paredes. Jiwoo miraba el techo, como si buscara respuestas en las vigas de madera. Sora lo observaba en silencio, reconociendo en él algo que no podía nombrar, pero que la hacía sentir menos sola.

La noche avanzaba. Afuera, la ciudad dormía. Adentro, dos fugitivos compartían un momento que no podía ser rastreado, ni simulado, ni robado. Solo vivido.

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