El templo de los susurros

El tren bala KTX avanzaba como una línea de código ejecutándose sin errores, veloz y silencioso. Jiwoo y Sora viajaban hacia Gyeongju, la antigua capital del reino Silla, siguiendo la pista que el vendedor de ramyeon les había confiado: “El templo guarda más que rezos”.

Sora observaba el paisaje húmedo desde la ventana. Los campos de arroz se extendían como alfombras verdes bajo la lluvia persistente. Jiwoo, sentado a su lado, revisaba patrones en el chip fotografiado, sus ojos fijos en la pantalla de su tablet. La tensión entre ellos era silenciosa, como una corriente eléctrica que aún no había hecho contacto.

—¿Crees que esta señora Hyejin nos dirá algo útil? —preguntó Sora, rompiendo el silencio.

—Si el símbolo que nos dio el vendedor es real, ella no solo sabe algo. Está involucrada.

Jiwoo hablaba con voz baja, pero firme. Vestía una chaqueta negra sobre una camiseta gris, y sus jeans oscuros contrastaban con la pulcritud de su postura. Su rostro estaba concentrado, los ojos oscuros escaneando cada línea de código como si fueran pistas en una novela de espionaje.

Sora llevaba un abrigo largo color oliva, su cabello castaño caía en ondas suaves sobre sus hombros. Su mirada era alerta, pero serena. Había dejado de preguntarse si estaba lista para esto. Ahora solo quería respuestas.

Al llegar a Gyeongju, el aire olía a pino, piedra mojada y tierra antigua. El templo Bulguksa los recibió con su arquitectura majestuosa: columnas talladas, techos curvos, y linternas colgantes que danzaban con el viento. La lluvia golpeaba los escalones de piedra como si marcara el ritmo de algo oculto.

—Este lugar parece fuera del tiempo —murmuró Sora.

—Y, sin embargo, guarda secretos del presente —respondió Jiwoo.

Caminaron por los pasillos del templo, rodeados de turistas y monjes silenciosos. Jiwoo sostenía la servilleta con el símbolo dibujado. Se detuvieron frente a una sala lateral, donde una inscripción en caracteres hanja antiguos decoraba una viga de madera.

Jiwoo activó una app de realidad aumentada. La traducción apareció en pantalla: “El código está en la luz que no se ve”.

Sora fotografió el texto. Al revisar la imagen, notó algo extraño. En la sombra proyectada por una linterna colgante, había un patrón oculto. Jiwoo amplió la imagen. Era un código QR, tallado en la madera, invisible a simple vista.

—¿Quién escondería tecnología en un templo?

—Alguien que entiende que el poder se oculta mejor donde nadie lo busca.

Sora se acercó a la linterna. La sombra se movía con el viento, revelando fragmentos del código. Jiwoo escaneó el patrón y una nueva red se desplegó en su tablet: una lista de nombres, transacciones, y un símbolo que reconoció al instante. Daesan Tech estaba más involucrada de lo que imaginaban.

—Esto no es solo espionaje —dijo Jiwoo—. Es manipulación a escala nacional.

—¿Y qué hacemos con esta información?

—La protegemos. Y la usamos cuando sea el momento.

El sonido de un gong interrumpió el momento. Un monje los observaba desde la entrada de la sala.

—La señora Hyejin los espera —dijo, con voz grave.

Los condujo por un pasillo oculto, hasta una habitación pequeña decorada con estanterías llenas de libros antiguos y pantallas modernas. Una mujer de cabello blanco y ojos penetrantes los recibió sin ceremonia.

—Ustedes tienen algo que no deberían —dijo, sin levantar la voz.

Jiwoo mostró la imagen del chip. Hyejin asintió lentamente.

—Ese chip es parte del Proyecto Namsan. Una iniciativa de Daesan Tech para controlar emociones humanas a través de algoritmos predictivos. Lo que ustedes tienen… es una llave.

—¿Una llave para qué? —preguntó Sora.

—Para liberar o para destruir. Depende de cómo la usen.

Jiwoo guardó silencio. Sora lo miró, esperando una decisión.

—¿Nos ayudará? —preguntó él.

—Solo si están dispuestos a arriesgarlo todo.

La lluvia comenzó a golpear con fuerza el techo del templo. Hyejin les entregó un dispositivo pequeño, parecido a un pendrive, pero con un núcleo brillante.

—Esto les dará acceso al servidor central. Pero solo una vez. Y solo si entran por la Torre Lotte World.

Sora tragó saliva. Jiwoo apretó su mano.

—Lo haremos.

Al salir del templo, la lluvia se había convertido en tormenta. Jiwoo cubrió a Sora con su chaqueta. Ella lo miró, empapada, temblando, pero decidida.

—¿Sabes qué es lo más extraño de todo esto?

—¿Qué?

—Que en medio de esta locura, me siento más clara que nunca.

Jiwoo se acercó y la abrazo por un largo momento. La lluvia los envolvía, pero ellos permanecieron asi.

Esa noche, en una posada cercana, compartieron una habitación pequeña con tatami y linternas de papel. Jiwoo se sentó junto a Sora, que secaba su cabello con una toalla.

—¿Y si mañana no lo logramos?

—Entonces esta noche será nuestra verdad

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