Oráculo

Hans Greenville no era un hombre que se dejara guiar por rumores ni por presentimientos. Sus negocios estaban cimentados en hierro, acero y sangre, no en palabras de una joven en camisón. Aun así, algo en la mirada de Elysia lo había hecho titubear.

No trasladó la mercancía de Lambert —eso sería demasiado arriesgado para una advertencia sin pruebas—, pero sí ordenó a sus capataces dar “descanso” a los obreros y carreteros durante esos días de lluvia. Lo justificó como una medida de prevención, aunque por dentro lo sentía como una concesión absurda a aquella baronesa impertinente.

—Veamos si tu lengua es tan afilada como tus ojos, niña —murmuró para sí, con una sonrisa irónica.

Los días pasaron, y las lluvias comenzaron a azotar la región. Primero un goteo constante, luego un aguacero que no cesaba. Los suelos de Lambert se volvieron lodazales, los caminos se agrietaron, y las montañas, hinchadas de agua, comenzaron a crujir como huesos viejos.

Y entonces ocurrió.

Un rugido sordo sacudió la madrugada. El derrumbe se precipitó como una bestia hambrienta sobre el pueblo: rocas, barro y árboles arrancados de raíz arrasaron con calles enteras. Varias casas quedaron aplastadas, y el almacén principal de Hans —repleto de madera y hierro— fue tragado bajo toneladas de tierra.

Lo que salvó a sus hombres fue su “descanso”. Ninguno estaba allí esa noche. Ninguno murió.

Hans llegó a Lambert días después. El espectáculo era devastador: su emporio reducido a ruinas, y los lugareños hablando del desastre como si hubiera sido una maldición inevitable.

Pero Hans no pensaba en las pérdidas. Pensaba en ella.

En esa joven de ojos grises que, con una seguridad imposible, le había advertido de lo que ahora veía ante sus propios ojos.

Por primera vez en años, Hans Greenville sintió un estremecimiento que no provenía de su magia de hielo, sino de algo mucho más inquietante: una certeza peligrosa de que Elysia Parsons no era una muchacha cualquiera.

—Así que era verdad… —susurró entre dientes, mientras una sonrisa gélida se formaba en sus labios—. Elysia, pequeña bruja… acabas de ganarte mi atención.

Días después, la luz del amanecer se filtraba por las cortinas, dibujando líneas doradas sobre el suelo de madera. Elysia abrió los ojos con lentitud, aún adormilada, y lo primero que vio fue a Hans sentado a su lado. Su postura relajada, los brazos apoyados sobre las rodillas, le daba un aire de alguien que no había venido solo a visitar, sino a observarla, medirla.

—¿Quieres… qué? —murmuró, todavía con la voz cargada de sueño, frunciendo el ceño.

Hans sonrió con esa calma que podía ser tanto tranquilizadora como inquietante. —Quiero saber… ¿qué quieres tú, por ser mi oráculo, chiquilla? —su voz era suave, pero firme, como si no esperara otra respuesta que la verdad.

Elysia lo miró un instante, evaluando cada gesto, cada sombra bajo sus ojos. No era la primera vez que Hans jugaba con esas palabras, pero algo en su tono hacía que esta vez no pareciera un juego. Se incorporó lentamente, cruzando los brazos sobre su pecho.

—¿Mi precio? —repitió, dejando entrever un hilo de desafío en su voz—. Supongo que eso depende de lo que tú estés dispuesto a ofrecer.

Hans inclinó la cabeza, curioso. —No me malinterpretes, pequeña. No hablo de riquezas ni de favores triviales. Hablo de algo… más real. Algo que valga la pena para alguien como tú.

Elysia sintió un escalofrío recorrer su espalda. Las palabras de Hans siempre tenían doble filo: parecían simples, pero cargaban promesas o advertencias que podían cambiarlo todo. Respiró hondo y, con una mezcla de audacia y cautela, dijo:

—Entonces empecemos con algo sencillo. Dime qué es lo que esperas de mí, y veremos si tu oferta vale mi tiempo.

Hans sonrió, esa sonrisa que podía ser tanto amenaza como promesa, y se inclinó ligeramente hacia ella, como si ya supiera que esta conversación apenas comenzaba.

Elysia lo miró fijamente, sin parpadear, y por primera vez dejó que la máscara de cautela cayera. Su voz era firme, cargada de una sinceridad que Hans no esperaba.

—¿Quieres saber la verdad? —dijo, dejando que cada palabra calara hondo—. Lo único que quiero… es salvar a mi hermano.

Hans arqueó una ceja, intrigado, pero no interrumpió. Elysia respiró hondo y continuó, con un hilo de miedo y determinación mezclados:

—Sé cómo morirá. —Sus ojos se llenaron de una intensidad que parecía atravesar la habitación—. Si no hago algo, si no actúo… él no vivirá más de dos años... Y no hay otra razón para que esté aquí, para que haga lo que hago, sino salvarlo.

Hans se quedó en silencio, sorprendido. Nunca pensó ver a Elysia tan desarmada

y, al mismo tiempo, tan fuerte. Esa verdad, dicha sin artificio, parecía pesar más que cualquier secreto que él pudiera guardar.

—Así que… —murmuró finalmente, con un tono que mezclaba respeto y cautela—. No es poder, ni venganza, ni riqueza… Solo tu hermano.

Elysia asintió, y por primera vez no intentó disfrazar sus emociones. —Sí. Todo lo demás es secundario. Si puedo salvarlo, entonces todo lo demás tendrá sentido.

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Comments

Cruz Mejia

Cruz Mejia

Hans incrédulo pero con un atisbo de prudencia, puso a salvo a su gente, ahora que sabe que dice la verdad y por qué quiere una alianza con él. No solo tiene tú atención, también hay respeto, a Aly la mueve el amor filial por su hermano /Grievance/

2025-09-24

2

morenita

morenita

No todo es por riquezas banales, no todo es material, a ella la Mueve un sentimiento más profundo, algo más bello, más bonito, algo que no se puede comprar, un amor,el amor por su hermano 💓

2025-09-22

2

Maria Elena Maciel Campusano

Maria Elena Maciel Campusano

Hans pensó en sorprenderla y él resultó ser sorprendido por ella, pues el motivo de Elysia es únicamente salvar a su hermano, no desea riquezas, ni estatus o poder, ella sólo está ahí para salvar a Ernesto de él mismo🤔

2025-09-26

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