La mansión de los Parsons estaba en calma. La fiesta había terminado horas atrás, y las velas del pasillo se habían consumido dejando apenas el resplandor de la luna filtrándose por las ventanas. En su habitación, Elysia dormía apenas, intranquila, con los recuerdos de Ernesto y Clariet atormentando su mente. Un sonido leve la despertó: un crujido en la ventana. Abrió los ojos y lo vio. Una sombra alta, recortada contra la luz plateada de la luna. Hans Greenville, con su cabello blanco brillando como acero bajo el resplandor nocturno, estaba de pie en su habitación, como si la cerradura y las guardias no significaran nada para él.
Elysia se incorporó de golpe, apretando las sábanas contra su pecho.
—¡¿Cómo…?!
Hans alzó una mano para silenciarla. Su voz fue un susurro bajo y firme:
—Gritar no sería prudente, señorita Parsons. No estoy aquí para dañarla. Pero usted habló de cosas que no debería saber. Y yo no dejo cabos sueltos.
Avanzó despacio, sus pasos pesados resonando como tambores en el suelo de madera. Elysia sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no retrocedió.
—Le dije la verdad —respondió en voz baja, con los ojos grises brillando desafiantes—. Y si lo duda, pregúnteme lo que quiera sobre el futuro.
Hans se detuvo a solo un par de pasos de su cama. Su sombra la cubría por completo, y por primera vez ella sintió el verdadero peso de estar frente a un hombre forjado el metal y los secretos.
Él sonrió con frialdad.
—Muy bien, Elysia. Demuéstrame que no eres solo una niña con delirios.
Aunque Hans apenas le llevaba ocho años —ella diecisiete, él veinticinco—, su mirada se endureció un instante al reparar en el pijama ligero que Elysia llevaba. La tela clara y casi transparente dejaba entrever más de lo que debía; propio de una joven que jamás pensó recibir visitas a medianoche. Hans giró apenas el rostro, como si quisiera mostrarse indiferente, pero sus ojos, fríos y calculadores, no pudieron evitar recorrerla en un destello fugaz.
—No tiene idea de lo peligrosa que es su imprudencia —murmuró, su voz grave vibrando en la penumbra.
Elysia, ruborizada, se irguió en la cama sin cubrirse más. Si él venía a intimidarla, ella no se lo permitiría.
—¿Imprudencia? —replicó con firmeza—. ¿O acaso es usted el peligro aquí, Lord Greenville?
Por un instante, el silencio fue tan espeso que casi podía cortarse. Hans la observaba con esos ojos acerados, tensos entre la disciplina y algo más primitivo que él mismo parecía reprimir.
—Una muchacha como usted… —dijo por fin, con un dejo de risa irónica—, hablándome de magia y de futuros que no deberían existir, vestida de esa manera, y con la audacia de desafiarme. ¿Sabe lo fácil que sería para mí…?
Elysia lo interrumpió, clavándole los ojos grises con la misma intensidad con que su abuelo narraba las leyendas:
—Lo sé. Y sé también que usted no lo hará. Porque el destino lo necesita vivo, y a mi lado.
El conde frunció el ceño, sorprendido por la firmeza de aquella joven que, pese a la fragilidad de su cuerpo en pijama, irradiaba una autoridad imposible de ignorar.
Hans dio un paso atrás, como si quisiera retomar el control de la situación.
—Habla como una profetisa. Y aún así… parece una niña jugando a ser mujer.
Elysia apretó los labios, con una mezcla de vergüenza y desafío, consciente del contraste entre sus palabras y la vulnerabilidad de su ropa.
—Entonces, pruébeme. Déjeme demostrarle que no juego.
Hans la observaba con esa expresión fría, impenetrable, como si ningún secreto pudiera sorprenderlo. Pero entonces, las palabras de Elysia rompieron el silencio con la precisión de una daga:
—Sé lo que eres, Hans Greenville —susurró, con sus ojos grises brillando a la luz de la luna—. Tienes magia de hielo… porque eres descendiente de una de las familias reales de Plata, de antes de que se formara el Imperio de Oro.
El conde se tensó. Por un instante, la máscara de hierro en su rostro se quebró. Su ceja con cicatriz se arqueó y, aunque intentó mantener la compostura, sus ojos revelaban una sorpresa genuina.
Elysia no dudó. Dio un paso hacia él, descalza, sosteniendo con firmeza su propio pulso.
—Y también sé que coleccionas objetos mágicos. Reliquias, armas, libros prohibidos… todo lo que pueda fortalecer tu poder.
Hans no respondió. El silencio se volvió tan denso que el aire mismo parecía helarse. De hecho, un escalofrío recorrió la habitación: la vela más cercana parpadeó y una fina escarcha se formó en el borde metálico del candelabro.
El hombre la miraba como si evaluara la forma más rápida de callarla… o como si por primera vez en mucho tiempo no supiera qué decir.
Finalmente, con voz grave, ronca como el crujir del hielo, murmuró:
—No deberías saber nada de eso.
Elysia sostuvo la mirada, desafiante.
—Y, sin embargo, lo sé. Porque yo no soy solo la hija menor de un barón venido a menos… soy la guardiana de un destino que aún no entiendes…
Hans cerró los ojos un instante, exhalando con pesadez, como un lobo que decide no atacar todavía. Cuando volvió a abrirlos, el peligro aún ardía en su mirada, pero ahora también había algo más: una chispa de interés.
—Si lo que dices es cierto, niña… entonces acabas de meterte en un juego del que no podrás salir.
Hans entrecerró los ojos, la sombra de su cuerpo proyectándose sobre ella como un muro.
—¿Quieres que crea tus palabras, Elysia? —dijo su nombre como si pesara en su boca—. Entonces dame una prueba inmediata. Algo que pueda comprobar por mí mismo.
Elysia sostuvo su mirada con la misma firmeza que había mostrado desde el inicio. No titubeó.
—Retira tus negocios del pueblo de Lambert —declaró, clara y segura—. Antes de que acabe la próxima luna llena, habrá un derrumbe. Las lluvias desgastarán las montañas y las casas caerán con la tierra.
Hans frunció el ceño.
—Lambert es una de mis rutas comerciales más importantes —replicó con tono cortante—. Madera, hierro, caravanas enteras. ¿Quieres que las cierre solo porque una niña en camisón me susurra presagios?
Elysia dio un paso adelante. La cercanía de aquel hombre era asfixiante, pero no retrocedió.
—Quiero que lo hagas porque, si no lo haces, perderás más que tu mercancía. Hombres. Caravanas. Incluso tu reputación. Nadie culpará al derrumbe… dirán que Hans Greenville descuida a los suyos.
El silencio volvió a caer, pesado como plomo. Hans la observaba como si quisiera descifrar cada rincón de su alma. Ella no apartó la vista.
Finalmente, el conde dejó escapar una risa breve, seca, que no alcanzó sus ojos.
—Eres audaz, lo concedo. Lambert, ¿eh? Veremos si tus visiones valen algo… o si me estás tomando por tonto.
Elysia sintió que el aire helado se disipaba apenas un poco, pero la tensión aún se mantenía.
Hans se inclinó hacia ella, lo suficiente como para que su respiración rozara la piel de su cuello.
—Si lo que dices resulta cierto… volveré. Y esta vez no aceptaré evasivas.
Dicho eso, giró sobre sus talones y, como si fuera dueño de cada sombra, se desvaneció en la penumbra de su ventana.
Elysia quedó sola, con el corazón latiendo como un tambor en su pecho. Pero también con la certeza de que había movido su primera pieza en aquel tablero peligroso.
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Comments
Ari🥀✨
Uff que tensa 😬 visita y más la conversación 😪 no era yo la que conversaba pero hasta yo exhale el aire contenido 😮💨
2025-09-19
11
Cruz Mejia
Pero bien que sigue viendo y recalcando que anda en camisón, antes no duerme desnuda, esta en su CUARTO el intruso eres TÚ /Awkward/
2025-09-24
4
morenita
Ese hombre impone, su presencia hace tambalear, menos mal Elysia tiene conocimientos previos a lo que va a pasar y saber mover las fichas, otra en su lugar se desmaya, sale corriendo o se orina 🥴
2025-09-22
2