Cumpleaños 1

El murmullo de voces, la música de un clavicordio y el aroma a flores frescas fueron lo primero que la envolvieron. Cuando abrió los ojos, Elysia no estaba en la oscuridad ni frente a puertas imposibles: estaba en un salón iluminado por candelabros de cristal, con techos altos decorados con frescos y ventanales que dejaban pasar la luz de la tarde.

El reflejo en un espejo cercano le recordó lo imposible: era otra, pero seguía siendo ella. Y al mirar su vestido, comprendió que no era un día cualquiera.

—¡Feliz cumpleaños, señorita Elysia! —dijo una doncella al entrar con una sonrisa amplia, dejando un ramo de lirios sobre la mesa de tocador.

Cumplía diecisiete años. Ese número resonó en su mente como un presagio. Lo sabía con una certeza dolorosa: faltaban dos años para que su hermano muriera, tal como decían las historias de su abuelo.

El salón estaba decorado para la ocasión: cortinas de terciopelo azul, arreglos florales en cada esquina y un gran banquete dispuesto en la mesa principal. Invitados de familias nobles menores comenzaban a llegar, saludando con cortesías y risas. A los ojos de todos, era un cumpleaños más, un ritual social de la aristocracia. Pero para ella era mucho más: era el inicio de la misión que había heredado.

Miró a su hermano mayor entre la multitud. Tenía una sonrisa despreocupada, ajena al destino que lo aguardaba. El corazón de Elysia dio un vuelco. No podía permitirlo. No esta vez.

—“Soy la hermana que lo salvará” —se repitió, con la voz de su abuelo resonando como un juramento en lo más profundo de su memoria.

En medio del bullicio del salón, con los invitados riendo y danzando, Elysia observaba a su hermano. Ernesto Parsons, heredero del barón, era apuesto y carismático, con esa sonrisa fácil que atraía miradas dondequiera que iba. Su energía llenaba la sala, pero Elysia, con sus recuerdos intactos, lo veía con otros ojos.

Su atención se detuvo cuando notó hacia dónde se dirigía su mirada: a una joven de vestido color rojo, de cabello negro recogido en un elaborado peinado con perlas, que reía suavemente mientras jugaba con su abanico. Clariet.

Elysia sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Los recuerdos llegaron con la fuerza de un golpe: Clariet, siempre inalcanzable, siempre sonriendo con dulzura al tiempo que alimentaba la ilusión de Ernesto. Ella nunca le correspondería, pero sí aceptaba flores, joyas, banquetes… cada muestra de afecto que costaba dinero y esfuerzo. Ernesto, cegado por un amor que confundía con esperanza, gastaría todo, vendería todo, incluso pediría préstamos imposibles de pagar.

Vio en su mente el final: mercenarios exigiendo sangre como pago, su hermano arrodillado entre gritos y acero, y el silencio de una muerte injusta que jamás olvidó en su vida pasada.

La copa que sostenía Elysia tembló entre sus dedos.

—Dos años —pensó con amargura—. Dos años para cambiar un destino escrito en dolor.

Cuando Ernesto se acercó a Clariet con una flor blanca en la mano, Elysia lo interceptó con una sonrisa dulce pero firme, enlazando su brazo con el de su hermano.

—Hermano, es mi cumpleaños, ¿no deberías brindarme el primer baile en lugar de regalar flores? —dijo con voz ligera, pero sus ojos grises brillaban con una determinación férrea.

Clariet arqueó una ceja, divertida, mientras Ernesto se sonrojaba y tartamudeaba una excusa. Elysia lo arrastró suavemente hacia la pista de baile, pero en su mente no había lugar para risas: esa era la primera batalla. Debía mantenerlo lejos de Claret, lejos de la ruina.

[Esta vez, Ernesto no morirá. No mientras yo sea Elysia.]

La música comenzó a elevarse en el salón, un minueto elegante que llenaba de gracia cada movimiento de los bailarines. Elysia, todavía aferrada al brazo de Ernesto, esperaba que su maniobra bastara para apartarlo de Clariet. Pero su hermano, con esa testarudez encantadora que siempre lo había caracterizado, soltó una risa nerviosa y, con suavidad, retiró su brazo.

—Elysia, te prometo el siguiente baile, pero primero debo hablar con alguien… —le dijo, sin mirarla a los ojos.

Ella no necesitaba que lo dijera. Ernesto cruzó la sala con paso seguro, ignorando las miradas curiosas de los invitados. La flor blanca seguía entre sus dedos.

Clariet lo recibió con una sonrisa que parecía amable, pero Elysia alcanzó a notar el brillo burlón en sus ojos oscuros. Fingió sorpresa al ver la flor.

—¿Para mí? —preguntó, llevándose el abanico a los labios, ocultando la risa traviesa que apenas contenía.

Ernesto asintió con un gesto ansioso.

—No es nada, solo una muestra de mi aprecio. Me encantaría tener el honor de este baile.

Clariet ladeó la cabeza, como si lo considerara seriamente. Dio un leve vistazo a la flor y luego a los otros presentes que la rodeaban, todos atentos al pequeño espectáculo. Su voz fue suave, casi melosa, pero lo suficientemente alta para que Elysia, desde su lugar, pudiera escucharla.

—Una flor es hermosa… pero efímera. ¿Qué valor tendría bailar por tan poco? —rió, cerrando el abanico de golpe y rechazando su mano con delicadeza—. Quizás la próxima vez, señor Ernesto.

Los murmullos entre los jóvenes nobles no tardaron en extenderse. Ernesto se quedó inmóvil por un instante, con la flor marchitándose en su mano, mientras Clariet se inclinaba apenas, agradeciendo el gesto como quien recibe un cumplido menor.

Desde la distancia, Elysia sintió hervir su sangre. En sus recuerdos, esa era la primera escena de un juego cruel que se repetiría una y otra vez. Ernesto, en su orgullo herido, no se rendiría. Buscaría más, traería más, y Clariet, con esa sonrisa inocente y esa burla escondida, seguiría alimentando sus ilusiones.

Elysia apretó los puños bajo la mesa de banquete.

—No esta vez —se prometió—. No dejaré que lo arrastres hasta la ruina.

Pero sabía que Ernesto no escucharía razones fácilmente. Para salvarlo, no bastaría con advertencias: tendría que enfrentarse al juego de Clariet con sus propias armas.

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Comments

morenita

morenita

Elysia esta difícil la situación pero no imposible, tenemos dos cosas por las que pelear, primero la terquedad de tu hermano y segundo unirte al juego de la víbora, porque sino puedes con el enemigo.....

2025-09-22

3

Cruz Mejia

Cruz Mejia

Desgraciadamente no está lejos de la realidad, mujeres ambiciosas y hombres imbéciles o al revés, con los préstamos gota a gota donde tu dinero se agota 😔😢

2025-09-24

3

Marlucha💋

Marlucha💋

Triste y miserable final, por una mala mujer!, porque si fuera buena no le hubiese aceptado tantos regalos por mero interés.

2025-09-22

2

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