Capitulo 5. Silencios y Tentaciones.

—Lo que voy a decirte, no puedes decírselo a nadie. ¿Ok?

—Me estás asustando.

La miré a los ojos y fui totalmente honesta con ella. Carolina siempre fue mi refugio, pero jamás pensé que llegaría a compartir algo tan íntimo. Y aun así, la avalancha salió de mí: le conté absolutamente todo. Cómo empezó, en qué momento me descubrí mirando a Eric de otra manera, lo que me atraía y lo que me destruía, mi encrucijada con el amor de Kylian y mi familia, mis deseos más bajos. Todo.

Ella no dijo una palabra; solo escuchaba con atención, de vez en cuando deslizaba una servilleta hacia mí para secar las lágrimas que no lograba contener.

—No puedo creer que vivas con esa carga —dijo al fin, rompiendo el silencio.

—No sé si es una carga, como la deuda que me dejó mi padre, algo que tiene solución en el tiempo. Esto es diferente… pero me está destrozando.

—Es atracción, P. —resumió ella, sin titubear—. Te atrae ese hombre.

—¿Cómo puede pasarme esto? ¡Realmente amo a Kylian!

—Y nadie desacredita eso. Pero también tienes que aceptar que las circunstancias en las que te relacionaste con Kylian fueron extraordinarias. Fue un amor perfecto, casi platónico, que no te permitió cometer errores, ni equivocarte con algún idiota. No tienes experiencias previas, por eso ahora dudas.

—Quisiera no sentir esto. Quisiera amar a mi pareja sin miedo, sin nervios de que se me escape una mirada, un gesto…

—¿Alguna vez Kylian te maltrató?

—¡Por supuesto que no! ¿Cómo me preguntas eso?

—Por el miedo que sientes a que se entere.

—Mi miedo más grande no es que lo sepa, Caro. Es perder mi vida. Lo que tengo, lo que somos.

—¿Y vivir vacía?

—No estoy vacía. Tengo a mis hijos, que son lo más importante, y el amor de Kylian. Eso es todo para mí.

Ella se inclinó sobre la mesa, me tomó las manos.

—Amiga, hay una solución poco ortodoxa, pero que sería ideal para ustedes.

—¿Ah, sí?

—¡Sí! Que sean swingers.

Casi me atraganté con un pedazo de pollo.

—Eso es absurdo. ¿Nunca viste a Kylian celoso?

—Jajajaja, ¿cómo olvidarlo? —y ambas recordamos aquel episodio en que un chico de recursos humanos pasó demasiado tiempo en mi oficina y Kylian casi lo fulmina con la mirada.

—No creo que sea viable para nosotros —dije al fin, exhausta—. Pero gracias por escucharme.

Carolina suspiró hondo. —Entonces guárdalo bien, Penélope. O decídete a quemarlo todo. Pero lo que no puedes es quedarte a medio camino. Porque eso, amiga, termina devorándote viva.

Me quedé mirándola, helada. Porque en sus palabras había una verdad que yo temía: tarde o temprano, tendría que elegir entre el amor seguro que tenía en mis manos… y la tentación prohibida que me consumía en silencio.

Carolina me dio un apretón de manos, un gesto cálido que me devolvió el aire. Terminamos de almorzar y volvimos con prisa a la oficina, entrando casi corriendo por la recepción.

Antes de llegar a mi piso, pasé por la oficina de Kylian para dejarle un beso. Su sonrisa fue suficiente para recordarme qué estaba en juego.

El resto de la tarde fue rutina: pendientes, facturas, contratos. Todo lo que me mantenía ocupada y lejos de mis pensamientos.

Hasta que el reloj marcó las 16:00. Era hora de buscar a Max. Apagué mi ordenador, recogí mis cosas, giré apresurada hacia la salida y…

—¿Ya te vas? —Eric estaba frente a mí, con esa sonrisa que me desarmaba.

—Debo buscar a Max —respondí, esquiva, y salí casi corriendo.

Sentí que me llamaba, pero no quise escuchar.

En el lobby, Carolina ya me esperaba para llevarme. La invité a cenar con nosotros y le mandé un audio a Kylian para avisar. Me contestó con un emoji golpeándose la frente. Caro rió a carcajadas: “¡Le encanta que lo torture!”

Fuimos por Max. Lo encontré con los ojitos hinchados de tanto llorar. Se me lanzó al cuello con una fuerza que me hizo sentir, otra vez, la peor madre del mundo. Lo acurruqué todo el camino en el asiento trasero. Llegamos justo a tiempo: Jack también llegaba en el autobús escolar.

En casa, cada uno se cambió de ropa y bajamos a la cocina. Preparar la cena juntas era un ritual que me devolvía paz. Caro, fanática de las pastas, celebró cuando le dije que haría sorrentinos con salsa boloñesa y champiñones. Jack hacía su tarea en la mesa, Max dormía en brazos de su osito, y nosotras picábamos, reíamos y chismoseábamos como si no hubiera mañana.

El aroma llenaba la cocina cuando la puerta principal se abrió de golpe.

—¿Dónde está el hombre de la casa? —preguntó Kylian, con un tono juguetón, mirando por todos lados en busca de Max.

Eric, en cambio. Entró sonriente, se sacó el saco y lo dejó caer sobre el sofá como si fuera suyo. Fue directo a la cocina, tomó un pedazo de pan francés, lo hundió en mi salsa y lo probó con descaro.

—Esto huele delicioso.

Carolina arqueó una ceja.

—No sabía que estabas invitado.

—No necesito invitación para disfrutar de algo tan bueno —replicó, mirándome fijo mientras decía “bueno”.

Antes de que pudiera responder, apareció Kylian, con Max dormido sobre el hombro y Jack colgado de su brazo. Me besó en la mejilla y probó la salsa con la cuchara de madera.

—Mmm, como siempre, perfecta. ¿Viste, Eric? No todo se consigue con contratos, algunas cosas requieren talento de verdad.

Eric soltó una carcajada fuerte, demasiado fuerte.

—Qué suerte tienes, amigo. Esta mujer es un tesoro.

Mi corazón se detuvo. Carolina, rápida como siempre, cortó con ironía:

—Un tesoro que algunos parecen querer admirar demasiado de cerca.

Kylian no captó nada, ocupado en bajar a Max y bromear con Jack. Yo, en cambio, sentí cómo la piel me ardía.

Eric volvió a mojar el pan en la salsa, despacio, con una sonrisa ladeada que me decía sin palabras que la tortura apenas comenzaba.

Carolina me apretó la mano bajo la mesa, cómplice.

Y ahí estaba yo: atrapada entre el amor luminoso de Kylian, la audacia oscura de Eric y la complicidad silenciosa de la única amiga que sabía mi verdad.

Otra noche más de tortura

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