La noticia se extendió como la pólvora. Bastó una única visita oficial al registro civil para que toda la alta sociedad supiera: Serena Valente pretendía casarse con un hombre en coma. En el salón principal de la mansión, el ambiente se tornó sofocante. Los criados cuchicheaban por los pasillos, los invitados habituales la miraban con desdén e incluso sus padres, que aún no habían aceptado por completo su decisión, demostraban preocupación en cada mirada intercambiada. Serena, sin embargo, permanecía firme. A cada murmullo que oía, recordaba las llamas del pasado, la humillación, el dolor de haber muerto sola, y aquello solo le daba más fuerzas. Si todos la juzgaban loca, que juzgaran. Al final, cuando las máscaras cayeran, ella sería la única en reír.
Aquella tarde, fue llamada por su padre al despacho. El viejo Valente, un hombre de postura rígida y mirada severa, parecía más cansado que nunca. Él sostenía una carta en la mano, una invitación elegante con blasones dorados, que anunciaba una fiesta ofrecida por los parientes del hombre en coma. Los mismos buitres que, en la vida anterior, habían devorado su herencia.
—Quieren mostrar poder —dijo el padre, con un suspiro—. Quieren dejar claro para todos que controlan el destino de aquella familia. Si tú insistes en este matrimonio, hija mía, ellos harán de todo para destruirte.
Serena se irguió frente a él, sin desviar la mirada. —Ellos no tienen idea de lo que soy capaz de hacer ahora.
El padre cerró los ojos por un instante, como si intentara encontrar a la hija dulce e ingenua que había conocido. Cuando volvió a encararla, vio una firmeza que nunca había notado antes. Tal vez fuera locura. Tal vez fuera coraje. Pero comenzó a creer que su niña podría, de hecho, ser capaz de enfrentar lo que vendría.
Los días que antecedieron a la ceremonia fueron un torbellino. La sociedad la veía como un espectáculo. Unos se burlaban, diciendo que era una jugada desesperada para atraer atención. Otros la acusaban de interesada, afirmando que solo quería el dinero del heredero adormecido. Había hasta los que decían sentir pena, como si fuera una pobre coitada ilusionada por sueños imposibles. Ninguno de ellos sabía la verdad. Ninguno de ellos imaginaba que la “loca” cargaba en las venas la memoria de una vida entera y la determinación de reescribir el destino.
La falsa heredera, por su parte, no conseguía esconder el veneno en los ojos. Desde el día en que escuchara la decisión, había pasado a rondar la mansión como un fantasma irritado, lanzando insinuaciones, fingiendo preocupación. Una noche, invadió el cuarto de Serena sin llamar, como siempre hacía, y la encontró frente al espejo, probando discretamente el vestido blanco que usaría en la ceremonia simple.
—¿Te has vuelto loca de remate? —preguntó, con una risa incrédula—. ¿Vas a amarrarte a un cadáver vivo?
Serena alzó los ojos lentamente, y el reflejo frío devuelto por el espejo hizo que la falsa heredera retrocediera medio paso. —Mejor amarrarme a alguien que no puede traicionarme que a un novio que se ríe a mis espaldas con la mujer equivocada.
La otra contuvo la respiración, sorprendida por la dureza de las palabras. Antes de que pudiera replicar, Serena añadió, con voz calma, pero letal: —Aprovecha bien tus días de fingimiento. Están contados.
La falsa heredera salió furiosa, dando un portazo, y en aquel instante Serena tuvo la certeza de que la guerra había comenzado oficialmente.
En el día de la boda, la atmósfera era densa. No habría una ceremonia grandiosa, no había flores esparcidas por los pasillos ni invitados disputando lugares en sillas doradas. Era un acto discreto, casi secreto, realizado en el hospital, en presencia de pocos testigos. Aun así, periodistas se infiltraron desde afuera, intentando captar la escena bizarra que se tornaría el asunto del mes.
Serena entró en el cuarto donde él permanecía inmóvil, respirando a través de aparatos. Vestía un traje simple, pero elegante: un vestido blanco sin adornos exagerados, un velo corto que caía delicadamente sobre los hombros. Se aproximó a la cama como quien camina hacia un altar. No había música, no había marcha nupcial. Apenas el sonido de los monitores cardíacos llenaba el silencio.
El juez la miró con cierto desconfort, pero mantuvo la postura. Leyó las palabras del contrato matrimonial con voz firme. Cuando preguntó si aceptaba, Serena respondió sin dudar, su voz clara cortando el aire: —Sí, acepto.
Firmó los papeles con la mano firme, mientras sus ojos se fijaban en el rostro adormecido del hombre a su lado. Enseguida, sujetó la mano de él, entrelazando sus dedos. La alianza se deslizó en su dedo con suavidad, como si hubiera sido hecha para estar allí desde siempre.
—Ahora somos marido y mujer —susurró, con una ternura que nadie alrededor pudo comprender.
Del lado de afuera, las cámaras disparaban flashes, captando imágenes que al día siguiente estarían estampadas en los periódicos. “La boda de la locura”, dirían los titulares. “La hija de los Valente y su marido adormecido.” Pero dentro de ella no había locura, apenas propósito. Serena se sentía más fuerte que nunca.
Después de la ceremonia, mientras todos se dispersaban, permaneció sola al lado de él. Acarició el rostro pálido, trazando con el dedo la línea de su mandíbula rígida. —Ellos se reirán, me juzgarán, intentarán derribarme. Pero tú y yo sabemos que este es apenas el comienzo.
De repente, juró ver una leve contracción en los dedos de él, casi imperceptible. Contuvo la respiración, con el corazón acelerado. Tal vez fuera apenas un reflejo. Tal vez fuera una señal. No importaba. La esperanza se encendió como una llama.
Aquella noche, al volver a casa, enfrentó a la familia reunida en la sala. Su padre no dijo nada, apenas la observó con una mezcla de cansancio y orgullo. Su madre lloró en silencio, apretándole las manos como quien teme por el futuro de la hija, pero al mismo tiempo reconoce que no puede cambiar su destino. La falsa heredera, por otro lado, le lanzó una mirada venenosa, incapaz de esconder la furia.
—Te has enterrado viva —dijo, fría, antes de subir las escaleras y desaparecer.
Pero Serena apenas sonrió, una sonrisa suave y enigmática. Porque sabía que, al contrario de lo que decían, no había enterrado su vida. Había plantado las semillas de un futuro diferente. Un futuro en que protegería a su familia, en que desenmascararía a los traidores, en que cumpliría la promesa hecha a él años atrás.
Mientras subía para el cuarto, exhausta, pero firme, sentía que una nueva página había sido escrita en su destino. Y que, a pesar de las dificultades que vendrían, no retrocedería jamás. Era ahora esposa de un hombre en coma, guardiana de su fortuna y de la propia honra. El mundo podía llamarla loca, pero Serena sabía la verdad: era la única que poseía el coraje necesario para enfrentar el infierno.
Y con un suspiro profundo, apagando las velas del cuarto, se durmió con una certeza grabada en el corazón: la batalla apenas comenzaba, y ella estaba lista para vencer.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 47 Episodes
Comments