Esa noche, después de que la mansión quedara en silencio, me quedé frente al espejo de mi habitación, contemplando mi reflejo. La luz de la luna bañaba mis cabellos platinados, y por un instante sentí el peso de todas las expectativas sobre mí: las de la gente que me odiaba, las de los sirvientes que desconfiaban, y, sobre todo, las mías propias.
Había intentado ser completamente buena durante estos primeros días, pero pronto me di cuenta de algo crucial: nadie creería en mi cambio si no mantenía cierta firmeza. La bondad absoluta parecía ridícula viniendo de la Esther Spencer que todos conocían.
Suspiré y cerré los ojos. Recordé mi otra vida, la verdadera villana que había sido: arrogante, temida, audaz… despiadada cuando era necesario. Y entendí que no podía borrar todo eso. Esa fuerza también era parte de mí.
—No seré una villana… pero tampoco seré una santa —murmuré para mí misma, dejando que mis labios dibujaran una sonrisa segura.
Abrí los ojos y la determinación brilló en ellos. Podía ser amable, justa, incluso compasiva, pero no ingenua. Podía corregir los errores de mi vida anterior sin perder mi esencia, sin permitir que nadie me pisoteara.
Era un delicado equilibrio: mantener la fuerza de la antigua Esther, pero con la sabiduría y el corazón de la nueva.
—Este será mi camino —me prometí—. No permitiré que nadie más me manipule ni que los míos sufran por mis decisiones. Aprenderé a ser alguien que inspira respeto y afecto al mismo tiempo.
Pensé también, en la mujer que había sido antes de enfermarme: empoderada, fuerte, valiente. Siempre había luchado por mis objetivos, incluso contra las adversidades de la vida cotidiana. Mi espíritu era indomable, y nada podía detenerme… hasta que la enfermedad me lo arrebató todo.
Ahora, en este mundo, me encontraba viva otra vez. Sana. Con un cuerpo fuerte, un corazón que latía con energía y una mente que conservaba las lecciones de mi vida pasada. Esa sensación me llenó de un poder silencioso.
—No necesito ser cruel para demostrar mi fuerza —me susurré a mí misma—.
Decidí que mi límite sería claro: haría lo que quisiera, lucharía por lo que considerara justo, pero nunca dañaría a otros para conseguirlo. Esa sería mi línea roja. Esa sería la diferencia entre la Esther que había sido y la Esther que quería llegar a ser.
Por primera vez, entendí que podía ser libre sin lastimar a nadie, valiente sin imponerse por miedo o terror, fuerte sin recurrir a la crueldad. Podía caminar por este mundo con confianza, porque ahora la fuerza no estaba en hacer temer, sino en vivir con integridad y tomar decisiones conscientes.
Una sonrisa se dibujó en mis labios.
—Seré poderosa a mi manera —murmuré—, pero sin destruir a quienes me rodean. Esa será mi nueva forma de ser… y nadie me detendrá.
Al día siguiente, el pasillo principal de la mansión estaba en silencio cuando crucé las puertas del salón. Los sirvientes me observaban con cautela, como si esperaran que volviera a gritar o humillar a alguien. Pero yo no iba a actuar como la Esther del pasado.
—Buenos días —dije con voz clara y serena—. Hoy revisaremos los jardines y la preparación para el banquete.
Algunas criadas murmuraron entre ellas, sorprendidas por mi tono firme, pero respetuoso. No había amenazas ni arrogancia, pero tampoco duda en mis palabras. Cada gesto, cada movimiento, reflejaba seguridad.
Un joven criado tropezó con una bandeja, derramando el contenido. El corazón me dio un vuelco; la otra Esther habría estallado en un grito de furia. Esta vez, me acerqué con calma, pero con autoridad:
—Tranquilo. Levántate y recoge lo que se ha caído. No hay necesidad de miedo. Y procura sostener la bandeja con más cuidado la próxima vez.
El muchacho me miró con asombro. Sus ojos brillaban entre el miedo y la incredulidad. No esperaba una reprimenda sin insultos, y mucho menos un consejo con un tono firme pero justo.
Más tarde, en el salón principal, llegaron nobles que habían sido invitados para una pequeña reunión de negocios, quería aprender a trabajar, a sentirme útil. Susurraban entre ellos, recordando los desplantes pasados de Esther Spencer. Pero cuando me dirigí a ellos, mantuve la espalda erguida, la voz segura:
—Bienvenidos. Espero que disfruten de la velada. Si algo no es de su agrado, háganmelo saber; podemos solucionarlo con facilidad.
Susurraron entre ellos, intercambiando miradas confundidas. La fama de villana no encajaba con la cortesía mesurada que ahora mostraba. No era ni una santa, ni una tirana; era alguien que sabía lo que quería, que se hacía respetar, pero sin humillar a nadie.
Durante toda la tarde, pequeños gestos marcaron la diferencia: ayudé a una doncella a colocar flores, corregí un descuido sin levantar la voz, escuché con atención a los nobles y respondí con firmeza cuando alguien intentó menospreciarme. Cada acto parecía descolocar a quienes me rodeaban.
Al final de la jornada, los susurros fueron distintos. No había miedo absoluto, pero sí curiosidad. Algunos criados intercambiaron miradas, como preguntándose si la nueva Esther Spencer era real o solo un juego. Los nobles, por su parte, parecían desconcertados, preguntándose cómo una mujer con tanta fama de villana podía ser tan imponente y, al mismo tiempo, justa.
Mientras subía a mis habitaciones al caer la noche, respiré hondo y sonreí para mí misma. Había logrado algo importante:
—No seré una villana… pero tampoco me dejaré humillar. Ese será mi equilibrio.
Y por primera vez, sentí que realmente empezaba a escribir mi propio destino.
Días después, tuve otra reunión, esa mañana, me dirigí al despacho familiar con la intención de familiarizarme con los negocios de los Spencer. Sabía que la fortuna y el prestigio de nuestra familia no sobrevivirían sin mi entendimiento y participación activa.
Al llegar, varios de los asesores y contables presentes me miraron con una mezcla de escepticismo y diversión contenida. Nadie se atrevía a decirlo en voz alta, pero era evidente que pensaban: “¿Cómo va a manejar Esther Spencer algo tan importante? Es solo una mujer… y no cualquier mujer, sino la villana de siempre”.
—Buenos días —saludé, manteniendo la espalda recta y la voz firme—. He venido a revisar los informes y entender los asuntos de la familia.
Algunos intercambiaron miradas, murmurando en susurros, y uno de los hombres más ancianos sonrió condescendientemente, dejando caer papeles frente a mí como si estuviera haciendo un favor.
—Claro… si desea empezar por los balances más recientes, mi lady —dijo, con una voz cargada de escepticismo.
Me incliné ligeramente sobre la mesa, repasando los documentos con calma. Susurré para mí misma: No soy una villana… pero tampoco me dejaré humillar.
—Gracias por los informes —respondí—. Pero necesito que me enseñen cómo se toman las decisiones y cómo se manejan las negociaciones, no solo los números.
El silencio cayó sobre el despacho. Algunos hombres fruncieron el ceño, sorprendidos por mi firmeza. Otros intercambiaron miradas nerviosas, como preguntándose si realmente podía comprender y dirigir los negocios familiares.
—Mi lady… —empezó uno, dudando—. Es inusual que se interese…
—No es inusual —interrumpí con calma, pero con autoridad—. Es necesario. Y voy a aprender. Espero que sean pacientes, pero también eficaces.
Durante la mañana, planteé preguntas inteligentes, analicé los contratos y escuché atentamente cada explicación. Cuando algún hombre intentó menospreciarme con gestos o comentarios sutiles, los enfrenté con serenidad:
—Si no me explica, no podré tomar decisiones correctas. Y si yo no tomo decisiones correctas, los negocios podrían perderse. ¿Entendido?
Sus miradas cambiaron. Ya no era solo la villana de siempre; era alguien que podía exigir respeto, que no necesitaba gritar ni humillar, y que, al mismo tiempo, demostraba capacidad y autoridad.
Al final de la jornada, los hombres se retiraron murmurando entre sí, y yo me quedé sola frente a los documentos, satisfecha.
—No seré una villana… pero tampoco una ingenua. Ese será mi límite —susurré, con una sonrisa ligera.
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Comments
Maria Elena Maciel Campusano
Es mejor ésta actitud y no dejar que te quieran hacer menos, con ese mantra : " no seré una villana, pero tampoco una santa" te estás desenvolviendo bien y tomando no sólo las riendas de tú vida, si no las riendas de los negocios familiares 🤨
2025-09-17
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Cruz Mejia
Cuando eres demasiado buena la gente te toma por tonta y quieren sacar provecho, ser buena persona pero sin dejarse humillar, que no pueden hacer contigo lo que se les da la gana.
2025-09-19
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morenita
no sé trata de aguantar insultos ,de que te minimizen y te dejes humillar para que te vean con otros ojos ,se trata de que te mantengas firme ,con templanza y dominio para manejar todo a tu alrededor sin dejarte pisotear
2025-09-11
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