Clarisse Von Luthen

La biblioteca volvió a quedarse en silencio después de que el mago se marchara. Me quedé quieta, con la mano apoyada en mi pecho, donde aún sentía el eco de la marca de alma latiendo bajo la piel.

Una segunda oportunidad…

Me dejé caer en el sillón más cercano. Las llamas de la chimenea proyectaban sombras danzantes sobre los estantes, y yo no podía apartar de mi mente las imágenes de mi otra vida: la cama de hospital, los últimos días de debilidad, los rostros llorosos de mis padres inclinándose sobre mí. Yo había muerto joven, demasiado pronto, dejando tras de mí una vida incompleta, llena de cosas que no alcancé a hacer.

Y ahora, aquí estaba. Respirando de nuevo, con un cuerpo que no era mío, con una belleza que el mundo envidiaba y odiaba a la vez, con un apellido que cargaba una fama venenosa.

¿Era justo? ¿Por qué yo? ¿Por qué Esther Spencer, precisamente la villana de esta historia?

Las memorias que compartía con ella eran crueles, casi insoportables. El eco de sus risas arrogantes, los ojos llenos de desprecio con los que miraba a los demás, el placer retorcido de sentirse temida. Esa parte de ella me revolvía el estómago.

Pero también estaban los recuerdos de una niña pequeña, encerrada en una mansión demasiado grande, esperando siempre cartas que nunca traían abrazos, solo regalos. Una niña que lloraba hasta quedarse sin voz, sin que nadie viniera a calmarla de verdad. Quizás… quizás la villana que todos odiaban había nacido de esa soledad.

Cerré los ojos y respiré hondo.

—No quiero repetirlo.

Ya no era la enferma que se apagaba en un hospital, ni la muchacha arrogante que condenaba a su familia a la ruina. Era ambas cosas y ninguna a la vez. Y esta vida, esta segunda vida, me pedía decidir quién quería ser.

Apreté los puños.

Si había una razón para que me trajeran aquí, debía hallarla. Si la marca de alma me ofrecía una oportunidad, debía aprovecharla.

Me prometí a mí misma, frente al silencio solemne de la biblioteca:

—Haré que valga la pena.

El día amaneció luminoso sobre la mansión Spencer. Decidí que no podía seguir encerrada en la biblioteca, reflexionando entre sombras. Si quería cambiar el destino de esta vida, debía empezar aquí, en mi propio hogar.

Me levanté temprano, antes de que los criados comenzaran sus labores, y entré en la cocina. El silencio que cayó sobre los sirvientes al verme fue absoluto. Nadie esperaba que Esther Spencer pisara aquel lugar, y mucho menos que lo hiciera sin gritos ni amenazas.

—Buenos días —saludé.

Nadie respondió. Podía sentir las miradas temerosas, las manos que se detenían en medio de su trabajo.

Me acerqué a la cocinera, una mujer robusta de rostro cansado. Tomé una de las cestas de pan recién horneado y la probé con una sonrisa.

—Está delicioso. Has hecho un trabajo excelente.

El silencio se volvió aún más tenso. La cocinera se sonrojó, incapaz de responder. El resto de los criados intercambiaron miradas inquietas, y supe que en sus mentes se repetía el mismo pensamiento: La señorita Spencer ha perdido la cordura.

Me retiré de la cocina con un nudo en el estómago. ¿Cómo podía cambiar su visión de mí, si incluso un gesto amable los aterraba?

Pero no tuve tiempo de reflexionar más. Esa misma tarde, la llegada de una visita inesperada alteró la mansión.

—Mi lady —anunció el mayordomo, visiblemente incómodo—, ha venido la señorita Clarisse Von Luthen a verla.

El nombre despertó un torrente de recuerdos. Clarisse: mi amiga de infancia, o más bien, mi sombra. Siempre detrás de mí, aplaudiendo mis caprichos, alimentando mis venganzas, repitiendo mis insultos con fervor. Si yo era la villana, ella había sido mi cómplice más fiel.

Entró en el salón con la misma arrogancia que yo solía llevar: cabellos castaños oscuros recogidos en un peinado elaborado, vestido carmesí con encajes negros, sonrisa altiva en los labios.

—¡Esther! —exclamó con fingida dulzura, abriendo los brazos para abrazarme—. He venido a alegrar tu aburrida tarde.

Su perfume empalagoso me golpeó mientras se acercaba. Por instinto, mis labios esbozaron una sonrisa amable, pero Clarisse se apartó unos centímetros y me miró con suspicacia.

—¿Qué es esto? —preguntó con tono burlón—. ¿Desde cuándo me recibes con esa cara de santa?

Sentí un sudor frío recorrerme la espalda. Clarisse conocía demasiado bien a la Esther de antes. Para ella, una sonrisa cordial era tan extraña como un cuervo blanco.

—Quizás estoy intentando cambiar algunas cosas —respondí con calma.

Clarisse arqueó una ceja y soltó una carcajada incrédula.

—¿Cambiar? ¿Tú? ¡La Esther Spencer que yo conozco nunca pide perdón, nunca agradece, nunca se rebaja a esas tonterías! Vamos, dime que estás bromeando.

Su risa resonó en el salón como un eco cruel. Y en ese instante comprendí que no solo debía luchar contra mi reputación frente a los sirvientes, sino también contra el pasado que venía a buscarme con rostro de amiga.

Clarisse se acomodó en el sillón más cercano, cruzando las piernas con la altivez de siempre. Yo me senté frente a ella, intentando mantener la serenidad que me había costado cultivar durante estos primeros días.

—Tengo que contarte algo —dije, tomando aire—. He tenido un sueño… un sueño muy extraño.

Clarisse arqueó una ceja y soltó una carcajada corta.

—¡Oh, cielos! ¿Te estás volviendo mística también? No me digas que ahora lees las estrellas y predices el destino.

No me dejé intimidar. Miré sus ojos y continué:

—Soñé que moriría si continuaba siendo una mala persona… si lastimaba a los demás deliberadamente… moriría joven, como en mi sueño.

Clarisse se reclinó, riendo con incredulidad.

—¿Esther Spencer, la cruel y temida? ¿A que le temes a tus propios sueños ahora? Por favor… eso suena ridículo.

Intenté no perder la compostura, aunque sentí un escalofrío recorrer mi espalda.

—Tal vez te parezca ridículo, pero para mí fue muy real. Y… he decidido cambiar.

El resto de la tarde transcurrió entre charlas, recuerdos de travesuras pasadas y risas forzadas. Clarisse no dejó de burlarse de mis palabras, aunque sus gestos se tornaban cada vez más cautelosos. Cada vez que mencionaba un acto de bondad o una intención de cuidar a los demás, sus cejas se fruncían con sutil desconfianza.

Cuando finalmente se despidió, su sonrisa volvió a ser amplia, pero algo había cambiado en su mirada. No era la seguridad absoluta de siempre. Ahora había una chispa de duda.

—Bueno… Esther —dijo, levantándose—. Espero que tus sueños no te vuelvan demasiado aburrida. Aunque… quién sabe. Tal vez has cambiado.

Sus pasos resonaron en el corredor mientras se alejaba, y yo sentí un peso extra en el pecho. La semilla estaba plantada. Clarisse dudaba. Y si Clarisse dudaba… quizás alguien más también podría empezar a creer que Esther Spencer podía ser diferente.

Por primera vez, sentí que el camino hacia mi segunda oportunidad no sería tan imposible como parecía.

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Comments

morenita

morenita

bueno que te puedo decir no sé si esa amiga tuya es así ,por la antigua esther ,para caerle bien , o lastimosamente es igual de desgraciada que la otra , aunque como había dicho la falta de afecto ,la ausencia de los padres ,la soledad en esa casa y crecer sola ,sin apoyo ,sin tener límites o una autoridad como tal ,creció una persona tan arrogante,egoísta y déspota como lo fué la antigua esther ,de a poco hay que ir ganándose la confianza ,no es cuestión de ya ni de un día para otro

2025-09-11

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Maria Elena Maciel Campusano

Maria Elena Maciel Campusano

Yo opino que debió tantear el terreno con la "amiguita", inventar que no se ha sentido bien de salud o que tal vez tuvo un malestar tan fuerte que le tuvo que bajar 2 rallitas a su humor por recomendación del médico, porque esa fulana puede causarle problemas en un futuro 🤔🤔🤔

2025-09-17

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Cruz Mejia

Cruz Mejia

No es fácil aceptar un cambio así de drástico de un día para otro, es normal que desconfien, pero con el tiempo y las acciones se logra, así como apartar a la gente nefasta como esa disque amiga 😤

2025-09-19

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